por PEDRO RAMOS DE TOLEDO*
Comente el libro recientemente publicado de Marisa Bittar y Amarílio Ferreira Jr.
Es común, incluso entre los estudiosos de la historia soviética, perder de vista la dimensión titánica de lo que fue el experimento socialista ruso. Sólo cuarenta años separaron al naciente estado soviético de 1917, construido sobre los escombros de la Rusia de los zares, de la superpotencia atómica de Yuri Gagarin y Sergei Korolev, que lanzó, en 1957, la Sputnik, el primer satélite artificial puesto en órbita terrestre. En ese hiato, exploradores y explotados de todo el mundo asistieron -con grandes dosis de miedo y esperanza respectivamente- a la constitución de un Estado tejido en lo que Gramsci ya identificaba en diciembre de 1917 como “la voluntad social, colectiva (de los hombres)” de que “ comprender los hechos económicos, y juzgarlos y adaptarlos a su voluntad” (Gramsci, 2011[1917]:56).
Contradiciendo el estadismo característico de la socialdemocracia de su tiempo, el régimen bolchevique -en medio del hambre y la devastación de la guerra civil- impuso su voluntad sobre condiciones materiales absolutamente desfavorables, convirtiendo a Rusia en un enorme laboratorio utópico donde, simultáneamente con la sistemática construcción de un nuevo Estado, se realizaron esfuerzos sin precedentes para crear un nuevo “la vida cotidiana”, un nuevo ser, que superaría a la vieja humanidad burguesa en todas sus expresiones.
Sobre estos esfuerzos mucho se ha dicho sobre las intensas transformaciones que atravesó la sociedad soviética en varios campos: la colectivización forzosa de la tierra; la revolución cultural a finales de los años 20 del siglo pasado; la constitución acelerada de un inmenso proletariado; la fundación de un gigantesco parque industrial, entre otros. Sin embargo, resulta extraño que, frente a este inmenso proyecto que fue la experiencia soviética, poco sepamos sobre las políticas educativas que permitieron formar, en un espacio de tiempo muy breve, la mano de obra superespecializada necesaria para llevar a cabo realizar tales transformaciones. Casi no hay obras en portugués que se centren en el sistema educativo soviético y sus características.
Este vacío acaba de ser llenado con la publicación, por parte de Edufscar, del trabajo educación soviética, de Marisa Bittar y Amarílio Ferreira Jr. A partir de la asociación entre el análisis documental de fuentes primarias, desarrollado en el Instituto de Educación de Londres, y sus experiencias personales como estudiantes del Instituto de Ciencias Sociales de Moscú a principios de la década de 1980, los autores presentan al lector un panorama muy completo de el que fue considerado el sistema educativo más avanzado de su época. A través de doscientas páginas divididas en seis capítulos, seguimos una cuidadosa descripción de los diversos debates que guiaron la gigantesca empresa que fue la construcción del sistema educativo soviético, así como las reformas y transformaciones que sufrió, desde su fundación en 1917 hasta su desintegración del Estado soviético en diciembre de 1991.
La obra cuenta también, en sus anexos, con una traducción inédita del documento titulado “Lineamientos fundamentales para la reforma de la educación general y profesional”, aprobado por el Pleno del PCUS en abril de 1984; con el artículo “Ensayo sobre la concepción bolchevique de la revolución socialista”, publicado por los autores en la revista “Política Democrática”, en 2007; y con un álbum de fotos, que contiene decenas de fotografías que retratan la vida cotidiana de las escuelas soviéticas entre 1919 y 1981.
El primer capítulo, “La herencia del imperio zarista”, presenta una historia de las políticas educativas rusas previas a la revolución de octubre de 1917, desde las Reformas Pedrinas del siglo XVIII hasta los momentos finales de la autocracia zarista. Los autores muestran cómo la Rusia de los zares, presionada entre la eslavofilia y el occidentalismo, entre la tradición ortodoxa y los ideales de la Ilustración, acabó expresando esta tensión en sus propias políticas educativas: al mismo tiempo que fue pionera en la construcción de un currículo, no logró universalizar el acceso a la educación.
Un cuadro agudo de desigualdad social y regional limitó el acceso al aparato escolar y se configuró como un obstáculo ineludible para la autocracia rusa. Como señalan los autores, “(…) la herencia social proveniente de las relaciones feudales de producción y la propia mentalidad imperante sobre la necesidad o no de escuelas para los campesinos fueron obstáculos que impidieron transformar la educación escolar en un instrumento cultural de ascensión social” ( pág. 38). Incluso las reformas específicas que siguieron a la abolición de la servidumbre en 1861 y la reforma administrativa de 1864 no cambiaron fundamentalmente el grave cuadro de analfabetismo y exclusión escolar que caracterizaba el sistema educativo de la Rusia prerrevolucionaria.
El segundo capítulo, “Alfabetización y electrificación”, se refiere a los años que siguieron a la Revolución de 1917 hasta finales de la década de 1920. años posteriores al sistema educativo soviético. Bittar y Ferreira Jr. Entiéndase –correctamente– que Lenin consideraba inseparables dos de sus grandes proyectos: la electrificación y la erradicación del analfabetismo. Era urgente aumentar la capacidad productiva del joven estado soviético y esto solo podía lograrse mediante una inversión masiva en infraestructura e industria básica, así como la capacitación de los trabajadores rusos.
Lenin era plenamente consciente de la relación orgánica entre las bases materiales y la estructura educativa, entre electrificación y educación: “la electrificación servía para demostrar la necesidad de vincular el estudio al trabajo práctico” (p. 59). A partir de este binomio, Lenin, en 1920, plantea la cuestión fundamental del sistema educativo soviético y en el que se centrarán generaciones de pedagogos e intelectuales: qué estudiar y cómo estudiarlo. De los datos presentados por los autores, podemos concluir que, aunque menos conocido, el Plan para la Erradicación del Analfabetismo (Me gusta) no debe nada -ni en volumen ni en amplitud- a GOELRO: entre 1923 y 1939 se alfabetizaron 50 millones de analfabetos y 40 millones de semianalfabetos, además de haber elaborado la ortografía de más de 50 lenguas hasta entonces no escritas (p. 65 ) .
En el tercer capítulo, “Trabajo y activismo pedagógico”, los autores se centran en la influencia que tuvieron los pedagogos liberales en el pensamiento pedagógico soviético, en particular el trabajo de John Dewey, fundador teórico del activismo pedagógico. Se nos presenta la figura de Anatol Lunacharsky, primer comisario de la ilustración de la Rusia soviética, y de Nadezhda Krupskaya, comisionada adjunta de Lunacharski y fundadora de Komsomol, la Unión de la Juventud Comunista. Al frente del Comisariado de Educación, Lunacharski y Krupskaya buscaron establecer un programa pedagógico capaz de correlacionar orgánicamente una “educación humanista y un trabajo socialmente útil” (p. 73). La pregunta planteada por Lenin –qué aprender y cómo aprenderlo– recorre todo el capítulo, ya que guía los esfuerzos de Lunacharski y Krupskaya no solo por absorber las teorías liberales del mundo burgués, sino, sobre todo, por superarlas. La pedagogía marxista produciría de la escuela del trabajo “no al activista solitario, sino al activista colectivo” (p. 87).
Más que una escuela para el trabajo, la visión que propusieron los Comisionados de la Ilustración fue una escuela para la vida, que derribaría los muros que separan el aparato escolar del mundo social que lo rodea. Si bien dedican la mayor parte del capítulo a los años heroicos de la Revolución y sus personajes principales, Bittar y Ferreira Jr. no olvidemos nombres importantes de la pedagogía soviética y sus aportes, como Shatski y Pistrak.
En el cuarto capítulo, “Períodos y características de la escuela soviética”, los autores se dedican a dos temas: la periodización del sistema educativo soviético; y una descripción detallada de cómo funciona. El recorte utilizado por Bittar y Ferreira Jr. buscó resaltar las diversas transformaciones por las que atravesó la educación soviética en sus 74 años de existencia: la colocación de las bases de la pedagogía soviética (1917-1920); el establecimiento de la escuela socialista (1921-1930); la realización universal de la escuela primaria y secundaria (1931-1940); la restauración de posguerra (1941-1956); la reconstrucción de la escuela politécnica de educación general y el nuevo sistema educativo (1956 y después); y la universalización de la escuela secundaria (desde la década de 1960 hasta la reforma de 1984).
Esta periodización que presentan los autores es fundamental para brindar al lector un panorama histórico del desarrollo de sus características más llamativas. A partir de ahí se nos presenta una institución social masiva, marcada por un alto grado de uniformidad en los planes de estudios, materiales didácticos y métodos de enseñanza (p. 117). Desde una edad temprana, los estudiantes soviéticos fueron educados en un sistema funcional, integral y fuertemente colectivista que tenía poca tolerancia para el comportamiento individualista y egocéntrico.
De acuerdo con el principio pedagógico de una escuela para la vida, el sistema soviético también tenía una vasta red de dispositivos educativos: palacios de pioneros, museos, parques nacionales, polideportivos, bibliotecas, escuelas vocacionales, centros profesionales. Esta red operó en estrecha colaboración con las escuelas secundarias regulares, mejorando aún más la formación de la mano de obra de acuerdo con las necesidades económicas del Estado. El sistema de educación superior era polifacético: incluía colegios obreros, cursos vespertinos, técnico-profesionales y por correspondencia, que llegaron a albergar a más de la mitad de los estudiantes de toda la URSS en el año 1967-1968.
la formacion de intelligentsia el técnico-científico, por su parte, estaba a cargo de las universidades soviéticas, que “mantenían un riguroso y selectivo sistema de admisión” (p. 122). Este modelo, mientras produce rápidamente un nuevo intelligentsia ciencia, terminó por agravar las diferencias entre este grupo social y las grandes masas de trabajadores. Los autores finalizan el capítulo con un último apartado dedicado a las organizaciones estudiantiles vinculadas al PCUS y que sirvieron de peldaño para incorporarse a sus filas: los octubristas (niños de primaria entre 7 y 10 años), los pioneros (niños entre 10 y 16 años viejos y el Komsomol (jóvenes entre 16 y 27 años que asistían a la escuela secundaria y universidades).(129) La sinergia entre la escuela y las organizaciones estudiantiles fue un rasgo característico de la pedagogía soviética.
El penúltimo capítulo, “La reforma de 1984”, trata de la última gran reforma del sistema educativo soviético, iniciada en vísperas de la Perestroika e Glasnost en 1984. El capítulo comienza con un preámbulo en el que los autores contextualizan históricamente el escenario de crisis sistémica que atravesaba la URSS a fines de la década de 1980 y que daría lugar, bajo la presidencia de Mijaíl Gorbachov, a intentos de cambio político, administrativo y reformas sociales económicas – Glasnost e perestroika. La inclusión de este preámbulo no es casual: por un lado, permite entender la Reforma de 1984 como un elemento constitutivo de la respuesta que el Pleno del PCUS pretendía dar a las causas de la crisis que atravesaba la URSS: el burocratismo. , caída ininterrumpida de las tasas de crecimiento y de los indicadores sociales; estancamiento de la economía ante el gasto militar; y el aumento de la distancia que separaba a la economía soviética de las economías capitalistas, provocada, sobre todo, por la Revolución Técnico-Científica.
Por otra parte, reafirma la tesis de los autores, quienes defienden, en varios momentos de la obra, el papel central de la educación en el modelo político-económico del Estado soviético, su inseparabilidad de los rumbos de la nación: “un sistema escolar en total armonía con los objetivos estratégicos del Estado” (p. 199). Buscando reajustar el sistema escolar según el principio del “socialismo desarrollado” y también para atender las necesidades de los nuevos paradigmas productivos, la reforma de 1984 proponía cambios profundos en ese sistema. Entre ellos podemos mencionar el aumento de un año al ciclo primario; la revisión del volumen de contenidos de las disciplinas; actualización de materiales didácticos; valoración de la actividad docente; refuerzo de la formación ideológica y política de los estudiantes; foco en el uso de laboratorio y clases prácticas; introducción de la educación informática y el uso de computadoras modernas.
El último capítulo, “La revolución de las esperanzas y el resultado de la escuela soviética”, trata sobre el resultado de la reforma de 1984 y su importante papel en la disolución de la URSS. A riesgo de mermar la riqueza analítica de los autores, vale la pena destacar aquí dos factores fundamentales para comprender el desenlace de la reforma de 1984: La Revolución Técnico-Científica, que puso en tela de juicio el papel del sistema educativo soviético como formador de el trabajo militar cuerpo a cuerpo bajo el paradigma fordista de producción, destinado principalmente a las profesiones obreras; y las transformaciones engendradas por Perestroika de Gorbachov, cuyos intentos de democratización y desburocratización terminaron por reducir el poder centralizador del PCUS y sus organizaciones a nivel local. Bittar y Ferreira Jr. argumentan que la reducción del control central, la reformulación curricular que enfatizaba una formación más humanista y creativa, y el aumento de la autonomía docente terminaron por exponer las contradicciones de un sistema educativo autoritario, cuya uniformidad se garantizaba a partir de la capacidad del partido-estado imponer, desde arriba, currículos, modelos y formas de representación estudiantil que tenían poco en cuenta las particularidades regionales y los intereses individuales.
Según Perry Anderson, la perestroika, al reducir el poder central del PCUS a un punto de no retorno, terminó por sacar de la ecuación el único factor capaz de mantener sumergidas las fuerzas disgregadoras que llevarían, en 1991, a la desintegración del URSS y al final del gran experimento bolchevique de 1917 (Anderson, 2018:42). Lo mismo sucedió con el sistema educativo soviético: en ausencia del poder central del partido y sus organizaciones, varias insatisfacciones de los agentes escolares -padres, maestros y estudiantes- eventualmente afloraron y desbarataron un sistema escolar que mostró, quizás por primera vez, más dudas que certezas sobre su futuro. Según los autores, la Reforma de 1984 “sin querer allanó el camino para el rechazo de los preciados principios colectivistas que habían guiado la práctica educativa soviética durante 74 años” (p. 191).
Es seguro decir que educación soviética se convierte en una obra de referencia en el momento de su publicación. Esto no se debe sólo a la originalidad de su objeto o al vacío que cubre en los diversos campos por los que transita. Esta es una obra que presenta varias cualidades. Al proponer un trabajo introductorio cuyo análisis del objeto se extiende a lo largo de tres cuartos de siglo, se corre un gran riesgo de producir un análisis superficial, o incluso una descripción apresurada que no dé cuenta de los movimientos y transformaciones por los que pasa el objeto que se presenta. Bittar y Ferreira Jr. evitar este riesgo a través de una metodología cuidadosa, logrando presentar al lector, en un estilo de escritura claro y elegante, el desarrollo del sistema educativo soviético como un proceso histórico de mediano plazo, sin descuidar las diversas rupturas y contradicciones que componen este movimiento. Tal logro es impresionante dados los límites físicos de la obra, lo que se explica por el innegable dominio que los autores demuestran sobre el tema, pulido por años de reflexión.
Cabe señalar, por otra parte, que algunas cuestiones que parecen, bajo pena de los autores, ser tomadas como un punto pasivo, siguen siendo debatidas por los historiadores del período heroico de la Revolución Rusa. Es bien conocida la estima de Lenin por Lunacharski, sin embargo, este apoyo no siempre se extendió a la política del Comisario al frente de NARKOMPROS. Al principio, Lenin se puso del lado de él, en 1920, cuando los miembros del comisariado de economía presionaron por una política educativa esencialmente politécnica (Fitzpatrick, 1977: 14). Dos años más tarde, el líder revolucionario asignó cuantiosos fondos a Alexi Gastev, el principal impulsor del fordismo en suelo soviético y frecuente crítico de la política de educación humanista propuesta por NARKOMPROS (Bailes, 1977:381).
Esta ambigüedad en la relación entre Lenin y Lunacharski no existe en la exposición de los autores. Una segunda salvedad se debe quizás a una elección editorial: la lectura de la obra termina por alargarse, en ocasiones, ante la gran cantidad de términos y conceptos que se presentan a lo largo del texto sin mayor explicación. Esto obliga al lector a regresar a pasajes anteriores para resolver dudas y confusiones. Con cierta sorpresa encontramos un Glosario de la educación soviética al final del penúltimo capítulo de la obra. El reposicionamiento de este glosario como nota introductoria contribuiría en gran medida a una lectura más dinámica y fluida, sugerencia que se hace para ediciones posteriores.
Sin embargo, se trata de cuestiones menores que en modo alguno eclipsan la relevancia del trabajo. Incluso los momentos más descriptivos de la obra son bastante placenteros. Sin abandonar el rigor científico y desde un objeto que podría ser “árido”, los autores nos presentan una historia del sistema educativo soviético que, en sus logros y decepciones, nos invita a abandonar las pretensiones de imparcialidad. Es difícil no involucrarse con el futuro soñado por los ideólogos y pedagogos responsables de una de las mayores experiencias educativas jamás vistas, un futuro que buscaba cumplir una promesa que resuena en el corazón de todos los socialistas: la construcción de una sociedad emancipada. humanidad.
Dejamos aquí una última impresión personal como apéndice a esta reseña: la lectura de educación soviética también está puntuado con algo de tristeza, una nostalgia por lo que podría haber sido. Mientras leíamos, recordamos en varios momentos la lectura de la obra Exige lo imposible, por Tom Moylan. Allí, Moylan, bajo la influencia de la obra de Ernst Bloch, propone un nuevo concepto para pensar la utopía: “utopía crítica”, que rechaza la definición habitual de imposibilidad y la define como un “sueño”. Este giro permite pensar la utopía ya no desde la lógica positivista-pragmática de la realización, sino en el movimiento dialéctico de su construcción. Dados los límites epistemológicos que separan las obras -Tom Moylan es un estudioso de la literatura utópica contemporánea-, el concepto de “utopía crítica” sirve como clave interpretativa para entender la historia del sistema educativo soviético como un vasto experimento utópico que, en su realización en el mundo concreto de los hombres, encuentra obstáculos, fracasos y éxitos, transformando la sociedad soviética al mismo tiempo que es transmutado por ella y acumulando, por tanto, varias contradicciones que constituyen el motor de su movimiento hacia el sueño: el activismo estudiantil restringido ; colectivismo autoritario; enseñanza socialmente reconocida y mal pagada; democratismo centralizado; cooperativismo competitivo; educación superior meritocrática.
Bittar y Ferreira Jr., a través de su rico análisis, nos guían por la historia de un proyecto utópico de proporciones inéditas que no encontró, en su desarrollo, tiempo para resolver sus propias contradicciones, desapareciendo junto con la experiencia socialista que lo creó. La “Educación soviética” no sólo triunfa por su originalidad, sino que abre ricas posibilidades de diálogo entre los campos de la sovietología, la educación y, además, los estudios utópicos.
*Pedro Ramos de Toledo es candidato a doctorado en historia en la USP.
referencia
Marisa Bittar y Amarilio Ferreira Jr. educación soviética. San Carlos, Edufscar, 2021.
Bibliografía
ANDERSON, Perry. Dos revoluciones: Rusia y China. ed. Boitempo, São Paulo, 2018.
GRAMSCI, Antonio. “La Revolución contra el Capital”. In: COUTINHO, Carlo Nelson. (org.) Lector de Gramsci: Textos seleccionados: 1916-1935. ed. Civilización Brasileña, Río de Janeiro, 2011.
MOYLAN, Tom.Exige lo imposible: la ciencia ficción y la imaginación utópica”. Peter LangEd. Nueva York, 2014.
FITZPATRICK, Sheila. “Lunacharski y la Organización Soviética para la Educación y las Artes (1917-1921))”. Editores Siglo Veintiuno de España, Madrid, 1977.