por LUIZ MARQUÉS*
La democracia liberal no logró detener la espiral descendente del contrato social moderno
En la teoría política clásica, la tensión entre regulación social y emancipación social se sustenta en el estado nacional, el derecho y la educación cívica. En Hobbes, Locke y Rousseau esto sucede a través del contrato social. Los particulares y sus asociaciones participan en el pacto. Quedan excluidos del contrato social aquellos que no correspondan a los criterios tácitos de ciudadanía y también la naturaleza inhumana – el medio ambiente, definido como recurso económico explotable. En el consorcio, solo los hombres blancos y heterosexuales reciben el estatus de ciudadanos. Las mujeres y las minorías fuera del patrón hegemónico (indígenas, homosexuales) e incluso las mayorías étnicas (negras, negras) quedan excluidas.
Los grupos políticos que se autodenominan “conservadores”, ¿cuál es la Ku Klux Klan, sumarse a la matriz patriarcal y colonialista del pensamiento y oponerse con una radicalidad indómita a la universalización del contractualismo, por tanto, a los valores de la modernidad. No sorprende la denuncia de la hija de Olavo de Carvalho, en una entrevista con Carta Capital, que recién aprendió a leer a los doce años cuando se fue a vivir con una tía que, conmocionada por el descuido de su padre, la inscribió en una escuela donde se sentaba junto a niños de siete años. El abandono intelectual del padre, que provoca aversión, es consecuencia de un conservadurismo filosófico puesto en práctica por convicciones discriminatorias in extremis, en nombre de las tradiciones. No debe ser psicologizado, sino criminalizado.
El movimiento feminista por la igualdad de género, la lucha contra el racismo por la igualdad racial, los colectivos LGBTQIA+ a favor de la libertad de orientación sexual y las acciones para compartir los beneficios civilizatorios, entre poblaciones rurales y urbanas, buscan en los ideales igualitarios la base de la sociedad democrática, abierta a sociabilidades alternativas. Tales grupos, en los campos de batalla por los derechos, crean la solidaridad de iguales que anima a seguir adelante frente a la adversidad.
Como destaca Boaventura de Sousa Santos, en La gramática del tiempo: hacia una nueva cultura política (Auténtico): “Si bien la contractualización se basa en una lógica de inclusión/exclusión, sólo se legitima en la posibilidad de que los excluidos –declarados vivos en régimen de muerte civil– puedan ser incluidos. La lógica operativa del contrato social está en permanente tensión con su lógica de legitimación. Las inmensas posibilidades del contrato conviven con su inherente fragilidad”. Ciertamente, el neoliberalismo potencia y agudiza las contradicciones hasta el paroxismo.
reformismo revolucionario
Aquí es importante señalar que la deseada contractualización de “todos” implica bienes públicos: gobiernos legítimos apoyados en la voluntad popular a través de elecciones limpias, bienestar económico y social para el pueblo, seguridad y respeto a la derechos humanos y también una identidad cultural nacional. El desgobierno en Brasil no incluye ninguno de los requisitos. La combinación de neoconservadurismo (Damares) con neoliberalismo (Guedes) y neofascismo (Bolsonaro) rompe los lazos con la modernidad y socava los frágiles cimientos de la democracia constitucional. En otras palabras, “el fundamentalismo religioso, el libertarismo y el reciclaje del viejo anticomunismo” provocaron el “resurgimiento de la derecha brasileña”, señala Luis Felipe Miguel, en un artículo del libro El odio como política: la reinvención de los derechos en Brasil (Boitempo). De ahí la gobernabilidad iliberal.
En este contexto, en medio de la crisis de la pandemia y la crisis económica ahora agravada por el conflicto militar en Ucrania cuyas consecuencias se dejarán sentir más allá de Eurasia, el horizonte se baja. La lucha de clases funciona como un instrumento para domar en lugar de suplantar al capitalismo. La revisión de la reforma laboral que precarizó el trabajo y generalizó el desempleo por millones, la reanudación de las inversiones del Estado en educación, salud, infraestructura, vivienda popular, innovación tecnológica, etc. – servirá en un probable gobierno de Lula para minimizar la explotación y humanizar el capitalismo con un sesgo socialdemócrata: en la línea de la Europa occidental de la posguerra. Sin embargo, los conciertos de jaez tienen pocas posibilidades de prosperar, a menos que se articulen con una perspectiva de superación del sistema, para obtener victorias sustantivas.
En los países centrales, la utopía se redujo al estado del bienestar. En los países periféricos, al Estado desarrollista. La bandera del socialismo se guardaba en el armario, donde solo salía los días de fiesta, durante el invierno neoliberal. Según Thomas Piketty, en capital e ideologia (Intrínseco), una “sociedad justa es aquella que permite el mayor acceso posible a los bienes fundamentales y la participación en las diversas dimensiones de la vida social, cultural, económica, civil y política”. Su finalidad es, en definitiva, “ordenar las relaciones socioeconómicas, las relaciones de propiedad y la distribución de la renta y la riqueza a fin de que los miembros menos favorecidos se beneficien de las mejores condiciones de vida posibles”. Por lo que hace falta para atreverse a conquistar la justicia.
Es difícil clasificar las políticas, enumeradas anteriormente, en un reformismo con miras a enmascarar la dominación del capital, aunque no proponen la toma alegórica del Palacio del Planalto. Hay virtud en la empatía con el sufrimiento de las personas y el humanismo en las acciones institucionales que combaten la miseria y la pobreza, la desigualdad de género y “racial”, la intolerancia y la represión policial para frenar las diferencias, promoviendo la ascensión social de las clases subalternas para calificar la existencia en sociedad. Las reformas no se oponen a las revoluciones. Lucien Goldmann condensó ambas en la expresión “reformismo revolucionario”, para llenar el vacío de estrategias en las filas anticapitalistas y sortear las inflexiones mesiánicas en la interpretación de la historia. El enemigo de la utopía socialista es la falta de derechos, nunca lo ha sido la conciencia del derecho a tener derechos.
El legado del socialfascismo
Es correcto decir que el vértice de la legitimidad del Estado reside en la conversión, siempre problemática, de la tensión entre democracia y capitalismo en un círculo virtuoso en el que ambos prosperan, sin sacrificar a la primera en el altar de la acumulación. Sin embargo, se extendieron variantes de extrema derecha, anunciando la crisis del contrato social en una especie de ciberdistopía. “Las redes sociales son importantes en el proceso de cambio; pero son, sobre todo, caja de resonancia de los fenómenos que generan estados de opinión: no el revés. Fenómenos que pueden ser producto de estímulos, muchos de ellos indirectos, que se superponen a diferentes modelos de control político, criminal y militar que fueron ignorados, aceptados y tolerados por los actores sociales”, según Francisco Veiga y todo, en Patriotas indignados: sobre la ultraderecha en la posguerra fría (Alianza). Sin el miedo que suscita el choque en las estructuras del sexismo, el racismo y la homofobia, la noticias falsas Los bolsonaristas sobre las absurdas “botellas de polla” no tendrían público.
Se mantienen los valores asociados a la modernidad (libertad, igualdad, solidaridad, autonomía individual, justicia social), pero bajo el bombardeo de significados simbólicos dispares en las “narrativas” con enunciaciones que relativizan la autoridad de la ciencia, el saber y el sentido común. Hoy, hordas negacionistas hacen fogatas con máscaras sanitarias para proclamar la “libertad” de cada individuo a pesar de las recomendaciones de salud pública y de la OMS y Fiocruz, cuando no invaden los hospitales para enfrentar a los equipos de enfermería y a los pacientes. La arena pública se ha convertido en un dios-ayúdanos, en el que no son los argumentos los que cuentan, sino las creencias subjetivas.
Dos cuestiones (complementarias) contribuyen a la grave crisis de las garantías contractuales: (a) el precontractualismo, que bloquea el camino para que grupos sociales gocen de derechos de ciudadanía, como el derecho al primer empleo y; (b) El poscontractualismo, que confisca los derechos adquiridos, como hicieron Temer y Bolsonaro al cancelar los programas sociales de los gobiernos de Lula y Dilma.
En cualquier caso, los ciudadanos son devueltos al estado de naturaleza hobbesiano con el sello de lumpen-ciudadanía, legando una subclase de personas excluidas. En la designación de Jessé Souza, una “chusma” que vive en zonas remotas, sin empleo estable ni formación profesional, en familias monoparentales encabezadas por mujeres guerreras a pesar de depender de la asistencia social, y con tendencia a actividades delictivas para subsistir. Imposible cambiar el statu quo sin unirse
El formato del fascismo actual no repite las experiencias de 1920-1930. El “socialfascismo” entre nosotros puede asumir rasgos de segregación racial, con una cartografía urbana que separa ricos y pobres; paraestatal, bajo coerción y regulación fuera de instancias legales (a cargo de milicias); contractual, donde la parte más débil está sujeta al poder de la más fuerte; finanzas, bajo el mando de inversionistas bajo intervenciones democráticas en el casino de las Bolsas de Valores. En esta maraña de horrores es necesario llevar a cabo “una reinvención solidaria y participativa del Estado”, señala el autor de la gramática del tiempo. El Ato Pela Terra, en Brasilia, fue quizás el embrión de interseccionalidades prometedoras.
Por el socialismo participativo
Las luchas futuras necesitan ir más allá de los hitos de la gran victoria conquistada por el neoliberalismo, sobre dos generaciones de hegemonía (desde 1980) –que condicionó el espíritu de la utopía en el terreno de las necesidades, lejos de la libertad.
La democracia liberal no pudo contener la espiral descendente del contrato social moderno, que durante mucho tiempo debilitó la emancipación. Sus limitaciones estaban abiertas de par en par en cuanto a las descontractualizaciones impulsadas por la siniestra caravana neoconservadora, neoliberal y neofascista. La democracia necesita de la participación ciudadana para atender las tareas que la representación no ha cumplido.
Con una plataforma en defensa de un mundo ecológicamente preservado y socialmente justo, el gobierno progresista liderado por Lula tendrá la oportunidad de expandir el paradigma contractualista a todas las mujeres y hombres brasileños, en toda su diversidad, avanzando en las luchas que abogan por la igualación de derechos, sin tratar a la naturaleza como una simple mercancía. El calentamiento global no es una metáfora. Es una realidad que envuelve la supervivencia misma de la humanidad y del planeta.
Nuevas formas de sociabilidad política desafían a la legión de luchadores sociales y políticos con las semillas del socialismo participativo por el control público del Estado. Es hora de sacar las banderas rojas del armario y poner el bloque en la calle.
* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.