por RICARDO ABRAMOVAY*
Para alcanzar los ambiciosos objetivos establecidos en el Acuerdo de París, la contribución de las personas y las familias deberá ser cada vez mayor.
La lucha contra la crisis climática en los países desarrollados está entrando en una nueva, difícil y fascinante etapa. Las conquistas obtenidas hasta el momento, y que explican la caída de las emisiones de gases de efecto invernadero en Estados Unidos y en casi toda Europa Occidental, se sustentaron en transformaciones que poco contribuyeron a cambiar el modo de vida de los ciudadanos.
Pero ahora eso va a tener que cambiar. La crisis climática se ha enfrentado, en las últimas décadas, sin requerir cambios en el comportamiento de las personas. Pero, para alcanzar los ambiciosos objetivos establecidos en el Acuerdo de París, la contribución de las personas y las familias deberá ser cada vez mayor.
En Estados Unidos, por ejemplo, la descarbonización de la matriz energética se está dando principalmente gracias a la sustitución del carbón por gas, que emite mucho menos que el carbón. Esta sustitución es producto de la introducción de la fraccionamiento hidraulico en la obtención de fósiles, lo que permitió que el país dejara de ser importador de petróleo, allanando el camino hacia la ansiada meta de la independencia energética.
En Europa Occidental (donde el recorte de emisiones fue mucho mayor que en EE.UU.) las modernas tecnologías renovables (solar, eólica, geotérmica y bioenergía) contribuyeron decisivamente a esta saludable caída. Y a ambos lados del Atlántico fue masivo enreubicación de industrias intensivas en carbono a China, lo que también explica la reducción de sus emisiones. O "Hecho en China” consumido en todo el mundo se contabiliza por las emisiones de China y no por los países a los que se venden los productos.
Estos logros corresponden a lo que, en inglés, se suele denominar “fruta baja”, que literalmente significa “fruto colgando”, expresión utilizada para describir el fruto que se cosecha primero, porque está más a la mano, es decir, algo relativamente fácil de obtener. Pero por muy relevantes que hayan sido los logros alcanzados hasta ahora en estos países, ahora se empieza a afrontar el mayor reto. Y esta confrontación solo tendrá un resultado positivo si se producen transformaciones importantes no solo en las tecnologías, sino, sobre todo, en la forma en que estas tecnologías ingresan en la vida cotidiana de los ciudadanos.
Este es el mensaje central de relatório que acaba de ser publicado por Brett Meyer y Tim Lord, investigadores de Instituto Tony Blair para el Cambio Global. Entre 2009 y 2019, muestran Meyer y Lord, el 87% de la reducción de emisiones no se originó en cambios de comportamiento. Pero durante los próximos quince años, solo el 41% de esta caída podría provenir de estas fuentes: el resto depende de los cambios en el comportamiento de los hogares.
¿Cuáles son estos cambios? Meyer y Lord insisten en que no se trata de convertir a toda la población al vegetarianismo ni de abolir el uso individual del automóvil. Aún así, estos son cambios que involucran decisiones tomadas por individuos y no solo por lo que hacen las empresas y los gobiernos.
Estas transformaciones afectan seis dimensiones de la vida cotidiana:
• Cambio en el uso de calefacción y energía en el hogar
• Reducción de la eliminación de residuos sólidos y aumento del reciclaje.
• Aumento de los desplazamientos a pie, en bicicleta y en transporte público.
• Sustitución de un coche de gasolina o diésel por un coche eléctrico,
• Disminución de los viajes aéreos
• Descenso del consumo de leche y carne.
Las encuestas en las que se basa el trabajo muestran que la mayoría de las personas creen que ya están haciendo todo lo posible para evitar el empeoramiento de la crisis climática. Pero cuando se les pregunta, por ejemplo, cuáles son sus planes para cambiar el sistema de calefacción doméstico (que es laborioso y costoso), solo una minoría afirma estar comprometida en esta dirección (aunque este número va en aumento). Solo el 20% de los británicos se compromete a usar menos su automóvil en los próximos años o reducir sus viajes aéreos.
Además, sustituir el coche de gasolina por el eléctrico reduce las emisiones, pero no reduce la congestión. Será necesario, como se muestra otro informe del Instituto Tony Blair, cobrar un impuesto por cada kilómetro recorrido de forma que, de hecho, se reduzca el uso de coches individuales. No hace falta decir lo impopular que puede ser una medida de este tipo y, por lo tanto, difícil de adoptar...
Este abismo entre el conocimiento sobre la gravedad de la crisis climática y lo que la gente está dispuesta a hacer es generalizado y se explica tanto por los costos de la transición como por los inconvenientes que los cambios traen a la organización de la vida cotidiana. Además, son transformaciones que exigen a los ciudadanos encontrar financiación, equipamiento, técnicos cualificados y materiales para llevar a cabo los cambios. Y es ilusorio imaginar que basta movilizar incentivos económicos (que obviamente son importantes, pero tienen límites) para enfrentar el problema.
Hay tres recomendaciones en el trabajo de Brett y Lord, frente a estos desafíos. El primero es la participación activa de ciudadanos y consumidores, a través de movilizaciones en las que la gente común habla con expertos y hace recomendaciones de política pública. En Gran Bretaña y Francia Convenciones Ciudadanas por el Clima desempeñó este papel. Son técnicas de movilización aplicables a las más variadas temáticas.
La segunda recomendación es la demanda de una comunicación gubernamental honesta, clara y bien encaminada sobre la importancia de cambiar comportamientos, exponer ejemplos y alternativas y, sobre todo, crear una comunidad de prácticas en la que el ciudadano perciba que estas transformaciones también están siendo seguidas por sus parejas. Los trabajos de los politólogos de todo de lo que la gente piensa de lo que otros piensan ofrecen formas prometedoras de abordar el tema.
La tercera recomendación involucra un sentido de justicia: la transición solo será exitosa si se inspira en la idea cada vez más evidente de que es imposible combatir la crisis climática sin reducir las desigualdades. Es el camino que Gran Bretaña, la Unión Europea y los Estados Unidos están, por supuesto, con inmensas dificultades y obstáculos, tratando de adoptar. Pero es un camino mucho más prometedor que ignorar el tema y pretender que es posible tapar el sol con un colador.
*Ricardo Abramovay es profesor titular del Instituto de Energía y Medio Ambiente de la USP. Autor, entre otros libros, de Amazonía: hacia una economía basada en el conocimiento de la naturaleza (Elefante/Tercera Vía).