La derrota política de Sergio Moro

Imagen: Lara Mantoanelli
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por WAGNER ROMANO*

La conjunción política entre Lava-Jato y el cuartel fue notoria. Con Moro derrotado, el partido militar unificado, activo e indignado por los medios, busca una salida con Bolsonaro o con una alternativa a la derecha

La semana pasada, Jair Bolsonaro estuvo presionado por todos lados: una pandemia absolutamente descontrolada (que se agravó aún más en esta semana con un promedio diario de 3.000 muertos); Lula libre, candidato y haciendo política como nunca antes; carta amenazante de dobles de empresarios-economistas-banqueros-y-expresidentes del Banco Central; Arthur Lira presionando el semáforo amarillo y dando un mensaje explícito sobre el riesgo de juicio político; Doria marquetando con Butanvac…

Para salir de ese aprieto, el “mito” produjo la mayor crisis en el mando de las Fuerzas Armadas desde el enfrentamiento ocurrido en 1977 entre el presidente militar, general Ernesto Geisel, y el entonces ministro del Ejército, general Sylvio Frota. Allí, también, el enfrentamiento tuvo como telón de fondo la sucesión presidencial. Frota buscaba ser el próximo presidente general, representando la línea dura frente a la apertura “lenta, gradual y segura”. No es casualidad que ahora se presente una crisis de proporciones similares y que involucra también disputas internas en las Fuerzas Armadas, teniendo como tema el posicionamiento de las Fuerzas Armadas en gobiernos autoritarios.

¿Por qué Bolsonaro cambió al ministro de Defensa y a los jefes de las tres Fuerzas Armadas? La explicación más difundida es que exige manifestaciones públicas de apoyo a los mandos por su forma genocida de enfrentar la pandemia y también en sus enfrentamientos con gobernadores que de manera responsable han determinado o están considerando imponer restricciones a la circulación de personas en sus estados como una forma de combatir el Covid-19.

Esta “resistencia” de los mandos militares destituidos fue reportada por gran parte de los medios –que siempre cuentan con fuentes igualmente militares– como un componente del compromiso de los militares con la democracia y con la acción de las Fuerzas Armadas como política “de la Estado y no de gobierno".

especialmente el Organizaciones Globo enfatizan –a veces de manera más encubierta, a veces de manera más explícita– que la crisis entre Bolsonaro y los militares comenzó cuando Sergio Moro fue derrocado del poder en abril de 2020. Poco después de ese momento, Bolsonaro intensificó sus apariciones en los actos antidemocráticos de ese período en Brasilia. . Habría requerido el apoyo explícito de los mandos militares y esto le habría sido negado. Es también en este momento que Bolsonaro y sus animadoras chocan contra el STF.

Es cierto que la conjunción política entre Lava-Jato y el cuartel fue notoria. Sin Dallagnol y Moro como “héroes nacionales” no habría ambiente político para el bolsonarismo y, más que eso, para el retorno del sebastianismo verde oliva, en el que los militares rescatarían la dignidad de la nación brasileña, “contra la corrupción y comunismo”. Ella incubó el huevo de la serpiente. Esta conjunción ya era absolutamente visible en las manifestaciones de marzo de 2016 por el juicio político a Dilma Rousseff, ampliamente difundidas por los medios, en particular por la Organizaciones Globo.

Hoy se habla de un Bolsonaro que planea un autogolpe, pero el golpe se apoderó de las calles, las redes y las pantallas de Globo allá, todavía en 2016, con Moro y los militares como protagonistas. Bolsonaro ya estaba haciendo política en graduaciones militares en todo Brasil, con la bendición de los comandantes, pero aún estaba lejos de ser el centro de atención. Moro se indignó como un héroe nacional indiscutible, en el período poco después de las elecciones de 2014 a 2018.

Bolsonaro solo se consolidaría como el Mesías –el verbo que encarnaría como candidato a la articulación entre los lavados de autos y el militarismo nostálgico de la dictadura– en el período de la huelga de los camioneros, en mayo de 2018, aun cuando hubo la posibilidad de la candidatura de Lula, que dominó las encuestas. La culminación de esta conjunción se daría en la invitación a Moro a ocupar el Ministerio de Justicia y en la posterior bendición del general Villas Bôas a Bolsonaro en los días previos a su asunción.

Recordemos todo el incienso mediático sobre Moro cuando renunció y el más que forzado lanzamiento de su candidatura a la presidencia en 2022. Allí se consumó el divorcio entre los medios Lava Jatista y el bolsonarismo. Moro se presentó como la mejor alternativa a Bolsonaro.

Casi un año después de su caída, la derrota política de Moro parece completa con la decisión de la Sala 2 del Tribunal Supremo por sus sospechas. Fortalece la candidatura de Lula y debilita definitivamente el alineamiento de los militares con una aún posible, pero cada vez más lejana, candidatura de Moro en 2022.

La operación mediática que se desarrolla hoy busca eximir a los militares de la culpa de haber producido a Bolsonaro. Se está creando una separación ficticia entre militares “cerrados con Bolsonaro” y militares “cerrados con la Constitución”. En su momento de mayor caída de popularidad, se extendió el aislamiento de Bolsonaro y su perniciosa influencia en las Fuerzas Armadas.

Es cierto que los cambios promovidos en el ministerio dan aún más fuerza a esta versión de los hechos. Primero, Bolsonaro renuncia a Ernesto Araújo en Relaciones Exteriores. Sería un cambio evidente, salvo que este bochornoso mundial sea considerado uno de los intelectuales orgánicos del olavismo, el principal portador del discurso anticomunista y antichina que mueve el 15% del bolsonarismo de raíz. No fue casualidad que cayera disparando a la senadora Kátia Abreu -amiga de Dilma- acusándola de ser cabildera china del 5G en el Senado. Lo reemplazó Carlos Alberto França, exjefe de ceremonial de Planalto, quien nunca fue embajador en ningún país del mundo y quien fue ascendido a su nuevo cargo para que la política exterior siga siendo una extensión del gabinete de Eduardo Bolsonaro.

En segundo lugar, Bolsonaro trae al Ministerio de Justicia y Seguridad Pública a Anderson Torres, delegado de la Policía Federal, exsecretario de Seguridad Pública del Distrito Federal y exjefe de gabinete del diputado federal Fernando Francischini (PSL-PR). Amigo de la familia en un gobierno poco aficionado a la justicia, Torres parece apostar por el acercamiento de Bolsonaro a las fuerzas policiales, otro elemento del bolsonarismo de raíz, con quien tiene relaciones que se han tambaleado por los malos actos cometidos. en contra del servicio civil en general.

En tercer lugar, Bolsonaro consolida su alianza con Arthur Lira, con la llegada de Flávia Arruda (PL-DF) para comandar la liberación de las enmiendas parlamentarias en la Secretaría de Gobernación. Heredera de los votos de su esposo José Roberto Arruda, exgobernador del DF y acusado por corrupción, fue la diputada electa con mayor número de votos en el DF y presidió la Comisión Mixta de Presupuesto, designada por Arthur Lira en noviembre de 2020, cuando Rodrigo Maia seguía presidiendo la cámara.

Es interesante notar, por cierto, cómo geopolíticamente Bolsonaro sigue aislándose cada vez más, al traer al gobierno a políticos del Distrito Federal, o incluso a un canciller del mismo Palacio del Planalto.

Finalmente, la renuncia del General Fernando Azevedo e Silva y la reacción de los comandantes del Ejército, Armada y Fuerza Aérea. A hybris La campaña de Bolsonaro llega a su apogeo y abre el camino para una retirada táctica de la cúpula de las Fuerzas Armadas, que envía un mensaje de resistencia al autoritarismo bolsonarista al país, ya en un clima en el que experimentados periodistas como Mario Sergio Conti piden a los militares una Operación Valquiria contra Bolsonaro.

Surge el impasse y Bolsonaro busca ganar tiempo. Por un lado, busca fortalecerse con sus nuevos aliados y el mando de la Legislatura, con la derecha fisiológica conocida como Centrão, que lo apoyó en los cambios en el Ministerio de Defensa y en el mando de las Fuerzas Armadas. Por otro lado, como el legendario escorpión, tiene una naturaleza destructiva que le impide retroceder indefinidamente de su proyecto autoritario.

Si el liderazgo militar no está de acuerdo con un autogolpe de Bolsonaro, también parece poco probable que acepte un proceso de juicio político. Por mucho que tenga la carta de Mourão bajo la manga, sería demasiado arriesgado y traumático para los últimos responsables de esta desastrosa aventura para el pueblo brasileño.

La duda es sobre cómo se comportarán los militares con la profundización de la crisis sanitaria, económica y política. Parece improbable que vuelvan pasivamente a los cuarteles, después de tanto remar para recuperar su protagonismo en el Estado. También parece poco probable que se separen en 2022. ¿Cuáles serán?

De ahí que la tarea de la izquierda -con la que no estarán los militares- sea en este momento actuar en la lucha contra la pandemia y, al mismo tiempo, unificarse y fortalecerse. Se enfrentarán al partido militar unificado, activo e indignado por los medios, ya sea con Bolsonaro o con una alternativa a la derecha.

*Wagner Romao Profesor de ciencia política de la Unicamp y expresidente de la Asociación de Docentes de la Unicamp

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