La esfinge del domingo

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por HUESOS DE SALVIO*

En el apremiante tiempo que vivimos, no hay lugar para quienes cavilan sobre los errores y abandonos cometidos en el pasado, por rencores o idiosincrasias.

El 7 de junio, varias capitales brasileñas registraron manifestaciones contra el Gobierno de Bolsonaro y sus políticas y contra el racismo. Hubo protestas en Brasilia, São Paulo, Río de Janeiro, Belo Horizonte y Porto Alegre. En Belém hubo represión justificada por la imposibilidad de aglomeraciones. Fueron hechos muy importantes y merecen ser analizados en su debida magnitud para poder extraer de ellos las enseñanzas que el momento demanda.

En todo el país participaron una serie de militantes y activistas de movimientos democráticos populares y sectores de masas avanzados. Además del significado de quitar la exclusividad de las calles al bolsonarismo protofascista, es necesario reconocer que los actos fueron restringidos y fragmentados.

En algunas ciudades se realizaba más de una actividad, con distintas motivaciones y ejes y diferente composición social. Sin embargo, la mayoría de los afiliados eran jóvenes proletarios o cuentapropistas empobrecidos –y por eso mismo, la mayoría eran negros, morenos y estudiantes, movilizados por entidades con poca tradición de lucha o vinculación político-partidaria, como las simpatizantes organizadas y la producción artístico-cultural.

Las manifestaciones estuvieron centradas en el tema democrático y trajeron consigo un sesgo antirracista, resultado de la influencia de las amplias movilizaciones populares detonadas en EE.UU. tras la muerte de George Floyd y su combinación con tragedias locales.

En las convocatorias, en las movilizaciones y durante los actos y marchas; la cuestión central de la coyuntura, la defensa del régimen político constitucional democrático, fue abordada de manera difusa y dudosa.

Por un lado, muchos participaron luchando “por la democracia” como si el marco democrático-constitucional ya no existiera y Brasil viviera en tiempos dictatoriales.

Muchos otros, acertadamente, adoptaron la consigna de “defensa de la democracia”, entendida como la preservación de las libertades democráticas frente a las constantes amenazas de Bolsonaro y sus secuaces.

Las consignas antirracistas tuvieron el mérito de estar directamente vinculadas a las clases populares y la denuncia de la violencia policial y, por tanto, asumieron también una dimensión democrática.

Aun con planteamientos dudosos y contradictorios, el reducido número de militantes y activistas involucrados, la ausencia de entidades democráticas de la sociedad civil en la convocatoria y movilización, incluidas las de carácter popular como centrales sindicales y partidos políticos, las manifestaciones contribuyeron a la acumulación de la lucha por la democracia que se vive en el país. Y por eso mismo, merecen una valoración positiva.

Pero es necesario contener la euforia del deseo. Hay quienes han visto en las manifestaciones la apertura de un nuevo ciclo en la vida política nacional y una apoteótica renovación de “la izquierda”, que, a partir de entonces, se depuraría por el alejamiento de los partidos políticos y las organizaciones populares de masas, ahora reducido a la condición de izquierda tradicional e impotente.

Es bueno recordar que muchos de los que anunciaron el pasado domingo como punto inaugural de un nuevo período, antes saludaron, con la misma vana ilusión, autoengaño u oportunismo, las novedades surgidas de las jornadas de junio de 2013.

A pesar de lo valientes e importantes que fueron las manifestaciones del domingo, también destacaron las deficiencias del campo democrático. Tales obstáculos deben ser superados, consciente y colectivamente, para que el actual Gobierno pueda ser desafiado en consecuencia, impidiendo el avance de la extrema derecha bolsonarista y derrotando el autogolpe.

La simple ocupación, simbólica o no, de las calles no es ni podrá acabar con este Gobierno. De ser así, con los días de lucha del pueblo chileno, el gobierno de Piñera se habría derrumbado y Trump habría tenido sus contactos.

El Gobierno de Bolsonaro no caerá en luchas y movilizaciones desordenadas, desarticuladas y desconectadas. Para derrotarlo, es necesario reunir a las fuerzas democráticas del país para actuar, articuladas y permanentemente, en todas las esferas de la vida nacional, buscando cada vez mayores grados de organicidad.

Para potenciar la “guerra de posiciones”, es urgente adoptar objetivos claros a alcanzar en cada iniciativa, teniendo como punto de partida el consenso, tanto en la sociedad política como en la sociedad civil.

Las movilizaciones y sus convocatorias deben ser unitarias y garantizar la participación de entidades populares representativas de las masas y prever la participación efectiva de las grandes mayorías brasileñas.

Al mismo tiempo, uno debe estar atento a los adoradores del gueto, los conspiradores y aquellos que prosperan con las divisiones y los intereses internos.

En el apremiante tiempo que vivimos, no hay lugar para quienes cavilan sobre los errores y abandonos cometidos en el pasado, por rencores o idiosincrasias. Por quienes formulan políticas basadas en intereses propios, privados o grupales, en detrimento de la construcción de un movimiento de salvación nacional.

Entre los consensos existentes en los sectores democráticos y progresistas, más o menos avanzados, se encuentra el reconocimiento de la determinación del actual Gobierno de destruir el régimen político democrático, erigido en la Constitución de 1988.

Ante la gravedad del riesgo, algunos segmentos populares, desvinculados de la voluntad nacional, no han respondido con posiciones político-concretas dignas de sus propias valoraciones y análisis. Ante la intensidad del momento, se necesita una respuesta con la misma potencia.

La respuesta más ofensiva, profunda y duradera a la extrema derecha bolsonarista, la marcha autogolpista y la destrucción del régimen político es un frente amplio que involucra a todas las fuerzas políticas, entidades y personas que estén dispuestas a aislar, detener, derrotar y reducir. Tupiniquim protofascismo a lo que tiene que ser: un momento triste y corto en la historia brasileña.

Una amplia unidad democrática es la conclusión más radical a la que se ha llegado hoy frente a las pretensiones bolsonaristas. Después de todo, ante la gravedad del momento, todas las fuerzas son indispensables.

*Savio Bones, periodista, es director del Instituto Sergio Miranda (Isem) y del Observatorio Sindical Brasileño Clodesmidt Riani (OSB-CR).

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