por BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS*
La conducta del ex juez y sus socios fue un factor decisivo en el recrudecimiento de la corrupción endémica en Brasil y dificultó enormemente la lucha contra ella.
Sorprende en los medios internacionales que el precandidato Sergio Moro esté transformando su entrada en la política electoral en un manifiesto en defensa de la lucha contra la corrupción. Es demasiado obvio que su propósito es tratar de lavar su infame legado en este asunto. El fracaso de la lucha contra la corrupción en Brasil no comenzó con Moro, sino que se profundizó de tal manera con la conducta de este magistrado y sus acólitos en Curitiba que cualquier intento de superarlo debe significar necesariamente una ruptura con todo lo que fue y significó Lava. Jato. A primera vista, sólo por ceguera o patética ignorancia se puede imaginar que Moro quiera centrar su crédito político en su desastrosa y nefasta conducta.
Dado que la corrupción es endémica en las sociedades gobernadas por el neoliberalismo radical, como es el caso de Brasil en este momento, la lucha contra la corrupción debe ser una bandera importante de cualquier candidato que pretenda proponer una alternativa, incluso moderada, al neoliberalismo imperante. Pero para que tal propuesta tenga la más mínima credibilidad es imprescindible que suponga una ruptura total con el espectáculo Lava Jato y una crítica radical a sus protagonistas. De hecho, he argumentado que su lugar en el momento actual, y después de todo lo que se ha sabido y probado, no debe estar en la política, sino en el sistema de justicia penal. Esa sería la única forma de restablecer la credibilidad del sistema judicial brasileño y una importante contribución para detener el deslizamiento autoritario de la democracia al que los prosélitos de Curitiba contribuyeron de manera tan decisiva.
¿Por qué entonces todo el afán del precandidato Moro por defender lo indefendible con tanta temeridad? Hay varias razones posibles y quizás sólo el conjunto de ellas explique tal dislate. La primera y más obvia es que Moro, al reconstruir políticamente su legado, quiere que pase a formar parte del elenco de la política brasileña y, de ser así, deja de ser la perversión a evitar para convertirse en el modelo a seguir. Esta será también la mejor manera de eliminar de la memoria colectiva las infracciones disciplinarias y penales que hayan podido cometer él y sus asociados. La segunda razón es que Moro, como figura política, es una creación del intervencionismo estadounidense en el continente y en el mundo. Por tanto, no tiene otro contenido político que el de la “lucha contra la corrupción”. Sin esta lucha, es un ser político vacío. Con ella, es un ser político útil a los intereses norteamericanos.
La tercera y quizás más profunda razón (de la que ni siquiera es consciente, dado que no parece dado a ejercicios de reflexión) reside en que, al defender su conducta, Moro afirma una cierta política de corrupción que sólo puede prosperar si la corrupción en la política continúa. La politización específica de la lucha contra la corrupción que llevó a cabo tuvo como resultado la profundización de la corrupción en la política, según revelan datos recientes del CPI, llegando, de hecho, a sectores (fuerzas armadas) que hasta ahora se decían inmunes a la corrupción. El mensaje subliminal de su programa político es, por tanto, que, con ella, la corrupción en la política podrá continuar sin gran alarma, ya que la lucha contra ella estará diseñada para fracasar en sus objetivos.
En vista de ello y pensando que el nuevo ciclo político brasileño quiere combatir eficazmente la corrupción, esbozo a continuación algunas lecciones de la experiencia comparada, que afortunadamente es diversa. Solo por dar algunos ejemplos, los fracasos de China, Rusia, Brasil o Indonesia pueden ser contrarrestados por los éxitos de Singapur, Dinamarca y Finlandia. La primera lección es que la lucha contra la corrupción no puede ser política, en el sentido de que debe ser imparcial y no selectiva, y de ninguna manera puede ser utilizada como arma contra los opositores políticos. La segunda es que debe basarse en una fuerte voluntad política y un consenso activo de los ciudadanos. Solo así será posible canalizar fondos suficientes para luchar con eficacia. Una lucha eficaz, que no se base en la victimización fácil de supuestos corruptos y en el protagonismo sin sentido de sus perseguidores, es una lucha muy costosa y muy exigente (en términos de personal y recursos). La tercera lección es que debe abordar las causas y no los síntomas de la corrupción. Las causas varían de un país a otro pero, en general, suelen estar presentes los siguientes factores: un sistema político insuficientemente participativo y transparente para hacer poco atractiva la tentación corruptora; si a la falta de participación y transparencia se suma la descentralización, la invitación a la corrupción se vuelve innegable; un sistema penal ineficiente que convierte el cálculo del delincuente en un ejercicio de racionalidad pragmática: la recompensa por el acto corrupto es mucho mayor que el riesgo de ser castigado por ello; los bajos salarios de los funcionarios, especialmente si se combinan con la excesiva burocratización de la acción administrativa del Estado; una cooperación internacional sesgada que selecciona objetivos políticos y económicos e invisibiliza a los corruptores, sin la cual no hay corrupción. La “cooperación internacional” de la que habla Moro es la guerra económica que lleva a cabo EE.UU., a través del Departamento de Justicia y el Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero, contra empresas extranjeras que compiten con empresas estadounidenses. La gran empresa francesa del sector energético Alstom no resistió el ataque y la compra final de GE North American mejor de lo que podrán resistir las empresas apuntadas por Lava Jato en Brasil. Y la procesión sigue yendo al cementerio.
Esta enumeración parcial de las causas muestra que la conducta de Sergio Moro y sus socios fue un factor decisivo en el recrudecimiento de la corrupción endémica en Brasil y dificultó enormemente la lucha contra ella. ¿Piensa realmente el precandidato que los brasileños no se darán cuenta de eso?
*Boaventura de Sousa Santos es profesor titular en la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra. Autor, entre otros libros, de El fin del imperio cognitivo (Auténtico).