La situación de abril

Imagen: Lara Mantoanelli
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por marcus ianoni & FELIPE MARUF QUINTA*

El poder de la pluma está en manos del STF

Entre las diversas concepciones de la política, destacamos dos, por su acentuada diferencia: la aristotélica, que la concibe como un modo de organización colectiva destinada a la consecución del bien común y la buena vida, y la del jurista nazi Carl Schmitt, quien lo ve como una arena de antagonismo entre grupos, estructurada en la dicotomía pública entre amigo y enemigo. En este sentido, el grado máximo de intensidad del antagonismo político es la eliminación del otro, sin restricciones en cuanto a la validación de los medios, ya que la política es una esfera de acción distinta de la moral, la estética y la economía. Esta concepción schmittiana se basa en una profunda crítica al liberalismo, considerado como un enfoque despolitizado de la política.

El exjuez Sergio Moro y el grupo de trabajo de la Operación Lava Jato pusieron en práctica en Brasil la concepción de campo político de Schmitt. En nombre de la lucha contra la corrupción, la dirección Lava Jatista y los actores unidos a ella desde un inicio, los principales medios de comunicación de vanguardia, montaron, sobre todo, montajes espectaculares, para conquistar audiencias masivas, apuntando, a través de la “justificable ” deterioro del Estado de Derecho, visto, en varios aspectos, como un obstáculo para la lucha contra los “delitos de cuello blanco”, para escandalizar y criminalizar la política, pero, sobre todo, a Lula y al PT. Sergio Moro y su séquito, en el que se alinearon Bolsonaro y militares, operaron como un centro de gravedad preñado de tragedias nacidas secuencialmente, destacándose el derrocamiento presidencial de Dilma Rousseff, la detención de Lula y el surgimiento de la extrema derecha, que se benefició de la vacante política abierta en 2018 por la crisis del PSDB y MDB. Si bien no todos los resultados fueron anticipados por los actores, estos fueron alimentados por la histeria anticorrupción, que fue confundida con el antiPTismo.

La llamada República de Curitiba, de carácter oligárquico, se organizó como partido-Estado en el Poder Judicial y en el Ministerio Público Federal de la capital paranaense, dotado de poder decisorio efectivo, e instrumentalizó el Derecho y las instituciones judiciales para viabilizar, en cualquier precio, destacando la destrucción de las grandes ingenierías nacionales y el debilitamiento de la cadena productiva del petróleo y el gas, la persecución del expresidente Lula, considerado el enemigo público número uno de la casta juristocrático-salvacionista. Sabemos que su arresto, en abril de 2018, tenía como objetivo sacarlo de la carrera presidencial, en la que se perfilaba como favorito. Para aquellos que tenían dudas, esto fue probado por la Operación Spoofing, fuente de difusión de mensajes intercambiados entre juristas del 13º Tribunal Federal de Curitiba y el MPF.

Al condenar a prisión al gran líder del PT por “actos oficiales indeterminados”, Moro se presentó como el soberano schmittiano, el que decide sobre el estado de excepción. Luego, aceptando la invitación para encabezar el Ministerio de Justicia en el gobierno del entonces recién electo presidente Jair Bolsonaro, principal beneficiario de la exclusión de Lula de las elecciones, el exjuez se quitó el disfraz de ilusionista, la toga, y se desnudó como político. actor, abriendo el MMA movilizado contra el enemigo y los intereses ideológicos y de poder que apalancaron su aberrante procedimiento criminal.

Para otra de las ironías de la historia, le tocó a Bolsonaro, actuando en su nombre y el de sus hijos, liderar el desmantelamiento de Lava Jato. Primero, sacó a Coaf del Ministerio de Justicia, encabezado por el entonces ministro Moro; luego, negó apoyo al proyecto de ley contra el crimen de ese mismo aliado clave (en el que el prueba ilícita de buena fe); cuestionó una posible nominación del ex juez al STF; y, más aún, nombró a la PGR, desconociendo la triple lista del MPF, al abogado Augusto Aras, crítico de Lava Jato, el operativo que le había garantizado la viabilidad en la contienda electoral.

Frustrado sucesivamente por el excapitán, Moro, tras poco más de un año en el Ministerio de Justicia, dimitió del Gobierno, ante las burlas de los bolsonaristas, que, hasta entonces, le habían aplaudido. El cierre oficial de Lava Jato, en febrero de 2021, consolidó la ruptura entre el gobierno de Bolsonaro y los líderes de Lava Jato. Al mismo tiempo, la divulgación de una extensa documentación digital de conversaciones entre los integrantes del grupo de trabajo y el exjuez, obtenida por un hacker, reveló en detalle el fraude procesal, las prácticas delictivas, los objetivos ocultos y las conexiones internacionales y de entrega que utilizó a Moro, Dallagnol & Cia para condenar injustamente al ex presidente Lula.

Pero la coyuntura ha dado vueltas, como el mundo. El mismo STF que alberga magistrados alineados con el populismo legal salvacionista-lavajatista; que impidió que Lula asumiera como Jefe de Gabinete de la expresidenta Dilma Rousseff, por supuesta desviación de propósito y motivación de obstrucción de justicia, pero que permitió a Michel Temer postular a Moreira Franco para la Secretaría General de la Presidencia de la República; que avaló la legalidad del golpe de derrocamiento presidencial y que, entre muchas otras conductas críticas, se acobardó ante un mensaje en Twitter de Villas Bôas, en 2018, en vísperas del juicio de un habeas corpus a la defensa de Lula, en En definitiva, este mismo STF se ha visto motivado y presionado a reaccionar –sobre todo desde el año pasado, debido a los ataques que ha sufrido por parte de grupos de extrema derecha– al deterioro del estado de derecho en Brasil, retomando, en cierta medida, , la defensa de los principios liberales de la Constitución de 1988 frente al iliberalismo y autoritarismo schmittiano, que emergió con fuerza en el proceso político y en las calles, principalmente desde Lava Jato, reuniendo adeptos en un amplio campo de intereses, los de la economía (políticas pro-públicas neoliberales), como el Grupo Globo y otros sectores empresariales, militares, conservadores (líderes evangélicos, grupos de clase media), etc. Pero, como varios de estos actores sociopolíticos no han renunciado a la instrumentalización mayoritariamente antipetista del poder coercitivo de las instituciones judiciales y esta perspectiva tiene partidarios en el STF, la vigilancia de la libertad y los derechos civiles y políticos, tan caros a los liberales, hoy depende mucho del espectro ideológico que va de centro izquierda a izquierda. ¿Cuándo la Justicia no volverá a ser precisamente ciega, pero al menos hará menos ostensible para el campo popular su sesgo estructural de clase?

El momento clave de las contradicciones y reacciones del campo judicial liberal fue la posición formal del ministro Luiz Edson Fachin, tomada en el marco de un recurso de hábeas corpus, anulando todas las decisiones del 13º Tribunal Federal de Curitiba referentes a acciones penales contra los expresidente Lula, incluidas las respectivas condenas, con los cuatro procesos correspondientes a ser reiniciados en el Tribunal Federal del DF: el triplex de Guarujá, el sitio de Atibaia, la sede del Instituto Lula y las donaciones a ese instituto. El magistrado entendió que los hechos presentados en las demandas no tienen relación con las investigaciones de corrupción en Petrobras. Como resultado de la anulación de las decisiones de estos procesos, Lula recuperó sus derechos políticos, lo que representó, además de un giro hacia el rescate del estado de derecho, un hecho nuevo y de fuerte impacto en la coyuntura nacional, reemplazando el La izquierda del PT y sus aliados en el debate público. En la misma decisión, Fachin entendió que la acción de defensa de Lula ante la sospecha del exjuez Moro perdió su objeto y debe ser archivada.

Sin embargo, ese no fue el entendimiento de la mayoría de la Segunda Sala, que reunida el 9 de marzo, al día siguiente de la decisión de Fachin, decidió continuar con el juicio por sospecha de Moro, que ya había comenzado antes. Pero, más que eso, el resultado final de este juicio fue 3x2 contra Moro. Destacamos dos votos, uno a favor de Lula, dado por la ministra Cármen Lúcia, una vez una de las más acérrimas seguidoras del ex juez y ex ministro; y otro opuesto, el de Kassio Nunes, el miembro más reciente del STF, designado por Bolsonaro.

Estas aguas de marzo bañan la coyuntura de abril, dos torrentes de impacto decisivos, que pueden cambiar el equilibrio de fuerzas y dar lugar a una recomposición de alianzas políticas entre los principales actores. Si se mantiene la entrada de Lula en la cancha, los parámetros del juego electoral y político en general cambian mucho.

Pero la intensa lucha política en torno a las instituciones y decisiones del Estado no cesa. El Ministerio Público apeló contra la decisión de Fachin, pidió que el pleno del STF vuelva a la situación anterior de los casos contra Lula, manteniendo la competencia del 13º Juzgado Federal, los actos procesales y las condenas. Luiz Fux programó el recurso de apelación de la PGR para el 14 de abril, cuando, de hecho, se juzgará el estado de derecho. ¿La decisión de Fachin será confirmada por el pleno del STF? ¿Se liberará efectivamente el debido proceso legal del deterioro del acento marcadamente anti-PT de Schmitt? ¿Prevalecerá el ordenamiento jurídico o seguirá el espíritu del estado de excepción acechando, acobardando y seduciendo al STF? ¿La ley es igual para todos o seguirá siendo objeto de apropiación caso por caso, como ha ocurrido en los últimos años?

Coherentemente, la periodista Merval Pereira, por citar sólo un nombre del periodismo del Grupo Globo, no conforme con la decisión de Fachin, sugirió la posibilidad de que hubiera realizado una maniobra arriesgada para evitar que continuara la sospecha de Moro, pero terminó fracasando en la apuesta. También hay malestar entre algunos generales, considerando que la decisión de Fachin traerá de vuelta la polarización y el "extremismo". En esta absurda ecuación de los derechistas en busca del centro perdido, Lula está casi igualado a Bolsonaro, salvo que es inconcebible el apoyo al primero, pero no al segundo.

La pandemia está fuera de control por culpa de un gobierno negacionista e irresponsable. Si los actores institucionales capaces de resistir el caos nacional no asumen plenamente su papel en todos los frentes de acción, sobre todo, en ese momento, el STF, guardián de la Constitución, que es responsable de establecerse en el camino de la defensa de los derechos civiles y los derechos políticos y de la democracia, el estado de naturaleza schmittiano, cuna de las tendencias neofascistas que hemos observado, seguirán devorando a la nación. La actual PGR ya dejó claro que, instrumentalizada por el bolsonarismo, quiere que el lavajatismo sobreviva selectivamente contra Lula. El poder de la pluma está en manos del STF.

*Marco Ianoni Profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Federal Fluminense (UFF).

*Felipe Maruf Quintas es candidato a doctor en ciencias políticas en la Universidad Federal Fluminense (UFF)

Publicado originalmente en la revista Teoría y debate.

 

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