Biocivilización en la pospandemia

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por LEONARDO BOFF*

El gran reto del siglo XXI es construir una civilización cuyo centro sea la vida

En el entendimiento de los grandes cosmólogos que estudian el proceso de cosmogénesis y biogénesis, la culminación de este proceso no ocurre en el ser humano. La gran emergencia es la vida en su inmensa diversidad y en lo que le pertenece esencialmente, que es el cuidado Sin los cuidados necesarios, ninguna forma de vida sobrevivirá (cf. Boff, L., el cuidado necesario, Voces, Petrópolis 2012).

Es imperativo recalcar: la culminación del proceso cosmogénico no se da en el antropocentrismo, como si el ser humano fuera el centro de todo y los demás seres sólo cobrarían sentido en orden a él y su uso y disfrute. El mayor acontecimiento de la evolución es la irrupción de la vida en todas sus formas, también en forma humana consciente y libre.

El conocido cosmólogo californiano Brian Swimme junto al antropólogo de culturas y teólogo Thomas Berry afirma en su libro La historia del universo (1999): “No podemos liberarnos de la convicción de que, como humanos, somos la gloria y la corona de la comunidad de la Tierra y darnos cuenta de que somos, de hecho, el componente más destructivo y peligroso de esta comunidad”. Este hallazgo apunta a la actual crisis ecológica generalizada que afecta a todo el planeta, la Tierra.

Los biólogos (Maturana, Wilson, de Duve, Capra, Prigogine) describen las condiciones en las que surgió la vida, partiendo de un alto grado de complejidad y cuando esta complejidad estaba desequilibrada, en una situación de caos. Pero el caos no es solo caótico. También es generativo. Esconde en sí mismo nuevos órdenes en gestación y varias otras complejidades, entre ellas la vida humana.

Los científicos evitan definir qué es la vida. Se dan cuenta de que representa el surgimiento más sorprendente y misterioso de todo el proceso cosmogénico. Intentar definir la vida -reconocía Max Plank- es intentar definirnos a nosotros mismos, una realidad de la que, en definitiva, no sabemos en definitiva qué y quiénes somos.

Lo que podemos decir con seguridad es que la vida humana es un subcapítulo del capítulo de la vida. Vale la pena enfatizar: la centralidad pertenece a la vida. A ella se ordena la infraestructura físico-química y ecológica de la evolución, que permitió la inmensa diversidad de vidas y dentro de ellas, la vida humana, consciente, hablante y solidaria.

Además, sólo el 5% de la vida es visible, el 95% restante es invisible, componiendo el universo de microorganismos (bacterias, hongos y virus) que operan en el suelo y subsuelo, garantizando las condiciones para el surgimiento y mantenimiento de la fertilidad y vitalidad de la Madre Tierra.

Hay un intento de entender la vida como la autoorganización de la materia en un altísimo grado de interacción con el universo, con la inconmensurable red de relaciones de todos con todos y con todo lo demás que va surgiendo en todas partes del universo.

Cosmólogos y biólogos sostienen: la vida aparece como la expresión suprema de la “Fuente Original de todo ser” o “Ese Ser que hace ser a todos los seres”, lo que para la teología representa la metáfora, quizás la más adecuada, de Dios. Dios es todo esto y el mundo más. Es Misterio en su esencia y es también misterio para nosotros. La vida no viene de afuera, sino que emerge del seno del proceso cosmogénico cuando alcanza un altísimo grado de complejidad.

El Premio Nobel de Biología, Christian de Duve, llega a afirmar que en cualquier lugar del universo cuando se produce tal nivel de complejidad, la vida emerge como un “imperativo cósmico” (polvo vital: la vida como imperativo cósmico. Río de Janeiro, 1997). En este sentido, el universo estaría lleno de vida no sólo en la Tierra.

La vida muestra una unidad sagrada en la diversidad de sus manifestaciones, porque todos los seres vivos portamos un mismo código genético básico que son los 20 aminoácidos y las cuatro bases nitrogenadas, lo que nos hace a todos parientes y hermanos unos de otros como afirma el Carta de la Tierra y Laudato Si' del Papa Francisco. Cada ser tiene un valor en sí mismo.

Cuidar la vida, hacer que la vida se expanda, entrar en comunión y sinergia con toda la cadena de la vida, celebrar la vida y acoger con gratitud la Fuente original de toda vida: esta es la única y específica misión y sentido del vivir para los seres humanos en la Tierra. No es el chimpancé, nuestro primate más cercano, ni el caballo ni el colibrí los que cumplen esta misión consciente, sino el ser humano. Eso no lo convierte en el centro de todo. Es la expresión de la vida, dotado de conciencia, capaz de captar el todo, sin dejar de sentirse parte de él. Él sigue siendo la Tierra (Laudato Si', No. 2), no fuera y por encima de los demás, sino entre los demás y junto con los demás como hermano y hermana dentro de la gran comunidad de vida. Por eso prefiere llamar al “medio ambiente” la Carta de la Tierra.

Esta, la Tierra, se entiende como Gaia, un superorganismo vivo que organiza sistémicamente todos los elementos y factores para continuar y reproducirse como vivo y generar la inmensa diversidad de la vida. Los humanos emergimos como la porción de Gaia que, en el momento más avanzado de su evolución/complejización, comenzó a sentir, pensar, amar, hablar y adorar. Entonces irrumpió en el proceso evolutivo cuando el 99,99% estaba todo listo, el ser humano, masculino y femenino. En otras palabras, la Tierra no necesitaba del ser humano para gestionar su inmensa biodiversidad. Al contrario, fue ella quien lo generó como una mayor expresión de sí misma.

La centralidad de la vida implica una biocivilización que, a su vez, implica asegurar los medios de vida para todos los organismos vivos y, en el caso de los seres humanos: alimentación, salud, trabajo, vivienda, seguridad, educación y ocio. Si uniformáramos para toda la humanidad los avances en tecnociencia que ya se han logrado, tendríamos los medios para que todos puedan disfrutar de los servicios de calidad a los que hoy solo tienen acceso los sectores privilegiados y opulentos.

En la modernidad, el conocimiento se entendía como poder (Francis Bacon) al servicio de la dominación de todos los demás seres, incluidos los humanos y la acumulación de bienes materiales por parte de individuos o grupos en exclusión de sus pares, creando así un mundo de desigualdades, injusticias e inhumano.

Postulamos un poder al servicio de la vida y de los cambios necesarios que la vida requiere. ¿Por qué no hacer una moratoria a la investigación y la invención a favor de la democratización del conocimiento y las invenciones ya acumuladas por la civilización en beneficio de todos los seres humanos, comenzando por los millones y millones de seres humanos desposeídos? Son muchos los que sugieren esta medida, a ser asumida por todos y, entre nosotros, propuesta por el economista-ecólogo Ladislau Dowbor, de la PUC-SP.

Mientras esto no suceda, viviremos en tiempos de gran barbarie y sacrificio del sistema de vida, ya sea en la naturaleza o en la sociedad humana mundial.

Este constituye el gran desafío del siglo XXI, construir una civilización cuyo centro sea la vida. Economía y política al servicio de la vida en toda su diversidad. O elegimos este camino o podemos autodestruirnos, ya que hemos construido los medios para hacerlo, o podemos finalmente comenzar a crear una sociedad verdaderamente justa y fraterna junto con toda la comunidad de vida, conscientes de nuestro lugar entre otros. seres humanos y de la misión única de cuidar y custodiar la herencia sagrada recibida del universo o de Dios (Gn 2,15).

Apéndice

El año cósmico, el universo, la Tierra y el ser humano

Intentemos imaginar que los 13.7 millones de años, edad del universo, son un solo año (apud Carl Sagan). Veremos como a lo largo de los meses de este año imaginario aparecieron todos los seres hasta los últimos segundos del último minuto del último día del año. ¿Cuál es el lugar que ocupamos?

El XNUMX de enero se produjo el Big Bang.

El primero de marzo aparecieron las estrellas rojas

El 8 de mayo, la Vía Láctea

El 9 de septiembre, el sol

El 1 de octubre, la Tierra

El 29 de octubre, la vida

El 21 de diciembre, el pez

El 28 de diciembre a las 8.00 am, los mamíferos

El 28 de diciembre a las 18,00 de la tarde, los pájaros

El 31 de diciembre a las 17.00:XNUMX horas nacieron los ancestros prehumanos

El 31 de diciembre a las 22.00 horas entra en escena el ser humano primitivo, antropoide.

El 31 de diciembre a las 23 horas, 58 minutos y 10 segundos, apareció el hombre sapiens.

El 31 de diciembre a las 23.00:59 horas, 56 minutos y XNUMX segundos nació Jesucristo.

El 31 de diciembre a las 23.00:59 horas 59 minutos y XNUMX segundos llegó Cabral a Brasil.

El 31 de diciembre a las 23:59 minutos y 59,54 segundos se celebró la Independencia de Brasil.

El 31 de diciembre a las 23 horas, 59 minutos y 59.59 segundos nacimos.

Somos casi nada. Pero por más pequeños que seamos, es a través de nosotros, a través de nuestros ojos, oídos, inteligencia que la Tierra contempla la grandeza del universo, vuestros hermanos y hermanas cósmicos. Para esto, todos los elementos durante todo el proceso de evolución se articularon de tal manera que pudiera surgir la vida y pudiéramos estar aquí y hablar de todo. Si hubiera habido alguna pequeña modificación, las estrellas o no se habrían formado o, formadas, no habrían explotado y así no habría habido el Sol, la Tierra o los 20 aminoácidos y las cuatro bases nitrogenadas y no estaríamos aquí escribiendo sobre estas cosas.

Por esta razón, el conocido físico británico Freeman Dyson testifica: “Cuanto más examino el universo y estudio los detalles de su arquitectura, más evidencia encuentro de que el universo, de alguna manera, debe haber sabido que estábamos en nuestro camino”. (1979).

*Leonardo Boff es ecologista, filósofo y escritor. Autor, entre otros libros, de Covid-19: La Madre Tierra contraataca a la humanidad(Voces, 2020).

 

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