por ESTER GAMMARDELLA RIZZI*
¿Desde cuándo Chile necesita una nueva Constitución?
La mayoría de las más de 15 entrevistas que hice durante el tiempo que estuve en Chile comencé con dos preguntas: “¿Chile necesita una nueva Constitución? ¿Por qué?" y “¿Desde cuándo Chile necesita una nueva Constitución?”. Mi objetivo con las preguntas era exactamente conocer el marco temporal y las razones históricas que llevaron a los entrevistados a afirmar que Chile necesitaba una nueva constitución. Solo un encuestado respondió cuestionando el verbo “necesitar” en la pregunta inicial. Todos los demás afirmaron la urgente necesidad que se materializa en el proceso constituyente que atraviesa el país.
Entre las razones de la necesidad, el taxista Néstor, que me llevó del aeropuerto al hotel el mismo día que llegué, resumió uno de los argumentos: “Es la Constitución de Pinochet. Y… Todo es culpa de la Constitución de Pinochet”. El símbolo de tener, en una democracia, una Constitución elaborada en un período dictatorial es una de las formas de responder a la pregunta. Otro es el hecho de que la Constitución de 1980 cristalizó la decisión -realizada a través del golpe de 1973, contrariamente a la historia anterior de Chile- de transformar el Estado del país en un estado neoliberal, que se retiraría en gran medida de la tarea de garantizar los derechos. A partir de la Constitución de 1980, y de las interpretaciones que siguieron a su texto, ya que la expresión no está explícita en sus normas, el Estado de Chile se convirtió en un Estado subsidiario y privilegió la actuación de la iniciativa privada para garantizar servicios -derechos, tales como salud, educación y pensiones
La Constitución de 1980, por tanto, es el símbolo de un Chile autoritario y neoliberal. Si la forma política logró cambiar -aunque moderadamente- en la transición democrática de 1989-90, la Constitución que permaneció vigente tiene importantes condicionantes en su diseño institucional, los más importantes de los cuales siguen vigentes en este mismo momento: un dos -Mayoría calificada de tercios para reformas de disposiciones constitucionales y previo control de constitucionalidad por parte del Tribunal Constitucional. Este diseño impidió transformaciones más profundas en el sistema económico y la promoción de derechos.
Volviendo a mi pregunta “¿Desde cuándo Chile necesita una nueva Constitución?”. Las respuestas fueron diversas. Sérgio Grez, profesor de historia, dice que la Constitución de 1980 nació en tensión con la realidad chilena. Desde su autoritaria promulgación ya existía un descontento y un deseo de cambio. Otros afirman que al menos desde 1989-90, con la redemocratización de Chile, debería haber una nueva Constitución. Después de todo, “¿qué país deja una dictadura por una democracia sin cambiar el orden constitucional?”, se pregunta Dan Israel.
Daniel Mondaca, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Valparaíso, retoma la historia de todas las constituciones chilenas para responder. Señala que la única Constitución chilena redactada en un proceso razonablemente democrático había sido la de 1828 y, por lo tanto, existía una deuda histórica muy antigua relacionada con los procesos constituyentes en el país. Andrea Salazar, una de las organizadoras de las marchas feministas previas a la grieta y el 8 de marzo de 2020 recuerdan el fiasco del intento de nueva Constitución promovido por la entonces presidenta Bachelet en los años 2016-17 (haga clic aquí) y también el movimiento que comenzó a surgir y extenderse para marcar las papeletas electorales -en papel- con las iniciales “AC”, de Asamblea Constituyente, desde 2013 (haga clic aquí).
Demanda desde el siglo XIX por un proceso constituyente democrático; malestar que viene a partir de 1980 y se intensifica con el proceso de democratización de 1989-90, con mantenimiento de normas marcadamente neoliberales; imposibilidad de cambios más profundos derivados del diseño institucional bloqueado, lo que se manifestó claramente durante los gobiernos progresistas; movimiento “marca tu voto” desde 2013; creciente movilización política de la sociedad chilena desde 2006; finalmente, el fallido intento de la Presidenta Bachelet de redactar una nueva Constitución. El reclamo de una nueva Constitución, capaz de hacer de Chile un país mejor y más solidario, va mucho más allá del convulso octubre de 2019: bajo diferentes facetas, parece formar parte de la historia de Chile, ganando contornos más claros con cada frustración.
Así, cuando el descontento social se convirtió en una revuelta difícil de controlar -que dejó atemorizada a una parte importante de las élites económicas y políticas del país-, no fue difícil saber qué salida institucional tomar para apaciguar los ánimos agudizados en las calles. Ofrecer una Convención Constituyente democrática se presentó como una respuesta posible y efectiva. Por meio de um acordo entre os partidos políticos – sobre o qual vou falar no próximo texto desta série –, a possibilidade de uma Convenção Constituinte é aprovada no dia 15 de novembro de 2019. As manifestações nas ruas das cidades chilenas continuaram após esta data, es verdad. Pero poco después del anuncio ya perdieron parte de su fuerza e intensidad.
Cesia Arredondo dice que se quedó hasta la madrugada esperando el anuncio del acuerdo por televisión, y que lo celebró como una gran victoria política de la grieta sociales. Sergio Grez, por el contrario, consideró que se trataba de un golpe maestro del sistema político frente a una revuelta que podría llevar más lejos a Chile. Aunque más pequeñas, las manifestaciones continuaron tanto a fines de 2019 como en 2020: el 8 de marzo de 2020, por ejemplo, hubo una marcha gigantesca, con solo mujeres. Luego, la pandemia: quizás este fue el agente más eficaz para acabar de una vez por todas con las grandes manifestaciones públicas chilenas. A partir del 18 de marzo de 2020, el debate se daría mucho más en el marco institucional.
Hay, sin embargo, algo que nadie niega. Antes de complemento social octubre de 2019, nadie hubiera imaginado que Chile pasaría por un proceso constituyente tan pronto (sobre todo porque el de Bachelet, unos años antes, había fracasado). Nadie niega también que la posibilidad de constituir una Convención Constituyente, prevista en el acuerdo de paz del 15 de noviembre de 2019, fue una respuesta institucional a la grieta y de alguna manera realmente logró calmar su energía. O de alguna manera trasladar la energía que había en las calles a un ámbito institucional.
Daniel Mondaca señala que, a diferencia de otros procesos latinoamericanos, como Bolivia, no hubo en Chile una agrupación política con un proyecto estructurado que, en algún momento, logre llegar al poder e iniciar un proceso constituyente. O complemento social fue mucho más un proceso destituyente y descentralizado que, con sentimientos de ira y disgusto, se volvió contra el estado de cosas imperante. Esta circunstancia política específica, de destitución, de destrucción de lo anterior sin un proyecto consolidado aún para poner algo nuevo en su lugar, hace más desafiante el actual proceso constituyente chileno.
*Ester Gammardella Rizzi es docente del curso Gestión de Políticas Públicas de la EACH-USP.
Publicado originalmente en la revista Abogado.
Para leer la primera parte del artículo haga clic en https://dpp.cce.myftpupload.com/a-constituinte-chilena-ii/