La crítica marxista al electoralismo y al cretinismo parlamentario

Imagen: Ciro Saurio
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por ANDRÉ FLORES PENHA VALLE*

El poder del Estado es un poder de clase, no un poder independiente y neutral que se disputa, o se disputa parcialmente, cada dos años.

“Tal vez encuentre un cierto número de camaradas que piensan que una discusión sobre el objetivo final es solo una discusión académica. Yo sostengo, por el contrario, que no hay cuestión más práctica para nosotros como partido proletario revolucionario que la cuestión del objetivo final” (Rosa Luxemburgo, Discurso en el Congreso de Stuttgart del Partido Socialdemócrata Alemán).

La cuestión de la acción legislativa orgánica y la conquista de la máquina administrativa se relaciona con la problemática reformista del “ejercicio del poder” en el Estado burgués,[i]que guió la actuación de los Partidos Socialistas vinculados a la tradición de la Segunda Internacional en el siglo XX y que hoy predomina dentro de las organizaciones de izquierda.

La subordinación de la política, ideología y métodos de lucha y organización a objetivos electorales; y el confinamiento de la acción política en los límites de la institucionalidad burguesa, estos elementos constituyen obstáculos a la organización y lucha de los trabajadores por el poder político, traduciéndose en el abandono del objetivo revolucionario y la regresión del socialismo como un lejano “horizonte” o “utopía”. ".

En ausencia de un tratamiento teórico de la relación entre la lucha electoral y la lucha por el poder, que considere la función del Estado y sus efectos y límites en la lucha obrera, no es posible esclarecer los principios y objetivos generales que debe orientar el papel de los revolucionarios en las elecciones y en el parlamento burgués.

Dado que este desfase expone al movimiento obrero y popular a los vicios y desviaciones de la política burguesa, que se reproducen espontáneamente a través de la ideología difundida por el Estado y por la propia lógica de funcionamiento del sistema de partidos, buscamos sistematizar los criterios teóricos y políticos que brinda el marxismo, que debe servir tanto para orientar como para evaluar tácticas en el campo institucional, incluyendo la participación en elecciones y el desempeño de candidaturas de izquierda.

La ilusión del estado en disputa

El concepto de Estado es decisivo para la definición de la estrategia política, en tanto informa los medios de reproducción del orden existente y, por tanto, el camino más adecuado para el cambio social. Las diferentes concepciones que, a la derecha y a la izquierda, entienden el Estado a través apariencia o por forma, como representación del interés común (liberalismo), como conjunto de instituciones estructuralmente desprovistas de contenido de clase (reformismo), o como instituciones cuyo contenido de clase depende de la correlación de fuerzas en una determinada coyuntura (eurocomunismo), estas concepciones convergen en una estrategia política que tiene como principal objetivo la ocupación del aparato del Estado y el manejo de la máquina pública. Como no problematizan el papel social del Estado, que existe independientemente de la composición social de su cuerpo burocrático, estas concepciones imposibilitan la elaboración de una estrategia de cambio estructural del poder político, de la cual dependen todas las transformaciones sociales más profundas.

La función social de todo Estado es la organización de la dominación de clase. (Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Rosa, Gramsci, Mao).[ii]

Todo Estado es una dictadura de clase, un aparato especial de represión[iii] que actúa para garantizar las condiciones de funcionamiento de la economía y para impedir la revolución social. Bajo el capitalismo, el estado crea las condiciones ideológico para la explotación del trabajo asalariado y para la desorganización de las clases explotadas mediante derecho burgués y las normas que rigen su organización burocrática, o burocratismo. Por un lado, la igualdad jurídica establecida por la ley difunde el individualismo, que presenta la explotación del trabajo por parte del capital como una relación contractual libre entre partes iguales, impidiendo que los trabajadores se reconozcan espontáneamente como una clase explotada. Por otra parte, la organización burocrática basada en criterios de universalidad y meritocracia permite que el Estado se presente como representante de la sociedad en su conjunto y no sólo de la clase explotadora.[iv]

Esta ideología difundida por el Estado asegura las condiciones generales para la reproducción de la dominación burguesa, al enmascarar la lucha de clases y frustrar el desarrollo de lazos de solidaridad entre los trabajadores. De esta forma, el carácter de clase del Estado no reside en su instrumentalización directa por la burguesía, en favor de intereses corporativos e inmediatos, sino en su propia estructura y lógica de funcionamiento. El Estado no es un “vaso vacío” cuyo contenido depende de las fuerzas sociales que lo ocupan: a pesar de la presencia de un trabajador en la presidencia de la República o de militantes comunistas dentro del aparato burocrático, los mecanismos fundamentales que aseguran la reproducción de la sociedad en las clases siempre permanecen intactos.[V] En este sentido, el poder del Estado es un poder de clase, no un poder independiente y neutral que se disputa, o se disputa parcialmente, cada dos años.

Los trabajadores no pueden conquistar el poder político y vencer al capitalismo sin romper con la estructura jurídico-política que garantiza su desorganización política y la explotación del trabajo asalariado. El derecho burgués y el burocratismo constituyen obstáculos estructurales para una transición dentro del orden y excluir la posibilidad de una vía parlamentaria al socialismo. Esta estructura jurídico-política, que existe en cualquier etapa del desarrollo capitalista e independiente de cualquier especificidad nacional, hace que el Estado burgués esté necesariamente resguardado de los intereses político trabajadores, negando la posibilidad de cuestionar estos supuestos fundamentales. No es casual que el Estado burgués vete la participación de las organizaciones revolucionarias en el sistema de partidos, impidiendo la presentación de un programa que defienda abiertamente su destrucción y la subordinación de la burocracia al control popular para la socialización de los medios de producción, bajo sanción de pérdida del registro de votantes.[VI]

Entonces, ¿qué es lo que realmente se debate en elecciones y conflictos dentro del aparato burocrático del Estado?

Las disputas al interior de las instituciones estatales concentran las luchas económicas y los reclamos de las diferentes clases y fracciones de clase presentes en el escenario político. En el marco del Estado burgués, donde el poder político no está en manos de los trabajadores, la lucha de clases sólo existe en sentido estricto, mientras que conflicto distributivo que juega un papel reformador en el orden capitalista.[Vii] En general, lo que está en juego en las elecciones y en los conflictos dentro del aparato estatal es la disputa entre las clases dominantes sobre el contenido de la política estatal, especialmente la económica y la política exterior, que organizan y reflejan la hegemonía dentro del bloque de poder.[Viii] Desde el punto de vista de la clase obrera y las masas populares, restringida a reivindicaciones salariales, medidas de protección y ampliación de derechos, lo que está en juego es el contenido de la política social, que a su vez indica la configuración del apoyo popular al poder. bloque[Ex]

La distinción leninista entre la lucha económica y la lucha política es de fundamental importancia para la lucha revolucionaria, ya que delimita los objetivos y métodos de lucha y organización necesarios para el reemplazo de la clase social en el poder.[X] Mientras que la lucha económica por el salario, la vivienda, la seguridad social, la salud, la educación, por el reconocimiento y ampliación de los derechos civiles, etc., reclamación (es la autoridad del Estado y se resuelve en el campo de la legalidad burguesa, a través de la acción del movimiento popular y sindical; la lucha política por el poder se resuelvefuera e contra el Estado, con la destrucción y sustitución por nuevas instituciones de clase a través de la acción del partido revolucionario. El desmantelamiento del aparato represivo y la organización del pueblo en armas, la negación de los derechos políticos de las clases explotadoras y el desarrollo de la democracia de masas, la destrucción del burocratismo y la subordinación de la burocracia al control popular, el cambio de régimen de propiedad y el control de los medios de producción por parte de los trabajadores,[Xi] estos cambios marcan la poderes duales y la ruptura entre el viejo y el nuevo tipo de Estado, con la creación de instituciones más adecuadas al poder de la nueva clase dominante.

La omisión de esta distinción por concepciones revisionistas de la teoría marxista del Estado, como la comprensión del Estado como registro material de una correlación de fuerzas que, una vez favorable a los trabajadores, puede conducir a una transición al socialismo dentro de las instituciones liberales,[Xii] esta omisión conduce al abandono de la lucha política y, en consecuencia, reduce la lucha obrera al economicismo y al reformismo, relegando la política a los límites del posibilismo, el perfeccionamiento, el pragmatismo, el tacticismo y todo tipo de desviaciones hasta la total domesticación por parte de la política burguesa. Es el conocimiento de esta distinción lo que permite a los trabajadores desarrollar una línea política autónoma y consecuente, sin subordinar la lucha a los límites de la institucionalidad burguesa y sin dispersarla en la suma de las reivindicaciones corporativas del movimiento obrero y popular.[Xiii]

La experiencia histórica demuestra que la revolución es necesariamente ilegal y violenta, porque destruye las instituciones existentes y enfrenta la reacción de la clase explotadora y sus aliados.

O bolivarianismo, vista por muchos como un camino parlamentario al socialismo y como un modelo de transición para el siglo XXI, debe entenderse mejor en sus objetivos y alianzas de clase, considerando la especificidad de la formación social venezolana como economía de enclave. Desde el punto de vista de sus objetivos, la Revolución Bolivariana Corresponde a la etapa democrática y popular de la revolución burguesa en Venezuela. Sin embargo, a diferencia de las revoluciones burguesas dirigidas por los trabajadores,[Xiv] La Revolución Bolivariana estuvo dirigida desde un principio por una burguesía estatal nacional, formada por la burocracia militar que comanda la distribución de la renta petrolera. Objetivamente, el bolivarianismo es capitalismo de Estado,[Xv] con amplio apoyo popular, que enfrenta la oposición de la burguesía asociada al imperialismo y que al mismo tiempo allana el camino para la organización autónoma de los trabajadores y para la creación de un poder dual, a través de la estado comunal.[Xvi]

Así, la Revolución Bolivariana no expresa exactamente el cambio de clase social en el poder y la destrucción del Estado burgués, sino el cambio de bloque de poder y formulario de estado. La Constitución Bolivariana de 1999 es una forma de Estado burgués, correspondiente al Capitalismo de Estado venezolano, en cuanto no rompe con el burocratismo y con la ley, y no suprime el régimen de propiedad privada y los derechos políticos de la burguesía asociada. Sin embargo, por la alianza entre la burocracia militar y las masas populares, es una forma de Estado que amplía la participación política a través de referéndums y plebiscitos, establece mecanismos de revocación de cargos de elección popular, permite la organización autónoma de los trabajadores a través de consejos y milicias populares, y asegura medidas de bienestar social para la gran mayoría de las personas. Crea así las condiciones para el avance de la lucha obrera por la dirección del proceso revolucionario.

La contradicción actualmente secundaria entre la burocracia militar y las masas populares dentro de la revolución bolivariana, por la polarización de estas fuerzas sociales con la burguesía asociada al imperialismo, puede convertirse en la principal contradicción si los trabajadores avanzan en la lucha por el poder estatal.[Xvii] En este caso, la lucha de los trabajadores por el control de la renta petrolera, por la destrucción de las normas burocráticas y por la subordinación de la burocracia a los consejos populares, por el desmantelamiento del aparato represor y su reemplazo por las milicias populares, esta lucha necesariamente encontrar la reacción de la burocracia estatal, imponiendo el problema de su destrucción.

Por lo tanto, el bolivarianismo no es un camino parlamentario hacia el socialismo. La existencia de una burocracia militar antiimperialista constituye la especificidad de este proceso, permitiendo realizar la revolución democrática y popular sin necesidad de destruir el Estado burgués. Sin esta salvedad, la vía parlamentaria no puede generalizarse como modelo. Porque en ausencia de una fuerza social capaz de comportarse como una burguesía nacional en el proceso político, sólo los trabajadores pueden asumir las tareas específicas de la revolución democrática y popular. En el caso brasileño, que no tiene una burguesía nacional ni una burocracia estatal antiimperialista, la revolución democrática y popular depende del cambio de clase social en el poder, lo que nuevamente plantea el problema de la destrucción del aparato de Estado y sus sustitución por nuevas instituciones de clase.

Entonces, ¿cuál es exactamente la relación entre la lucha institucional y la lucha por el poder?

La lucha institucional es un punto de apoyo secundario de la lucha por el poder., estando siempre subordinada a la organización autónoma de los trabajadores y su formación política para la conquista del poder del Estado.

El conocimiento del Estado burgués y sus efectos y límites en la lucha obrera justifica la necesidad de la revolución. Los cambios estructurales que necesitan los trabajadores y el pueblo brasileño encuentran un obstáculo en el Estado burgués. La implicación política de esto es que, en lugar de la centralidad institucional y la desviación de los esfuerzos políticos y organizativos hacia una “gestión humana” de la máquina pública, “la tarea central de los revolucionarios es crear una fuerza social del pueblo capaz de forjarse a sí misma”. como alternativa al poder y capaz de encaminar a las masas hacia la conquista revolucionaria del poder. Esto es lo que llamamos el Proyecto Popular".[Xviii]

A conquista revolucionária do poder supõe a destruição das instituições burguesas e a organização de um novo tipo de Estado, com novas instituições e organização do poder de classe que, ao descentralizar progressivamente as funções administrativas, jurídicas e políticas nas organizações autônomas dos trabalhadores, se constitui como uno Estado en peligro.[Xix]Esta democracia de masas, que excluye los intereses políticos de la clase explotadora y que permite la más amplia libertad política a las corrientes revolucionarias, dictadura del proletariado, constituye el objetivo político general de los trabajadores en su lucha contra la dominación de clase y la explotación capitalista. Este objetivo subordina la táctica e informa los criterios generales de evaluación política, a saber: elevar el nivel de conciencia, organización y lucha de las masas.

Dice Lenin: “La esencia de toda la doctrina de Marx y Engels es la necesidad de inocular sistemáticamente a las masas con esta idea de revolución violenta. Es la omisión de esta propaganda, de esta agitación, lo que marca más prominentemente la traición doctrinal de las tendencias reformistas”..[Xx] Como veremos a continuación, esta afirmación no es un juego de palabras vacías y tiene implicaciones prácticas, determinando los objetivos y formas de actuar en este campo.

El parlamentarismo revolucionario

Según lo expuesto hasta ahora, en su estructura y lógica de funcionamiento, las instituciones burguesas excluyen la posibilidad de una vía parlamentaria al socialismo e inducen la lucha obrera al economicismo y al reformismo, desviando la organización y educación política de las masas de la lucha por el poder del Estado. En este sentido, la lucha institucional es secundaria no sólo porque la lucha revolucionaria tiene un desenlace ilegal y violento, sino porque los trabajadores necesitan crear su propia organización de poder, independiente y autónoma en relación con el Estado, para llevar a cabo las revolución. La lucha institucional sólo no está en contradicción con la lucha por el poder si es subordinar a los objetivos trazados por la lucha revolucionaria, tales como centro y no como FIM en si mismo. Esta definición nos aleja tanto del abstencionismo, que rechaza por principio la lucha institucional, como del electoralismo y cretinismo parlamentario, que degradan la lucha política e ideológica a los objetivos y límites impuestos por la legalidad burguesa.[xxi]

Para los revolucionarios no es una cuestión de principio participar o no en las elecciones. En determinadas ocasiones, de ascenso revolucionario o de disputas que no presenten ventajas a ser aprovechadas por los trabajadores, el boicot activo a las elecciones puede ser el medio más adecuado para el tránsito de la lucha económica a la lucha política, o para la lucha política. educación de las masas a través de la denuncia y advertencia sobre el juego de cartas marcadas. Por otro lado, la lucha electoral y parlamentaria puede ser importante para la conquista de los trabajadores que se encuentran alejados de la vida política. De tal forma, la participación o no en las elecciones no es una cuestión de libre “elección”, sino de análisis objetivo sobre el desarrollo de la lucha de clases, sobre las condiciones de lucha y el nivel de conciencia de las masas populares.

Como punto de apoyo secundario de la lucha por el poder estatal, en un proceso más o menos prolongado de acumulación de fuerzas, la lucha institucional tiene como objetivo general la agitación y la propaganda revolucionaria para las masas. Ya sea en situaciones de estabilidad política o incluso de crisis de hegemonía,[xxii] la acción revolucionaria busca utilizar las instituciones burguesas como tribuna de la lucha ideológica y de la organización popular, impulsando el movimiento de masas. Según Lenin y Bujarin, "El Partido Comunista no está para desarrollar una actividad orgánica, sino para ayudar a las masas, desde dentro del Parlamento, a destruir con su acción independiente el aparato estatal de la burguesía y el propio Parlamento"..[xxiii]

Dado que la lucha por el poder estatal no debe confundirse con la conquista de la maquinaria administrativa y la ampliación de cargos parlamentarios, “La campaña electoral debe realizarse, no en el sentido de obtener el máximo número de mandatos parlamentarios, sino en el sentido de movilización de las masas bajo las consignas de la revolución proletaria”.[xxiv]

En una lucha prolongada, independientemente de su etapa de desarrollo y correlación de fuerzas, la institucionalidad burguesa nunca constituye el centro de la acción política al que deben converger objetivos y esfuerzos, subordinando el trabajo de base, el posicionamiento político, la comunicación y las formas de lucha y de organización. También es inapropiado afirmar que la lucha institucional es complementario a la lucha revolucionaria, ya que sus objetivos generales son en última instancia incompatibles (legitimación y destrucción del estado burgués). La lucha por el poder impone necesariamente una jerarquía entre la lucha legal y la lucha ilegal, entre la lucha institucional y la lucha de masas, de modo que cualquier complementariedad entre ellas es siempre contradictorio, con uno de los polos determinando a los otros: mientras el reformismo subordina el trabajo político y organizativo a los objetivos específicos de la lucha institucional, el marxismo-leninismo invierte esta relación y subordina la lucha institucional a los objetivos generales de la lucha de masas.[xxv] La organización y educación política de las masas para la destrucción del aparato de Estado diferencia la política revolucionaria del institucionalismo, el republicanismo y las concepciones y prácticas burguesas en general.

La agitación y la propaganda revolucionarias, sin embargo, no significan un llamado inmediato e intrascendente a la lucha insurreccional, que en ausencia de las condiciones que señalen una crisis revolucionaria llevaría a la desmoralización ante las masas.[xxvi] La agitación y la propaganda revolucionarias en situaciones no revolucionarias sirven al preparación política e ideológica del proletariado a la lucha de clases,[xxvii] como instrumento de denuncia de los poderosos intereses detrás de cada problema concreto de los trabajadores, de combate a las ilusiones ideológicas difundidas por el liberalismo y las teorías burguesas, de avivamiento del programa estratégico y de propaganda del socialismo. Este contenido no tiene nada que ver con el izquierdismo o el sectarismo., que no hacen nada para deshacer los prejuicios ideológicos de las masas, o con el maximalismo y la negación de la correlación de fuerzas, que hacen imposible intervenir en la situación. Es un punto de partida para la acción revolucionaria en cualquier campo de la lucha de clases, como criterio para la elaboración de una política independiente.

La lucha institucional como instrumento de la lucha ideológica debe aprovechar todas las oportunidades existentes para desafiar a las masas hacia la organización autónoma y desenmascarar la lucha de clases, hacia la necesidad de un programa propio y cambiar la clase social en el poder. La acción revolucionaria en las instituciones burguesas debe buscar exponer sus límites y su carácter de clase para los trabajadores, debe denunciar y no reivindicar los presupuestos ideológicos del Estado y de la política burguesa (como la exaltación acrítica de las “instituciones democráticas”, del poder legislativo como “la casa del pueblo” o “reencantamiento con la política”).[xxviii] La lucha ideológica es un principio coherente y realista para una organización que desarrolla con seriedad un trabajo político con las masas, que se diferencia radicalmente de la fraseología aislada de los pequeños grupos. Organizaciones de masas que renuncian a una posición independiente para seguir a los demagogos populistas,[xxix] terminan colocándose efectivamente como simpatizantes de políticos arribistas, en la estela del neodesarrollismo o, en el mejor de los casos, de un progresismo burgués y pequeñoburgués.

Teniendo en cuenta estos principios, la acción revolucionaria en las elecciones y en las instituciones burguesas debe buscar dialogar con el nivel de conciencia de las masas para conquistarlas para el Proyecto Popular, para no renunciar al programa revolucionario y adherirse al sentido común de las ideologías dominantes y el conservadurismo popular. La lucha electoral e institucional nos interesa para hacer la pedagogía de masas partiendo de los problemas concretos de los trabajadores, presentando los límites del sistema político y del Estado burgués, llamando a la organización popular y la lucha de masas como camino hacia el verdadero cambio social. Ningún apoyo, compromiso o alianza puede implicar jamás la renuncia a la independencia política e ideológica, sin la cual se incurriría inevitablemente en el sectarismo y el oportunismo, sacrificando intereses de clase en favor de ventajas momentáneas, pequeñas concesiones o políticas sociales. Tal es el principio elemental de una política revolucionaria consecuente y realista, que debe ser adecuado y no sustituido por los límites de lo “posible” dentro de una determinada correlación de fuerzas.[xxx]

La autonomía política e ideológica es aún más importante en cuanto a la relación política con las corrientes reformistas y progresistas.

A diferencia de la adhesión, el apoyo crítico no implica renunciar al propio programa, ya que supone la libertad de criticar el contenido político de las candidaturas apoyadas, teniendo en cuenta los intereses de los trabajadores. Además, el apoyo crítico incluye exigir el reconocimiento como un partido separado en las alianzas electorales,[xxxi] Este problema es aún más pertinente en el caso de las filiaciones democráticas para el lanzamiento de nuestras candidaturas, ya que los revolucionarios no deben abandonar la disputa por la hegemonía, aunque sean minoría y tengan que hacer compromisos y dar apoyo. Tales condiciones son indispensables para establecer una línea clara de demarcación entre la política revolucionaria y el reformismo, para no seguir la estela de las políticas burguesas y pequeñoburguesas dentro del movimiento popular. A este principio debe subordinarse la flexibilidad de las tácticas y la amplitud de la política de alianzas, en cualquier situación concreta de la lucha electoral y parlamentaria.

Tanto en la participación directa en las instituciones burguesas como en el apoyo crítico a candidaturas y gobiernos progresistas, el principal criterio de posicionamiento político debe ser la mejora de las condiciones de lucha, no precisamente la mejora de las condiciones materiales de vida de los trabajadores, aunque muchas veces estas mejoras son coincidentes.[xxxii] Desde el punto de vista de la acción revolucionaria, la participación en los gobiernos y en la “maquinaria administrativa”, en general, no apunta al “buen gobierno”, sino a promover la organización autónoma y la lucha política de los trabajadores. La organización del presupuesto público y de los instrumentos de recaudación, y la ejecución de las medidas administrativas y políticas sociales dirigidas a los intereses de las masas populares, deben impulsarlas a la organización a través de consejos populares, autónomos en relación con el Estado, contribuyendo a la formación de una nueva organización del poder capaz de transferir los medios de administración a los trabajadores, funcionando como embrión de democracia proletaria y dirección efectiva de las masas.

El establecimiento de una nueva organización del poder de clase, “un aparato de clase proletario, cualquiera que sea, con el fin de gobernar y reprimir la resistencia de la burguesía, es conquistar el poder politico.[xxxiii] El objetivo general del parlamentarismo revolucionario es la utilización de las instituciones burguesas para la educación política de las masas, para la organización autónoma de los trabajadores y para el paso de la lucha legal a la lucha abierta por el poder. “La cuestión del uso de las instituciones del Estado burgués no puede plantearse sino con el propósito de destruirlas. Es en este sentido, y sólo en este sentido, que debe encararse la cuestión”.[xxxiv]

Una vez definidos los principios y objetivos generales de la acción revolucionaria dentro de las instituciones burguesas, podemos comenzar a esbozar los criterios básicos de la actividad práctica en este campo, buscando diferenciar los métodos de acción y organización de la política burguesa y la política revolucionaria.

Sobre la actividad práctica

Para desarrollar este tema específico, procederemos a contrastar la práctica revolucionaria y la práctica política burguesa, comúnmente asociadas con el estrellato, el arrivismo, el arribismo, el grupismo y el patriotismo partidario. Tales elementos se están desarrollando del personalización de políticas y burocratización, que constituyen la forma general de la política en la sociedad capitalista.

El personalismo y la relación entre líder y masa, que sustituye a la organización independiente de los trabajadores en su lucha por la redistribución de la riqueza, es al mismo tiempo un rasgo estructural de la sociedad capitalista y una práctica política de direcciones que actúan en el campo de las instituciones burguesas. .[xxxv] El personalismo deriva de la estructura general del modo de producción capitalista, que individualiza a los agentes de producción a través de la división y especialización del proceso de trabajo y la igualdad jurídica promovida por el derecho burgués. La ideología del individualismo, que presenta las relaciones sociales como relaciones interpersonales y como manifestaciones de personalidades individuales, ocultando las relaciones de clase y la materialidad de las relaciones económicas,[xxxvi] induce la autoexposición narcisista y la construcción de caracteres, reflexionando políticamente sobre la valoración de la intimidad y los atributos personales del líder en detrimento del contenido de la acción y del programa político.[xxxvii]

Por otro lado, la burocratización también representa una característica estructural de la sociedad capitalista y una práctica política ligada a la acción en las instituciones burguesas. La burocratización se deriva de las normas de organización del Estado burgués, la burocratismo, que permite que el Estado se presente como la representación de toda la sociedad, a través de la ideología burguesa de nación. La adecuación a las normas de organización del Estado burgués, tales como la especialización de funciones (directores, parlamentarios, técnicos) y la profesionalización del personal (adquisición de conocimientos, secretos y técnicas), bajo la justificación del criterio meritocrático, produce efectos en la forma de organización partidaria, lo que lleva a la concentración del poder de decisión ya la separación entre la cumbre y la base.[xxxviii] En efecto, la burocratización induce al autoritarismo interno y a la autonomía del grupo dirigente en las instancias de poder, visto como un fin en sí mismo, lo que lleva a la acomodación y goce de privilegios por parte de la dirección política y a la creciente apatía política de la militancia de base (reducida la condición de “afiliados” y cables electorales).

A diferencia del personalismo y la burocratización, que se retroalimentan y ponen en riesgo la democracia interna y la organización de masas, la práctica revolucionaria debe basarse en centralidad del programa político y de la organización popular en relación con el individuo. La preparación política e ideológica para la lucha de clases es incompatible con la lógica de salvadores de la patria y con la propagación de ilusiones sobre un supuesto papel transformador del Estado, que sirven como obstáculos para convencer a los trabajadores de la lucha revolucionaria. La necesidad de actuar en el campo institucional para llegar a los trabajadores que están alejados de la vida política no debe resultar en la asimilación de los métodos de lucha y organización de la burguesía. Más que reproducir el fetiche paternalista del estado protector, la práctica revolucionaria debe suscitar el proyecto político y la organización popular; en lugar de aumentar la delegación de poder a la dirección del partido ya los parlamentarios, la práctica revolucionaria debe avanzar hacia la incorporación de las bases en el proceso de toma de decisiones y el establecimiento de mecanismos de control sobre su representación.

Para ello debe prevalecer el espíritu crítico y la más amplia apertura al debate de ideas dentro de la organización revolucionaria, lo que no puede reducirse a la libertad formal de expresión en los vehículos de comunicación y en sus instancias. Estimular el debate teórico y político, además de la crítica y la autocrítica, son necesarios para el desarrollo y rectificación de la línea política. La conquista de la hegemonía sobre el proletariado y la posibilidad de conducir un proceso revolucionario dependen fundamentalmente de la capacidad de dirección ideológica, la cual es imposible sin el compromiso colectivo que brinda la democracia interna y la amplia participación de los militantes. De tal forma, el confinamiento de la información y los debates políticos en la cúpula del partido, y el silenciamiento de las divergencias a través de la estigmatización y aplastamiento de la minoría, no contribuyen a una amplia discusión democrática y a la unidad de acción de los revolucionarios. organización.[xxxix]

Consideraciones finales

A lo largo de esta intervención defendemos la imposibilidad de un camino parlamentario al socialismo, la lucha institucional como instrumento de agitación y propaganda, y la centralidad de la práctica revolucionaria en el programa político y la organización popular. La crítica marxista al electoralismo y al cretinismo parlamentario constituye sólo un punto de partida para una formulación positiva sobre la política independiente en las instituciones burguesas, que debe articular la teoría política con los conocimientos adquiridos a través de la experiencia del movimiento obrero y popular en la lucha diaria, especialmente en lo que concierne se refiere a los métodos de lucha y organización.

Finalmente, buscamos deslindar que en la lucha electoral y parlamentaria “La conquista del poder político sigue siendo nuestro objetivo final y el objetivo final sigue siendo el alma de nuestra lucha. (...) el movimiento como tal, sin relación con el objetivo final, no es nada, ¡el objetivo final es todo!”.[SG]

*André Flores Peña Valle es candidato a doctor en Ciencias Políticas por la Unicamp.

Versión modificada del texto. Sobre la lucha electoral y parlamentaria, publicado en Cuaderno de debate, publicación interna de Consulta popular, n.8, 2020, págs.67-82.

 

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Notas


[i]    Ver: José Luis Fiori, La izquierda en el gobierno (2020).

[ii]   Esta definición excluye a Stalin y la noción de “Estado de todo el pueblo”, presente en la concepción del socialismo de Estado (o “Estado socialista”). Ver: Stalin, Sobre el proyecto de Constitución de la URSS (1936); Charles Bettelheim y Bernard Chavance, El estalinismo como ideología del capitalismo de Estado (1979); y Ángela Lazagna, Lenin y la actualidad del principio de la dictadura del proletariado (2017)

[iii]  Véase: Lenin, El Estado y la Revolución (1917).

[iv]  Véase: Nicos Poulantzas, Poder político y clases sociales (1968) y Décio Saes, Democracia (1987) e Estado y democracia: ensayos teóricos (1998).

[V]    Ver: Rosa Luxemburgo, El asunto Dreyfus y el asunto Millerand (1899).

[VI]  Ver: Artículo 243 del Código Electoral y Décio Saes, Marxismo y democracia (2020).

[Vii] Véase: Danilo Martuscelli, Clases dominantes, política y capitalismo contemporáneo (2018).

[Viii] Bloque en el poder es la unidad contradictoria de las fracciones burguesas en su relación con el Estado. Al mismo tiempo que el Estado vela por los intereses políticos generales de la burguesía, a través del derecho y el burocratismo, concentra la disputa entre sus distintas fracciones en torno al contenido de las políticas económicas, exteriores y sociales, estableciendo en su decisión una cierta jerarquía de intereses. proceso de fabricación. Ver: Nicos Poulantzas, Poder político y clases sociales (1968) y Francisco Farías, Fracciones burguesas y bloque de poder: una reflexión a partir de la obra de Nicos Poulantzas (2009).

[Ex]  Véase: Octavio Del Passo, El desarrollo del concepto poulantziano de hegemonía (2019).

[X]    Véase: Lenin, ¿Qué hacer? (1902) e Resolución sobre el papel del Partido Comunista en la revolución proletaria (1920).

[Xi]  Ver: Ángela Lazagna, Lenin y la actualidad del principio de la dictadura del proletariado (2017) y Décio Saes, ¿Revolución hoy? (1986) e La superioridad de la democracia socialista (1992).

[Xii] Esta concepción, existente en un estado práctico en algunos Partidos Comunistas Europeos durante las décadas de 1970 y 1980, se desarrolló aún más en el último trabajo del marxista griego Nicos Poulantzas, El Estado, el Poder y el Socialismo (1978) y, más tarde, por el marxista inglés Bob Jessop, véase: El estado capitalista: teorías y métodos marxistas (1982) e Teoría del Estado: Poniendo al Estado Capitalista en su Lugar (1990). Enraizadas en esta concepción están las nociones de “reformismo-revolucionario” y la noción no leninista de “lucha dentro del orden y fuera del orden”, cuyo objetivo final no es la destrucción del Estado burgués, sino el cambio gradual y continuo de el contenido de sus instituciones.

[Xiii] Otra concepción desviadora es la del poder socialmente difuso e institucionalmente disperso, de Michel Foucault, quien entiende el poder como un flujo constante y variable de intercambio de posiciones, no teniendo, propiamente, dominantes y dominados. Para ver: Las mallas del poder (1982). Según Armando Boito, el foco en las relaciones y comportamientos individuales, excluyendo el Estado y la lucha de clases, conduce a una fumigación de las luchas ya cierto “antiautoritarismo genérico”, incompatible con la estrategia de lucha por el poder. Para ver: El estado capitalista en el centro: crítica al concepto de poder de Michel Foucault (2007).

[Xiv] Sobre el concepto de revolución ininterrumpida por etapas, ver: Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática (1905); Antonio Gramsci, Dos revoluciones (1920); y Duarte Pereira, Escenarios y escenificación (2011).

[Xv]  Sobre los conceptos de burguesía de Estado y capitalismo de Estado, ver: Antonio Mutti y Paolo Segatti, La burguesía estatal (1979); y Helena Hirata, Capitalismo de Estado, burguesía de Estado y modo de producción tecnoburocrático (1980).

[Xvi] Sobre el bolivarianismo como capitalismo de Estado, ver: Décio Saes, Modelos políticos latinoamericanos en la nueva fase de la dependencia (2007). Sobre las experiencias de los consejos populares que constituyen el Estado Comunal, ver: Jair Pinheiro, La lucha por el socialismo dentro de la revolución bolivariana (2014).

[Xvii]     Sobre el concepto de contradicción primaria y secundaria, ver: Mao Zedong, Sobre la contradicción (1937) y Louis Althusser, Contradicción y sobredeterminación (1962).

[Xviii]    Ver: Cuaderno 21. Resoluciones de la IV Asamblea Nacional de Consulta Popular, 2011. p.50.

[Xix] Sobre la tesis de estado en peligro, ver: Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884)y VI Lenin, El Estado y la Revolución (1917).

[Xx]  El Estado y la Revolución, pág.41. Sustitución de “socialchovinistas y kautskistas” por “reformistas”.

[xxi] A estas dos desviaciones simétricas y opuestas se opuso Lenin en Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo (1920) e Tesis sobre la cuestión parlamentaria (1920), este último escrito con Bujarin como resolución para el segundo congreso de la Internacional Comunista.

[xxii]     no nos estamos refiriendo a crisis revolucionaria, sino al tipo específico de crisis que marca la incapacidad de una fracción burguesa para ejercer la dirección de la política estatal, que puede ser resuelta por el bonapartismo o por la reorganización de la jerarquía del poder entre las clases dominantes, mediante un cambio de gobierno o de régimen político. La crisis revolucionaria, a su vez, implica la incapacidad hegemónica de las clases dominantes y el surgimiento del movimiento de masas, que se presenta como un poder alternativo a través de la destrucción del aparato de Estado. Ver: Danilo Martuscelli, Clases dominantes, política y capitalismo contemporáneo (2018).

[xxiii]    Ver: Tesis sobre la cuestión parlamentaria (1920).

[xxiv]     Ibíd.

[xxv]      Véase: Lenin, Resolución sobre el papel del Partido Comunista en la revolución proletaria (1920).

[xxvi]     Véase: Antonio Gramsci, Electoralismo (1919).

[xxvii]   Ver: Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti, La situación en Italia y las tareas del Partido Comunista Italiano (PCI): Tesis de Lyon (1926).

[xxviii]  “Estamos a favor de la república democrática como la mejor forma de gobierno para el proletariado bajo el capitalismo, pero estaríamos equivocados si olvidáramos que la esclavitud asalariada es la suerte del pueblo incluso en la república burguesa más democrática”.. En: Lenin, El Estado y la Revolución (1917), p.39.

[xxix]     Véase: Marta Harnecker, Ponte a disposición de los movimientos populares, no los suplantes (2003).

[xxx]      Ver: Rosa Luxemburgo, El oportunismo y el arte de lo posible (1898b).

[xxxi]     Véase: Federico Engels, Carta a Paul Lafargue (1893).

[xxxii]   Las ganancias económicas de los trabajadores no siempre van acompañadas de la expansión de los derechos políticos. En algunos casos, por el contrario, la realización de intereses económicos puede ir acompañada de la restricción de las libertades democráticas, como ocurrió con el fascismo originario y algunas dictaduras militares del siglo XX.

[xxxiii]  Lenin y Bujarin. Op. cit.

[xxxiv]   Ibíd.

[xxxv]    Ver: Décio Saes, República del Capital: Capitalismo y Proceso Político en Brasil (2001).

[xxxvi]   Véase: Goran Therborn, La formación ideológica de los sujetos humanos (1996).

[xxxvii] Décio Saes, op.cit.

[xxxviii] Ver: Francisco Farías, La clase obrera y la política de izquierda (2017).

[xxxix]   Véase: Martha Harnecker, ¿Es necesario rechazar el centralismo burocrático y practicar sólo el consenso? (2003).

[SG]  Rosa Luxemburgo, 1898a. op.cit.

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