En el país se vive un violento intento de reorganización del campo político, con articulación de élites tradicionales, y persecución y represión de los opositores
Por Rafaela Panáin*
Emocionada, Silvia Riveira Cusicanque habló durante unos trece minutos en el primer día de la reunión de la parlamento de mujeres, el 12 de noviembre. Esta reconocida intelectual y activista boliviana manifestó su desacuerdo con las dos interpretaciones hegemónicas de los recientes acontecimientos en Bolivia: la “hipótesis del triunfalismo”, representada por quienes celebran un supuesto retorno a la democracia tras la caída de Evo Morales, y la “hipótesis del golpe de Estado” que, en sus palabras, “simplemente quiere legitimar a todo el gobierno de Evo Morales, en sus momentos de mayor degradación”.
Las quejas sobre el “política del terror” del actual gobierno y la ambigüedad del legado del gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) también se manifestó en los discursos, y en los llantos, de muchas otras participantes del Parlamento de Mujeres -espacio convocado por el colectivo feminista Mujeres Creando en esos días en La Paz, y que desde entonces ha sido reproducido en otras ciudades. Es a partir de esta doble crítica presente en estos testimonios que reconstituyo algunos aspectos de la actual crisis política en Bolivia.
En el país se está gestando un violento intento de reorganización del campo político, con la articulación de élites tradicionales, y la persecución y represión de los opositores. Analizar este escenario implica también tener en cuenta las críticas al gobierno de Evo Morales señaladas por gran parte de la izquierda boliviana y por sectores de las clases subalternas. Si bien no explican las motivaciones de los principales actores del derrocamiento de Morales, estas críticas señalan posibles explicaciones de que esta izquierda, y muchas de las organizaciones sociales que apoyaron al gobierno en sus primeros años, ahora no hayan tomado la iniciativa. calles en su defensa.
Los militares en la política y en las calles
El 11 de noviembre, incluso antes de autoproclamarse presidenta, Janine Áñez apareció en un vídeo convocando a las fuerzas armadas a actuar en la represión de las "horadas de delincuentes" que estarían "destruyendo toda La Paz". La noche anterior, tras el anuncio de la renuncia de Evo Morales, el miedo cundió en los barrios de clase media y alta de la ciudad. Desde hace semanas, sus vecinos bloquean calles en protesta por sospechas de fraude en las elecciones del 20 de octubre. Con la renuncia, se difundió la noticia de que “hordas” de simpatizantes del MAS y vecinos de El Alto, ciudad vecina formada en su mayoría por población indígena, descenderían sobre La Paz.
A los ojos de estos sectores urbanos, rumores con tonos claramente racistas, combinados con hechos reales de violencia -como el ataque a la casa del rector de la Universidad Mayor de San Andrés, una poderosa voz crítica a la reelección de Morales- justificarían la solicitud de intervención militar realizada por el jefe de policía en La Paz el 11 de noviembre. En la voz de Áñez, este pedido tomó el tono de una amenaza contra el entonces comandante de las fuerzas armadas, Williams Kaliman; igual que el dia anterior renuncia "sugerida" de Morales para “pacificar” el país.
Hasta entonces, Evo Morales parecía tener una buena relación con el alto mando militar, con quien se reunía todos los lunes. Morales renovó el liderazgo de las fuerzas armadas en 2006, enviando por la fuerza a tres generaciones de generales a la reserva, buscando alinearlos con el discurso nacionalista y antiimperialista de su gobierno.
La declaración de Kalimán en la tarde del 10 de noviembre fue una clara intromisión de los militares en el campo político, despertando los peores recuerdos en un continente marcado por el terror de las dictaduras cívico-militares.
En reciente Entrevista, Morales afirmó que ya había decidido renunciar antes de esta declaración. En el anuncio de su renuncia, el depuesto presidente dejó en claro que el motín policial iniciado el 8 de noviembre fue fundamental en el golpe, aunque confirmó, sin embargo, que la falta de apoyo de los militares fue determinante para su decisión.
Algunos análisis publicado poco después de la renuncia sugirió que los militares se negaron a enfrentar a la policía y los manifestantes que se habían levantado contra Morales por temor a un final similar al de los generales que encabezaron la represión contra las movilizaciones populares de 2003; condenado a penas de hasta 15 años de prisión por el asesinato de decenas de personas.
De hecho, el 24 de octubre, un papel supuestamente escrito por oficiales del ejército llamando a la no intervención militar “en las tareas de represión contra nuestros conciudadanos” y recordando los hechos “sangrientos” de ese año. Ese mismo día, soldados de reserva declarado su apoyo a las movilizaciones contra el gobierno de Evo Morales. circulado noticias sobre un desacuerdo entre los comandantes de las tres fuerzas y el general Kaliman; informes anónimos Supuestamente desde altos mandos militares sugieren que Kalimán pidió la renuncia de Morales presionado por generales que, a su vez, estaban siendo amenazados por una sublevación de coroneles.
Las lealtades de clase de los oficiales, representantes de una élite económica blanca, pueden haber influido en su elección de apoyar el golpe contra Morales. Muchos analistas también apuntan a la posibilidad de una influencia externa.
El 16 de noviembre, al día siguiente del asesinato de nueve campesinos que participaban en una marcha de apoyo a Morales en Sacaba, la presidenta Janine Áñez firmó un decreto eximiendo de responsabilidad penal a los militares por su accionar en la represión. El 19 de noviembre, militares y policías atacaron a los manifestantes que ocupaban la planta de gas de Senkata, diez personas murieron y muchas otras resultaron heridas; el escenario de la represión fue la ciudad de El Alto, uno de los principales escenarios de manifestaciones contra el nuevo gobierno y en defensa de la whipala, bandera multicolor reivindicada como símbolo de las naciones indígenas del altiplano, y del estado plurinacional . Desde que renunció Morales, más de una treintena de personas han muerto en las protestas.
politica institucional
Si la elección de Evo Morales en 2005 desplazó del centro del campo político a una élite que históricamente había combinado poder económico y poder político, su derrocamiento ha indicado un intento de reorganizar la política institucional a partir del fortalecimiento de esa antigua élite, con viejos y nuevos actores
Entre los nombres conocidos de la política boliviana en el nuevo gobierno se encuentran el expresidente Jorge “Tuto” Quiroga, designado “delegado especial”, y los exsenadores opositores al MAS, y ahora ministros, Arturo Murillo, Yerko Núñez, Víctor Hugo Zamora y María Elva Pinckert. Además, varios opositores a Evo Morales han anunciado su regreso a Bolivia. Este fue el caso de Manfred Reyes Villa, exgobernador de Cochabamba condenado por enriquecimiento ilícito; Branko Marinkovic, empresario, terrateniente y expresidente del Comité Pro-Santa Cruz -entidad que agrupa a la élite política y económica-, acusado de ser uno de los autores intelectuales del frustrado golpe de Estado de 2008; y Mario Cossío, exgobernador de Tarija, una de las cunas de la oposición a Evo.
Entre los nuevos nombres de las ex élites destaca Luís Fenando Camacho, expresidente del Comité Pro-Santa Cruz, quien se presenta con un discurso fuertemente religioso conservador. El apoyo del Movimento Nacionalista Revolucionário (MNR) -el partido político boliviano más importante del siglo XX- a la candidatura de Camacho a la presidencia en las próximas elecciones es una muestra más de esa ambición de ex actores por volver al centro de la escena política. campo. Igualmente indicativo de este intento de reorganización del campo es la persecución de exmiembros del gobierno del MAS y militantes del partido. anunciado por el ministro de gobierno Arturo Murillo.
Mientras la policía y las fuerzas armadas ocupaban las calles, el gobierno interino inició un proceso de negociación con los legisladores del MAS para la elaboración de la “Ley de Régimen Excepcional y Transitorio para la realización de Elecciones Generales”. Aprobada por unanimidad, la ley fue presentada el 24 de noviembre por Janine Añéz y Eva Copa, senadora del MAS que asumió un papel protagónico en la negociación. Aunque mantiene una amplia mayoría en la Asamblea Plurinacional, el MAS participó en estas negociaciones claramente debilitado; acordándose la prohibición de una segunda reelección, excluyendo así la posibilidad de que Evo Morales se postule en 2020. Añéz y sus ministros se reunieron con representantes de organizaciones campesinas, indígenas y obreras.
La ambigüedad del gobierno del MAS
A imagen La más conocida de la primera fase de la crisis es la de Patricia Arce, alcaldesa de Vinto afiliada al MAS, secuestrada el 6 de noviembre y sometida a numerosos actos de violencia. Sin embargo, no es posible reducir la oposición al gobierno de Evo Morales y su reelección a una mera “derecha racista”, como sugieren algunas interpretaciones.
La intervención de Silvia Rivera que abre este artículo ilustra una posición muy crítica hacia el gobierno compartida por gran parte de las organizaciones indígenas y de izquierda bolivianas. La construcción de la posición hegemónica del MAS en el campo político boliviano estuvo acompañada de su progresivo alejamiento de algunos sectores que contribuyeron a su ascenso ya la estabilización del gobierno de Evo durante sus convulsos primeros años.
Desde la victoria del MAS en 2005, el Estado boliviano se ha vuelto más presente en la economía, a través de la nacionalización de empresas en diferentes sectores estratégicos, la creación de nuevas empresas estatales, la adopción de una política de fomento de la producción agrícola, etc. . La reorientación política del Estado, la renegociación de los contratos de exploración de hidrocarburos y el alto precio de las materias primas en el mercado internacional posibilitaron un incremento radical de la inversión pública. Han mejorado las condiciones de vida de amplios sectores de la población boliviana. Los programas gubernamentales y las obras de infraestructura del programa “Bolivia hace, Evo cumple” se han extendido por todo el territorio boliviano. Aquí, sin duda, reside la gran fuente de apoyo de una gran parte de la población al gobierno de Evo Morales y al MAS.
El rostro del presidente estampado en todas partes -desde vallas publicitarias para obras de infraestructura hasta las cajas de computadoras distribuidas a estudiantes de escuelas públicas- confirma que el gobierno comenzó a condensar la imagen de la proceso de intercambio en la figura misma de Evo; borrando, en cierto modo, el origen colectivo de ese proceso de cambio, gestionado por distintos sectores de las clases subalternas durante el ciclo de movilizaciones populares iniciado en el año 2000.
Además, el proyecto eléctrico del MAS se volvió fuertemente dependiente del modelo económico adoptado, generando conflictos con las organizaciones indígenas por proyectos de infraestructura y explotación del territorio boliviano. La represión de la VIII Marcha Indígena en 2011 -contra la construcción de una vía que pasaría por el centro del Territorio Indígena y el Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis)- puso en evidencia la falta de apertura del gobierno a los actores que cuestionaron estos megaproyectos, y consolidó la ruptura de parte de la izquierda y de las organizaciones indígenas con el gobierno.
A historial de poco o ningún comercio con los actores afectados se reprodujo en otros territorios donde hay proyectos de exploración de hidrocarburos, litio, construcción de hidroeléctricas, etc. Repitiendo una práctica de gobiernos anteriores, el gobierno de Evo dividió a las organizaciones críticas, dando lugar al surgimiento de directorios paralelos en las principales organizaciones indígenas.
En 2019, mientras la comunidad internacional denunciaba los incendios en la Amazonía brasileña, representantes de los pueblos indígenas y de la izquierda boliviana buscaban dar igual visibilidad a la tragedia vivida en el país. Arrendar un avión cisterna no fue suficiente para apagar el incendio que se extendió por miles de hectáreas, ni para ensombrecer las críticas a la negligencia del gobierno en la protección de estos territorios. Peor aún, su política de expansión de la frontera agrícola está directamente relacionada con el desastre en la región de la Chiquitanía.
Esta política favoreció a los campesinos inmigrantes, pero principalmente a los grandes terratenientes, que acababan de beneficiarse del acuerdo que garantizaba mayores exportaciones de carne a China. El acercamiento con el país asiático y con las élites económicas, confirmado por el propio Evo Morales, también fue criticado. Finalmente, la insistencia en postularse para un nuevo mandato presidencial –incluso después de la derrota en el referéndum de 2016, cuando se rechazó la posibilidad de un tercer mandato consecutivo– es percibida por muchos como una prueba más del autoritarismo del gobierno y la apropiación de un proceso que fue creado colectivamente.
Las elecciones y la crisis política
Si el levantamiento policial del 8 de noviembre, la articulación de parte de la élite y la injerencia de la Organización de Estados Americanos (OEA) fueron centrales en el curso de la actual crisis política, el accionar de otros sectores legitimó este proceso en los ojos de los opositores a la izquierda del MAS.
Si bien los representantes de la élite económica y de la vieja política tenían una clara intención de retomar el control del Estado, distintas motivaciones parecen estar detrás de la movilización de los sectores medios urbanos, principales actores de los cortes de calles entre el 20 de octubre y el 10 de noviembre. . La bandera fue la defensa de la democracia, frente a un posible fraude en las elecciones y en respeto al resultado del referéndum de 2016. No se puede negar, sin embargo, que parte de quienes se organizaron para convocar a nuevas elecciones -y, posteriormente, la dimisión de Evo- fueron motivados por el racismo, o una resentimiento por considerarse desatendidos en un país donde nuevos actores ocupaban posiciones casi exclusivas de la población blanca de clase media y alta.
En las movilizaciones postelectorales también participaron actores que ya habían protagonizado manifestaciones contra el gobierno en 2019, como la Nación Qhara Qhara, que organizó una marcha con demandas relacionadas con la implementación de la autonomía indígena. Marco Pumari, hijo de minero y uno de los protagonistas de la oposición durante la crisis, es presidente del Comité Cívico de Potosí, departamento que se movilizó cuestionando los planes del gobierno para explotar el litio. Los sectores mineros, como es costumbre, se dividieron entre partidarios y opositores de Evo Morales.
Desde las elecciones del 20 de octubre al 6 de noviembre, día del ataque al alcalde de Vinto, ya se cuentan por centenares los heridos en enfrentamientos entre opositores y partidarios del gobierno de Evo, y tres personas habían muerto, dos protestando contra Morales. Doscientos veinte fue el número de personas detenidas por la policía. Cada lado del conflicto denunció la violencia del otro. Una caravana de opositores al gobierno que se dirigía a La Paz fue atacada por campesinos, dejando un sinnúmero de heridos. Los opositores y simpatizantes del MAS fueron atacados; incluso la hermana del presidente se convirtió en un objetivo.
El 10 de noviembre, Evo Morales denunció un “golpe cívico” con el apoyo de sectores de la policía, y afirmó que renunciaba para tratar de frenar la persecución contra líderes de su partido.
Desarrollos
Todavía es difícil decir el impacto, en la actual crisis política, de la injerencia del MAS en las organizaciones sociales, o en qué medida se ha deteriorado la imagen del gobierno de Evo en la población en general. Hay que recordar que, incluso si el denuncias de irregularidades señaladas por la OEA están confirmados - hay diferentes análisis que discrepan de esta interpretación – No hay duda de que Evo Morales quedó en primer lugar en las elecciones, y que su partido, aunque perdió votos en relación a elecciones anteriores, fue el más votado para el parlamento. Sin embargo, las denuncias de fraude y la crisis poselectoral debilitaron al gobierno; la propia Central Obrera Boliviana quien, días antes, había realizado una marcha en apoyo a Evo, el 10 de noviembre, pidió su renuncia.
Entiendo que fue un golpe de Estado que derrocó a Evo Morales y que abrió la posibilidad de que viejos actores volvieran a ocupar posiciones centrales en el campo político boliviano. La participación de la policía y el ejército fue central, y el golpe se hizo aún más evidente cuando todos los sucesores constitucionales de Morales pertenecientes al MAS, y muchas autoridades del partido -como gobernadores, alcaldes, senadores- fueron obligado a renunciar. Sin embargo, traté de reconstruir algunos aspectos de la crisis política en Bolivia, atento a las inquietudes de los intelectuales y militantes bolivianos que respeto, admiro y con quienes comparto tanto; sin borrar los errores del gobierno de Evo.
El 29 de noviembre se anuló el decreto que eximía de responsabilidad penal a los militares en la acción represiva contra los manifestantes. El gobierno de Janine Áñez parece haber logrado negar temporalmente el papel de las calles en la disputa por el transcurso de la actual crisis política.
Ojalá las clases subalternas logren retomar su papel en la construcción de un proyecto político emancipador.
* Rafaela Pannain es investigador posdoctoral en el Cebrap