por DÉBORA TAVARES*
Reflexiones sobre un mundo en ruinas
La idea de que vivimos en una película o un libro distópico tiene un eco constante en nuestra realidad contemporánea. Y esto no ocurre por casualidad, ya que las condiciones materiales en las que vivimos parecen determinar las ideas que tenemos. En base a esto se puede hacer una buena reflexión a través del concepto de realismo capitalista, propuesto por Mark Fisher. Nos invita a pensar que no sólo vivimos en una distopía, sino que es algo más complejo y, sobre todo, contradictorio, pues la realidad es, de hecho, aún más degradante y limitante que muchas distopías literarias.
Así, el análisis de que la realidad supera la ficción puede entenderse mejor desde la perspectiva del materialismo histórico dialéctico, que permite ver esta “distopía capitalista” como resultado de procesos históricos y económicos en constante transformación. Como nos recuerda Bertolt Brecht, “En tiempos de oscuridad/ ¿También debemos cantar?/ También debemos cantar:/ Los tiempos de oscuridad”.[i] En otras palabras, en tiempos de crisis, la elaboración en arte y cultura parece ser una poderosa herramienta de reflexión y transformación. Parece que de aquí venimos de insertarnos en un cruel guión distópico.
Mark Fisher señala que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Esta afirmación refleja una condición en la que el capitalismo se ha naturalizado hasta el punto de convertirse en una “realidad ineludible”, lo que hace eco de los dictados neoliberales de Margaret Thatcher cuando afirmó que no hay alternativa al capitalismo –el renombrado acrónimo TINA (no hay alternativa), que impone la lógica supuestamente ineludible del capital.
Desde la perspectiva materialista dialéctica, esta naturalización se da debido a la hegemonía de la ideología capitalista, que impide la percepción de alternativas, al fin y al cabo, diría Marx “Las ideas de la clase dominante son, en cada época, las ideas dominantes”.[ii] De esta manera, el sentimiento de distopía aquí no es un futuro lejano, sino una condición presente y sistemática, en la que la capacidad misma de imaginar el fin del capitalismo está comprometida.
La distopía literaria, que a menudo expone regímenes opresivos y realidades deshumanizantes, sirve como una forma de crítica social y cultural. Sin embargo, el capitalismo rompe la conexión entre pasado y presente, creando una desconexión con el origen de las catástrofes y alimentando la ausencia de esperanza. Gregorio Claeys[iii] refleja que lo que parece irreal en la ficción resulta ser históricamente exacto, capturando perversiones extremas de la mentalidad que gobierna el capitalismo. Esto muestra que la ficción distópica nos ayuda a ver lo que la realidad ya es, pero a través de medios metafóricos.
Bajo el capitalismo, la ideología se convierte en un mecanismo de control que impide una crítica efectiva del sistema, reforzando la idea de que es natural e ineludible. Karl Marx desde el siglo XIX nos ayuda a comprender que esta ideología no es neutral: es una construcción histórica y, por tanto, puede –y debe– ser superada. Marx nos recuerda a lo largo de su obra cómo la educación, el trabajo e incluso la cultura están moldeados por esta ideología, que penetra todas las esferas de la vida social y elimina la esperanza de un futuro diferente.
Esta perspectiva analítica nos permite comprender que la sensación de despertar y encontrarnos con noticias distópicas surge de las contradicciones internas del capitalismo. Si bien este sistema promete cierto grado de progreso y bienestar para algunos (lo que Noam Chomsky llama “socialismo para los ricos, capitalismo para los pobres”),[iv] ya que el sistema engendra pobreza, alienación y destrucción ambiental para los marginados, a expensas de su explotación, y un mundo lleno de oportunidades sólo para quienes están en el poder. Gregory Claeys refuerza que la estructura de una narrativa distópica revela estas contradicciones y también expone hasta qué punto la estructura capitalista alimenta la desigualdad y la destrucción.
Otro aspecto recurrente cuando abordamos este tema de la distopía son los avances tecnológicos que, en lugar de promover la libertad, intensifican el control sobre los individuos. Walter Benjamín[V] nos recuerda que el progreso en el capitalismo sólo funciona para algunos: “Pero desde el paraíso sopla una tormenta que se ha enredado en sus alas y es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Esta tormenta lo impulsa irresistiblemente hacia el futuro, al que le da la espalda, mientras el montón de escombros ante él crece hacia el cielo. Lo que llamamos progreso es esta tormenta”.
Walter Benjamin nos recuerda que bajo el capitalismo, la tecnología se desarrolla y utiliza para consolidar el poder de las élites, no para humanizar y mejorar la comunicación entre comunidades. En la sociedad actual, la vigilancia y el control digital representan una nueva forma de alienación y opresión, un poder invisible que restringe la autonomía de los sujetos y que ahora produce más valor en formato de plataformas tecnológicas y oligopolios.
Así, la cultura en el capitalismo tardío también se convierte en un instrumento de control, ya que funciona como una superestructura institucional, que refuerza los valores de la infraestructura económica: explotación, desigualdad y ganancia. El entretenimiento masivo y la publicidad consolidan la statu quo, reforzando la ideología capitalista, de modo que obras distópicas como 1984 por George Orwell y Admirable nuevo mundo de Aldous Huxleu ya han elaborado esta reflexión en forma literaria, ya que los objetos culturales son una construcción que refleja en forma y contenido las relaciones de producción de la sociedad en la que son creados.
Entonces, en lugar de pensar que estamos inmersos en los pasillos del Ministerio del Amor de 1984, podemos reflexionar sobre el papel que juegan estas narrativas en un mundo en ruinas. La distopía desafía el sistema hegemónico imaginando realidades que rompen con los valores dominantes. Actúa como una herramienta imaginativa que permite un cambio de perspectiva y promueve la esperanza de romper con los valores actuales.
Al concebir el peor escenario posible (de ahí el término distopía, en griego “mal lugar”), la narrativa distópica nos invita a pensar en qué podemos hacer para evitar que ese escenario suceda. Esta función imaginativa es capaz de proyectar un resultado alternativo e igualitario, y quizás la literatura sea uno de los muchos otros espacios en los que podemos imaginar lo que el sistema considera imposible: el fin del capitalismo.
Por tanto, es necesario reiterar: no vivimos en una distopía, ya que la realidad supera a la ficción, precisamente por ser más cruel, contradictoria y, literalmente, real. La esperanza de una sociedad emancipadora se considera “ingenua” sólo porque el sistema actual bloquea nuestra capacidad de imaginar un futuro diferente. Sin embargo, es desde el análisis crítico y la movilización efectiva que podemos vislumbrar una realidad humanizadora, como sugiere Carlos Drummond[VI]: “entonces toca empezar de nuevo, sin ilusión y sin prisas, pero con la terquedad del insecto que busca un camino en el terremoto”.
*Débora Tavares Doctor en Literatura por la Universidad de São Paulo (USP).
Notas
[i] BRECHT, Bertold. Bertolt Brecht: Poesía: 60. São Paulo: Perspectiva, 2019.
[ii] MARX, Carlos. la ideología alemana. São Paulo: Boitempo, 2007.
[iii] CLAEYS, Gregorio. Distopía: una historia natural. Oxford: Prensa de la Universidad de Oxford, 2018.
[iv] POLYCHRONIOU, C.J. “Socialismo para los ricos, capitalismo para los pobres: una entrevista con Noam Chomsky”. Truthout, 11 de diciembre de 2016, https://truthout.org/articles/socialism-for-the-rich-capitalism-for-the-poor-an-interview-with-noam-chomsky/.
[V] BENJAMÍN, Walter. “Tesis sobre el concepto de historia”. En: Magia y Técnica, Arte y Política. Ensayos sobre literatura e historia de la cultura - Volumen 1. São Paulo: Brasiliense, 2012.
[VI] DRUMMOND, Carlos. Autorretrato y otras crónicas. São Paulo: Récord, 2018.
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