por DANIEL AFONSO DA SILVA*
Los franceses asisten a la vista del fin de la Quinta República
1.
El general De Gaulle tiene múltiples motivos para seguir revolcándose en su ataúd en este año 2024, en el que se cumple el octogenario aniversario de la liberación de París en 1944, el 56 aniversario de la fundación de la Quinta República en 1958 y el 44 aniversario de su muerte. en 1970.
El régimen francés parece estar volviendo a la anomia. El presidencialismo monárquico establecido por la Constitución francesa parece desvanecerse día a día. Y la nostalgia por la época del general –o, al menos, por François Mitterrand o Jacques Chirac– se afirma cada vez más en la vida cotidiana de los franceses.
El éxito indiscutible de la celebración de los Juegos Olímpicos y de la reapertura de la catedral de Notre Dame en París, después de cinco años de aquel devastador incendio, no pudo ocultar el malestar político, económico y social del país.
El presidente Emmanuel Macron predijo buenos días para 2024. Sin embargo, a lo largo del año, destituyó a tres primeros ministros: Elisabeh Borne, Gabriel Atall y Michel Barnier. Llega en Nochebuena con un nuevo primer ministro, François Bayrou, claramente autoimpuesto. Se está gestando una crisis de régimen incuestionable, iniciada por el avance del radicalismo partidista de izquierda con Jean-Luc Mélenchon y de derecha con Marine Le Pen, tras la crisis financiera de 2008, y acelerada con la incomprensible disolución de la Asamblea Nacional en junio de 2024. .
Se convirtió en rehén de partidos como los presidentes de la Tercera y Cuarta República Francesa. Sigue impotente ante las tormentas políticas, económicas y sociales que azotan el país. Termina 2024 sin un presupuesto para 2025 y completa la mitad de su segundo mandato sin ningún plan creíble para estabilizar el país. Así, el estado de ánimo de los franceses entró en una etapa de entropía nunca antes vista. Y, quién sabe, peor que el vivido en 1940-1944.
Si nada de esto fuera suficiente para poner fin a esto annus horribilisNicolas Sarkozy, un experimentado político francés que presidió Francia de 2007 a 2012, acaba de ser condenado a tres años de prisión -uno de ellos en régimen cerrado- por cargos de pacto de corrupción y tráfico de influencias.
Una pena sin precedentes e inimaginable para el sucesor de un general. Incluso cuando se trata de Nicolas Sarkozy: el primer presidente francés sin lastre ni un verdadero sentido de lo trágico.
Tras la condena, evidentemente, el ex inquilino del Elysium refuta la decisión del tribunal. Dice que es inocente. Protesta a los cuatro vientos. Pero no hay nada que hacer.
2.
Nicolas Sarkozy, expresidente de la República Francesa, empezará el año 2025 con restricciones a su libertad. En prisión común o bajo arresto domiciliario. En el caso de la segunda opción, estarás equipado con una tobillera electrónica.
Increíble. Humillante. Lamentable. Increíble.
El viejo general queda atónito por todo esto. Y la sociedad francesa también.
Nicolas Sarkozy sucedió a Jacques Chirac. Y Jacques Chirac, François Mitterrand –los dos últimos– Mitterrand y Chirac, grandes de la política francesa que merecían el nombre de estadistas.
Llegó al poder en 2007, aplastando a la socialista Ségolène Royal en la segunda vuelta de las elecciones e inaugurando una nueva estética en la política francesa. Menos distante. Más inoportuno. Menos discreto. Muy presente y rozando el histriónico.
Si el general De Gaulle –siguiendo el camino de su homólogo norteamericano, John F. Kennedy– fue quien inauguró el uso consciente de los medios de comunicación –en aquel momento la televisión– como activo político, Nicolas Sarkozy se ha obligado ahora a ocupar el puesto 21. siglo, conviviendo con todas las innovaciones de la era de la digitalización de la vida, desde los canales de radio y televisión de noticias continuas hasta los recursos de información digital, desde la pasividad de Internet hasta la ansiedad de las redes sociales. Y, con ello, se convirtió en el primer presidente de la Quinta República Francesa en mezclar y homogeneizar tiempos y temporalidades de acciones, conocimientos y poderes. Hacer que todo sea urgente, inmediato, instantáneo. Incluyendo la integridad de las demandas de todas las esferas de la vida. Con agravantes extraordinarios acordes con la política y el poder judicial.
La aceleración de la vida pública francesa impulsada por la instantánea llevó a Francia –y al mundo entero– a un cierto imperativo de transparencia. Quien no siempre fue un buen consejero. Pero ahora se volvió omnipresente. Derrocar jerarquías e imponer la ilusión de horizontalización de la sociedad. Como querían los manifestantes de mayo de 1968, lo que, al final, significó el fin de las autoridades.
Nicolas Sarkozy quedó sepultado por este cambio de tiempos. El producto más desconcertante fue la exacerbación del voyerismo en y del servicio público. Conduciendo al despojo descarado del rey. Desacralizar la autoridad de las autoridades. Y hacer del Presidente de la República un hombre común y corriente. Sin distinción ni reserva.
En esta coyuntura, Francia –y el resto de Europa y Occidente– comenzaron a experimentar una cierta hipertrofia de los órganos de control, especialmente el poder judicial, sobre la acción pública. Lo que, en otras palabras, aceleró hacia la evidente judicialización de la política y, quién sabe, hacia la politización del poder judicial.
Todo lo que se opuso el general De Gaulle. Del mismo modo que Montesquieu.
Montesquieu –como De Gaulle– se revuelve en su tumba. El imperativo de la separación de poderes parece haber desaparecido. O peor aún, parece haberse convertido, sociológicamente, en una batalla entre asignaciones.
Los revolucionarios de la Bastilla también dieron vueltas en sus mausoleos. La temeraria “dictadura de los jueces” empezó a regresar a la sociedad con aires de normalidad.
Rebajar instantánea y naturalmente la autoridad del Presidente de la República a poco más que casi nada. Lo cual representa una verdadera ignominia a los ojos del viejo general.
3.
Todo esto llevó a Nicolas Sarkozy, a diferencia de sus predecesores inmediatos –Jacques Chirac y François Mitterrand– a verse privado de sus medios para distanciarse del fervor del momento. Esto lo deja en una confrontación abierta con el poder judicial y sus jueces. Teniendo como contrapartida al poder judicial y a los jueces como verdugos despiadados. “Francia no se merece esto”, diría el general De Gaulle.
Pero, mientras aún ocupaba el cargo, Nicolas Sarkozy fue objeto de investigación. Las quejas surgieron de todos lados. Las sospechas vinieron de todas direcciones. Los indicios de irregularidades no hacían más que aumentar. El rey permaneció desnudo y sin protección alguna.
Tan pronto como dejó el Elysium, tras ser derrotado por François Hollande en las elecciones presidenciales de 2012, los ataques no hicieron más que aumentar. Y, sin la película protectora de la presidencia, fue monitoreado insidiosamente. Legal o ilegalmente, no lo sabemos. Pero fue así.
Y en uno de estos expedientes voyeristas, uno de los desinteresados “escuchadores de las conversaciones del presidente” recogió pruebas, entendidas como corrupción y presentadas como graves o muy graves, que marinadas en los casilleros de los jueces, resulta ahora en esta condena inapelable al general De sucesor.
Volviendo a la escena, estábamos en el año 2013. Nicolas Sarkozy se encontraba conversando con su abogado y amigo Tierry Herzog. El asunto se refería a acusaciones de presunta financiación ilegal de su campaña de 2007, que sugerían que había recibido dinero del dictador libio, coronel Gadafi, y, a cambio, había ofrecido al presidente libio “beneficios del Estado francés”.
Aquí está el trasfondo. Nicolas Sarkozy seguía preocupado. Y, en ese estado, pidió ayuda a su abogado Herzog.
No pasó mucho tiempo antes de que Nicolas Sarkozy se sintiera vigilado y con su teléfono intervenido. Ante las pruebas, suspendió la conversación por los canales oficiales. Compraste un nuevo dispositivo. Desechable y registrado a nombre de Paul Bismuth. Mediante el cual regresó al parlamento con su abogado. Ahora sugiriendo que encuentre formas definitivas de cerrar la investigación. Esencialmente, echarle la mano al juez Gilbert Azibert en busca de apoyo. Que tendría información y contacto para esto. Y, al mismo tiempo, para resolver la situación, podría recibir, a cambio, un “empujón” de Nicolas Sarkozy para ocupar un puesto en el Consejo de Estado de Mónaco.
Esto es lo que el “oyente” escuchó y grabó. Produciendo así “materialidad” para otra investigación. Ahora bajo el pretexto de “intención”: “intención de cometer un delito”.
Nicolas Sarkozy habló en privado con su abogado. Nadie puede saber con certeza si habla en serio o simplemente está soñando despierto. El contacto con el juez Azibert nunca existió. Y Azibert, por su parte, nunca presentó su solicitud para el nuevo destino en Mónaco. Pero la “intención” de Nicolas Sarkozy fue recopilada, analizada y enmarcada como “intención criminal”. Transpuesto como “pacto de corrupción” y “tráfico de influencias”.
Han pasado once años. Fue un proceso muy largo. Hasta el pasado jueves 18 de diciembre de 2024, la justicia francesa emitió su veredicto: Nicolas Sarkozy, ex Presidente de la República, es culpable y condenado definitivamente sin derecho a recurso.
No corresponde al observador –especialmente a los no franceses y lejanos de Francia– evaluar la decisión de la justicia francesa. El acusado –francés o no–, transformado en una persona culpable y paciente, siempre negará la culpa. En el caso de Nicolas Sarkozy no sería diferente. Y, por ello, pretende reclamar su inocencia ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Donde tiene grandes posibilidades de revertir moralmente la decisión de la justicia francesa, ya que el proceso parece, en teoría, plagado de defectos.
El primero es, en teoría, una violación del debido proceso al establecer una escucha “clandestina” a Nicolas Sarkozy. El segundo, en teoría, rompe el principio de inviolabilidad de la conversación entre abogado y cliente. El tercero, el en teoría incomprensible “delito de intención”, que convierte la “intención” en un “delito”, incluso si la “intención” no es más que una “intención”. Y el cuarto, el deseo latente, en teoría clarividente, de venganza de parte de la judicatura francesa hacia el ahora condenado Nicolas Sarkozy.
Es poco probable que una revocación moral de la condena del Tribunal Europeo libere a Nicolas Sarkozy de la restricción de sus derechos civiles y cívicos. Pero aumentará el malestar francés. Lo que, en definitiva, corresponde al malestar de todas las democracias liberales de Occidente.
Los franceses están presenciando a plena vista el fin de la Quinta República. El general De Gaulle creó este nuevo régimen con el pretexto de la autoridad intachable de sus representantes. Y, en este sentido, nunca se barajó la posibilidad de arrestar al inquilino o ex inquilino del inmueble. Elysium. Con la detención de Nicolas Sarkozy, aunque controvertida, el régimen se desvanece. Un presidente de la Quinta República no tiene lugar en prisión. A menos que nos traslademos a otra República.
*Daniel Alfonso da Silva Profesor de Historia en la Universidad Federal de Grande Dourados. autor de Mucho más allá de Blue Eyes y otros escritos sobre relaciones internacionales contemporáneas (APGIQ). Elhttps://amzn.to/3ZJcVdk]
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