China y el marxismo

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por ELÍAS JABBOUR*

La mayoría de los “marxistas”, cuando el tema es China, muchas veces no es más que una forma, atrapada en la lógica formal.

La pregunta con la que más me he enfrentado desde que escribí o presenté por primera vez sobre China se refiere a su carácter, socialista o capitalista. Después de estar mucho tiempo con esta pregunta, algo que hoy no tiene sentido para mí, terminé por darme cuenta de que su trasfondo encierra una inmensa polémica falsa. Las controversias siempre hacen sus víctimas. En el caso que nos ocupa, la víctima es el propio Marx, preconizado por quien se cuela en la negación de lo real, no pasando de la antítesis y no llegando a la práctica de al menos dos leyes fundantes de la dialéctica: la “unidad de los contrarios” y la “negación de la negación”. La mayoría de los “marxistas”, cuando se trata de China, son a menudo solo una forma, atrapados en la lógica formal. No va más allá de la noción de separación en partes; pura abstracción sin racionalidad dialéctica y atrapada en representaciones abstractas.

Sería muy extraño confrontar al propio Marx con ciertas preguntas. Podemos canjearlo de varias formas. El primero de ellos está directamente relacionado con la noción, tomada de Hegel, de “Aufheben” que significa “supresión”, algo que en Marx –usando y abusando de la “negación de la negación”– puede ser leído como objeto sólo a partir de el punto más alto de lo que él mismo niega. Pero “Aufheben” también tiene otros tres significados, que son ampliamente útiles para comprender la dinámica china: 1) levantar, sostener y levantar; 2) anular, abolir, destruir, revocar, cancelar, suspender y 3) conservar, salvar, preservar. Este solo punto de partida pondría contra la pared a todos aquellos que se declaran “anticapitalistas”. Por dos razones, el “anti” es una entidad ajena a la filosofía clásica alemana. En el fondo, el “anti” acaba –porque sólo se trata de antítesis y “negación”– en un espejo de lo negado. Bajo este punto de partida, los militantes “anticapitalistas” pueden ser cualquier cosa menos marxistas.

Voy a tomar prestado a Marx directamente de la fuente. En los famosos “Manuscritos” de 1844, nos dice lo siguiente: “Un ser que no tiene objeto fuera de sí mismo no es un ser objetivo. Una entidad que no es en sí misma objeto para un tercero no tiene entidad propia. objeto, es decir, no se comporta objetivamente, su ser no tiene nada de objetivo. Una entidad no objetiva es un nulidad". Sin siquiera entrar en el fondo de la (falsa) pregunta, suena extraño no atribuir caracteres prometeicos a la experiencia china únicamente por las manifestaciones sociales dignas de una sociedad capitalista: extracción de plusvalía; ley del valor; individualismo; consumismo etc Surge la pregunta acerca de cuál sería el “objeto para un tercero” cuando se trata de dinámicas que involucran diferentes modos de producción y formaciones socioeconómicas. Se utiliza repetidamente a Marx para no distinguir entre los objetos y su comportamiento objetivo, cuyas esencias tienden a emerger en momentos fronterizos históricos. Marx se utiliza para hacer juicios de valor, apuntando al simio sin demostrar el examen de la anatomía humana.

Es pedagógico para los marxistas trabajar con nociones totalizadoras. La razón de esto es que el concepto es algo que se manifiesta en el proceso de pasar de lo abstracto a lo concreto. Es célebre el pasaje de Marx cuando señala lo concreto como “síntesis de múltiples determinaciones”. Algo suficiente para “anular” una realidad por sus rasgos de apariencia. Es notoria la dificultad de muchos marxistas para tratar las grandes cuestiones en lo concreto, a pesar de que constantemente apelan a lo “concreto”. Esta es la dificultad del problema congénito de la formación basada en el “deber ser” que nos invade desde la iglesia hasta el pobre positivismo que marca la formación en nuestras escuelas. Se ejercita muy poco el pensamiento dialéctico, lo contradictorio como esencia y la necesaria demostración “de lo de arriba, iluminando lo de abajo”. El socialismo, en este caso, nunca se manifiesta como una “forma histórica”, sino como una manifestación de deseos “radicales”, “anticapitalistas” y en una forma “pura”. Ahora bien, lo que es “puro” es un “no-ente”, simplemente porque no existe y se hace existir a través y generando contradicciones.

¿Qué tiene que ver China en todo esto? La razón es simple: para nuestros “radicales” China no demuestra su socialismo en su “forma pura”. ¿Es China una alternativa civilizadora al neoliberalismo y al capitalismo? La respuesta siempre es negativa, sin pestañear. Pero si vivimos en un mundo donde conviven y se combaten diferentes formaciones económicas y sociales, unas más avanzadas otras más atrasadas; si lo nuevo nace en medio de lo viejo, ¿dónde está ese “nuevo” que se constituiría (a diferencia de la experiencia china) en medio de lo “viejo”? La respuesta no existe y cuando existe, se refiere a la necesidad de construir una “utopía” por la que todos los militantes socialistas deberían guiarse en la dirección de construir “otro mundo posible”. Nada más lejos del marxismo.

Volvamos a Marx, ahora en su célebre texto de 1875 (“Crítica del Programa de Gotha”), donde, dirigiéndose a los militantes del Partido Socialdemócrata Alemán, hace sus debidas advertencias sobre el orden que se constituirá el día después de la revolución: 1) “sólo en una fase superior de la sociedad comunista se puede superar por completo el estrecho horizonte burgués”; 2) “sólo en la primera fase de la sociedad comunista, tal como emerge, después de un largo trabajo de dar a luz a la sociedad capitalista, la ley nunca puede ir más allá de la forma económica”; 3) “así, en la primera fase, a cada uno según su obra; en la fase superior, de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades”; 4) “por eso también debemos considerar un período de transformación revolucionaria entre la sociedad capitalista y la comunista”. Ni la utopía ni una verborrea visceral “anticapitalista” están presentes en Marx. Al contrario. Allí se evidencia una noción sofisticada de transición, proceso histórico y combinaciones. Lo contrario de "debería ser". Estaba anclado en la historia de los primeros fracasos de los experimentos capitalistas en Génova y Venecia, donde un modo de producción más poderoso (el feudalismo) impidió su florecimiento. Algo muy cercano a lo que le pasó al socialismo en el siglo XX, por cierto.

Podría seguir leyendo el tercero de los pasajes marxistas que atestiguan su visión del proceso histórico. Cualquiera a quien le guste una lectura más ligera de la letra de Marx debería visitar sus cartas a sus amigos y colaboradores. Empezando por su réplica a Vera Zasulich (1881) que en sí misma resulta ser un oxímoron para las mentes binarias. La demostración que hace el viejo Karl de la evolución del mundo como un “conjunto de diferentes capas de diferentes edades” ya sería suficiente para argumentar que un país del tamaño de China es un conjunto de “contemporaneidades no coetáneas” y que, por lo tanto, lo viejo y lo nuevo están todo el tiempo en una unidad de opuestos. Lo tardío y lo moderno; socialismo, capitalismo y formas arcaicas de producción agrícola se desarrollan en un todo complejo. Fuera de este todo complejo hay un mundo donde las relaciones capitalistas de producción e intercambio son dominantes en todas las instituciones.

En esta totalidad, donde nuevas y viejas instituciones surgen y reaparecen con el tiempo, se manifiestan también los mismos gérmenes de las viejas que derrotaron las experiencias de Génova y Venecia. Pero los gérmenes de este interior italiano saldrían victoriosos con las instituciones creadas por Cromwell después de su revolución victoriosa. En China, sus instituciones heredadas de su madre histórica, la Revolución Rusa, están presentes y en desarrollo. Las contradicciones permanentes y las presiones de un mundo hostil a lo “nuevo” que necesita de lo “viejo” para superarse, son regla. La apertura al capital extranjero, la generación de una clase capitalista interna y la hegemonía ideológica del imperialismo en el mundo entran y toman parte en el conjunto complejo. Hay capitalismo en China. ¿Y qué hay de malo en eso, pregunto? (Para mí, el pasado del objeto está tallado en el objeto, es intrínseco a él, está, digamos, en su esencia misma, aunque esté continuamente, en cada momento histórico, sobredeterminado, negado, es decir, resignificado, “rehecho”).

En los últimos 40 años, el sistema propugnado por el país (el socialismo) fue responsable de sacar de la pobreza a 840 millones de personas. El ingreso per cápita del país ha crecido exponencialmente y hoy el país se postula para demostrar que las nuevas relaciones productivas entre países ricos y pobres del mundo son una necesidad objetiva del sistema, su esencia de sobrevivencia. Este proceso de inmensas transformaciones internas, impulsadas por una “adherencia” a la globalización promovida por el capitalismo, no transcurrió sin traumas, ni sin profundos dolores. Pero la persistencia en una estrategia basada en metas centenarias permitió al país construir instituciones y una base productiva y financiera para mostrarse superior a los países capitalistas en simplemente todos los grandes desafíos impuestos al mundo desde las primeras crisis financieras.

Al margen del éxito del país frente a la pandemia, no podía pasar desapercibido que mientras en EE.UU. carteles que dicen "aislamiento social es igual a comunismo", en China -donde rutinariamente se registran manifestaciones sociales propias de los países capitalistas por parte de "radicales" y " anticapitalistas” como manifestaciones que descalifican el sustantivo “socialismo” de esa realidad – 480 militantes del Partido Comunista de China fueron los héroes que salvaron a Wuhan ofreciendo sus propias vidas en sacrificio – manifestación imposible de percibir en países capitalistas incapaces de mostrar a su propia gente las virtudes de lo que representan. En las relaciones internacionales, los “capitalistas” y “opresores” chinos actuaron en amplia sintonía con los cubanos en un grado de coordinación de la ayuda internacional que ningún país capitalista real pudo afrontar. La promesa de Xi Jinping de socializar con los países pobres la vacuna que descubrirían los chinos no puede ser menos en un mundo donde los verdaderos capitalistas estaban dispuestos a comprar la exclusividad de la vacuna.

Retomo a Marx, sin sodomizarlo, para hacer un análisis del presente a partir de categorías reales de análisis, algo no ajeno a su tradición. Al fin y al cabo, fue el mismo que nos equipó metodológicamente para enfrentar el presente, indicando la necesidad de concebir la anatomía del mono a partir de la anatomía humana. China es en efecto una alternativa a la anatomía del mono (decadencia neoliberal y capitalista). La unidad de su sociedad ante la amenaza de muerte y los desafíos al imperialismo la condicionan como la entidad política y social más avanzada de nuestro tiempo. Sus grandes empresas y bancos estatales son el muro de acero en la lucha contra el Covid-19.

Fue el socialismo el que prevaleció sobre el capitalismo que aún existe en China. No un socialismo idealizado y utópico atado al “imaginario” colectivo de militantes radicales de clase media. Esto es el socialismo como forma histórica. Como algo nuevo que surge en circunstancias no elegidas por nadie. Su forma histórica se desarrolla como una Nueva Economía del Diseño, entidad constituida a la luz de la superación de la incertidumbre keynesiana y la planificación de la “destrucción creativa” schumpeteriana. Es el elemento superior interno al modo de producción más avanzado de esa formación socioeconómica.

Una expresión a un nivel superior del socialismo donde la restricción de la acción de la ley del valor permite planificar a niveles superiores y concentrarse en la construcción de, simultáneamente, grandes y miles de bienes públicos como respuesta a las inmensas contradicciones sociales de ese desarrollo. proceso. El “proyecto” está reemplazando lentamente al mercado como núcleo de la sociedad. Su contrapartida social es un “pacto tácito de adhesión”. Es la creencia en el Estado como su representante y en líderes a tono con las grandes necesidades nacionales y populares que se observa cómo las relaciones de producción se adaptan a las nuevas fuerzas productivas que se estrellan en el mundo.

Partiendo de lo “concreto”, afirmar que China -basada en criterios “marxistas”- no cumple con todos los “cheques” que la condicionan como ejemplo de alternativa, es lo mismo que no identificar la anatomía humana capaz de develar la anatomía de el mono. Al final, es una forma diferente de llegar a las mismas conclusiones que Francis Fukuyama. China demuestra que la historia no ha terminado; todavía está en su agonía.

*Elías Jabbour Profesor de Relaciones Internacionales y Economía de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ). Autor, entre otros libros, de China: socialismo y desarrollo (Anita Garibaldi).

Publicado originalmente en Jornal GGN

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