por FRANCISCO FERNANDES LADEIRA*
Hemos asistido a un fuerte proceso de adaptación de sectores progresistas al statu quo capitalista
Históricamente, la izquierda política se constituyó como tal, teniendo como principal característica el desafío a la statu quo. El origen mismo del término “izquierda”, en términos del espectro ideológico, hace referencia a segmentos de la sociedad francesa que cuestionaron el orden vigente en esa nación, en el contexto de la pre-Revolución de 1789.
Sin embargo, en las últimas décadas, especialmente con el surgimiento de la llamada "nueva izquierda" -que asumió ciertas pautas identitarias en detrimento de la lucha de clases- hemos asistido a un fuerte proceso de adaptación de sectores progresistas a las statu quo capitalista.
Por otro lado, le tocó a la extrema derecha ocupar el vacío contestatario dejado por la izquierda. No es casualidad que nombres de este espectro político, como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Marine Le Pen y Viktor Orbán, gocen de relativa popularidad entre las clases trabajadoras de sus respectivos países.
Como han señalado autores marxistas (como Antonio Gramsci y Louis Althusser) y no marxistas (como Michel Foucault y Pierre Bourdieu), bajo el capitalismo, el dominio burgués sobre otras clases no se logra sólo mediante el ejercicio del poder político, como también cuenta con la ayuda de lo que Althusser designó como “aparatos ideológicos de Estado” o Foucault se refirió como “instituciones normativas”.
Por lo tanto, se espera que cada individuo de la izquierda tenga actitudes mínimamente críticas y escépticas hacia el sistema judicial, las escuelas, los hospitales psiquiátricos, la prensa, la ciencia, el mercado y la policía. Desafortunadamente, eso no es lo que hemos estado viendo últimamente. Las principales críticas a la actuación de algunas de las instituciones enumeradas en el párrafo anterior no han venido de la izquierda (adaptada), sino de la extrema derecha. Evidentemente, con todos los delirios y prejuicios inherentes a los individuos de este espectro ideológico. Veamos algunos ejemplos.
El proceso de globalización (que, según Milton Santos, mata la noción de solidaridad, devolviendo al hombre a la condición primitiva de “sálvese quien pueda”) prácticamente no ha sido contestado por la izquierda. Mientras tanto, la extrema derecha, a través del (anodino) concepto de “globalismo”, critica los supuestos proyectos comunistas de dominación a escala planetaria.
Por supuesto, cualquiera que esté en su sano juicio sabe que no existe un “plan comunista para la dominación global”. Sin embargo, sería ingenuo no pensar que las corporaciones poderosas y los grandes inversores del mercado financiero no aspiren a ejercer tal hegemonía a escala planetaria.
La crítica al campo científico (ya denunciado en sus relaciones con el poder económico, por pensadores como Thomas Kuhn y Bruno Latour) también es mayoritariamente de extrema derecha. A diferencia de la izquierda y su creencia ciega en la ciencia como un conocimiento sin pretensiones y por el bien de la humanidad, la extrema derecha ha enfatizado que la industria farmacéutica, por ejemplo, como cualquier otro sector en el capitalismo, apunta a la rentabilidad por encima de todo.
Como no podía ser de otra manera, los “argumentos” de la extrema derecha sobre este tema están anclados en ideas negacionistas y antivacunas. Pero eso no niega el hecho de que muchos científicos tienen conexiones espurias con las grandes empresas, lo que, al menos en teoría, debería ser ampliamente debatido por la izquierda.
Siguiendo esta tendencia mundial, en Brasil, la extrema derecha (representada por el bolsonarismo) ha monopolizado las críticas a la statu quo e instituciones. Como sabemos, por aquí, la extrema derecha salió del armario al acecho del antiPTismo, cuyo pico fue el golpe de Estado de 2016, un movimiento de ruptura democrática que contó con la colaboración decisiva de mecanismos extraparlamentarios, ubicados principalmente en la los medios de comunicación y el poder judicial (ambos al servicio del imperialismo estadounidense).
Debido a una de estas contingencias en el ámbito político, las mayores críticas, tanto al sistema judicial como a la prensa mayoritaria, se ubican hoy, precisamente, en el bolsonarismo. Por otro lado, una parte considerable de la izquierda brasileña, en lugar de construir un discurso crítico y consistente en relación a las instituciones, prefiere “defenderlas” de los ataques de la extrema derecha.
Sin embargo, este monopolio de la crítica de la statu quo por parte de la extrema derecha no solo trae perjuicio electoral a la izquierda; es también un arma discursiva contra las mentes en conflicto. Así, todos los cuestionamientos a las instituciones o al sistema económico imperante (ya sea de izquierda o de derecha) caen en la misma “canasta” de “teorías conspirativas”.
Curiosamente, el concepto de “teoría de la conspiración” (hoy dirigida a los terraplanistas) surgió para deslegitimar los discursos de quienes denunciaban las acciones de Estados Unidos en otros países, como el apoyo a golpes de Estado, asesinatos de líderes políticos y guerras económicas.
En el contexto brasileño, en lo que llaman “polarización política”, cualquier crítica al STF y al sistema electoral (por muy fundamentada que sea), corre el grave riesgo de ser tildada de “bolsonarista”.
En definitiva, si la izquierda no deja de lado su capitulación y recupera la hegemonía de la crítica, todos los individuos que cuestionen la statu quo serán tildados de conspiradores, lunáticos, extremistas o se les pondrá a prueba su cordura. Los “dueños del poder” gracias.
*Francisco Fernández Ladeira es candidato a doctorado en geografía en la Unicamp. Autor, entre otros libros, de La ideología de las noticias internacionales (Editor CRV).
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