La desdemocratización brasileña

Pedro M Bernardes - Vilma, Eres Bucólica
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por Rodolfo Palacio Días*

Se acabó la democracia en Brasil. Las instituciones, anacrónicamente, todavía existen. Pero el escenario político está configurado de tal manera que hace ineficaz cualquier comportamiento democrático.[i]

Mucho se ha discutido y se está discutiendo sobre el golpe parlamentario ocurrido en Brasil en 2016 y sus implicaciones, buscando en este (y en otros) fenómenos políticos específicos el origen de los problemas contemporáneos. Sin restar importancia a los grandes acontecimientos y sus evidentes impactos, trato de observar fenómenos de menor impacto inmediato, pero que acumulados tienen un resultado de gran magnitud en la reconfiguración del escenario político. Señalar una dirección en un proceso histórico dado.

Cuando hablo de desdemocratización, busco llamar la atención sobre el carácter procedimental de la deconstrucción de un régimen político, resultado de una acumulación de fenómenos producidos por contradicciones en las estructuras políticas de una determinada sociedad. La desdemocratización es lo opuesto a la redemocratización. Desdemocratización y golpe, en este sentido, apuntan a la misma realidad, siendo el primer término usado para entender el proceso más extenso y el segundo término usado para entender fenómenos específicos. Este texto, aun considerando la importancia de la segunda, elige la primera como unidad de análisis.

Robert Dahl y las condiciones para la estabilidad de un sistema democrático

En su libro "Polyarchy"[ii], entre los diversos elementos constitutivos de un sistema democrático y sus ejemplos históricos, el autor estadounidense hace observaciones sumamente relevantes sobre la posibilidad de mantener un sistema democrático. Primero, tal sistema no está dado; necesita ser construido. Y de la misma manera puede ser destruido. En segundo lugar, el mantenimiento de dicho sistema depende de condiciones políticas específicas. El autor sostiene la hipótesis de que, para que un sistema democrático se mantenga, es necesario que el escenario político se caracterice: a) por bajos costos de tolerancia política; yb) por los altos costos de la represión política.

La justificación establecida es relativamente simple: “Cuanto menores sean los costos de indulgencia, mayor será la seguridad del gobierno. Cuanto mayores sean los costos de represión, mayor será la seguridad de la oposición.(DALH, 1997, p. 37). Considerando un hipotético sistema político, si el líder del ejecutivo tiene una serie de impedimentos legales para movilizar el aparato represivo del Estado (quebrantar la legislación requiere costos), y si en la pérdida de un proceso electoral sólo dejará su cargo, esto ser una situación favorable al sistema democrático. Ahora bien, si no existieran impedimentos para que el líder del ejecutivo ejerza la coerción física, y si su derrota política no sólo significara su destitución, sino su encarcelamiento y muerte, esta situación sería sumamente desfavorable para un sistema democrático. En el segundo caso, sería racional que esta dirección rompiera con las reglas democráticas y luchara con todos sus recursos disponibles para mantener su posición.

Cuando hablo de la desdemocratización brasileña, sostengo que desde principios del siglo XXI en Brasil ha habido un aumento en los costos de la tolerancia política, proceso que está ligado a la disminución de los costos de la represión. Estos dos movimientos se pueden entender con el debate sobre la corrupción en el país.

La corrupción como debate contemporáneo

Un tema clásico de la teoría política, la corrupción ha sido discutida por filósofos, políticos y la prensa en el mundo occidental en una variedad de formas. En un nivel más teórico, pasando por Maquiavelo y pasando por “El Federalista”, el tema fue presentado por la oposición entre “interés público” e “interés privado”, con situaciones de corrupción (o degeneración) identificadas por la prevalencia del segundo sobre el primero.

Bajo la perspectiva neoliberal, este debate es bastante diferente. El economista John Williamson, famoso por acuñar el término “Consenso de Washington”, argumenta[iii] la liberalización como forma de combatir la corrupción. Según el autor, el problema de la corrupción sería un mal que afecta de manera especial a América Latina, aunque todos los países padecen este mal. En el argumento del autor, es interesante identificar dos aspectos. Uno, el axioma de las ventajas del libre mercado. En tal sistema de pensamiento, no hay exactamente una contradicción entre el interés público y el privado; por el contrario, la propia iniciativa privada produciría el bien público. Y dos, la proximidad que gana el término corrupción al término “fraude”. La corrupción no sería la prevalencia del interés privado sobre el interés colectivo, sino una mala conducta recomendada en un determinado sistema normativo[iv].

La consecuencia política de esta diferencia de concepción es la siguiente: la solución a la corrupción, en lugar de pasar por la opción política de alguien que represente más adecuadamente los intereses colectivos, pasa por la intervención activa de un sistema judicial que ordena la conducta de los individuos. . En esta situación, el poder judicial se reposiciona en la estructura social. Contrariamente a la evaluación de los federalistas, quienes observaron una naturaleza humana intrínsecamente mala[V], y la necesidad de un esquema institucional de pesos y contrapesos; Según la concepción actual, el poder judicial se eleva a la condición de poder moderador, poder que va más allá de la lectura fría de la norma, poder moralizador, pues combate el mal de la corrupción.

Esta perspectiva también se presenta, con algunos matices, en un artículo académico reciente de Sergio Moro, juez de la operación Lava Jato y exministro de Justicia en el gobierno de Bolsonaro. Bajo el título “Prevención de la corrupción sistémica en Brasil”[VI], Moro habla sobre la operación que lideró y analiza cómo reveló una estructura de corrupción sistémica en el país. No presentó una definición precisa del concepto de corrupción, pero es sintomático en el artículo observar la proximidad que tiene esta palabra con las palabras “soborno” (soborno) es un crimen". El juez presenta una visión integral del problema de la corrupción como una debilidad institucional y cultural de una determinada sociedad (MORO, 2018, p. 163), y delega la culpa en varios agentes estatales (y en ocasiones también empresarios, chocando un poco con los argumentos de Williamson) (MORO, 2018, p. 163). Y también refuerza que la solución al problema no puede venir solo del poder judicial (MORO, 2018, p. 162).

Sin embargo, el poder judicial, según Moro, viene asumiendo un papel protagónico en el combate a lo que denominará “corrupción sistémica” en la historia reciente de Brasil. Sería ella quien estaría consolidando el estado de derecho (estado de derecho) en el país en una posición reactiva. “El proceso judicial es solo una reacción contra la corrupción, por lo que el sistema judicial no puede vendar los ojos al crimen”.[Vii](MORO, 2018, p. 164). La corrupción aparece aquí íntimamente ligada a la idea de delito, de conducta que se aparta de las prerrogativas normativas que debe defender el sistema judicial. La reactividad del poder judicial será un elemento importante en la defensa de los procedimientos adoptados en los procesos anticorrupción, en la caracterización del poder judicial como un poder moderador neutral, y será discutida más adelante.

Creo que las perspectivas de estos dos ideólogos son suficientes para retratar la concepción predominante de la corrupción en Brasil a principios del siglo XXI: conducta que se desvía del patrón normativo. Estos comportamientos, que debían estar regidos por el sistema normativo, necesitaban ser respaldados por un poder judicial, que en este caso jugaría un papel en la consolidación del sistema normativo como patrón de conducta para los miembros de la sociedad.

Esta capacidad moralizadora del sistema judicial brasileño ha sido cuestionada durante mucho tiempo, incluso antes de la concepción neoliberal de la corrupción. El término “terminar en pizza” siempre se ha utilizado para revelar la incapacidad de este poder para desempeñar ese papel.

Si bien esta perspectiva moderadora del poder judicial guiaba a una serie de importantes agentes sociales, no existían condiciones materiales (operativas, equilibrio de poder con otras estructuras estatales, legitimidad social) que permitieran al poder judicial cumplirla. Es posible decir que a principios de la década de 2000 se hizo un gran esfuerzo para crear tales condiciones. Pero como se verá más adelante, cuando las condiciones se hicieron reales, lo que surgió no fue un poder moderador.

Poder moderador, reactividad y las fronteras de lo político y lo jurídico

A lo largo de la década de 2000, las instituciones judiciales (no solo el poder judicial, sino también la policía y el Ministerio Público) ganaron autonomía, recursos humanos (concursos) y técnicos (relacionados no solo con la inversión, sino también con la baja de las telecomunicaciones). Esto produjo en tales instituciones una voluntad activa de llevar a cabo el objetivo moralizador históricamente frustrado por parte del poder judicial.

Muchas operaciones se desencadenaron durante este período. Pero la mayoría de ellos estaban frustrados. Un ejemplo en este sentido fue la operación Satiagraha, que llevó a cabo importantes detenciones (Celso Pitta y Daniel Dantas son los más destacados), pero que no solo tuvo consecuencias positivas para el Poder Judicial. La destitución del jefe delegado de la operación en 2014, Delegado Protógenes Queiroz[Viii], es un elemento importante para evaluar un “fracaso” de esta operación.

Pero una de las investigaciones prosperó, la del medio titulada “Mensalão”. Este escándalo provocó diferentes reacciones. En el legislativo, a través de varios CPI's, y uno específico en el judicial, la denominada “Acción Penal 470”[Ex]. Presentada en 2007 y juzgada en 2012, esta pieza se convierte en un hito histórico por utilizar un nuevo modelo de interpretación jurídica conocido como “Dominio del Hecho” (o “teoría del dominio de la organización”). Todo juicio penal debe establecer un nexo de causalidad entre la “conducta del acusado” y el “resultado” a través de la prueba. Tal doctrina flexibiliza la necesidad de la prueba para establecer este nexo valorando la simple presencia del imputado en posiciones jerárquicas en la organización en la que se habría producido el delito. ¿Hasta dónde se puede llevar esta relajación?[X] es objeto de un intenso debate jurídico. Pero en términos prácticos, el surgimiento de tal doctrina representa un fortalecimiento de la discrecionalidad del juez que podría, según los casos, flexibilizar más o menos esta necesidad de prueba (dado el carácter novedoso e impreciso de la aplicabilidad de la doctrina en Brasil).

Estamos en, en 2012[Xi], con un conjunto de instituciones jurídicas dotadas y fortalecidas, y con un dispositivo normativo sumamente flexible para la condena de los “delincuentes corruptos”. ¿Podría esto haber generado una superpotencia moderadora en el país? La respuesta a esta pregunta puede dar lugar a divagaciones largas, imprecisas e inútiles. Lo que importa es que no sucedió.

Quizás por algunas predisposiciones políticas por parte de algunos jueces. Pero principalmente por la falta de condiciones políticas para que el poder judicial se eleve tanto frente a otras fuerzas sociales (principalmente frente a las que hay que combatir). Había elementos materiales y organizativos, así como un nuevo dispositivo legal que posibilitaría la acción anticorrupción, pero no fue suficiente. Era necesario obtener el apoyo popular. El hastío del procedimiento normativo no encendió las fuerzas sociales hacia el gran objetivo de limpiar de corrupción al país. Se necesitaban otros recursos, otras prácticas, otras articulaciones. El poder judicial brasileño ha abandonado el carácter reactivo propio de las organizaciones burocrático-legales. La lucha contra la corrupción ya no es una reacción a multitud de hechos delictivos. Se convirtió en una actividad, una meta a alcanzar, una misión. Como acción, no como reacción, tenía que planificarse. No podía "aplastar" a personas que podrían ser importantes más adelante. La neutralidad legal ya había demostrado ser ineficaz. No era posible golpear a todos, era necesario apuntar a esos enemigos estratégicamente definidos.

Esto no es una criminalización de la política, sino una politización de la justicia. Lejos de instituciones neutrales y reactivas, que se mostraron débiles e incapaces de realizar el gran objetivo moralizador del país, se necesitaba una justicia que hiciera el cálculo político y actuara directamente en este campo para lograr su gran objetivo en la estructura social.

Al hacerlo, lo que surgió no fue un gran poder moderador. Los sectores de las instituciones jurídicas que se embarcaron en esta misión trascendieron el estatuto jurídico-político de las organizaciones burocráticas de justicia y constituyeron relaciones asociativas que asentaron sus pies en el propio campo político. Y, por eso, dejaron de ser burocracias legales y se convirtieron en partido.

El Partido de la Prensa Judicial

Muchos politólogos se horrorizarán ante el uso del concepto de partido político para estas relaciones asociativas que estoy definiendo aquí. Esto por dos razones. Primero, porque no es una organización formalizada. Segundo, porque no se ha presentado a elecciones (al menos no hasta ahora).

Considero válidos estos argumentos, y por ello, desde un principio, destaco que el concepto de partido que aquí se va a trabajar es bastante flexible.[Xii]. Pero considero válida su aplicación por dos razones. Primero, aunque no tiene una organización formal, existen organizaciones informales entre los individuos que pertenecen a ellas. En segundo lugar, que la forma de legitimación social de tales relaciones asociativas es mucho más propia de las organizaciones partidistas que de las burocrático-legales. Son estas dos dimensiones del “Partido da Imprensa Judiciária” las que serán analizadas aquí.

En cuanto a la dimensión organizativa de la asociación, comencé definiéndola como informal. Esto se debe a que se trata de una articulación entre sujetos presentes en una multitud de instituciones diferentes, y esta articulación trasciende las conexiones formales entre tales instituciones. La legalidad o ilegalidad de tales articulaciones seguirá siendo objeto de futuras investigaciones (académicas y penales). Aquí solo señalaré la existencia de algunas de estas conexiones a través de indicadores.

Son relativamente invisibles. No se podría mostrar todo, a riesgo de comprometer la engañosa apariencia burocrático-legal de los procesos. Esto trae grandes dificultades a su propia investigación.

Teniendo en cuenta esta dificultad, hay dos indicadores que utilizo para desentrañar los vínculos de estas conexiones informales, aunque solo sea en la superficie de estas relaciones asociativas. Primero, las recientes filtraciones publicadas por el diario “The Intercept” de conversaciones de WhatsApp, y segundo, el resultado de la trayectoria de las acciones de los agentes. En cuanto al uso del segundo indicador, identificaría la causa a través de su efecto. Si bien no detalla las interconexiones, son indicadores de lo que “sería necesario para que tal evento ocurra”.

De este segundo tipo de indicador, es emblemática la escucha filtrada a la prensa de la conversación entre la entonces presidenta Dilma Rousseff y el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. Tal conversación habría tenido lugar el 16 de marzo de 2016 a las 13:32 horas. El mismo día de la conversación, el entonces juez Sergio Moro rompió la confidencialidad de dichas grabaciones, lo que derivó en varios artículos periodísticos en la prensa.[Xiii]. Si bien en estas conversaciones no se observaron hechos relacionados con los procesos judiciales, se difundió el audio que, si bien no contenía hechos ilícitos, fue fundamental para el juicio político que se desarrollaba ese año. Este hecho revela tres cosas importantes. En primer lugar, rompe con el argumento de la reactividad de los procesos judiciales anticorrupción. Esa fue una intervención activa del poder judicial en el campo político. Pero se rompe no sólo en el sentido fenoménico. No fue sólo un desliz, un error. Ese hecho revela articulaciones preexistentes que, sin ellas, tal hecho no sería posible. El hecho revela una articulación bien consolidada entre la Policía Federal, el juzgado federal de primera instancia y la prensa. Es plausible suponer la existencia de una articulación preexistente sumamente hábil entre estos tres elementos sociales dada la gran efectividad de tal acción (velocidad de circulación de la información e intenso impacto político)[Xiv].

El fenómeno, además de mostrar la falta de reactividad judicial y aspectos de la estructura organizativa del Partido Prensa Legal, también revela un tercer elemento: un recurso extraordinario de este partido. En 2016 aparece una fuerza política dotada de la posibilidad de ejercer “espionaje legalizado”. Un recurso tan innovador y eficaz altera no sólo un cierto equilibrio de poder (impeachment de Dilma). Altera el escenario político a partir de entonces, dada su eficacia. Tal recurso se convierte en un riesgo para todos. Se convierte en un recurso para ser utilizado e imitado por otros, legal e ilegalmente (tanto por empresarios, como en el caso de JBS, como por agentes de la sociedad civil contra el mismo Sergio Moro).

La legitimación del espionaje como recurso eleva los costos de la tolerancia en el escenario político, siendo así uno de los elementos del proceso de desdemocratización.

Respecto a las diversas filtraciones de “The Intercept”, destaco las instrucciones de Sergio Moro a Deltan Dalagnol sobre el orden de las fases de la investigación de “Lava Jato”[Xv]. Uno de los grandes argumentos que sustentan la reactividad del poder judicial es que sólo juzga un proceso producido por otros. Sólo lo activa el Ministerio Público. Tales conversaciones deconstruyen este discurso de la reactividad del poder judicial, ya que estaba participando activamente en la formulación del proceso. Además, también revela otro aspecto de la estructura organizativa del Partido Prensa Legal: inserta en él al Ministerio Público.

El último indicador analizado aquí, como no podía quedar fuera, es el juicio “Triplex” que resultó en el encarcelamiento de Luiz Inácio Lula da Silva en 2018. El elemento principal que revela es cuán profundamente está incrustado el Partido Prensa Legal en la Estructura judicial brasileña. Fue bastante elocuente entre la primera y la segunda instancia. La velocidad de juicio es una prueba en este sentido.[Xvi]. Esta velocidad no indica necesariamente un comportamiento ilegal, a diferencia de los anteriores. Sin embargo, revela la adhesión de cierta segunda instancia judicial federal (TRF-4) al proyecto político del “Partido da Imprensa Judiciária”. Esto contrasta con la falta de articulación entre la parte y la tercera instancia, especialmente con el Superior Tribunal Federal (STF). Aunque había personas allí con más adhesión al partido.[Xvii], esto no fue suficiente para realizar un proceso rápido y con el resultado deseado (condena)[Xviii]. De ahí la importancia de las medidas paliativas, como la aprobación de la prisión en segunda instancia. La función política de este debate era viabilizar la prisión como un recurso por parte del “Partido da Imprensa Jurídica”, además del objetivo específico de mantener a Lula en la cárcel.

Para cuestionar el carácter de este juicio de Lula, no haré aquí un análisis jurídico. No podría emitir opinión sobre el sustento del nexo de causalidad establecido en la sentencia Moro[Xix]. Haré aquí un análisis político. Comienzo con la siguiente pregunta: ¿sería posible, en 2017, después de todos los enfrentamientos públicos que se produjeron, que Moro exonerara a Lula? Cualquiera que haya vivido en ese período histórico tenderá a responder negativamente a esa pregunta. Cómo reaccionarían miles de personas con la pegatina “Yo apoyo Lava-Jato”[Xx] en sus autos si Sergio Moro declaraba inocente al líder del Partido de los Trabajadores? No se sabe, pero este riesgo no existía. Lula pasó por un proceso de deconstrucción de su imagen pública durante varios años, y una absolución por parte de la dirección del PT revertiría todas las direcciones de la dinámica política del período. Aparte del sentido legal, no tenía ningún sentido político que Lula fuera absuelto. Lula perdió. Y perdido en la arena política. Y esta pérdida en la arena política resultó en prisión.

Esto no sólo altera las condiciones de Lula. Todos los presentes en la escena política pueden razonablemente considerar que enfrentan el mismo riesgo. La amenaza de prisión puede ser la explicación del comportamiento de muchos actores políticos que seguirán.

Cuando la prisión se convierte en un recurso político disponible para un actor dado, los costos de la tolerancia aumentan dramáticamente.

La desdemocratización se trata no solo de aumentar el costo de la tolerancia, sino también de reducir los costos de la represión. En cuanto a la segunda tendencia, es necesario analizar la justificación de la legitimidad del “Partido da Imprensa Judiciária”. Usando la terminología weberiana, apoyo la naturaleza partidista de esos miembros porque la legitimidad de las acciones de estos miembros se basa menos en una base racional-legal y más en una base afectiva.

Para empezar a sustentar este argumento, vuelvo a recurrir a las pegatinas de “Apoyo a Lava-Jato”. ¿Qué operación legal necesita apoyo de la población y estructuración propagandística? Esas pegatinas debían producirse y distribuirse. Salvo que considere tales pegatinas como un hecho fortuito completamente ajeno a la actividad concreta de Lava-Jato, fruto del voluntarismo azaroso de determinados sujetos dispersos, me veo en la obligación de situar este modo de legitimación como un componente concreto de la actividad del Poder Judicial. Partido de prensa. Considero más plausible la segunda hipótesis.

¿Cómo sería posible demostrar tal carácter afectivo? Si estuviera aquí escribiendo un texto académico, destinado a convencer a una comunidad académica, sería necesario traer una investigación de opinión empírica. Esta sería una investigación muy interesante, como se pronuncian los militantes del Partido de la Prensa Judicial respecto a su vínculo con los documentos legales.

Pero como se trata de un texto más periodístico, destinado al convencimiento individualizado, le pido al lector que pruebe mi argumento por sí mismo. A los que se oponen a Lava-Jato, les pido que reflexionen sobre las conversaciones que tuvieron con los defensores. La mejor manera de verificar el argumento es visualizando las reacciones de tales individuos cuando se confrontan sus ideas. ¿El diálogo que se desarrolla es un argumento racional-formal, sustentado en elementos presentes en documentos jurídicos? ¿O cae en la dimensión moral, y surge directa o indirectamente la idea de “enemigo”? Para aquellos defensores de “Lava-Jato” que estén leyendo este texto, les hago la siguiente pregunta: ¿el malestar al leer argumentos tan críticos se siente más en la cabeza o más en el estómago?

Hablando de experiencias subjetivas como forma de sustentar el argumento, presento aquí la mía. Como ciudadano de Curitiba, que vive a pocos metros del Tribunal Federal, no pude escapar de esta dimensión absolutamente afectiva al pasar frente al edificio y, durante años, ver el campamento de individuos vestidos de verde y amarillo, sosteniendo ininterrumpidamente una proceso judicial.

El vaciado de elementos racionales en la fundamentación de las acciones anticorrupción se puede observar claramente en el famoso Power-point del Ministerio Público, que supuestamente “probaba” la centralidad de Lula en los esquemas de corrupción.[xxi]. Esa figura, estableciendo flechas entre bolas sin conexión lógica, solo tendría sentido en la mente de alguien fuertemente conectado emocionalmente con el proyecto anticorrupción. El papel de los sentimientos aquí debe notarse no solo en la mente de los miembros del partido, sino también en la de sus organizadores. Si los miembros del Ministerio Público vieron algo de sentido en eso, significa que los organizadores del partido estaban guiando su comportamiento en base a sentidos afectivos, no en sentidos racionales.

Por eso, sostengo que la base para legitimar la lucha contra la corrupción en Brasil estuvo sustentada más en relaciones afectivas que en relaciones racionales-jurídicas. ¿Cuál es el carácter de tales relaciones afectivas? Considero dos relaciones afectivas importantes en este proceso de legitimación.

El primero, clásico en el debate de Weberiando, es la legitimación carismática. Sergio Moro puede ser considerado un líder carismático, teniendo en cuenta que esto no indica gran capacidad oratoria ni excepcionalidad intelectual. A menudo es lo contrario. Esta es la razón por la cual la relación carismática es vista de manera tan extraña por quienes están fuera de estas conexiones. El vínculo carismático se establece por la relación afectiva, irracional, explosiva entre líder y masa. El aspecto carismático puede ser estudiado a través de la profusión de “memes” que sustentaron tal figura.

Pero hay otra relación afectiva, que me atrevo a catalogar como más importante para los acontecimientos políticos futuros. El sentimiento de odio. Se llevó a cabo la construcción de un enemigo público. Un objetivo anticorrupción genérico no fue suficiente para movilizar a la población. Era necesario señalar a ciertos corruptos. El partido establecido en el gobierno federal se convirtió en el objetivo. Términos como “PTralhada” y “CorruPTos” se construyeron en la época, porque había que concretar al enemigo.

Propongo aquí que este segundo sentimiento prevalezca sobre el primero. El principal sentimiento que los guía es el odio. Más que idolatrar a un juez en particular, el odio a un partido político específico fue el sentimiento más llamativo, tanto que trascendió a los militantes del Partido de la Prensa Judicial y se incrustó en gran parte de las clases medias y altas de Brasil.

Al optar por el sentimiento de odio como vínculo afectivo para movilizar a sus militantes, esto tiene algunos efectos. En primer lugar, es necesario hacerlo crecer en la población. La articulación del poder judicial con la prensa, en este sentido, se vuelve fundamental. El problema es que tales sentimientos, si se cultivan correctamente, se extienden por todo el escenario político y son utilizados por otras fuerzas políticas. Tanto por parte de los opositores (los “izquierdistas” tienen este sentimiento elevado por el simple hecho de tener “odiada” su existencia) como por parte de terceros (que incluso pueden llegar a ser capaces de producir procesos catárticos más intensos en esta destilación de odio, como presentaré más tarde).

La peligrosidad de utilizar este sentimiento en la escena política es ampliamente discutida por Maquiavelo en “El Príncipe”. Su efecto en el escenario político brasileño reciente fue reducir los costos de la represión. Para todas las fuerzas políticas en este escenario, los costos simbólicos de la actividad represiva casi desaparecen. Cualquier cosa con los detractores se vuelve aceptable. De hecho, se hace necesario. Ni siquiera si Moro quisiera exonerar a Lula en 2017 podría hacerlo.

Por lo tanto, concluyo que el Partido de la Prensa Legal es organizado por la asociación extraformal de ciertos sectores judiciales de primera y segunda instancia, irradiando su influencia en algunos Ministros del STF, incluyendo también sectores del Ministerio Público, Policía Federal y vehículos de la gran prensa brasileña.

También definí que el Partido de la Prensa Judicial contaba con dos recursos políticos excepcionales. Espionaje y encarcelamiento legalizados. Tales recursos produjeron un aumento en los costos de la tolerancia en el escenario político brasileño. Para legitimar tales recursos se consolidó el sentimiento de odio en ciertos sectores de la población, lo que redujo los costos de la represión en este mismo escenario.

Estas fueron las ventajas del Partido de la Prensa Judicial. Sin embargo, éste adolecía de un defecto importante. La imposibilidad de lanzar candidato propio en 2018. En el futuro es posible que lo hagan. Pero en ese momento no fue posible. Esta limitación, combinada con dos resultados inesperados, ayudan a explicar lo que sucedió en Brasil en 2018.

La fiesta[xxii] Fascista

El uso del término fascista también es controvertido. Si tuviéramos que utilizar como criterio las declaraciones de los líderes gubernamentales, quizás el término más apropiado para la clasificación sería nazi. Pero dado el carácter más genérico del término fascista (aplicado no sólo en Italia, sino también en Portugal y España), además de su uso recurrente en los debates contemporáneos[xxiii], fue seleccionado.

No indica la aplicación de una política económica específica. No sería posible clasificar al gobierno de Bolsonaro por atributos económicos, pues la precipitación de un ministro (Paulo Guedes) podría cambiar por completo el rumbo de este sector. Tampoco es posible encasillarlo únicamente por una atribución nacionalista, dado el carácter dudoso de sus políticas económicas y el papel simbólico de su adhesión unilateral a Estados Unidos. Sería fascista porque constituye identidad entre simpatizantes a través de la diferenciación “amigo-enemigo”, estando este enemigo más definido en la relación derecha-izquierda que en la relación ciudadano-extranjero. Enemigos, en este sentido, es una clasificación que se aplica directamente a los compatriotas que difieren políticamente de la dirigencia.

El origen de esta posición política fascista en Brasil se remonta a mucho antes del período discutido aquí. Las reinterpretaciones históricas de la Escola Superior de Guerra[xxiv] y las controvertidas intervenciones de Bolsonaro en la prensa en la década de 1990 son indicativas de este origen. También es fundamental la cultura política conservadora que se ha desarrollado en Brasil desde la primera década del 2000, como lo muestran los trabajos de Di Carlo y Kamradt.[xxv], que correlacionan la cultura de la incorrección política con el ascenso político de Jair Bolsonaro.

Pero tal cargo aún no había sustentado la viabilidad electoral de obtener el cargo de Presidente de la República. Aunque sustentados en una fuerte base ideológica y una gran articulación en medios digitales, dos resultados inesperados del proceso de combate a la corrupción son bastante explicativos en el proceso de convertir una candidatura inicialmente desacreditada en una casi victoriosa en primera vuelta.

Primero, la lucha contra la corrupción se extendió a las fuerzas políticas más allá del PT. Si bien no llegó a los líderes del llamado “alto clero” en Brasil, hubo una fuerte deslegitimación de varios partidos. Tratado, en 2018, como “la vieja política”.

Como el Partido de la Prensa Judicial no podía lanzar su propia candidatura y los partidos tradicionales no producían candidaturas viables, era necesario apoyar la candidatura de una figura política marginada.

Pero, ¿por qué Bolsonaro? ¿Cuáles serían las convergencias que unieron a tales fuerzas políticas? Sostengo que el odio como sentimiento afectivo de legitimidad es lo que unió a las dos fuerzas políticas. Esta unión resultó de un segundo resultado inesperado en el escenario político de 2018, la supervivencia del PT.

El arresto de Lula en 2018 produjo efectivamente un intenso efecto catártico en aquellos involucrados en el sentimiento de odio contra el PT. Sin embargo, tal acción no produjo el resultado esperado, de “acabar con el PT de una vez por todas”. La viabilidad electoral del candidato del PT fue prueba concreta de la limitación del encarcelamiento como hecho político. Si hubo un efecto catártico extremadamente placentero entre quienes presenciaron el encarcelamiento, y si se comprobó la limitación de tal procedimiento, solo era un paso lógico para crear la idea del fusilamiento.

No se debe subestimar ese discurso de Bolsonaro[xxvi]. No ganó las elecciones de 2018 a pesar de esa línea, sino por eso (incluidas otras causas, obviamente). Una idea necesita tiempo para madurar. Tomó un tiempo legitimar el arresto de Lula. Como diría Milton Friedman, es necesario nutrir una idea (una crisis) por un tiempo hasta que deje de ser políticamente imposible y se vuelva políticamente inevitable.[xxvii]. Así fue con la detención de Lula. Se ha vuelto inevitable. Es posible que este sea el caso con la idea de disparar.

Hubo una confluencia, ya que los dos abordan el uso de medios directos de coerción física como una forma de tratar con los oponentes políticos. El Partido de la Prensa Legal propuso prisión, el Partido Fascista fusilamiento. Muchos en el primer partido inicialmente no estaban dispuestos a dar ese paso, pero en términos de base de apoyo de la población, esto podría cambiar dependiendo de la crisis que se enfrente en el futuro. Y, por supuesto, si el riesgo de recibir un disparo se convierte en una consideración en la escena política, los costos de la tolerancia se disparan. Así como, si tal propuesta (aunque sea en broma) es avalada electoralmente, los costos de la represión bajan drásticamente (se vuelve aceptable).

Sostengo que el Partido de la Prensa Legal apoyó al Partido Fascista en 2018 a través de tres indicadores. Primero, Awarded Delation de Antonio Palocci, publicado el 2 de octubre de 2018, cinco días antes de la votación de la primera vuelta (ocurrida el 07/10/2018). Injerencia directa en el proceso electoral contra la candidatura del PT. Acción que contrasta totalmente con la posición de la Policía Federal, que en noviembre de 2018 abrió una investigación contra los familiares del hijo del presidente electo y, según versiones, filtró información a los implicados.[xxviii]. Además de estos dos hechos, el tercero es aún más grave. Quizás en un acto fallido, el vicepresidente Hamilton Mourão admite que se prometió, durante la campaña, que Sergio Moro sería nominado para ministro del STF[xxix]. Estos indicadores, por supuesto, no son capaces de dar cuenta de todas las articulaciones que se produjeron entre bastidores en el escenario político. Quedan preguntas. ¿Cuándo estos partidos formaron una alianza? ¿Cuál es la intensidad de las relaciones? ¿Qué tan legales son? De todos modos, considero indicadores lo suficientemente fuertes como para al menos respaldar la afirmación de que en 2018 hubo una alianza entre el Partido de la Prensa Legal y el Partido Fascista.

¿Duró esta alianza? Para el lector en 2020, con la salida de Sergio Moro del Ministerio de Justicia y la detención de Queirós, quedará claro que la alianza se vino abajo. Pero sostengo aquí que los ataques del Partido Fascista al Partido de la Prensa Judicial comenzaron el primer día del gobierno de Bolsonaro.

El conflicto

Bolsonaro no es un tipo reconocido por sus atributos intelectuales. Sin embargo, su mera clasificación como imbécil no ayuda a comprender su comportamiento. Sostengo que se puede encontrar algo de racionalidad, por precaria y superficial que sea, en la mente de un tipo tan odioso. Si no lo fuera, es probable que ni siquiera hubiera llegado a la oficina del presidente.

Sostengo que, si hay alguna racionalidad en esa mente enferma, probablemente sea esta: “No dejaré que me hagan lo que le hicieron al PT”. Considero plausible que tal razonamiento pudiera haber surgido considerando que Bolsonaro fue un político activo en medio del proceso de juicio político, aunque todavía marginado. Probablemente observó a los actores e identificó ciertos peligros.

Los costos de la tolerancia aumentaron y los de la represión cayeron. Se plantearon nuevos riesgos en el escenario político, así como nuevas oportunidades. El PT, quizás por una creencia irresponsable en la neutralidad del poder judicial, quizás porque juzgó que eran demasiado débiles para hacerle frente al Partido de la Prensa Legal, aceptó todos los ataques dirigidos contra él. Por eso, en ese momento, el aumento de los costos de la tolerancia y la disminución de los costos de la represión no produjeron grandes fricciones en el funcionamiento de las instituciones. El gobierno de Bolsonaro apenas comenzaba. Comenzó bajo esta nueva coyuntura de costos crecientes de tolerancia y costos decrecientes de represión. A diferencia del PT, ajustó su comportamiento a estas nuevas condiciones.

Por mucho que fueran aliados, el Partido de la Prensa Judicial siempre sería un riesgo para los fascistas. Quienes delinquen tienen más razones para temer la prisión y, por lo tanto, sus costos de tolerancia son aún más altos. Son víctimas fáciles de un partido judicial (cuyas armas están especialmente diseñadas para combatirlos), y por lo tanto necesitan luchar con especial intensidad contra esta fuerza política.

Pero incluso si los fascistas estaban ansiosos por atacar, el Partido de la Prensa Legal, incluso con los medios, estaba especialmente paralizado frente a tal fuerza. Quizás por un autoengaño en relación a su posición en relación al proceso democrático (actúan con modestia en la preservación de las instituciones, aunque esta modestia no existió en momentos anteriores); pero muy probablemente de la cobardía intrínseca de su carácter. Son incisivos cuando atacan a las fuerzas políticas democráticas, no inclinados al uso de la fuerza física, pero cobardes frente a las fuerzas políticas dispuestas a usarla.

En cualquier caso, el inicio del gobierno del Partido Fascista estuvo marcado por una fuerte ofensiva y un frívolo acomodo por parte del Partido de la Prensa Legal. La ofensiva de los fascistas tuvo dos frentes, uno abierto y otro discreto.

La ofensiva abierta fue contra la prensa. Las condiciones de los periodistas en el cargo el 1 de enero de 2019 ya dejaban en claro cómo Bolsonaro pretendía tratar a la prensa convencional.[xxx]. Los ataques secuenciales a periodistas y medios de comunicación fueron una constante durante el gobierno[xxxi]. Esto fue posible porque el Partido Fascista, a diferencia del Partido de la Prensa Legal, no dependía de tales medios de comunicación para llegar a sus militantes. Por cierto, desacreditar los vehículos tradicionales parecía una estrategia interesante ya que su propia comunicación podía inventar la historia que quisiera sobre los hechos del gobierno. Di Carlo llama a esto la Matriz Bolsonarista[xxxii]. Esto produjo una gran autonomía para Bolsonaro, ya que no necesitaba instituciones para mediar en la comunicación.

La reacción de la prensa inicialmente fue medida de manera impresionante. Eran críticos con los ataques específicos de los que eran objeto, pero apoyaban aspectos muy significativos del gobierno, como las políticas económicas. A pesar de que fueron atacados abiertamente, fueron bastante moderados en su reacción.

La segunda ofensiva del Partido Fascista, más discreta, fue sobre el poder judicial. Logró desmantelar una parte significativa de las relaciones asociativas establecidas entre los miembros del Partido de la Prensa Judicial al destituir a la carismática dirigencia de su puesto tradicional. Embriagado por el éxito político, Sergio Moro consideró oportuno abandonar el cargo de juez y se convirtió en ministro. El éxito político es el mayor peligro para un político profesional. Bajo su embriaguez, es capaz de cometer los mayores errores.[xxxiii]. Seducido por el prefijo super, tal vez engañado por la posibilidad de aprobar proyectos de ley que dieran más autonomía al poder judicial, dejó su cargo en el poder judicial y, muy probablemente, desarticuló todo el conjunto de relaciones consolidadas hasta entonces (que eran informal). En esta coyuntura (de los primeros años del gobierno de Bolsonaro) las grandes operaciones pierden su centralidad en el escenario político y los nombres del partido (delegados, fiscales y jueces) pasan al fondo del escenario.

Solo Moro se mantiene en una posición central, pero siempre vinculado a la figura de Bolsonaro, quien como su jefe se impuso.

Aunque los ataques del Partido Fascista fueron constantes, el Partido de la Prensa Legal siempre actuó con moderación. La relación entre las dos partes recién se convertiría en guerra abierta el 24 de mayo de 2020, con la renuncia de Sergio Moro al súper (sic) ministerio de justicia.

La situación política que vivimos hoy es una guerra abierta entre estos dos partidos. Las críticas en la prensa convencional se intensificaron. Los operativos policiales han regresado. El clima político está marcado por amenazas y conflictos, que se suman a la crisis sanitaria que vive el mundo por el virus Covid-19. La resiliencia del partido fascista, así como su retirada, es bien tratada por Luis Filgueiras y Graça Druck[xxxiv]. El resultado de la guerra aún está por definirse. Pero ya se pueden hacer algunas consideraciones sobre las marcas que este proceso dejará en el escenario político.

Consideraciones finales

El desenlace del conflicto entre estas dos partes aún está abierto, y probablemente será rotundo. Pero independientemente de ello, el proceso de desdemocratización sigue su curso completo. Independientemente de quién salga victorioso, se encontrará con un escenario político en el que ya no es racional tolerar a la oposición, ni dejar de utilizar los medios de represión disponibles. La desdemocratización es la dirección que la historia reciente de Brasil viene tomando ininterrumpidamente, con una sucesión de fuerzas políticas dispuestas secuencialmente a dar el siguiente paso en este proceso.

Por eso digo categóricamente. Se acabó la democracia en Brasil. Las instituciones, anacrónicamente, todavía existen. Pero el escenario político está configurado de tal manera que cualquier comportamiento democrático se vuelve ineficaz, y sólo se hace efectivo el comportamiento antidemocrático. Así como pasó 1968 (AI-5) para que los brasileños se dieran cuenta de lo que pasó en 1964, todavía estamos por ver un evento que explique la magnitud de lo que pasó en 2016.

*rodolfo palazzo dias é Becaria posdoctoral en la UFRJ.

Notas:


[i] Este es un texto descriptivo, no explicativo. Hay dos fallas principales en este texto. Un análisis de cómo encaja esta coyuntura en la lucha de clases. Esto ya se está desarrollando en los trabajos de Armando Boito Jr (https://aterraeredonda.com.br/a-democracia-em-pedacos/), aunque incluiría la importancia de la lumpemborguesía en la base bolsonarista. Y también un análisis de la inserción de esta dinámica brasileña en el contexto internacional. Esta investigación está siendo propuesta actualmente en el grupo de investigación NESFI, presente en la UFSC, que trae una perspectiva de redes para estudiar las conexiones de grupos de reflexión internacionales con nacionales, mediadas por grandes organismos internacionales e instituciones universitarias y políticas de los países centrales. El presente texto fue discutido por este Núcleo. Y por eso agradezco a todos sus integrantes, y en especial a Ary Minella, Rodrigo Orlando Silva. También agradezco a Josnei Di Carlo por su cuidadosa lectura y recomendaciones.

[ii] DALH, Roberto. Poliarquía: Participación y Oposición. São Paulo: Editorial Universidad de São Paulo, 1997.

[iii] Williamson, J. (1990) Lo que Washington quiere decir con reforma política. En: Williamson, J., Ed., Ajuste latinoamericano: ¿Cuánto ha pasado? Instituto de Economía Internacional, Washington, 7-20.

[iv] No hago una caracterización detallada de la transformación del significado del término corrupción. Esta visión de la mala conducta se remonta a antes de la doctrina neoliberal. Los neoliberales no crearon tal perspectiva, incluso si la usaron. En Brasil, esta perspectiva es decisiva en el proceso electoral de 1960, cuando Jânio Quadros resultó victorioso. En el presente texto tomo sólo dos ejemplos históricamente muy distantes para establecer un contraste, para mostrar que existe la posibilidad de pensar la corrupción como algo diferente al significado actual.

[V] Un axioma fundamental de la concepción actual de la corrupción es la bondad intrínseca del juez. Porque él es el gran garante de la recta norma de conducta que debe llevarse a cabo.

[VI] Moro, SF Prevención de la corrupción sistémica en Brasil. Dédalo, v. 147, pág. 157-168, 2018.

[Vii] “El proceso judicial es solo una reacción contra la corrupción, ya que el sistema de justicia no puede hacerse de la vista gorda ante el crimen”.

[Viii] http://g1.globo.com/politica/noticia/2015/10/delegado-protogenes-e-exonerado-da-pf-pelo-ministerio-da-justica.html

[Ex] Una cronología de esto está sistematizada en: https://www2.stf.jus.br/portalStfInternacional/cms/destaquesNewsletter.php?sigla=newsletterPortalInternacionalNoticias&idConteudo=214544

[X] El extremo interpretativo sería la simple pertenencia a la organización como atribución de responsabilidad por la actividad delictiva, sin prueba que demuestre la actividad directa del sujeto sobre el hecho.

[Xi] Para un análisis detallado del proceso de transformación del sistema judicial brasileño desde 2003, recomiendo la lectura del siguiente artículo: KOERNER, Andrei. Poder judicial y moralización de la política: tres reflexiones sobre tendencias recientes en brasil. Pensar, Fortaleza, v. 18, núm. 3, pág. 681-711, diciembre. 2013.

[Xii] En este sentido, este concepto sería menos de Ciencia Política y más de Sociología Política (menos formal), para usar una distinción hecha por Giovanni Sartori. El partido aquí discutido no sería una “institución” consolidada, sino “relaciones asociativas” recurrentes, interesadas en obtener y ejercer el poder político.

[Xiii] http://g1.globo.com/pr/parana/noticia/2016/03/pf-libera-documento-que-mostra-ligacao-entre-lula-e-dilma.html.

[Xiv] Aquí considero a la prensa y al poder judicial unificados en un solo partido porque sus relaciones sustentaban mutuamente el ejercicio del poder político. Tanto la intervención pública dio legitimidad al poder judicial, como la dirección de acciones judiciales apoyó la caracterización de “enemigos” por parte de la prensa. En este proceso histórico se pueden observar algunas tensiones, pero hasta el momento histórico actual no existe un cuestionamiento efectivo (exitoso) de ninguna de las partes en relación con el comportamiento de la otra.

[Xv] https://theintercept.com/2019/06/09/chat-moro-deltan-telegram-lava-jato/.

[Xvi] https://www1.folha.uol.com.br/poder/2017/08/1912821-recurso-de-lula-foi-o-que-mais-rapido-chegou-a-2-instancia.shtml.

[Xvii] https://veja.abril.com.br/politica/in-fux-we-trust-disse-moro-a-deltan-em-mensagem-vazada/.

[Xviii] Los opositores a tal partido en el STF pueden identificarse a través de una encuesta de ministros que fueron difamados en las redes sociales durante el período. Las redes sociales digitales demostraron ser valiosos recursos de legitimación, aunque siempre estuvieron vinculadas a los vehículos oficiales de prensa. Tal articulación fue desmantelada en el proceso histórico y quien se apropió de estas redes sociales será otro partido, analizado más adelante en el texto.

[Xix] A pesar de que el término legal “relación de causalidad” ni siquiera aparece en la sentencia emitida por el juez. https://www.conjur.com.br/dl/sentenca-condena-lula-triplex.pdf.

[Xx] Estos adhesivos también son fuertes indicadores de la articulación organizativa práctica de dicho partido. Cualquier militante de partido conoce las dificultades organizativas, de diseño, logísticas que conlleva la producción y distribución de pegatinas. Por supuesto, esta es una actividad puntual, pero una actividad que se ha llevado a cabo. Para que existiera, se necesitaba alguna organización. El Partido de la Prensa Judicial trató de madurar esta organización existente a través de recursos de Petrobras, creando una fundación, pero este intento fue frustrado. (https://oglobo.globo.com/brasil/ Ministro-do-stf-suspende-fundacao-da-lava-jato-para-gerir-ate-25-bilhoes-da-petrobras-23525950).

[xxi] https://fernandorodrigues.blogosfera.uol.com.br/2016/09/15/conheca-o-powerpoint-usado-pelo-ministerio-publico-contra-lula/.

[xxii] También se flexibiliza la definición de partido aplicada aquí. En ese sentido, el PSL sería sólo una institución “incubadora”, para usar el término de Rodrigo Mayer. Que empolló el huevo de la serpiente.

[xxiii] Sobre este debate, es interesante el siguiente artículo: https://aterraeredonda.com.br/a-terra-e-redonda-eo-governo-bolsonaro-e-fascista/

[xxiv] https://cartacampinas.com.br/2020/05/professor-descobre-origem-do-bolsonarismo-e-diz-que-consequencia-sera-catastrofica-ao-brasil/?fbclid=IwAR313Da4uGRqTJG9cxPwopP-sX-gfwqrEfLTvIcWR3sZ5Nfrnbk_5bBQsHs.

[xxv] DI CARLO; KAMRADT. Bolsonaro y la cultura de lo políticamente incorrecto en la política brasileña. Teoría y Cultura. v. 13. norte 2. 2018.

[xxvi] https://exame.com/brasil/vamos-fuzilar-a-petralhada-diz-bolsonaro-em-campanha-no-acre/.

[xxvii] FRIEDMAN, M. Capitalismo y libertad. Chicago: Prensa de la Universidad de Chicago. 1982. pág. 7.

[xxviii] https://oglobo.globo.com/brasil/entenda-suspeita-de-vazamento-na-policia-federal-relacionada-flavio-bolsonaro-queiroz-24432339.

[xxix] https://valor.globo.com/politica/noticia/2018/11/01/moro-foi-convidado-para-ministerio-ainda-na-campanha-diz-mourao.ghtml.

[xxx] https://exame.com/brasil/jornalistas-relatam-serie-de-restricoes-em-posse-de-bolsonaro/

[xxxi] https://noticias.uol.com.br/politica/ultimas-noticias/2020/01/02/bolsonaro-fez-ataque-a-imprensa-a-cada-tres-dias-em-2019-diz-levantamento.htm

[xxxii] https://boletimluanova.org/2019/10/07/matrix-bolsonarista-para-a-acumulacao-sadica-do-capital/

[xxxiii] A esta embriaguez pueden atribuirse grandes errores en los comienzos de los gobiernos. Mensalão podría ser el gran error del PT en este sentido. La entrada de Moro en el gobierno de Bolsonaro también puede considerarse el gran error del Partido de la Prensa Judicial. Todavía debemos esperar las consecuencias antes de que podamos calificar las acciones de Bolsonaro como un error.

[xxxiv] https://diplomatique.org.br/a-mudanca-de-conjuntura-e-a-resiliencia-de-bolsonaro/?fbclid=IwAR0PbSkCkz5wXxYNrfz6_tCAxaVDOmc5Mc-kF5znpjKasCljvA_Ohu3uKoY

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