La educación ante la alarma ecológica

Imagen: Matheus Viana
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por LEONARDO BOFF*

La crisis ecológica global y la necesidad de un nuevo paradigma de relación con la Tierra

1.

No importa cuántos negacionistas haya, no se puede negar el hecho de que la Tierra y la humanidad han cambiado. En primer lugar, se da por sentado que un planeta pequeño con bienes y servicios (recursos) limitados como la Tierra no puede soportar un proyecto de desarrollo/crecimiento ilimitado, el motor teórico y práctico que puso en marcha toda la modernidad. Se trata del conocido Sobregiro de la Tierra (El sobregiro de la tierra).

Deep Seek de China, la plataforma más avanzada y de libre acceso de todas, anunció la “insostenibilidad humana y la obsolescencia histórica del modelo económico neoliberal occidental”. Está destinado a desaparecer, por mucho que se prolongue la agonía con violencia, agresiones y guerras. Este anuncio dejó aterrorizados a los dueños de las grandes plataformas, quienes de un momento a otro, en total, perdieron un billón de dólares.

En otras palabras: la Tierra, considerada un superorganismo vivo, al sentirse sistemáticamente atacada por el modo como los occidentales han decidido relacionarse con ella y con la naturaleza durante los últimos tres siglos, explotándola al máximo en vistas a una acumulación ilimitada de riqueza material privada y lograda mediante la más feroz competencia, está reaccionando cada vez con mayor frecuencia.

Envía señales como una enorme gama de virus, bacterias, la última más universal, el coronavirus, eventos extremos como sequías severas, inundaciones devastadoras, erosión de la biodiversidad y, últimamente, incendios, inaugurando, además del actual Antropoceno y Necroceno, una nueva era geológica, quizás la más peligrosa, el Piroceno (la era de rojo en griego, de fuego).

Pero la reacción más sensible y violenta de Gaia es el calentamiento global. No vamos a encontrarlo. Ya estamos dentro de ella. Lo acordado en el Acuerdo de París de 2015 fue reducir al máximo las emisiones de gases de efecto invernadero para no llegar a 2030 millones en 1,5.oC no fue respetada. La fecha se ha adelantado. El año 2024 fue el más caluroso de la historia conocida, alcanzando una media de 1,55ºC y en algunos lugares incluso 2ºC o más.

Los científicos reconocen: la ciencia llegó demasiado tarde. Ya no puede revertir este calentamiento. Como máximo, puede advertir de la llegada de fenómenos extremos y mitigar sus efectos nocivos. Ya no necesitamos de la ciencia para hacer esta observación: en todas partes están ocurriendo fenómenos extremos que nos hacen darnos cuenta de que el planeta Tierra ha perdido su equilibrio y está buscando otro. Este clima más cálido podría devastar gran parte de la biosfera y diezmar a millones de seres humanos incapaces de adaptarse a un clima más cálido.

2.

¿Cómo salir de esta crisis planetaria? No vemos otro camino realista que inaugurar otro paradigma en la relación con la naturaleza y la Tierra viva: buscar vivir ese valor presente en todas las culturas y al que he dedicado dos libros: “la búsqueda de la justa medida”: cuánto extraer de la naturaleza para nuestra subsistencia y cuánto conservarla para que pueda regenerarse y seguir ofreciéndonos lo que necesitamos para vivir.

Si el paradigma dominante fuera el de dominus, el ser humano, dueño y amo de la naturaleza, al no sentirse parte de ella y llevándonos a la actual crisis sistémica, ahora impone lo que el sentido común y la propia biología nos han enseñado: Frater (el hermano y la hermana). Todos los seres vivos tenemos el mismo código genético básico, como demostraron Watson y Krick en los años 50 cuando identificaron la fórmula para construir la vida, que nos convierte objetivamente en hermanos unos de otros.

Un paradigma así tendría el poder de crear una conciencia colectiva de que debemos tratarnos unos a otros, entre nosotros los humanos y con todos los demás seres de la naturaleza, como hermanos y hermanas. El cuidado, la cooperación, la solidaridad, la compasión y el amor formarían la base de esta nueva forma de habitar el planeta Tierra. Evitaríamos los riesgos de autodestrucción y crearíamos las condiciones para la continuidad de nuestra vida en este planeta.

De lo contrario, podremos conocer el camino que ya recorrieron los dinosaurios, quienes hace 67 millones de años no supieron adaptarse a los cambios de la Tierra y desaparecieron para siempre.

3.

Es en este contexto que urge enriquecer la educación con el valor del cuidado, con la ética de la solidaridad, con el sentimiento de amor hacia todos los seres y la iniciación en la espiritualidad natural. Como afirmaba Hannah Arendt: podemos informarnos durante toda nuestra vida sin necesidad de educarnos nunca. Hoy tenemos que educarnos de una manera adecuada a los cambios que se están produciendo. No se trata de tener la cabeza llena de todo tipo de información, sino de una cabeza bien hecha. Educar no es llenar un recipiente vacío sino encender una luz en la mente.

Como nos advierte la Carta de la Tierra: “Como nunca antes en la historia, nuestro destino común nos llama a un nuevo comienzo. “Esto requiere una mente nueva y un corazón nuevo”. Es decir: supongamos que la Tierra está viva y es nuestra Gran Madre; rescatar los derechos del corazón: el vínculo del amor hacia todos los seres y superar su uso utilitarista pues cada uno tiene un valor en sí mismo. Enriquecer la razón intelectual, tan desarrollada en la modernidad, con la sensibilidad del corazón que nos haga sentir verdaderamente hermanos unos con otros, con el imperativo ético de proteger y cuidar el patrimonio sagrado que es la Tierra, nuestra única Casa Común.

Entre otros valores, quiero destacar uno que a menudo se olvida: recuperar la espiritualidad natural. No es una derivación de las religiones, más bien beben de esta fuente que es más original. La espiritualidad natural pertenece a la naturaleza humana como la inteligencia, la voluntad, el poder y la libido.

La inteligencia natural se expresa a través del amor que no excluye a nadie, a través de la solidaridad, a través del vínculo emocional con todos los seres, a través de la compasión por los que sufren. Esta espiritualidad debe estar presente en las escuelas, desde la primera infancia. De esta manera no se formarán consumidores y usuarios de medios tecnológicos, sino ciudadanos conscientes, críticos, sensibles y profundamente humanitarios.

*Leonardo Boff es ecologista, filósofo y escritor. Autor, entre otros libros, de Cuidar nuestra casa común: pistas para retrasar el fin del mundo (Vozes). Elhttps://amzn.to/3zR83dw]


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