por CARLA TEIXEIRA*
La estrategia de culpar a los partidos por la propagación del virus es una forma de distracción para confundir a la población
Desde los primeros síntomas de la pandemia del COVID-19, en los idus de marzo del año pasado, estaba claro que llegaría para todos. Si primero dentro de la élite que fue a Europa y trajo la peste, en un segundo momento, aún más implacable, masacró a la población pobre y necesitada que depende únicamente del Sistema Único de Salud (SUS) para recibir atención médica. A diez meses del inicio de las medidas restrictivas, sumamos la macabra cifra de casi 200 mil muertos y seguimos contando sin saber cuándo terminará esta matemática de muerte.
No cabe duda de que medidas como el distanciamiento social, el uso de mascarillas, el alcohol en gel y el simple hábito de lavarse las manos son eficaces para prevenir contagios graves y retrasar la curva de enfermos que sobrecarga los hospitales. No es una solución definitiva, sino paliativa hasta que llegue la vacuna y/o el medicamento. A pesar de los esfuerzos de los profesionales de la salud y de una parte civilizada y mínimamente informada de la población brasileña que toma muy en serio las medidas restrictivas, es un hecho que la mayoría de las personas no tienen la opción de permanecer aisladas.
El retraso en el pago de las ayudas de emergencia, el valor simbólico estipulado que no alcanza para mantener a una familia y la dificultad del gobierno para brindar apoyo económico a los micro, pequeños y medianos empresarios, generó desempleo masivo y la gente salió a la calle a trabajar o garantizar un cambio para su propia supervivencia. A los pobres les quedan las ingratas opciones: morir de Covid-19 o morir de hambre. Mientras tanto, la cantidad de autobuses que circulan dentro y entre ciudades ha disminuido significativamente. Las personas que ya estaban abarrotadas a diario se ven sometidas a situaciones aún peores con el transporte público abarrotado en horarios reducidos, por no hablar del mantenimiento del funcionamiento de las grandes fábricas y otras actividades consideradas esenciales. Espacios perfectos para la propagación del virus.
Para contribuir al infierno de la pandemia, el Presidente de la República (sic) -o capitán del caos- difunde desinformación, continúa la campaña antivacunación, provoca aglomeraciones y desincentiva el uso de mascarillas, manifestándose en contra de las medidas de aislamiento para “preservar la economía”. Pero, según los principales medios de comunicación, la culpa de la crisis y del aumento de muertos y contagiados la tienen las fiestas y la falta de adherencia de la población a las medidas de aislamiento. La prensa ataca a la población para no tener que señalar a los verdaderos culpables: el Presidente de la República y la Élite brasileña que lo apoya. Estos, sí, son los responsables de las casi 200 muertes que contamos y todas las demás que, por desgracia, seguiremos contando.
Si los medios corporativos albergaran realmente alguna preocupación por la salud de los ciudadanos, deberían estar discutiendo alternativas para incrementar la flota de buses en circulación y evitar la masificación en el transporte público; cómo garantizar una ayuda económica digna para que las personas puedan permanecer aisladas; cómo garantizar préstamos a interés cero o reducido a las empresas, evitando que quiebren y cierren sus puertas, como ha estado sucediendo en Brasil, lo que ha provocado el desempleo de miles, millones de personas. Y, lo más importante, cómo hacer una campaña de vacunación amplia y gratuita (¡lo antes posible!) para que el virus deje de propagarse y la gente deje de morir. Nines aparte de estos temas puntiagudos, todo lo demás es hipocresía y oportunismo.
La élite no quiere resolver el problema de la crisis sanitaria, sino solo garantizar sus intereses particulares a partir del ajuste económico neoliberal y la implementación de políticas de desmantelamiento del Estado. Es obvio que responsabilizar a un negacionista de la pandemia por resolver el problema de salud pública no va a funcionar. Pero a nuestra élite no le importa eso. A juzgar por el reciente artículo publicado[i] de Fernando Henrique Cardoso en defensa de la continuidad del gobierno de Bolsonaro, está claro que no habrá salida sin la presión del pueblo.
La falta de gestión de crisis es responsabilidad del Presidente de la República, pero el hecho de que él esté al frente de la gestión de crisis es culpa de nuestra élite reaccionaria y regresiva, formada por los multimillonarios que se enriquecieron a costa de los 200 vidas perdidas en nuestro país, por políticos neoliberales de derecha (FHC, Huck, Maia, Dória, entre otros), por los grandes medios corporativos y por la casta parasitaria de los militares que, en sinergia, permitieron que Bolsonaro llegara al poder y seguir siendo conniventes con su continuidad, y el consiguiente asesinato.
Es claro que la estrategia de culpar a los partidos por la propagación del virus es una forma de distracción para confundir a la población y no hacerles entender que la salida a esta crisis no es simplemente “quedarse en casa”, sino actuar políticamente para que no haya son condiciones de aislamiento social y vacuna para todos, sin excepción.
*Carla Teixeira es doctorando en Historia por la UFMG.
Nota
[i]https://oglobo.globo.com/brasil/annus-horribilis-1-24821188