por PAULO SERGIO PINHEIRO*
Tras cuatro años de prédicas y prácticas neofascistas, la sociedad y el Estado tendrán que definir cómo se puede ejercer la militancia en defensa de la democracia
Uno de los análisis más precisos del funcionamiento efectivo del régimen del Estado Novo en Brasil se encuentra en Brasil bajo Vargas (Russell y Russell, 1942), obra del filósofo y politólogo alemán Karl Loewenstein (1891-1973). Es al final de este libro –por cierto, dedicado a Thomas Mann y lamentablemente aún no traducido al portugués– que se propone un concepto innovador, en su momento, para caracterizar esa dictadura: “Reducida a los términos más simples de análisis, el régimen de [Getúlio] Vargas no es democrático, ni una democracia “disciplinada”; no es totalitario ni fascista; es una dictadura autoritaria, para la cual la teoría constitucional francesa acuñó el término personal del régimen”. Posteriormente, en 1975, en el Congreso Internacional de Historia y Ciencias Sociales, en la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp), el politólogo Juan Linz, de la Universidad de Yale, retomó el concepto de autoritarismo para caracterizar el régimen de la dictadura militar de 1964.
Pero Karl Loewenstein, además de producir una influyente obra sobre derecho constitucional, en 1937, cuando el nazismo estaba lejos de consolidarse, creó el término “democracia militante”. En dos artículos seminales, “Democracia Militante y Derechos Fundamentales(Democracia Militante y Derechos Fundamentales) I y II, examina cómo la democracia constitucional es capaz de proteger las libertades civiles y políticas, a través de las limitaciones de las instituciones democráticas, para contener el fascismo de la época. Para Karl Loewenstein, “la democracia y la tolerancia democrática están siendo utilizadas para su propia destrucción. Al amparo de los derechos fundamentales y el estado de derecho, la maquinaria antidemocrática puede construirse y ponerse en marcha legalmente”.
Lamenta “el formalismo exagerado del estado de derecho que, bajo el encanto de la igualdad formal, no considera adecuado excluir del juego a aquellas partes que niegan la existencia de sus reglas”. También advierte que la desobediencia a las autoridades constitucionales tiende naturalmente a desembocar en violencia, convirtiéndose la violencia en una nueva fuente de “emocionalismo disciplinado”, en el que se basan los regímenes fascistas. Y cita un ejemplo relevante de cómo pereció una democracia, precisamente por no contar con esta protección militante: “En la República de Weimar [en Alemania de 1919 a 1933], la falta de militancia contra los movimientos subversivos, aun cuando éstos eran claramente reconocidos como tal, se destacó tanto como un dilema de la democracia de posguerra como una ilustración y advertencia”.
El momento presente en Brasil
¿Por qué las reflexiones de Karl Loewenstein son relevantes para el momento actual de Brasil? Contrariamente a lo proclamado, las instituciones del Estado brasileño no funcionaron frente a la escalada de extrema derecha con contenido neofascista, encabezada por el Presidente de la República. Esta deconstrucción del estado de derecho contó con la complicidad de las Fuerzas Armadas y la inercia tanto de la Fiscalía General de la Nación, para perseguir los delitos de los que era responsable el presidente, como del Congreso Nacional, en especial de la Cámara de Diputados, que desconoció a más de uno. cientos de pedidos acusación.
La situación no es peor porque las elecciones presidenciales derrotaron al líder de la extrema derecha, gracias a la anulación, por el Supremo Tribunal Federal (STF), del proceso penal contra el entonces expresidente Luís Inácio Lula da Silva y su liberación de la prisión inicua, recuperando su derecho a presentarse como candidato – decisión que fue corroborada, en 2022, por el Comité de Derechos Humanos de la ONU, que reconoció la violación de los derechos del expresidente por parte del Estado brasileño, al negarle el acceso a un juicio justo proceso y la presunción de inocencia.
Sin embargo, la ex post de la elección nos deja con un escenario insólito de vehículos en llamas bloqueando vías y miles de ciudadanos rezando por la intervención militar a las puertas de los cuarteles. La autoridad que más actuó en la protección del estado de derecho y en la resistencia a este movimiento golpista fue el ministro Alexandre de Moraes, presidente del Tribunal Superior Electoral (TSE). Contrarrestó con firmeza los ataques de la extrema derecha antes, durante y después de las elecciones; defendió las máquinas de votación electrónica, enfrentó valientemente el litigio golpista, articuló la acción de la Policía Militar y la Policía Federal de Caminos contra los bloqueos de rutas, imponiendo multas y congelando bienes a los financiadores de los disturbios.
El 12 de diciembre, con la toma de posesión del presidente electo, el presidente del TSE no tenderá a actuar con tanta incisividad como lo hizo durante el último trimestre de 2022. Además de los bloqueos, como recordó Camila Rocha (Folha de São Paulo, el 3.12.2022), hay registros de vandalismo, saqueos, incendios, secuestros, la mayoría de estos casos en los estados de Mato Grosso, Rondônia y Santa Catarina, organizados y financiados por ricos empresarios que atentan contra la democracia, amparados en la impunidad generalizada de parte de las autoridades estatales.
Tras la elección de Luís Inácio Lula da Silva como Presidente de la República, siguieron y continúan los delitos contra la Ley de Defensa del Estado Democrático de Derecho (4.5.2021). Así, la sociedad y el Estado tendrán que definir, por tanto, cómo se podrá ejercer la militancia, en defensa de la democracia, tras la nueva era que se iniciará el 1 de enero de 2023.
Después de cuatro años de prédicas y prácticas neofascistas, es urgente reflexionar: ¿qué hacer para que, gradualmente, los brasileños que cayeron en esta trampa de la “intervención militar” y creyeron en la bravuconería del bolsonarismo puedan volver a ser ciudadanos republicanos?
*Paulo Sergio Pinheiro es profesor jubilado de ciencias políticas de la USP; ex Ministro de Derechos Humanos; Relator Especial de la ONU sobre Siria y miembro de la Comisión Arns. Autor, entre otros libros, de Estrategias de la ilusión: la revolución mundial y Brasil, 1922-1935 (Compañía de Letras).
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