la cena de jesus

Imagen: Ciro Saurio
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por LEONARDO BOFF*

En este Jueves Santo hay una criminal falta de comensalidad entre los humanos.

El Jueves Santo, la Cena del Señor, nos recuerda el comer, negado a millones que pasan hambre hoy en Brasil y en el mundo, como consecuencia de la irrupción de la Covid-19. Constatamos, por desgracia, una dolorosa falta de solidaridad con la multitud de hambrientos, que les impide comer juntos (comensalidad).

Uno de los méritos del MST consiste en haberse organizado en todos sus asentamientos en torno a la ética de la solidaridad entre sus miembros y con los de afuera. Son ejemplares compartiendo lo que tienen con alimentos agroecológicos y con muchas loncheras repartidas a miles de familias en las afueras de nuestras ciudades. Permiten hacer realidad uno de los sueños más antiguos de la humanidad: la comensalidad, es decir, poder comer todos y comer juntos, sentados alrededor de una mesa y disfrutando de la convivencia y los frutos de la generosa Madre Tierra.

La comida es más que cosas materiales. Son sacramentos y símbolos de la generosidad de la Madre Tierra que nos da todo, junto con el trabajo humano. No se trata de nutrición sino de comunión con la naturaleza y con los demás con quienes partimos el pan. En el contexto de la mesa común, la comida se aprecia y se convierte en objeto de comentario. La mayor alegría de los cocineros es percibir la satisfacción de los comensales. Un gesto importante en la mesa es servir o pasar la comida a la otra persona. El comportamiento civilizado hace que todos se ayuden a sí mismos, asegurando que llegue suficiente comida a todos.

La cultura contemporánea ha modificado tanto la lógica del tiempo cotidiano en función del trabajo y la productividad que ha debilitado la referencia simbólica de la mesa. Se reservaba para los domingos o momentos especiales de celebración o cumpleaños cuando se reunían los miembros de la familia. Pero, por regla general, dejó de ser el punto de convergencia permanente de la familia.

La mesa familiar fue sustituida por otras mesas, completamente profanadas: una mesa de negociación, una mesa de juegos, una mesa de discusión y debate, una mesa de intercambio y una mesa de conciliación de intereses, entre otras. Incluso desacralizados, estas diversas mesas conservan una referencia imborrable: son un lugar de encuentro para las personas, independientemente de los intereses que les lleven a sentarse a la mesa. Estar en la mesa de intercambio, negociación, concertación y definición de soluciones que complazcan a las partes involucradas. O incluso abandonar la mesa podría significar el fracaso de la negociación y el reconocimiento del conflicto de intereses.

A pesar de esta difícil dialéctica, es importante reservar tiempo para la mesa en su pleno sentido de convivencia y la satisfacción de poder comer juntos. Es una de las fuentes perennes de rehacer nuestra esencia como seres de relación. ¡Cómo se niega esto hoy a los pobres y hambrientos!

Rescatemos un poco la memoria de la comensalidad presente en todas las culturas y protagonizada por Jesús en la Última Cena con sus apóstoles.

Comencemos con la cultura judeocristiana porque nos es más familiar. Allí hay una categoría central: la de reino de Dios, el primer contenido del mensaje de Jesús – que está representado por una fiesta a la que todos están invitados.

Todos, independientemente de su condición moral, se sientan a la mesa y se hacen comensales. El Maestro nos dice: “El Reino de los Cielos es como un rey que preparó un banquete para la boda de su hijo. Envió a los sirvientes a llamar a los invitados y les dijo: Id a los caminos principales e invitad a la fiesta a todos los que encontréis. Los criados salieron a la calle y recogieron todo lo que encontraron, malo y bueno, y la sala se llenó de invitados” (Mt 22,2-3;9-10).

Otro recuerdo nos llega desde Oriente. En él, comer juntos, en solidaridad unos con otros, representa el logro humano supremo, llamado cielo. Lo contrario, el deseo de comer, pero egoístamente, cada uno por su cuenta, realiza la suprema frustración humana, llamada infierno. Cuenta la leyenda: “Un discípulo le preguntó al Vidente:

-Maestro, ¿cuál es la diferencia entre el cielo, la comensalidad entre todos, y su opuesto? El Vidente respondió: - Es muy pequeño pero con graves consecuencias. Vi a los comensales sentados en una mesa donde había un montón de arroz muy grande. Todos estaban hambrientos, casi hambrientos. Todos lo intentaron pero no pudieron acercarse al arroz. Con sus largos palos de más de un metro de largo intentaban llevarse el arroz a la boca, individualmente. No importa cuánto lo intentaron, no pudieron porque los palillos eran demasiado largos. Y tan hambrientos y solos quedaron languideciendo a causa de un hambre insaciable e interminable. Esto era el infierno, la negación de toda comensalidad.

- Vi otra escena maravillosa, dijo la Vidente. Personas sentadas en una mesa alrededor de un montón de arroz humeante. Todo el mundo se moría de hambre. Pero cosa maravillosa! Cada uno recogió el arroz y se lo llevó a la boca al otro. Se servían mutuamente con inmensa cordialidad. Juntos y solidarios. Todos se alimentaban unos a otros. Se sentían como hermanos y hermanas en la gran mesa del Tao. Y ese era el cielo, la comensalidad plena de los hijos e hijas de la Tierra”.

Esta parábola no necesita comentario. Lamentablemente hoy, en tiempos del Covid-19, gran parte de la humanidad está hambrienta y desesperada porque muy pocos son los que les extienden los mondadientes para que se sacian unos a otros con el alimento abundante en la mesa de la Tierra. Los ricos se las apropian en privado y comen solos sin mirar a los excluidos. Hay una falta criminal de comensalidad entre los humanos. Por eso estamos tan faltos de humanidad. Pero el aislamiento social crea la oportunidad para que revisemos nuestras prácticas individualistas y descubramos la fraternidad sin fronteras y la comensalidad: todos pueden comer y comer juntos.

*Leonardo Boff Es teólogo y filósofo. Autor, entre otros libros, de Comer y beber juntos y vivir en paz. (Voces).

 

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