por ANTÔNIO VENTAS RIOS NETO*
El callejón sin salida entre la biopolítica del capital sustentador y la dinámica de la inmensa comunidad de vida, de la que formamos parte los humanos, que se sustenta en una delicada red de acoplamientos estructurales, que se han roto desde que inauguramos el Antropoceno.
“La civilización y la barbarie no son tipos diferentes de sociedad. Se encuentran, entrelazados, dondequiera que los seres humanos se reúnan” (John Gray).
En los tiempos actuales, no se necesita mucho esfuerzo cognitivo para darse cuenta de que el modo de vida hegemónico de la civilización es totalmente insostenible, en cualquier perspectiva que lo observemos, ya sea social, ecológica, política, económica, institucional, ética, espiritual, material o cualquier otro otro. Esta incongruencia civilizatoria tiene que ver con las diferentes cosmovisiones que se han elaborado y vivido a lo largo de la historia, hasta llegar a la cosmovisión económica, que impera casi absoluta en la época actual. Esto se debe a que todas las cosmovisiones ya experimentadas, desde el teocentrismo de la Edad Media, pasando por el antropocentrismo de la cultura renacentista y moderna, que se mezcló con el mecanismo determinista iniciado en el siglo XVII y terminó en el economicismo actual (e incluso en la apuesta sobre el transhumanismo proporcionado por los algoritmos, que algunos proyectan para un futuro cercano), fueron permeados por la cultura patriarcal, que se sustenta en la apropiación de la verdad de que el mundo es un gran escenario regido por la idea de lucha, jerarquía, poder, control y extracción de los recursos naturales. Y esta cultura patriarcal, en muchos momentos de la historia humana, desencadenó procesos de profunda regresión, pero nunca tan intensos e impactantes como lo que parece estar en marcha en la época contemporánea.
Para el filósofo británico John Gray, “La vida humana ya no está determinada por los ritmos del planeta”. La especie humana, según él, en su ímpetu por reconstruir el mundo a su imagen y semejanza, está forjando un mundo poshumano, lo que le lleva a concluir que “como sea que termine, el Antropoceno será breve”. Una buena forma de entender esta brevedad auspiciada por los seres humanos está en la noción de biopolítica o biopoder, tal como la concibe el filósofo francés Michel Foucault, quien tan bien explica la génesis y el curso de las transformaciones, tanto en el pasado como en el presente, en las estructuras de gobernabilidad y poder del capital, que hoy se encuentran en alza ante la desorientación, la inestabilidad y la profundización de la crisis civilizatoria, provocada por la pandemia del Covid-19.
En este sentido, comprender la época actual a través de la biopolítica es de gran utilidad, ya que las nuevas configuraciones del sistema del capital, implementadas a partir del neoliberalismo inaugurado en la década de 1970, imponen nuevas y urgentes reflexiones sobre los oscuros caminos que está tomando la civilización. Por lo tanto, la propuesta aquí es pensar en una gran paradoja que parece estar detrás de la biopolítica, basada en la suposición de que representa el metabolismo sustentador del capital no solo para asegurar que estamos demasiado vivos para morir, sino también demasiado muertos para vivir. El control de la muerte a través de la biopolítica engendró una sociedad altamente productiva y excesivamente morbosa, revelando así un poderoso proceso de desvinculación de lo vital y lo humano. Para entender esta propuesta de reflexión es necesario añadir un nuevo elemento de análisis que también podemos llamar (bio)política, es decir, la política desde la perspectiva de la biología, campo de la ciencia cuyo conocimiento ha sido, desde hace bastante algún tiempo, ampliada de manera significativa por nombres expresivos como el del neurobiólogo chileno Humberto Maturana. Así, la idea aquí es tratar de contribuir al pensamiento crítico frente al biopoder que hoy forja y controla nuestro sistema-mundo, que se desliza, a pasos agigantados, hacia un colapso civilizatorio.
En un artículo reciente, el filósofo Vladimir Safatle, comentando el libro póstumo de Foucault, Nacimiento de la Biopolítica, fruto de un curso impartido en el Collège de France, entre 1978 y 1979, explica cómo Foucault concibe este mecanismo de control de los cuerpos, en el que las fuerzas del capital se han reconfigurado en las últimas décadas a través de “una verdadera ingeniería social capaz de formalizar todos los ámbitos de la vida social a partir del modelo de empresa”. Así, asistimos inertes al surgimiento de la nueva homo economicus,el “empresario de sí mismo, aquel capaz de calcular su tiempo, su educación, el cariño dedicado a sus hijos, como inversión en la producción de rentabilidad del capital humano”. En resumen, Safatle discute, a partir de Foucault, cómo “una nueva forma de control social logra imponerse de la mano de la 'libertad' liberal”, llevando así la visión económica del mundo a un nuevo nivel de hegemonía sin precedentes en la historia del capitalismo y, en consecuencia, agravando cada vez más los callejones sin salida de la civilización. La biopolítica, como metabolismo sustentador del capital, demuestra ser un poderoso proceso de regresión y barbarie y, en el límite, de autodestrucción de la civilización.
En esta misma línea de reflexión foucaultiana, filósofos expresivos como Byung-Chul Han (con el “sociedad del cansancio” que surge de "sociedad de rendimiento" del nuevo individuo “Emprendedor por cuenta propia”), Peter Sloterdijk (con la antropotecnia resultante de la “repetitividad en la creatividad”), Giorgio Agamben (con "nueva vida" derivadas del estado de excepción), entre otras, refuerzan esta lectura en torno a la nueva biopolítica que se está gestando actualmente, hacia una capitalismo de hipervigilancia, hoy alimentada por la pandemia del coronavirus, desafiándonos a pensar en otras formas de estar en el mundo. Han, por ejemplo, entiende que “debemos liberarnos de la idea de que la fuente de todo placer es un deseo satisfecho”Como “sólo la sociedad de consumo está orientada a la satisfacción de los deseos”. En ese caso, sería mejor “redefiniendo la libertad de la comunidad”. Así, defiende “que tenemos que inventar nuevas formas de acción y juego colectivo que superen el ego, el deseo y el consumo, y creen comunidad”. En el fondo, todos parecen advertir que necesitamos encontrar alguna manera de superar la cultura patriarcal.
Sin embargo, si la noción de biopolítica nació de un esfuerzo por comprender cómo se constituyó la medicina moderna, dentro de la formación de la sociedad industrial (siglos XVIII y XIX), en una estrategia de control estatal de los cuerpos, con el fin de asegurar la fuerza productiva del sistema del capital, parece pertinente traer aquí algunas de las ideas de Maturana, ya que él, en su práctica científica, realizó, como veremos más adelante, aportes relevantes para la comprensión de lo que es la vida, en particular, sobre los fundamentos biológicos que apoyar (o debería apoyar) no sólo el comportamiento humano sino también el comportamiento social. A diferencia de los muchos pensadores que, a lo largo de la historia, han hecho y siguen haciendo, desde las ciencias sociales, la crítica a nuestro sistema-mundo que se sustenta en la lógica del mercado, Maturana ha desarrollado a lo largo de su trayectoria investigativa las concepciones biológicas que demuestran que vivimos, desde hace milenios, bajo un paradigma civilizatorio totalmente incompatible con los procesos de sustentación de la vida, que ha afectado las más diversas dimensiones de la experiencia humana: científica, económica, cultural, política, social, religiosa, entre otras.
Humberto Maturana, de Santiago de Chile, recibió un doctorado en Biología de Harvard (1958), trabajó en neurofisiología en el MIT (Massachusetts Institute of Technology) y también trabajó en filosofía, antropología y algunas áreas específicas de la medicina como anatomía, genética y cardiología. , con un interés permeado por la comprensión de los seres vivos y, en especial, del ser humano y de la relación entre humanos. Maturana es reconocido en varios países y en vastas áreas del conocimiento por sus estudios, habiendo sido galardonado con varios premios y distinciones como Doctor Honoris Causa por la Universidad Libre de Bruselas y el Premio McCulloch por la Sociedad Americana de Cibernética. De los muchos libros que ha escrito, destacaría Autopoiesis y Cognición (Reidel, 1980) y El Árbol del Conocimiento (Editorial Universitária, Chile, 1984), ambos escritos junto al biólogo y filósofo chileno Francisco Varela, fallecido en 2001, con quien concibió en la década de 1970 la noción de autopoiesis (autoproducción, creación de uno mismo), concepto que fue más allá del dominio de la biología y se incorporó a otras áreas de la ciencia y la filosofía, habiendo sido utilizado por nombres reconocidos como Felix Guattari, Gilles Deleuze, Niklas Luhmann, Antonio Negri y otros.
Al llevar el pensamiento de Maturana al campo de la política, se trata de reflexionar sobre la fenomenología de la política desde la fenomenología de la biología y, así, poder percibir cómo se entrelazan lo biológico y lo cultural, por una condición inherente a la naturaleza de la seres humanos seres vivos, y cómo esta relación se ha disociado a lo largo de la historia humana, en contra de los principios que rigen los metabolismos constitutivos de la vida. Después de Charles Darwin, cuyos descubrimientos en el campo de las ciencias naturales (Teoría de la Evolución de las Especies – 1859) derribaron el aura de divinidad que rodeaba al hombre hasta entonces, haciéndolo mortal y colocándolo en la misma categoría que sus parientes animales, Maturana fue quizás quien mejor logró ampliar la comprensión de la dinámica de la vida, llegando incluso, a través de la biología, a una mejor comprensión del comportamiento humano y la vida en sociedad.
Quizás la principal contribución de Maturana a la ciencia fue la ampliación de la comprensión de lo que es el conocimiento y la realidad y cuál es la relación entre ellos. Maturana concibe que la vida, en sus más variadas formas, es un proceso de conocimiento entrelazado con la realidad. En sus palabras, “cada acto de conocer da origen a un mundo”. Así, la realidad en la que vive cada individuo es la que construye a partir de su percepción, es decir, su cosmovisión o modelo mental, mientras que esa misma realidad también retroactúa sobre el individuo, construyéndolo. Este campo de estudio se ha denominado convencionalmente biología de la cognición. De hecho, lo que Maturana reveló a través de la fenomenología biológica, nombres como los que Nietzsche ya intuía a través de la filosofía, cuando afirmó: “Contra el positivismo, que se detiene ante los fenómenos y dice: 'Solo hay hechos', yo digo: 'Al contrario, los hechos son lo que no hay; sólo hay interpretaciones'. No podemos establecer ningún hecho 'en sí mismo': tal vez sea una tontería querer algo así. Todo es subjetivo”. Recordando que Nietzsche, como la mayoría de los notables de su tiempo, fue un pensador más cercano a la visión patriarcal, pero con buena Insights no patriarcal. Después de todo, no importa cuán brillante sea una mente en su capacidad para comprender la complejidad del mundo real, no hay forma de escapar por completo del condicionamiento patriarcal al sumergirse en una forma de vida que se sustenta a sí misma.
Decir que cada individuo produce el mundo y es producido por él, en un proceso recursivo y circular, va en contra de la idea aún predominante denominada representacionismo, en la que existe una realidad objetiva independiente del observador, que constituye la base de la cultura patriarcal. En él, el mundo ya es algo pre-dado en relación con la experiencia humana, lo que nos hace adoptar una actitud pasiva frente a la realidad. Así opera, por ejemplo, la actual visión económica hegemónica del mundo, que nos impone como verdad la idea de que el mundo es un gran mercado regido por la competencia, la meritocracia, el consumo y la acumulación, a través de la cual se pretende justificar que no no hay otra forma de sociabilidad que la que experimentamos actualmente, que tiene al capital como su centralidad.
Para una mejor comprensión de esta biología del saber, se intenta resumir los principales conceptos y estudios desarrollados por Maturana y Varela que explican mejor los fundamentos biológicos que sustentan la dinámica de la vida y el fenómeno social, que sirven como argumentos para comprender que el comportamiento humano estuvo moldeado por una cultura patriarcal en desacuerdo con tales fundamentos, y que permite también comprender cómo, a partir de los siglos XVII y XVIII, el capitalismo engendró paulatinamente una biopolítica de creciente desacoplamiento de los procesos que sustentan la vida en nuestro planeta, que incluye las sociedades humanas.
Autopoiesis y acoplamiento estructural: la dinámica de la vida
El término “autopoiesis”, que proviene del griego poiesis, refiriéndose a la producción, significa autoproducción. Fue utilizado por primera vez en el mundo académico en 1974, en un artículo escrito por Maturana, Varela y Ricardo Uribe (doctorado en cibernética en la Universidad de Brunel, Londres) para explicar cómo los seres vivos se producen continuamente a sí mismos. Como dice Maturana, la autopoiesis es la “centro de la dinámica constitutiva de los seres vivos”. Los organismos vivos, desde el nivel de los componentes celulares hasta las comunidades de seres vivos, son entonces sistemas autónomos que se autoproducen y autorregulan. Sin embargo, paradójicamente, también son dependientes, ya que necesitan recurrir a los recursos disponibles en el entorno para mantener su autopoiesis. De ahí la necesidad de pensamiento complejo (que abarca las contradicciones) para comprender los conceptos que mejor explican la complejidad inherente del mundo real.
Por otro lado, los organismos vivos también están determinados por su estructura, lo que Maturana y Varela llamaron “determinismo estructural”. Cada ser vivo tiene una organización que lo define, la forma en que se configura, la cual se sustenta en una estructura resultante de la forma en que sus componentes se interconectan e interactúan sin cambiar su organización. Es decir, la estructura cambia todo el tiempo para mantener su organización, adaptándose a los cambios de su entorno, que también son continuos. El determinismo aquí, por lo tanto, no debe confundirse con la previsibilidad, ya que la estructura cambia constantemente para mantener su congruencia con el entorno, que también está en cambio permanente. Otra paradoja de la dinámica de los sistemas vivos: están en continuo desorden interno, dentro de la estructura, para mantener el orden externo, dentro de la organización. En otras palabras, los seres vivos están permanentemente en un estado de entropía (degradación) y negentropía (regeneración). Este fluir, que es necesario y esencial para que el viviente mantenga una especie de armonía con el medio en que se inserta, sólo cesa con la pérdida de la organización, es decir, con la muerte.
De ahí la noción de “acoplamiento estructural”, también desarrollado por Maturana y Varela. El ser vivo, para mantener su organización, necesita estar en permanente estado de congruencia con el medio que lo rodea. El mundo viviente constituye así una gran comunidad con diversas formas de vida, todas en continuo estado de interacción, en diferentes órdenes de organización, cuyos comportamientos se afectan recíprocamente (ser vivo y ambiente) y, así, ir estableciendo consensos contextuales que garantizan la convivencia y evolución de todos los integrantes de esta inmensa red que es la comunidad de la biodiversidad en la que estamos insertos. Como dice Maturana, “lo que define a una especie es su modo de vida, una configuración de relaciones variables entre organismo y ambiente”.
Cuando apreciamos la armonía y exuberancia de una gran selva amazónica, por ejemplo, en realidad estamos observando una inmensa red de biodiversidad en acoplamientos estructurales, entre un número incalculable de seres vivos, en complejos procesos adaptativos de convivencia. Solo en el cuerpo humano, según los microbiólogos, coexiste una comunidad del orden de billones de bacterias y microorganismos. Según Maturana y Varela, “el continuo cambio estructural de los seres vivos con conservación de su autopoiesis ocurre a cada momento, incesantemente y de muchas maneras simultáneas. Es el latido de la vida”.
La aceptación del otro: el origen de lo social
A partir de estos conceptos como la autopoiesis y el acoplamiento estructural, la visión de la llamada biología moderna (siglo VII), que entendía la evolución a partir de las configuraciones genéticas que se conservan en la historia reproductiva de los seres vivos, da un gran salto en la comprensión de la dinámica de la vida En esta nueva perspectiva, la explicación del fenómeno de la evolución, según Maturana, “está en el cambio del modo de vida, y en su conservación en la construcción de un linaje de organismos congruentes con su circunstancia, y no en desacuerdo con ella”. En el caso de los seres humanos, Maturana sostiene, a partir de un estudio de registros fósiles de hace 3,5 millones de años, que el origen de lo humano radica en el surgimiento del lenguaje y su entrelazamiento con la emoción, que constituye la base de las acciones humanas. contrario a lo que piensa el sentido común, que otorga centralidad a la razón y objetividad en nuestras acciones, entendimiento que constituyó la base para el desarrollo de la ciencia moderna, surgida en los siglos XVI y XVII en Europa. Como él mismo dice, “Todo sistema racional tiene un fundamento emocional”. Sin embargo, “pertenecemos a una cultura que le da a lo racional una validez trascendente, y a lo que proviene de nuestras emociones, un carácter arbitrario.”
Maturana también sostiene que, desde el punto de vista biológico, la aceptación del otro es lo que da lugar a lo social, como ocurre en toda comunidad de seres vivos. Sin embargo, esto no es lo que sucede entre los humanos. Las sociedades humanas funcionan en base a una dinámica de comportamiento forzado, que es el patrón de la cultura patriarcal, en la que se sustenta la cosmovisión económica. Este patrón de comportamiento fue reforzado aún más por el llamado darwinismo social, que trae la noción de que el mundo es una gran arena, una idea concebida por el filósofo, biólogo y antropólogo inglés Herbert Spencer, considerado por algunos como el profeta de la capitalismo. liberalismo, que acuñó la expresión "supervivencia del más apto". Esta es una versión de la teoría evolutiva de la selección natural, no totalmente aceptada por el mismo Darwin, que fue más allá del dominio de la biología y se extendió al ámbito cultural.
La noción de autopoiesis, así como explica la dinámica de cualquier comunidad de seres vivos, debe extenderse también a los grupos humanos. Sin embargo, la cultura patriarcal ha subvertido esta dinámica de vida y, por tanto, experimentamos una sociabilidad patológica en este sentido, ya que favorece a una ínfima minoría de la especie humana en detrimento de un enorme contingente de individuos. En palabras del escritor y psicoterapeuta Humberto Mariotti,“Una sociedad solo puede ser vista como autopoiética si satisface la autopoiésis de todos sus individuos. Por lo tanto, una sociedad que descarta individuos vivos mientras aún están vivos, y por lo tanto actualmente o potencialmente productivos (a través de expedientes como la producción de subjetividad, la exclusión social, las guerras, los genocidios y otras formas de violencia), es automutilante y por lo tanto patológico. .”En otras palabras, estamos culturalmente condicionados a vivir en competencia, y no pocas veces de manera depredadora, que niega la presencia del otro, mientras que biológicamente solo podemos mantener nuestra autopoiesis y nuestra congruencia con el entorno si aceptamos al otro como un Otro legítimo en la convivencia.
En este sentido, lo que existe en la naturaleza es una gran convivencia de diversas formas de vida que interactúan entre sí y la mejor manera de entender esta dinámica es a través de la noción de cooperación. Sin embargo, cuando la naturaleza se une a la cultura, esta última puede superponerse a la primera, lo que parece haberle ocurrido al ser humano cuando se instauró la cultura patriarcal desde el Neolítico. Mariotti describe bien cómo tratamos en vano de proyectarnos en la naturaleza: “Cuando el hombre llama depredadores a ciertos animales, los está antropomorfizando, es decir, proyectando una condición que le es propia. Como no compiten entre sí, los sistemas vivos no humanos no se "dictan" normas de conducta entre sí. Manteniendo las condiciones naturales, entre ellas no hay mandatos autoritarios ni obediencia irrestricta. Los seres vivos son sistemas autónomos, que determinan su comportamiento en base a sus propios referentes, es decir, en base a cómo interpretan las influencias que reciben del entorno. Si esto no sucediera, serían sistemas sometidos, obedientes a determinaciones provenientes del exterior.”
Por lo tanto, la competencia es un fenómeno que pertenece al ámbito cultural. Lo que da origen a lo social es la aceptación de la legitimidad de la existencia del otro, sin la cual no podría haber convivencia humana. Maturana, además de afirmar que “el origen antropológico del Homo sapiens no pasó por la competencia, sino por la cooperación”, va más allá cuando dice que “el amor es la emoción central en la historia evolutiva humana desde el principio”. La palabra amor aquí se asocia más a la noción de cuidado mutuo que a cualquier connotación cristiana o romantizada que conlleva en el sentido común, es decir, se refiere a la “emoción que constituye el dominio de las conductas en las que tiene lugar la aceptación del otro como otro legítimo en la convivencia”. Por eso Maturana afirma, con base en la biología, que el 99% de las enfermedades humanas están relacionadas con la negación del amor, en tanto que la aceptación del otro es el fundamento biológico del fenómeno social. Como Gray también refuerza, “La salud puede ser la condición natural de otras especies, pero en el caso de los hombres, la enfermedad es normal. Tener una enfermedad crónica es parte de lo que significa ser humano”..
Negación de la política: el origen de la barbarie
Hoy, como es casi un continuum en la historia, la humanidad vive un nuevo proceso de deterioro político y, en consecuencia, observamos el creciente deshilachamiento del tejido social que, por regla general, desciende al autoritarismo y al nacionalismo acompañados de extrema violencia contra la dignidad humana. Los horrores del siglo XX lo confirman. De hecho, según el historiador inglés Eric Hobsbawm, “La historia es el registro de los crímenes y locuras de la humanidad”. Y no podíamos esperar otra cosa si la cultura que permeó toda la trayectoria humana en los últimos seis o siete mil años fuera la patriarcal.
En el fondo, la humanidad es rehén de una especie de autobloqueo cultural, que la aprisiona en su propia cultura y, por tanto, no puede ver ninguna otra forma de sociabilidad. Esto tiene que ver con la afirmación atribuida a Einstein de que “No podemos resolver un problema con el mismo estado de ánimo que lo creó”. En otras palabras, nos enfrentamos de forma muy natural y, por tanto, sin ningún cuestionamiento, a la cultura en la que nacimos y nos desarrollamos, sin darnos cuenta de que somos incongruentes con la propia condición humana, que nos permitió, a lo largo del proceso evolutivo de Homo sapiens. , que duró alrededor de 350 años, para llegar hasta aquí. La normalización de la negación del otro y, en extremo, la banalización de la violencia que esa normalización genera es el patrón de sociabilidad de la cultura patriarcal. Maturana vincula este condicionamiento cultural a la actual crisis civilizatoria en los siguientes términos: “Para los miembros de la comunidad que viven en ella, una cultura es un reino de verdades evidentes. No requieren justificación y su fundamento no se ve ni se investiga, a menos que en el devenir de esa comunidad surja un conflicto cultural que lleve a tal reflexión. Esta última es nuestra situación actual”.
El hecho es que la negación de la política se encuentra actualmente en acelerada expansión, en varias partes del mundo, como reflejo de la exacerbación del capitalismo a través de la doctrina neoliberal en curso en los últimos cincuenta años. O movimiento del capitalismo basado en esta ideología neoliberal, impulsado por el desarrollo tecnológico, consiste, por un lado, en desmantelar y suprimir las fuerzas del Estado y, por otro lado, imponer la norma corporativa de la sociabilidad o, como prefiere Maturana, estamos viviendo la “apertura a la tiranía corporativa”. Por eso el neoliberalismo debe entenderse como una nueva forma de totalitarismo, que ahora está al revés, es decir, bajo una dictadura de mercado, como sostiene la filósofa Marilena Chauí. Y como tal, resulta ser una doctrina económica condenada al fracaso, no sin antes producir un profundo retroceso civilizatorio, tendiendo a ser mucho más abrumador que otros registrados en la historia, pues hay dos nuevos componentes que potencian y amplifican espantosamente su efectos: el cambio climático y el colapso de los estados-nación, ambos fenómenos globales. De hecho, la humanidad se enfrenta a su primera crisis de alcance planetario, lo que lleva a muchos pensadores más atentos a las múltiples dimensiones de la actual crisis civilizatoria a comparar el Antropoceno con uno más de los procesos de extinción masiva que ha tenido la Tierra en el pasado. pasado, ante la acentuada y acelerada pérdida de biodiversidad que ha sido observada por la ciencia en las últimas décadas.
Grey afirma que “Surgen nuevos tipos de despotismos en muchas partes del mundo. Los gobiernos recurren a las últimas tecnologías para desarrollar técnicas hipermodernas de control mucho más invasivas que las tiranías tradicionales”. La nueva biopolítica que opera en la actualidad ayuda a comprender estos cambios en curso en el sistema de capital. Con el neoliberalismo iniciado en la década de 1970, asociado a la revolución de los algoritmos, que dio origen al fenómeno de la globalización, financiarización y transnacionalización del capital, este metabolismo desencadenó un proceso casi imperceptible de reformulación de la democracia de mercado de los últimos cuatrocientos años, amplificando aún más la incongruencia del sistema capitalista. Estamos viviendo, por un lado, el declive de las democracias liberales y, por otro, el probable advenimiento del capitalismo de hipervigilancia como resultado de la simbiosis entre mercado y tecnología.
En una entrevista reciente con el diario chileno La tercera, el 30/4/2020, Maturana se mostró muy preocupada por la actual crisis sanitaria y ecológica y fue muy contundente al afirmar que si no nos escuchamos y no nos encontramos en la aceptación mutua y la colaboración, a través de la convivencia democrática, “no generaremos ningún cambio encaminado al bienestar de la humanidad, sin o con pandemia viral, iremos directo a nuestra extinción”. El sistema capitalista no sólo es incompatible con la dinámica de la naturaleza, sino que está deteriorando rápidamente esta dinámica. En opinión de Mariotti, “Una sociedad verdaderamente autopoiética no puede coexistir con la competencia depredadora y el capitalismo excluyente que prevalece en el mundo de hoy. Lo mismo ocurre, por supuesto, con el capitalismo de Estado, al menos lo que se ha puesto en práctica hasta ahora, en regímenes que no se destacan en el respeto a la diversidad de ideas. Si estamos determinados desde adentro, cualquier forma de autoritarismo es y siempre será agresión”. De ahí el callejón sin salida entre la biopolítica del capital sustentador y la dinámica de la inmensa comunidad de vida, de la que formamos parte los humanos, que se sustenta en una delicada red de acoplamientos estructurales, que se han roto desde que inauguramos el Antropoceno.
Desafortunadamente, la ciencia y la historia no progresan armoniosamente. No es porque Maturana y otros, antes y después de él, hallaran mejores fundamentos para explicar la condición humana y la realidad en la que se inserta, que nuestro modo de vivir se resignificará a mejor. Los avances y retrocesos que ha experimentado la humanidad no fueron impulsados por la ciencia, sino por la cosmovisión hegemónica en cada era historica, que siempre se ha apropiado de la ciencia de la forma que más le conviene para imponerse, como fue el caso del darwinismo social antes mencionado. Como afirma Grey, “La ciencia es un método de investigación, no una visión del mundo”. El motor de la historia, desde que el capital se convirtió en el eje estructurador de la civilización, ha sido la libertad de la política y del mercado, este último siempre sometiendo a la primera ya veces hasta anulándola. Y no hay señales de que habrá una inversión de esta dinámica en el futuro cercano.
Según la socióloga austriaca Riane Eisler, desde algún momento del Neolítico, cuando se produjo la gran bifurcación cultural en Occidente, los pueblos guerreros indoeuropeos hicieron uso de las armas para promover el paso de “Sociedad de socios”, hasta ahora predominante, para la “Sociedad de Dominación” (El cáliz y la espada: nuestra historia, nuestro futuro, Palas Atenea, 2008). Por lo tanto, tal vez sea más razonable y útil comprender y aceptar que la historia de la humanidad coincide con la historia de las regresiones impuestas por el patriarcado y probablemente alcanzará su apogeo y agotamiento en la contemporaneidad. No hay forma de que el Antropoceno tenga una larga vida en vista de los desacoplamientos que se están produciendo.
Si los hallazgos científicos de Maturana y tantos otros, en esta línea investigativa en torno a la fenomenología social, no están siendo incorporados por la política y el mercado, y todo indica que no lo serán, al menos servirán para darnos las bases biológicas para comprender la barbarie y el colapso climático en el que se desliza la civilización. Con la creciente anulación de la política, ya hay fuertes indicios de que estamos inaugurando una fase muy oscura de la historia en la que la ego humano, en sus expresiones más destructivas, amenaza con reinar supremo, sin contrapesos que lo contengan o al menos lo mitiguen. Por eso siempre vale la pena recordar la advertencia del neuropsiquiatra austriaco Viktor Frankl, quien sintió en carne propia los horrores del nazismo: “Así que estemos alerta, alerta en un doble sentido: desde Auschwitz sabemos de lo que somos capaces los seres humanos. Y desde Hiroshima sabemos lo que está en juego”..
Según el poeta Thomas Eliot, “La humanidad no soporta mucha realidad”. Vista desde cierta perspectiva, tal afirmación es, sin embargo, un gran estímulo. Esto se debe a que quizás la nueva biopolítica que están manejando las fuerzas del capital, respaldadas por algoritmos, que algunos encuentran más apropiado llamar tanatopolítica o necropolítica, como hace el filósofo camerunés Achille Mbembe, nos llevará a esa realidad distópica y, por tanto, tan insoportable que, al fin y al cabo, este vaciamiento de lo humano, de lo vital, de la política, de la reflexión, de la contemplación, tal vez represente una preparación para atravesar la difícil metamorfosis que nos permita rescatar nuestra humanidad perdida. Quién sabe, una última oportunidad de redención, una pizca de esperanza de que la cultura patriarcal y los conflictos internos que infligió a los humanos finalmente se disipen y regresen a su estado contingente, y que la comunidad de vida y el amor que da soporte regresen. , después de mucho tiempo, a su curso natural.
Antonio Sales Ríos Neto es ingeniero civil y consultor organizacional.
Referencias
EISLER, Riane. El cáliz y la espada: nuestro pasado, nuestro futuro. Traducido por Tonia Van Acker. São Paulo: Palas Athena, 2007.
FRANKL, Viktor E. En busca de sentido: un psicólogo en el campo de concentración. Traducción: Walter O. Schlupp y Carlos C. Aveline. 2ª ed. São Leopoldo: Sinodal; Petrópolis: Voces, 1991.
GREY, Juan. El alma del títere: un breve ensayo sobre la libertad humana. Traducción: Clodoveo Marqués. Río de Janeiro: Récord, 2018.
GREY, Juan. El silencio de los animales: sobre el progreso y otros mitos modernos. Traducción: Clodoveo Marqués. Río de Janeiro: Récord, 2019.
HAN, Byung Chul. Entrevista a César Rondueles, publicada por El País, 17 de mayo de 2020. La traducción es de Cepat. Disponible: .
HOBSBAWM, Eric. Era de los extremos: el breve siglo XX: 1914-1991. Traducción: Marcos Santarrita. 2ª ed. São Paulo: Companhia das Letras, 1995.
MARIOTTI, Humberto. Autopoiesis, cultura y sociedad. 1999. Disponible en: .
MATURANA, Humberto RA ontología de la realidad. Belo Horizonte: Editora da UFMG, 2001.
MATURANA, Humberto R. Conversaciones matrísticas y patriarcales. En: ______; VERDEN-ZÖLLER, G. Amar y jugar: fundamentos humanos olvidados. Traducción de Humberto Mariotti y Lia Diskin. São Paulo: Palas Athena, 2004.
MATURANA, Humberto R. Emociones y lenguaje en la educación y la política. Traducción: José Fernando Camos Fortes. Bello Horizonte: Ed. UFMG, 1998.
MATURANA, Humberto R. Reporte de Paulina Sepúlveda, publicado por La Tercera, 30 de abril de 2020. La traducción es de Cepat. Disponible:
MATURANA, Humberto R.; VARELA, Francisco J. El árbol del conocimiento: la base biológica del entendimiento humano. São Paulo: Palas Athena, 2010.
NIETZSCHE, Friedrich. Fragmentos póstumos: 1885 – 1887: tomo VI. Río de Janeiro: Universidad Forense, 2013.
SAFATLE, Vladimir. Nacimiento de la biopolítica. Disponible: