La crisis: dando vueltas en tierra firme

Whatsapp
Facebook
Twitter
Instagram
Telegram

por ELEUTÉRIO FS PRADO*

La civilización ha entrado de nuevo en una era de catástrofe, en la que múltiples crisis se sucederán en un proceso de agravamiento

El destacado historiador británico Adam Tooze escribió una nota fundamental en su blog: Policrisis: Pensamiento en la cuerda floja – con el objetivo de resaltar la importancia y actualidad de la noción de policrisis, que considera necesaria para pensar la difícil situación de la humanidad en el mundo contemporáneo. Allí, definió este nuevo término de la siguiente manera: “la policrisis es una forma de capturar la mezcla enredada de desafíos y cambios que interactúan estrechamente entre sí, torciéndose, desdibujándose y ampliándose mutuamente”.

Así, circunscribió el término en la perspectiva de la teoría de sistemas que, como es sabido, se presenta como una técnica analítica y constructivista para modelar sistemas complejos. Estos, a su vez, se entienden como plexos de partes o elementos interactuantes que tienen una organización específica o, más aún, una autoorganización. De esta forma, los sistemas complejos se definen por los vínculos externos entre las partes, es decir, por sus interacciones, que supuestamente se dan según ciertos patrones de regularidad.

Resulta que hay otra forma de definir un sistema complejo, no sólo a través de vínculos externos, sino como un plexo de relaciones internas entre las partes que lo componen. Estas relaciones no solo estructuran las interacciones, sino que también plantean contradicciones dialécticas, es decir, forman polaridades contrarias, pero unidas entre sí. He aquí, tales relaciones ya están constituidas como contradicciones, como conjunción de determinadas negaciones, por lo que el conjunto del sistema ya no es sólo una composición, sino que necesita ser pensado como una totalidad. Ahora bien, esto simplemente significa que las partes y el todo no pueden ser pensados ​​rigurosamente – ontológicamente – sin sus conexiones internas.

Al hacerlo –repitiendo aquí lo escrito en el pasado– se evoluciona del modo de pensar del entendimiento al modo de pensar de la dialéctica; este camino, sin embargo, debe hacerse bajo la condición de un doble reconocimiento: la comprensión es a la vez necesaria e insuficiente para una buena comprensión del mundo. La dialéctica sólo pretende complementar la comprensión en la comprensión de su complejidad constitutiva, que no es estática sino que, por el contrario, está en proceso de devenir.

Ahora bien, esta elucidación –un tanto críptica y quizás pretenciosa– se ha vuelto aquí necesaria porque Adam Tooze, en su breve artículo, desafía a los marxistas a dar una explicación que sea capaz de abarcar la complejidad de la crisis contemporánea. Sugiere, entonces, que no basta con decir “que todo se reduce al capitalismo y su desarrollo en crisis”. Sin embargo, no duda de que este tipo de reflexión crítica “es capaz de ofrecer una respuesta, pero para que sea convincente” –dice– “tendría que ser una teoría marxista de la complejidad y la policrisis”.

Se argumenta frente a este desafío que el marxismo no se enfoca en la noción de policrisis –ya que es una noción que solo abarca la apariencia– precisamente porque tiene el concepto de totalidad, que debe entenderse –se juzga– en la perspectiva de Theodor Adorno de que el todo es falso. Es necesaria la disposición del pensamiento a la totalización, pero es necesario saber que es un método guiado por una utopía cognitiva; he aquí, la buena razón dialéctica opera también bajo el principio de no identidad entre el sujeto cognoscitivo y lo real a aprehender. Ahora bien, esto evita la positivización del todo como hace el marxismo vulgar y, por tanto, en última instancia, el totalitarismo que engendra.

En todo caso, cabe señalar que el concepto de totalidad es necesario porque “lo concreto es la síntesis de muchas determinaciones, es decir, la unidad de lo diverso”. La crisis, en este sentido, figura siempre como una crisis única, pero con múltiples dimensiones. Aparece a través del estallido de varios problemas, que resultan de varias contradicciones y por lo tanto producen tensiones.

En esta perspectiva, además, se juzga que la noción de policrisis aún se encuentra en el campo del conocimiento positivo, ya que no deja de examinar los hechos como acaecimientos discretos, aunque sean partícipes de una composición, de un sistema de interacción. – y no aisladamente. , unidas únicamente a través de funciones matemáticas. Se puede ver, incluso de lo presentado anteriormente, que el sujeto del conocimiento permanece externo al objeto, y no de manera inmanente a él, como pretende toda teoría crítica.

Es evidente que Marx examinó la crisis capitalista a través de un ojo económico en La capital. Para él, como es sabido, no sólo se dan las crisis en el capitalismo, sino que las crisis forman parte de la lógica misma del desarrollo de la acumulación de capital. Las crisis - dijo en La capital, siempre en la perspectiva proporcionada por el capitalismo de mediados del siglo XIX- son momentos disruptivos en el curso de la evolución de las contradicciones inherentes al propio sistema del capital, brotes que las relajan temporalmente y preparan para un nuevo ciclo de acumulación.

El capitalismo de finales del siglo XX y principios del XXI reivindicó, como es bien sabido, la necesidad del concepto de crisis estructural porque su estallido inminente ya no produce necesariamente un reequilibrio temporal; por el contrario, el desequilibrio puede persistir, tendiendo a permanecer durante mucho tiempo, o quizás incluso de forma permanente. Pues, la necesaria destrucción del capital acumulado para restablecer un cierto equilibrio ya no puede darse sin que el propio capitalismo se derrumbe, amenaza que se pintó en el horizonte con la crisis de 2008, pero que no ocurrió solo porque la acción del Estado impidió desencadenar el proceso de devaluación abrumadora del capital ficticio acumulado y, como resultado de rupturas sucesivas, del propio capital industrial.

El mismo Marx sabía que la crisis económica engendra la crisis social, es decir, la agudización de la lucha de clases y la consiguiente tensión de las luchas políticas. Señaló que los economistas clásicos, y especialmente Ricardo, sabían esto porque les preocupaba la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, indicativa de la existencia de sobreacumulación, en el corto y largo plazo. “De ahí el temor de los economistas ingleses en relación a la disminución de la tasa de ganancia –dice– (…) Lo que preocupa a Ricardo es que ese acicate de la producción capitalista (…) la ponga en peligro por el desarrollo mismo de esa producción” .

Lo que Marx no sabía, sin embargo, es que las crisis, incluso las más profundas, de la producción capitalista no generarían necesariamente una oportunidad para la transformación socialista. Si esta posibilidad aún era cierta en el siglo XIX, en el transcurso del siglo XX se convirtió en motivo de gran incertidumbre, en un advenimiento improbable. Porque este siglo ha visto el surgimiento de extremismos de derecha que pueden caracterizarse aproximadamente como fascistas.

Debido a su situación histórica, no puede comprender las complejas interconexiones entre las condiciones objetivas de la crisis económica, el estado de la cultura y la formación del carácter o personalidad. He aquí, estas conexiones, como sabemos, solo comenzaron a aprehenderse a través, primero, del marxismo-freudiano (Wilhelm Reich, Erich Fromm, entre otros) y, más tarde, de la teoría crítica (Max Horkheimer, Theodor Adorno y Herbert Marcuse, principalmente).

Una historia completa de esta investigación y su exposición se encuentra en el libro Teoría crítica y psicoanálisis de Sérgio Paulo Rouanet. Aquí sólo se puede abrir la pregunta. Se sugiere, a continuación, que el extremismo fascista puede ser visto como una formación política que capta ciertos deseos de seguridad y protección que surgen cuando el carácter, especialmente de los individuos pertenecientes a las clases medias, pero también de los “sujetos” que están fuera de ellos, entra en crisis.

Para restringir el alcance de esta nota, no más que una pieza informativa para cualquier parte interesada, nos quedan solo las tesis de Erich Fromm presentadas en su libro clásico, El miedo a la libertad.

Un primer punto, aportado por este autor, es que la sociedad moderna no crea individuos firmes y racionales como dice la leyenda de la teoría económica actual, sino sobre todo, a veces bajo esta apariencia, personajes temerosos e inseguros a los que molestan las fluctuaciones y los cambios. incertidumbres de la vida económica, así como los conflictos políticos que prosperan en la sociedad bajo determinadas circunstancias.

Cuando el propio sistema de relaciones del capital entra en crisis estructural, una parte importante de estos individuos a veces está dispuesta a sacrificar su libertad. Erich Fromm utiliza luego los descubrimientos de Freud para develar las fuerzas irracionales e inconscientes que determinan el comportamiento humano y que llevan a los individuos sociales a desear y clamar, incluso cuando se sienten débiles e impotentes, por dictaduras fascistas.

Como es sabido, las relaciones sociales en el capitalismo se dan como relaciones de cosas; los sujetos económicos, a su vez, son sujetos, no sujetos, ya que actúan y deben actuar como personificaciones de las cosas, de las mercancías, de la fuerza de trabajo y del capital. Como tales, solo tienen "libertad" negativa. La libertad positiva, sin embargo, está efectivamente reservada sólo a la burguesía.

Refiriéndose especialmente a los no burgueses, para Erich Fromm, los individuos bajo el capitalismo, al independizarse de sus padres, es decir, “sujetos” en sí mismos, tienen “dos caminos (…) para superar el insoportable estado de impotencia y soledad”: puede luchar por la libertad positiva convirtiéndose en activista o puede acomodarse, huir de la lucha, abdicar de la autoafirmación, convirtiéndose más o menos en un “neurótico”. Pues bien, la vía de escape, guiada por el miedo y, eventualmente, por el pánico, se caracteriza por su carácter compulsivo.

Algunos de los que toman la vía de escape entran en el camino del autoritarismo. Al renunciar a la lucha por la independencia, por una cierta autonomía del propio yo, tienden a identificarse con alguien o algo del mundo exterior para adquirir poder. Están tomados, por tanto, por el anhelo de sumisión y dominación, es decir, por impulsos masoquistas o sádicos, que -dice- existen “en mayor o menor grado tanto en personas normales como neuróticas”.

Estos impulsos contradictorios sostienen de alguna manera al individuo, evitando que se sienta solo e impotente ante el mundo. El carácter sadomasoquista, que se encuentra especialmente en los individuos de clase media -sobre todo, hoy en día, en aquellos que se ven a sí mismos como autogestores- es autoritario porque siempre viene a ser una actitud que reconoce e incluso valora la autoridad, el poder de los “ganadores”. ”. ”. Son estos individuos los que se ofrecen como masa al fascismo cuando la incertidumbre inherente a la crisis económica, social y política se instala en la sociedad. Es decir, el carácter autoritario es una estructura de personalidad que le da una base humana al fascismo.

Fromm también distingue otra forma de responder a la soledad e impotencia del individuo en el mundo competitivo creado por el capitalismo, algo que no solo afecta la esfera económica de la sociedad, sino que se propaga a través de las relaciones sociales en general, creando así un mundo inhóspito. Algunos individuos, para huir del sentimiento de franqueza frente a un sistema que no controlan y que parece marcado por la fatalidad, asumen un carácter marcado por impulsos de agresividad contra todo y contra todos, es decir, lo que él llama destructividad, algo que Freud captó a través de la noción de pulsión de muerte. “La destructividad” – dice este autor – “es el producto de la vida no vivida”.

Finalmente, el psicoanalista que aquí trabaja menciona la existencia de otra vía posible de escape al extrañamiento que la sociedad moderna impone a las personas: la alienación del mundo. Según él, es el camino adoptado, generalmente sin conciencia, por la mayoría de los individuos “normales” de la sociedad moderna. Este tipo de carácter se forma cuando el individuo simplemente adopta sin darse cuenta los patrones culturales que prevalecen más ampliamente en la sociedad. Es mimetismo, es decir, el individuo busca borrar la diferencia entre él y el mundo, volviéndose idéntico a la mayoría que aparece como muda. Fromm caracteriza este camino con un término muy sugerente: “conformismo de autómatas”.

A partir de estas dos nociones abstractas de carácter, el autoritario y el autómata”, con la noción complementaria de destructividad, Erich Fromm, en su libro, pudo presentar fundamentos psicológicos tanto para el advenimiento del fascismo y el nazismo como para la “normalidad” de democracia moderna. Está claro que su explicación de estas formas sociopolíticas no pretende reemplazar, sino complementar, los análisis sociológicos y de ciencia política. He aquí, ambos son fenómenos moldeados por factores enraizados en la economía y la sociedad.

En todo caso, este marco analítico –así como los desarrollados posteriormente por la teoría crítica– también parece relevante para pensar el “inesperado” advenimiento del fascismo en las “placidas orillas” donde brilla el “sol de la libertad” y donde la tierra es “buena madre”. Ahora bien, estos términos grandilocuentes que caracterizan ideológicamente la brasilidad en la mente de muchos están ciertamente en contradicción con todo lo que ha representado el bolsonarismo en los últimos cuatro años.

Es necesario, pues, saludar el “grito resonante” de victoria electoral de la coalición de fuerzas democráticas que le ganó una batalla al fascismo neoliberal, una noción eminentemente política que ha sido utilizada por muchos para caracterizar a grandes rasgos al bolsonarismo.

Las adversidades provocadas por la crisis estructural de la caída del capitalismo, una crisis que afecta a todos los países del mundo, no podrían haber sido revertidas en Brasil, por él y su jefe anónimo; al contrario, todo empeoraba día tras día. . Pero tampoco será significativamente revertida por el movimiento cívico que siguió. Se establece así un enigma político para el futuro. Es necesario tener claro que la civilización humana ha entrado nuevamente en una era de catástrofe, en la que múltiples crisis se sucederán en un proceso de agravamiento, como tratábamos de indicar en el post anterior: la economía posglobal. De todos modos, como siempre, hay que dudar de todo.

* Eleutério FS Prado es profesor titular y titular del Departamento de Economía de la USP. Autor, entre otros libros, de De la lógica de la crítica de la economía política (ed. luchas contra el capital).

 

O el sitio la tierra es redonda existe gracias a nuestros lectores y seguidores. Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
Haga clic aquí para ver cómo

Ver todos los artículos de

10 LO MÁS LEÍDO EN LOS ÚLTIMOS 7 DÍAS

Ver todos los artículos de

BUSQUEDA

Buscar

Temas

NUEVAS PUBLICACIONES

Suscríbete a nuestro boletín de noticias!
Recibe un resumen de artículos

directo a tu correo electrónico!