por FÁBIO C. ZUCCOLOTTO*
Ultraliberalismo, extremismo y los orígenes del totalitarismo.
En el texto “El sujeto entrópico: un ensayo sobre redes sociales, estructura, reconocimiento y consumismo”, publicado en 2022, escribí: “La sociedad globalizada tiene su infraestructura racionalizable en las nuevas tecnologías. Un fundamento cartesiano, técnico, científico y amoral, donde se calcula cada avance, continuando las disputas geoestratégicas e históricas entre naciones, grupos organizados, etnias y corporaciones, por la primacía política en el acceso a recursos naturales cada vez más escasos. Es en su capa más externa, por tanto, visible y perceptible, el campo sociocultural de la moral y la ética –donde, hasta hace unos años, las relaciones sociales se desarrollaban de forma aparentemente más sólida y estructurada–, donde se produce el terremoto del sujeto. de las redes se producen los sociales virtuales. Fundamentalmente, ante la mirada atónita de quienes nacieron en el mundo preglobalismo”.
“Debido al enorme avance tecnológico en un corto espacio de tiempo, en su lógica micro y exponencial, hubo un distanciamiento casi total de las masas respecto de los logros potenciales y efectivos de lo que llamamos infraestructura racionalizable en las nuevas dinámicas globales. . Esta alienación afecta también a sectores más aparentes de los Estados y de la política institucional, como posibles agentes reguladores de acciones socialmente imprudentes”.
Desgranando el significado de la enajenación a la que me referí, a la vista de los últimos acontecimientos, considero relevante el siguiente artículo.
La ingeniería social, una técnica de manipulación psicológica para influir en los comportamientos y decisiones de individuos y sociedades enteras, ha sido ampliamente utilizada en el escenario global contemporáneo. Desde operaciones de inteligencia de servicios secretos hasta campañas de desinformación de poderosos grupos político-económicos de gran escala, este enfoque explota las vulnerabilidades humanas e institucionales para lograr objetivos estratégicos. Esta práctica ha sido utilizada por las Big Tech, especialmente alineadas con los intereses de la élite estadounidense, como herramienta para preservar el poder en medio del declive de la hegemonía geopolítica del país.
Del neoliberalismo al ultraliberalismo
La transición del neoliberalismo al ultraliberalismo representa una radicalización de las premisas económicas y políticas que surgieron a partir de la segunda mitad del siglo XX. Aunque ambos conceptos están anclados en la defensa del libre mercado, la desregulación estatal y la primacía del capital privado, el ultraliberalismo profundiza estas ideas, lo que resulta en una forma aún más extrema de concentración del poder económico y el desmantelamiento de las instituciones democráticas y sociales.
El neoliberalismo surgió como reacción a las políticas intervencionistas de la posguerra, basándose en teorías de economistas como Friedrich Hayek y Milton Friedman. Abogó por limitar la intervención estatal en la economía, privatizar los servicios públicos y flexibilizar las relaciones laborales. Estas ideas cobraron fuerza durante los gobiernos de Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos, estableciendo la creencia de que el mercado, cuando estuviera libre de regulación, sería capaz de autorregularse y generar prosperidad.
Sin embargo, lo que se ha observado a lo largo de décadas ha sido un aumento de la desigualdad, la concentración de la riqueza en manos de unos pocos y el progresivo debilitamiento de las redes de protección social. Las crisis financieras, como la de 2008, pusieron de relieve las fallas de este modelo al demostrar cómo la desregulación excesiva del sistema financiero condujo al colapso global, afectando principalmente a las poblaciones más vulnerables, mientras las élites económicas seguían obteniendo ganancias y concentrando ingresos y poder.
El ultraliberalismo surge como una respuesta aún más radical a este contexto, no sólo profundizando los principios del neoliberalismo, sino eliminando cualquier compromiso, por pequeño que sea, con el bienestar social y el equilibrio democrático. En el ultraliberalismo, el mercado no sólo se prioriza, sino que llega a ser visto como el único regulador legítimo de las relaciones humanas, superando incluso el papel de los Estados y las instituciones democráticas. Este modelo defiende la financiarización extrema de la economía, la especulación como motor central de la acumulación de riqueza y la reducción drástica de las políticas públicas orientadas al bien común.
A diferencia del neoliberalismo, que todavía operaba bajo la narrativa de la “prosperidad compartida”, el ultraliberalismo abraza abiertamente la desigualdad como un aspecto no sólo inevitable sino deseable de una sociedad donde se exaltan, como si fueran, el supuesto mérito individual de los multimillonarios y la acumulación irrestricta de capital. Históricamente, no se ha beneficiado de exenciones fiscales, inversiones directas de los gobiernos y avances científicos provenientes de universidades públicas de todo el mundo.
Este modelo ultraliberal se manifiesta claramente en las empresas tecnológicas y financieras que operan bajo lógica monopolística, como las Big Tech, que utilizan algoritmos para manipular los mercados y el comportamiento social, reforzando así su concentración de poder y control informativo.
A nivel político, el ultraliberalismo se asocia a menudo con el autoritarismo y el neofascismo, porque, al socavar los cimientos del Estado moderno como mediador de intereses sociales plurales, fomenta y organiza a la extrema derecha, ya que su doble actúa como escudo y capataz. Esta fusión ideológica se puede observar en figuras como Jair Bolsonaro, Donald Trump y Giorgia Meloni, quienes, aunque adoptan discursos nacionalistas y de “defensa del pueblo”, implementan agendas económicas de desmantelamiento de los derechos laborales y debilitamiento de las instituciones democráticas.
Así, la transición del neoliberalismo al ultraliberalismo no es sólo una evolución teórica, sino la intensificación de un proyecto de poder global que busca consolidar la supremacía de una élite financiera especulativa, al tiempo que desmantela progresivamente los logros sociales y los mecanismos de participación política popular en el proceso. logros conseguidos con esfuerzo a lo largo del siglo XX.
Big Techs, control informativo y ultraliberalismo
Las grandes tecnológicas controlan los principales flujos de información y, por tanto, ejercen un poder sin precedentes para manipular a las masas. Esta influencia ha sido instrumentalizada para promover una ideología ultraliberal que debilita las regulaciones gubernamentales y deslegitima los mecanismos de control democrático. El nombramiento de figuras como Dana White, presidente de UFC, a la directiva de Meta, refleja esta lógica, ya que White se asocia con la retórica extremista y con los valores de la desregulación extrema.
Además, Meta abolió la verificación de datos en su plataforma estadounidense, reemplazándolo por un sistema de “notas comunitarias”, inspirado en el X de Elon Musk. Este enfoque, presentado como una defensa de la libertad de expresión, debilita la verificación de la información y permite la proliferación de contenidos desinformativos y extremistas.
Google también demostró este comportamiento. manipulando, en diciembre de 2024, el tipo de cambio del dólar en su plataforma, informando valores inflados durante las vacaciones, cuando el mercado estaba cerrado. Otra prueba fue el caso de septiembre de 2024, cuando Google ocultó información a ciertos candidatos políticos en Brasil, favorecer a candidatos de derecha y extrema derecha mientras se ocultan perfiles de centro izquierda, lo que sugiere una interferencia algorítmica sesgada.
A Presión ejercida por Google y Meta sobre el Congreso brasileño para revocar el proyecto de ley 2630, conocido como PL das Fake News, en 2023, ejemplifica el modus operandi de estas empresas a la hora de luchar contra la regulación. Durante 14 días, las empresas promovieron campañas masivas, incluidas amenazas de eliminar contenidos y ataques dirigidos a parlamentarios para impedir la aprobación de una legislación que buscaba una mayor responsabilidad para las plataformas digitales.
Extremismo y manipulación política
El ascenso de la extrema derecha global, evidenciado por acontecimientos como la elección de Donald Trump y el ascenso de líderes ultraconservadores en Europa y América Latina, está directamente relacionado con la manipulación de la información promovida por estas plataformas. La crisis financiera de 2007-2008 jugó un papel central en este proceso, ya que intensificó las políticas de austeridad y precariedad social, factores explotados por los movimientos de extrema derecha que canalizaron el descontento popular hacia agendas identitarias y antiinmigración, en lugar de cuestionar el neoliberalismo estructural.
Esta estrategia discursiva no rechaza el neoliberalismo, pero explora los resentimientos en torno a la globalización, el multiculturalismo y la inmigración masiva de sobrevivientes –desplazados por guerras promovidas por el capital–, dirigiendo la frustración hacia las minorías y debilitando el debate democrático. Episodios como la invasión del Capitolio en Estados Unidos y la destrucción de la Praça dos Três Poderes en Brasil reflejan el ascenso del neofascismo en esta dinámica global, como un portero violento, masificado e instrumentalizado para defender los proyectos ultraliberales de las élites financieras locales.
En el contexto latinoamericano, además de la retórica contra el multiculturalismo en la globalización, se utiliza un delirante discurso anticomunista, en el que quienes defienden las instituciones de la democracia liberal, el socialismo democrático, el humanismo, las artes y la regulación de la El ultraliberalismo, incluidas las grandes tecnológicas, a menudo son etiquetados como enemigos del orden social y de la nación.
Esta retórica no sólo deslegitima las voces críticas, la educación y la ciencia, sino que también fomenta un entorno de violencia extrema contra el pensamiento crítico, en el que cualquier oposición al dominio corporativo y al desmantelamiento de los derechos sociales se trata como una amenaza al sistema que defienden, incluso si se consideran antisistema.
Este es un marco decisivo al señalar que ya no hay neoliberalismo, sino un avance en la forma del ultraliberalismo, que utiliza mentiras y distorsiones masivas para adoctrinar a sectores de las masas y organizar sus frustraciones derivadas del neoliberalismo, que se ha vuelto insostenible, después. su última crisis global. Al desviar la atención de las consecuencias de la desregulación económica y de la concentración del poder en manos de unas pocas empresas, este discurso extremista protege intereses financieros y políticos hegemónicos, al tiempo que ataca y debilita las bases del debate democrático y la búsqueda de una sociedad más justa y sociedad equilibrada, incluso con armas en la mano y organizando terrorismo interno.
El ultraliberalismo y la defensa de la élite especulativa global
El ultraliberalismo promovido por las grandes tecnológicas sirve a los intereses de una élite financiera global numéricamente pequeña, pero con un inmenso poder sobre la economía y la política mundiales. Esta élite utiliza el control informativo y la manipulación algorítmica para mantener y expandir su influencia, alimentando un ciclo de desigualdad económica e injusticia social que, a su vez, fomenta el extremismo y la polarización ideológica. Esta dinámica refleja los valores y la cosmovisión del establishment WASP (protestante anglosajón blanco), históricamente vinculado al dominio financiero y cultural en Occidente.
El establishment WASP tiene sus profundas raíces en los orígenes coloniales y racistas de Estados Unidos y Europa. En el contexto norteamericano, por ejemplo, el Ku Klux Klan (KKK) jugó un papel fundamental en la preservación de una jerarquía racial profundamente arraigada, defendiendo una sociedad blanca y segregada, mientras que en el Viejo Continente, potencias coloniales europeas como el Imperio Británico y Francia, impuso un sistema de explotación basado en la subordinación racial y cultural de las poblaciones nativas. Este legado colonial y racista, a su vez, consolidó la supremacía económica de Occidente después de la Segunda Guerra Mundial, con Estados Unidos y el Reino Unido emergiendo como los centros financieros del mundo.
El ascenso de movimientos neonazis y neofascistas, como Alternativa para Alemania (AfD), el Frente Nacional (hoy Rassemblement National) en Francia, el Aleación por Matteo Salvini en Italia y el Fratelli d'Italia-Aleanza Nazionale, dirigido por Giorgia Meloni, ilustra la persistencia de tales ideologías en el escenario actual. Recientemente, en un artículo publicado en Welt am Sonntag, Elon Musk expresó su apoyo a AfD, un partido alemán de extrema derecha que, desde 2021, está clasificado como extremista por la agencia de inteligencia interna alemana. Elon Musk, multimillonario y propietario de empresas como Tesla y SpaceX, con ciudadanía estadounidense, afirmó en una publicación en X (antes Twitter) que “sólo la AfD puede salvar a Alemania”.
Esta posición provocó el despido de Eva Marie Kogel, editora del periódico Opinión, que se marchó en señal de protesta, destacando la importancia de la libertad de expresión, pero también la responsabilidad periodística.
El apoyo de Elon Musk a la AfD es parte de un contexto más amplio de apoyo de figuras ultrarricas a los movimientos populistas de derecha, que no sólo abogan por el desmantelamiento de las estructuras democráticas, sino que también perpetúan un sistema de explotación global que favorece a las grandes corporaciones, como como lo demostró Elon Musk en su postura frente al golpe de Estado en Bolivia en 2019. Al comentar el interés de derrocar al gobierno de Evo Morales para garantizar el control sobre el litio boliviano, Musk pronunció la frase "¡Vamos a golpear a quien queramos!", en respuesta a una provocación sobre el impacto de su influencia económica en la región.
Elon Musk, al apoyar una agenda que apunta a la explotación indiscriminada de los recursos naturales en los países latinoamericanos, sigue una lógica de poder basada en el neocolonialismo, donde los intereses de las élites financieras globales anulan la soberanía de las naciones y los derechos de las poblaciones locales.
Paralelamente, el movimiento neonazi en Alemania, personificado por el AfD, continúa una trayectoria de negación de la diversidad cultural y racial, apuntando no sólo a la deconstrucción del Estado de bienestar, sino también a la creación de un entorno ideológico favorable a la Supremacía blanca y ultranacionalismo. Estos movimientos han ganado fuerza, particularmente con el apoyo de figuras como Elon Musk, quien, al defender posturas antidemocráticas, alimenta una narrativa global que apunta a consolidar aún más la élite especulativa global a expensas de los pueblos marginados.
Sin embargo, la ideología ultraliberal, impulsada por figuras como Balaji Srinivasan, promueve una agenda aún más extrema: la sustitución de los estados modernos por feudos corporativos privados. Balaji Srinivasan aboga por la creación de microestados digitales y físicos, donde las empresas y las élites financieras tendrían un control absoluto, aboliendo la soberanía estatal y los derechos garantizados por las democracias constitucionales.
Este concepto de “Estados Red”, promovido en Silicon Valley, no sólo desconoce los principios fundamentales de los Estados modernos, como los propuestos por Rousseau en el contrato social, pero también se remonta al modelo feudal de gobierno, en el que el poder estaba centralizado en unas pocas manos y los derechos de los ciudadanos eran prácticamente inexistentes.
Esta filosofía, además de utópica y peligrosa, ya comienza a materializarse en prácticas como el proyecto Próspera en Honduras, una ciudad privada que busca imponer sus propias leyes en detrimento de la legislación nacional, generando un ambiente de explotación y corporaciones. autoritarismo.
Esta alianza entre intereses financieros y movimientos de extrema derecha es expresión de lo que puede entenderse como una globalización de élites, donde, a diferencia de la globalización económica que prometió falsamente prosperidad para todos, lo que se consolida es un sistema aún más excluyente, desigual y violento. . En un mundo donde el poder económico está en manos de unos pocos, la manipulación de la información y la organización del extremismo se convierten en instrumentos fundamentales para el control social y político, creando condiciones para un ciclo interminable de concentración de riqueza y poder.
Los orígenes del totalitarismo y las prácticas de las Big Techs
El proyecto Big Techs refleja la dinámica descrita por Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo.. Arendt destacó cómo los regímenes totalitarios promueven la distorsión sistemática de la verdad, creando realidades paralelas en las que los hechos son manipulados para favorecer las estructuras de poder. Esta manipulación, según ella, no es sólo una forma de control, sino una parte esencial de la desintegración de la realidad objetiva, un proceso fundamental para el mantenimiento de los sistemas autoritarios.
La reciente acusación de Mark Zuckerberg sobre los “recortes secretos” y la censura en América Latina, así como su declaración sobre una supuesta “institucionalización de la censura” en Europa, reflejan una estrategia retórica para escapar de la regulación. Sin embargo, el historial de las Big Tech, que incluye manipulación de información, interferencia política y campañas contra regulaciones como la PL 2630 en Brasil, pone de relieve que estas acusaciones son intentos de autopreservación en un sector cada vez más fuera de control.
La ingeniería social contemporánea llevada a cabo por estas empresas no sólo distorsiona los hechos, sino que fomenta la fragmentación de la realidad colectiva. Las técnicas descritas por Arendt, como el aislamiento informativo y la desintegración de la percepción de la verdad, son visibles en la forma en que operan las Big Tech. La manipulación algorítmica, al priorizar contenidos polarizadores y desinformativos, atomiza el debate público y desmoviliza el pensamiento crítico.
Hannah Arendt analizó cómo el totalitarismo desmantela el espacio público al reemplazar el debate racional con una avalancha de narrativas inventadas y contradictorias, un fenómeno que se refleja en el funcionamiento de las plataformas digitales. Las Big Tech, a través de algoritmos opacos, no sólo amplifican la información falsa, sino que también crean burbujas de información que aíslan a los usuarios en realidades alternativas, socavando hechos inexorables y el concepto de verdad compartida.
La desinformación masiva promovida por estas plataformas refleja la noción arendtiana de que el totalitarismo depende de la destrucción del juicio crítico. La exposición continua a versiones contradictorias de la realidad, según Hannah Arendt, no pretende convencer, sino desorientar y debilitar la capacidad de juicio autónomo de los individuos. De manera similar, el modelo de negocios de las Big Tech, basado en un compromiso polarizado, fomenta la confusión informativa y la pasividad frente a narrativas distorsionadas.
Otro aspecto central en el análisis del totalitarismo de Hannah Arendt es el papel de la burocracia despersonalizada y las estructuras de poder difusas, que hacen que la rendición de cuentas sea casi imposible. Las grandes tecnológicas replican esta lógica fragmentando sus operaciones a través de complejas redes de subsidiarias y sus respectivos interminables algoritmos cuyo funcionamiento e impacto se mantienen deliberadamente oscuros. Al igual que en los regímenes totalitarios descritos por Arendt, la concentración del poder se produce al mismo tiempo que se diluye la responsabilidad individual.
Por lo tanto, la crítica del totalitarismo de Hannah Arendt ilumina la forma en que operan actualmente las Big Techs: al manipular la información, distorsionar la percepción colectiva de la realidad y fragmentar el espacio público, estas empresas no sólo amenazan la democracia, sino que también se acercan peligrosamente a las prácticas de dominación descritas en su trabajo. Sus tácticas no son meros fracasos de un mercado no regulado, sino estrategias estructurales que concentran el poder a costa de la autonomía y el discernimiento crítico de la sociedad.
El futuro
El avance de las Big Techs en la manipulación del flujo global de información bajo una lógica ultraliberal y antidemocrática exige una respuesta urgente y coordinada. Inspirándose en las reflexiones de Hannah Arendt, es posible identificar las dinámicas totalitarias que surgen cuando el control sobre la información se concentra en unas pocas corporaciones.
Es imperativo que los gobiernos, la sociedad civil y las instituciones multilaterales trabajen juntos para establecer regulaciones que limiten el poder de estas plataformas. La imposición de responsabilidad y transparencia, especialmente en el uso de algoritmos e Inteligencia Artificial, es fundamental para preservar la soberanía informativa y garantizar un entorno digital más ético, plural y verdaderamente democrático. Sólo con estas medidas será posible afrontar los desafíos de un orden multipolar y resistir la manipulación ideológica promovida por las Big Techs a escala global.
*Fábio C. Zuccolotto, Psicoanalista teórico y clínico, licenciado en ciencias sociales por la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp).
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