La era Flordelis-Witzel

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por GÉNERO TARSO*

El infierno que nos espera

El “Infierno tan temido” es un relato de Onetti que me estimuló para este texto, aunque trata del sufrimiento en las relaciones amorosas de una pareja infeliz. Las capas, grupos y clases sociales, en la formación del Estado democrático en la era industrial moderna, están educando a sus élites intelectuales, a sus líderes de referencia, a sus “empleados” de la hegemonía y del sufrimiento ajeno, a sus técnicos de control social. y de la producción, según las luchas libradas por intereses enfrentados. Los faros culturales y morales de estas luchas son más claros cuando sus intereses de clase son más transparentes y ligados a la idea de progreso.

Cuando el modo de vida, el sistema productivo y las formas de dominación envejecen -para sustentar el sentido capitalista de progreso- la esfera de la política estable y serena de la democracia burguesa clásica se estremece. Sus cimientos se debilitan y la sociedad se abre a aventureros, delincuentes y al bandolerismo organizado como organización política. Ciertamente, Flordelis y Witzel no son lo mismo, pero son dos monedas de la misma cara.

Nunca sabremos en detalle qué mecanismos políticos e incluso extralegales permitieron aflorar las posibles ilegalidades cometidas por el gobernador Witzel. Hago esta afirmación porque la consecuente decisión monocrática del Ministro Relator -repleto de todos los requisitos técnicos exigidos para el caso- se centró en un Gobernador electo, quien decidió llevar a cabo, bajo su mando, ejecuciones sumarias de sospechosos, en barbas de todas las instituciones de la República. Y lo hizo -como ha sido ampliamente denunciado- sin ninguna respuesta consecuente del Ministerio Público, lo que hace de su orden de destitución una “consideración” extrema, pero valiente y adecuada, de la situación de desajuste estructural que atraviesa nuestra democracia.

Tengo la hipótesis de que el asesinato de sospechosos, por tanto, “unifica” el campo político del bolsonarismo, del que Witzel es garante y origen. Y que el poder que se ejerce sobre el dinero –del ejercicio de Gobierno– “se desvincula” de este mismo campo. Así, la necrofilia política “reúne” a las personas del bolsonarismo y el ejercicio del poder estatal las “separa”, porque tiende a premiar solo a los grupos más restringidos, vinculados a esa instancia específica de poder.

Los diversos grupos del bolsonarismo establecieron, por tanto, una alianza clave cuando necesitaban cierta estabilidad para gobernar, aunque con diferentes propósitos: algunos querían establecer el poder de las milicias sobre territorios estratégicos, una solución que ya se está extendiendo como un virus de la excepción fascista, en el estanterías de la derecha radical; otros querían llevar a cabo reformas contra el estado de bienestar –como Globo– y transformar a Guedes en un Primer Ministro “ad hoc” del Presidente de la Cámara Federal.

Como estas dos tareas están en curso, pero también enfrentan ciertos impasses -no por el trabajo de la oposición democrática desunida, sino por la crisis económica y sanitaria-, las alternativas para enfrentar los impasses promueven, entre ellas, duros enfrentamientos: amenazan la Papa con reformas, desentierran la corrupción recíproca, inundan las redes de insultos y calumnias (antes reservadas sólo a políticos de izquierda), ofenden a periodistas y organizaciones de prensa (muchas de ellas sus aliadas de ayer), unificando, eso sí, en cuestiones fundamentales: las cuotas de sacrificio para “recuperar” la economía debe repartirse entre los “de abajo” y la Universidad, como centro de inteligencia científica y política de la nación, debe ser destruida.

Los grupos marginales emergentes en la política nacional, que controlan territorios criminalizados y equipan mandatos e instituciones parlamentarias para desviar recursos públicos -para uso personal y familiar- dominan el escenario político del bolsonarismo. Es negacionista y necrófilo, pero la disputa interna entre ellos no es una crisis determinada por estos presupuestos ideológicos. Es una crisis de las formas de dominación por la fuerza bruta exclusiva, que pretendía imponer a través de la “pistola”.

Para tener la aceptación del viejo “establishment” y de las agencias financieras globales, que guían a la élite rentista, Bolsonaro hoy necesita acelerar las reformas, porque así como la FHC es el vínculo del bolsonarismo, supuestamente civilizado, con las reformas, Bolsonaro -ya domesticado- debe ser el nexo entre rentismo y fascismo. Y así se completan entre sí.

La corrupción en la esfera política tradicional, que ha sido moneda corriente en el Estado brasileño durante siglos, se ve hoy agravada por la legitimidad ganada irregularmente en las urnas. La conquista del Estado por parte de grupos de intelectuales de extrema derecha, empresarios “lumpens”, bravucones del orden feliciano (sin la experiencia de las salas de negociación bancaria), ahora está guiada por partidos sin rumbo, sin programa y por las religiones del dinero, combinadas con sectas criminales. Si estos grupos no son atacados por profundas investigaciones policiales y judiciales, algún día podrían convertirse en el Estado mismo. Eso es lo que nos espera en una sociedad donde la delincuencia común se convierte en la élite del Estado en decadencia y sus ciudadanos son gobernados por Damares, Flordelis y Weintraubs.

*tarso-en-ley fue Gobernador del Estado de Rio Grande do Sul, Alcalde de Porto Alegre, Ministro de Justicia, Ministro de Educación y Ministro de Relaciones Institucionales de Brasil.

 

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