por MICHEL AIRES DE SOUZA DÍAS*
Al Estado le resulta cada vez más difícil gestionar eficientemente, ya que su capacidad de actuar para gobernar en beneficio de la población se ve socavada por la lógica capitalista.
En la etapa actual de las fuerzas productivas, dominadas por las grandes multinacionales y transnacionales, el sector financiero y la agroindustria, el capitalismo es cada vez más depredador. El excedente social recaudado por el Estado es capturado por los intereses del gran capital. Hay una crisis de gobernancia en las grandes naciones del mundo capitalista. Hoy en día es cada vez más difícil para el Estado gestionar eficientemente, ya que su capacidad para actuar para gobernar en beneficio de la población y lograr objetivos colectivos se ve socavada por la lógica capitalista.
Obtención de ingresos o ventajas económicas (la busqueda de rentas) por parte de individuos o grupos de intereses, que no derivan del libre juego del mercado, se ha convertido en un problema para las grandes naciones. Estos individuos o grupos se aprovechan indebidamente de los ingresos del Estado, evaden impuestos, corrompen a funcionarios públicos, manipulan licitaciones, facturan precios, reciben sobornos o adquieren cuantiosas pensiones o pensiones, que no corresponden a su aporte.
En lugar de que la libre competencia genere ganancias, trayendo beneficios a toda la sociedad, la captura del Estado por parte de individuos o grupos económicos produce resultados perjudiciales para el bienestar social. Según Queiroz (2012), la actividad de los agentes en la búsqueda de ganancias de manera competitiva en el mercado, según las reglas del juego económico, es algo beneficioso para toda la sociedad.
La ganancia así obtenida genera contextos positivos, como el aumento de la productividad en toda la economía, así como la mejora de los procesos productivos y el bienestar de las personas, beneficiando a todo el sistema económico y social. Sin embargo, la obtención de ingresos a través de mecanismos externos al mercado, aprovechando privilegios obtenidos a través de decisiones políticas, no encuentra el mismo contexto positivo, ya que produce un bienestar social precario.
En Brasil, la captura del Estado por parte de individuos y grupos de interés es parte de la cultura de las instituciones. Sérgio Buarque de Holanda ya señaló ciertos rasgos culturales ibéricos en el alma brasileña, en particular la portuguesa, como el personalismo, los privilegios, el irrespeto a las leyes, la jerarquía social y la valoración del status quo. Por ello, “aquí siempre los elementos anárquicos han fructificado fácilmente, con la complicidad y la descuidada indolencia de las instituciones y costumbres” (HOLANDA, 1995, p. 33). Fueron estos elementos culturales los que cristalizaron en nuestra cultura organizacional, como el personalismo, el patrimonialismo y el clientelismo.
El patrimonialismo se caracteriza por el sometimiento o apropiación de bienes y servicios de instituciones públicas por parte de individuos o grupos privados vinculados a organizaciones del mundo capitalista. A pesar de las reformas que Brasil ha experimentado desde que era colonia, el patrimonialismo sigue siendo un rasgo cultural de nuestras instituciones. Como señala Bergue (2010, p. 34): “A pesar de los repetidos enfoques y estudios que resaltan la influencia del patrimonialismo, el formalismo, el clientelismo, entre otros factores, los fracasos de los proyectos de reforma administrativa en Brasil también pueden estar relacionados con la insuficiente observancia de estos elementos culturales, incluyendo sus variantes más modernas como el amiguismo, el vasallaje, el regateo, la fisiología, la licenciatura y la centralización”.
Hoy en día, los valores patriarcales todavía ejercen una influencia significativa en la política. Las élites familiares poderosas se extienden a las esferas de las instituciones y los cargos públicos, haciéndose eco del pasado del período colonial. El poder sigue transmitiéndose de generación en generación, como si los rangos políticos más altos fueran hereditarios. Nuestras elites empresariales, principalmente aquellas vinculadas a la agroindustria y los bancos, monopolizan el poder político, controlando parlamentos, ministerios y todos los principales puestos de liderazgo.
Por eso, hoy se considera natural que la agroindustria no pague impuestos por sus exportaciones y que además sea subsidiada por miles de millones al año por parte del Estado. Este fenómeno, además de caracterizar una forma de patrimonialismo, también puede entenderse por lo que Berge (2010) y expertos en administración pública llaman bachillerato, es decir, la costumbre de intentar moldear la realidad a través de leyes y decretos.
A pesar de nuestras peculiaridades de un pasado colonial, que todavía influye en nuestro presente, el patrimonialismo, el clientelismo y las licenciaturas también son condiciones determinantes en otros países. Estas características también se encuentran en las democracias modernas del mundo occidental. Sin embargo, no corresponden a su pasado histórico, sino a la propia organización del mundo capitalista, en su vertiente neoliberal, en la que, con el discurso del “Estado mínimo”, el gran capital se apropia de los ingresos del Estado y pone fin a las políticas sociales. reduciendo su capacidad de gobernanza.
El mejor ejemplo de esto es la economía más grande del mundo, Estados Unidos, que tiene casi 50 millones de pobres (12,8% de la población) y se ha convertido en rehén del complejo armamentista militar-industrial. El lobby de la industria armamentista es muy poderoso. Es el país que más participa y financia conflictos en todo el mundo, con el único objetivo de lucrar con la muerte de civiles inocentes. Hoy vemos a este país involucrado en dos grandes guerras, la de Ucrania y la de Israel, haciendo inviables las decisiones de las Naciones Unidas y de la cooperación internacional para garantizar la paz.
El neoliberalismo es hoy una nueva forma de “razón gubernamental” muy cercana a lo que Adorno y Horkheimer (1985), en los años cuarenta, llamaron sociedad gestionada. Se trata de un sistema normativo “capaz de guiar internamente la práctica eficaz de los gobiernos, de las empresas y, más allá de ellos, de millones de personas que no necesariamente son conscientes de ello” (DARDOT; LAVAL, 1940, p. 2016). Hoy, las fuerzas y poderes que establecen el neoliberalismo operan en una interconexión tanto a nivel nacional como internacional.
Oligarquías burocráticas y políticas, empresas multinacionales, entidades financieras y grandes organizaciones económicas internacionales colaboran en una coalición de poderes concretos, desempeñando un papel político significativo a escala global (DARDOT; LAVAL, 2016). En este sentido, el neoliberalismo es una nueva forma de capitalismo gestionado, ya que impone una forma de dominación social basada en la racionalidad técnica, económica y administrativa, transformando a los individuos en objetos de coordinación, organización, control y planificación a gran escala.
*Michel Aires de Souza Días Doctor en Educación por la Universidad de São Paulo (USP).
Referencias
ADORNO, Theodor W.; HORKHEIMER, Máx. Dialéctica de la Ilustración: fragmentos filosóficos. Río de Janeiro: Jorge Zahar, 1985.
BERGÉ, Sandro Trescastro. Cultura y cambio organizacional.. Florianópolis:
Departamento de Ciencias de la Administración / UFSC; [Brasilia]: CAPES: UAB, 2010.
DARDOT, P.; LAVAL, C. La nueva razón del mundo: ensayo sobre la sociedad neoliberal. São Paulo: Editora Boi Tempo, 2016.
HOLANDA, Sergio Buarque. Raíces de Brasil. São Paulo: Companhia das Letras, 1995.
QUEIROZ, Roosevelt Brasil. Formación y gestión de políticas públicas.. Curitiba, PR: Intersaberes, 2012.
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