por ELEUTÉRIO FS PRADO*
La civilización finalmente aparece como barbarie y la humanidad parece encaminarse hacia la extinción
Para explicar el fenómeno de los nuevos derechos, así como su vertiginoso ascenso en el escenario político contemporáneo, Rodrigo Nunes, en un artículo de gran calidad (Nunes, 2024), señala la existencia y persistencia de un “operador ideológico” en su base; Para que esto suceda, según él, su crecimiento debe estar impulsado por el “emprendimiento”. La base del fenómeno social aquí, por tanto, es una disposición psicopolítica.
Para que se estableciera la alianza de clases tácita constitutiva de este movimiento, era necesario, según él, que “algunas imágenes y palabras produjeran una identificación”. Sólo esta mediación hizo posible que intereses tan diversos, desde los de los trabajadores informales, pasando por sectores de las clases medias hasta los capitalistas financieros, se unieran políticamente.
Así como el extremismo fascista, en las décadas de 20 y 30 del siglo pasado, reunió a individuos comunes –“hijos de una sociedad liberal, competitiva e individualista, condicionados a permanecer como unidades independientes” (Adorno, 2015, p. 158)–, que Se sentía impotente ante una realidad abrumadora, ahora una congregación de pequeños, medianos y grandes empresarios, impulsados por un “optimismo cruel”, comenzó a gestarse como extremismo neoliberal.
En ambos casos, las barreras estructurales al éxito de los individuos socializados como “sujetos” económicos se presentan como barreras existenciales, que luego son manipuladas por el extremismo de derecha. Sin embargo, persisten las diferencias.
El extremismo fascista surgió en un momento de intensificación de los conflictos imperialistas, en el que prevalecía el capital industrial, ya bajo el control del capital financiero, mientras este último progresaba más recientemente en el capitalismo globalizado, bajo la hegemonía del imperialismo norteamericano, en el que comenzaba a prevalecer – como se aclarará: la lógica del capital que devenga intereses y del capital ficticio. En artículo anterior, traté de distinguir estos dos momentos distinguiendo ordocapitalismo y anarcocapitalismo (Prado, 2024-A)
En el primer caso, cabe señalar, el “operador ideológico” era diferente; consistía en una apelación a la nacionalidad –un principio abstracto de igualdad y una forma de unificación–, ya que sólo así era posible reunir a individuos contradictorios de diferentes categorías sociales para formar una masa que se proyectaba como un líder totalitario. El fascismo, como sabemos, surge en potencias industriales limitadas que luchan por expandir sus dominios económicos.
En el segundo caso, el extremismo reúne a individuos que se consideran sujetos dispuestos a prosperar en una sociedad competitiva –ya creada y establecida a través de una hegemonía imperialista global– y que se proyectan como líderes advenedizos exitosos. El motivo psicológico aquí no es el logro colectivo a través de un proyecto fijado por el Estado, sino el logro de la máxima libertad económica en un Estado policial que ha renunciado a cualquier forma de solidaridad.
La ubicuidad de la “ideología del emprendimiento” en las últimas décadas tiene varias fuentes, que van desde el neoschumpeterismo del teórico de la gestión Peter Drucker hasta la generalización de “emprender” como prácticamente sinónimo de toda acción humana por parte de la escuela austriaca de Ludwig von Mises y Federico von Hayek. En países como Brasil, “su difusión desde los años 1980 se debió principalmente al (…) dominio absoluto de las ideas neoliberales en el debate público (…), pero también a la creciente penetración de iglesias evangélicas que predican la llamada “teología de la prosperidad” pesó mucho” y el auge de la industria de la autoayuda y ENTRENAMIENTO (Nunes, 2024).
Desde una perspectiva marxista heterodoxa, centrada de hecho en el concepto de ideología planteado por György Lukács en Por una ontología del ser social, Medeiros y Lima también escribieron un texto muy relevante sobre este tema (Medeiros y Lima, 2023). Presentando una conexión no señalada por Rodrigo Nunes, demostraron que existe una afinidad entre la concepción del trabajo como actividad empresarial y la concepción presupuesta de que el trabajador puede y debe ser entendido como capital humano.
Para ellos, estas dos teorías, ambas basadas en “la misma cosmovisión conservadora y atomista”, dieron forma a una forma de pensar socialmente validada que fue más allá del campo teórico en el que nació, que se extendió en el capitalismo contemporáneo y se convirtió en sentido común.
Ahora bien, es necesario señalar que, desde una perspectiva lukácsiana, estos dos autores entienden la ideología como un sistema de ideas que tiene la función de resolver, es decir, de obstaculizar el desarrollo de los conflictos sociales (en particular, los conflictos de clases) impidiéndoles produciendo transformaciones. Para ellos, la base del fenómeno del surgimiento de los nuevos derechos es la “ideología empresarial”; he aquí, tiene la “posibilidad de generar una respuesta personal (y, eventualmente, colectiva) a los problemas cotidianos en una sociedad en la que los individuos se oponen a sujetos de diferentes clases, razas, géneros, etnias, etc.”.
Como esta concepción considera que “la función ideológica no depende del carácter de conocimiento de las ideas” puestas en circulación, difiere – señalan los autores – de la concepción marxista más difundida según la cual la ideología es “un falso pensamiento socialmente necesario”.
Desde esta perspectiva, estos dos autores condensan el juicio que hacen sobre el emprendimiento de la siguiente manera: “El éxito de la internacional capitalista está relacionado con el poder del propio capital, que hoy domina muy estrechamente la llamada industria cultural, de formación y difusión simbólica. , desde el periodismo hasta todas las formas de arte. (…) la práctica de los trabajadores (…) constituye una reacción a las condiciones brutales del capital que, en lugar de obstaculizarlas, las refuerza deliberadamente. En rigor, ésta es precisamente la función ideológica de las teorías que examinamos aquí: son, en su versión vulgarizada, formas de conciencia diseñadas para desarmar los impulsos revolucionarios o incluso reformistas (…) de la clase trabajadora”. (Medeiros y Lima, 2023, p. 51).
Una crítica amistosa de estos dos textos debe partir de una comprensión de la ideología que no sea sólo superestructural. Para presentarlo, es necesario coincidir en que las ideologías, como formas de sellar y ocultar contradicciones, siempre tienen una base objetiva y que, de allí, emergen como construcciones intelectuales cuasi autónomas, que cobran fuerza cuando logran obtener grandes resultados. Recepción en el ámbito público.
La base objetiva de las ideologías consiste, desde una perspectiva muy marxista, en la aparición de prácticas sociales que, por ello mismo, deben ser consideradas socialmente necesarias. Como formaciones que viven en la cultura, es decir, en la superestructura, las ideologías son productos de una comprensión que capta las relaciones externas entre los fenómenos, pero que también se sirve, para lograr este propósito instrumental, sólo de elementos imaginarios, es decir, falsos.[i]
En este sentido, por ejemplo, tengamos presentes las nociones de homo economicus, algo diferentes entre sí, que se formalizaron en diferentes teorías económicas (clásica, neoclásica, austriaca, etc.). Consideremos, también, que se basan en características presentes en los comportamientos de los individuos sociales que pululan en la economía comercial generalizada. Si son nociones de conocimiento razonado –y normativo–, tienen una base real en la realidad social a la que se refieren.
Ahora bien, este “producto puramente intelectual de la ciencia, que piensa en el hombre como una unidad abstracta, inserta en un sistema científico” – según Karel Kosik – “(…) es un reflejo de la metamorfosis real del hombre, producida por el capitalismo”. Por lo tanto, no nos enfrentamos ni a una mera idea flotante ni a una determinación antropológica general, sino al producto de un sistema, cualquiera que sea, nucleado en el automatismo de la relación de capital. He aquí, “el homo economicus“-explica este autor- es el hombre como parte de este sistema, como elemento funcional de este sistema y, como tal, debe ser dotado de las características fundamentales esenciales para el funcionamiento de este sistema” (Kosik, 1969, p. 82- 83).
De hecho, como ya había explicado Karl Marx en La capital, el hombre económico es el personaje por excelencia de la esfera de la circulación comercial, dentro de la cual se realizan las compras y ventas de mercancías, incluidas las compras y ventas de fuerza de trabajo. De esta forma, sus atributos aparecen como naturales. Y habita en un mundo competitivo que se describe como “un verdadero Edén de los derechos naturales del hombre”. Si los hombres aparecen allí como iguales, libres y egoístas, el sistema mismo aparece como un “reino exclusivo de libertad, igualdad, propiedad y Bentham” (Marx, 2013, p. 185).
De hecho, en esta sección de La capital, Marx presenta las contradicciones que mueven a los sujetos sometidos que se presentan como homo economicus. Y hay dos: uno de ellos se encuentra en el capitalista que se cree un empresario, pero que, en realidad, no es más que la personificación del capital; el otro está en el trabajador que está obligado a comportarse como libre contratista de su fuerza de trabajo, pero que es, en realidad, un elemento explotable o no, una posible parte de la “gran máquina” de la relación de capital. Tengamos en cuenta, además, que estas contradicciones se plantean tanto en la condición objetiva como en la subjetividad de los “sujetos” en general que “prosperan” en el capitalismo.
“Cuando abandonemos esta esfera de simple circulación o intercambio de bienes, de la cual el libre comercio vulgaris extrae nociones, conceptos y parámetros para juzgar la sociedad del capital y del trabajo asalariado, parece que ya se puede ver una cierta transformación en la fisonomía de nuestra sociedad. caracteres. El antiguo poseedor de dinero se presenta ahora como un capitalista, y el poseedor de fuerza de trabajo, como su trabajador. El primero, con aire de importancia, confiado y con muchas ganas de hacer negocios; el segundo, tímido y vacilante, como quien ha traído su propia piel al mercado y ahora no tiene nada que esperar más que… despegarla”. (Marx, 2013, p. 185).
Tenga en cuenta ahora que estos dos caracteres Así aparecen en la interfaz entre producción y circulación comercial, que no es más que la aparición del capitalismo industrial con la fuerza que adquirió a mediados del siglo XIX y que teóricamente podría exponerse de esta manera. Entonces, ¿cómo puede la condición de empresario ganar generalidad en el desarrollo de este modo de producción, presentándose como una condición existencial y subjetiva tanto de los capitalistas como de los trabajadores asalariados o por cuenta propia?
Puede parecer un recuerdo inesperado, pero es necesario presentarlo aquí enfáticamente: la posibilidad de esta ilusión fue explicada por Marx mucho antes de que apareciera en la historia la ola de emprendimiento que, como hemos visto, sólo ocurrió después de los años 70 del siglo pasado. el siglo XX. Para comprenderlo mejor, cabe señalar, de entrada, que esta posibilidad depende de la posición del capital remunerado como forma de sociabilidad inherente al modo de producción capitalista.
En la sección V del Libro III de La capital, encuentra lo siguiente: “la forma del capital que devenga intereses es responsable de que cada ingreso determinado y regular en dinero aparezca como interés sobre un capital – o no”, es decir, como una ganancia asociada a una suma estrictamente no capital. Si un banco u otra institución financiera presta una suma de dinero a una empresa del sector del capital industrial o comercial, en realidad se trata de capital que devenga intereses: al final de un determinado período se producirá un reflujo del principal más interés y este aumento –el interés– representa parte del plusvalor generado en la producción de bienes.
Pero si cualquier institución financiera presta una cantidad al Estado, a los bancos, a los consumidores, entonces tenemos lo que Marx llamó capital ficticio, que parece ser, pero en realidad no es, un portador de intereses. Lo que ocurre aquí es que el flujo de pagos aparece –sin serlo realmente– un reflujo del principal más los intereses. Así lo explica él mismo en los casos de préstamos al sector público y al usurero: “para el acreedor original, su parte de los impuestos anuales representa intereses sobre su capital, de la misma manera que para el usurero su parte de la riqueza del pródigo, aunque en ninguno de estos casos la suma de dinero prestada se gastó como capital”.
Por lo tanto, el capital, estrictamente hablando –y esto es muy importante– es la relación de explotación de la fuerza de trabajo que se manifiesta de manera cosificada, sucesivamente, como dinero, medios de producción, fuerzas de trabajo y bienes.
De esta manera, Marx también explica la ilusión del “capital humano” que él llama demente, sin utilizar, sin embargo, esta nomenclatura establecida posteriormente. “La locura de la concepción alcanza aquí” –dice– “su culminación” – y ya había aparecido en los escritos de William Petty en el siglo XVII. “En lugar de explicar la apreciación del capital a través de la explotación de la fuerza de trabajo, procedemos de manera opuesta, dilucidando la productividad de la fuerza a través de la circunstancia de que la fuerza de trabajo misma es esa cosa mística llamada capital que devenga intereses” (ídem, p. 523 ).
En otras palabras, al presentarse la ganancia salarial como un posible flujo de remuneración futura para el trabajador, se la toma en sentido figurado como si se tratara de intereses, que luego se capitalizan, también de manera mística, para formar “capital humano”.
Así es como se llega a considerar a la fuerza laboral y al trabajador, respectivamente, como capital humano y como autoempresarios. Dicho esto, queda por explicar por qué no fue hasta la década de 1980 que este tipo de concepción invadió y se apoderó de la esfera pública en los países capitalistas en general. La razón es que, con el auge del neoliberalismo,[ii] El capital que devenga intereses –real o aparente, es decir, capital ficticio– se ha convertido finalmente en la forma por excelencia de capital. Al final de un curso que comenzó en los inicios del capitalismo con la creación de sociedades anónimas, lo que Marx llamó el proceso de socialización del capital alcanzó luego su punto máximo en Occidente (Prado, 2024-B).
En este proceso centenario, el gran capital industrial y comercial pasó a ser dominio del capital financiero y el capitalismo en su conjunto se financiarizó (Maher y Aquanno, 2014, cuentan esta historia; Prado, 2024, intentó sintetizarla). La ideología empresarial, ahora oportunista, se difunde por toda la sociedad como una nueva naturalidad del hombre económico; la propia esfera de la política se convierte en un ámbito en el que prosperan los empresarios políticos, ellos mismos locos y, por tanto, suicidas.
Y aquí es necesario ver una diferencia crucial entre el capital industrial y el capital financiero en general. Si el primero engendra una sociabilidad centrada en la transformación colectiva del mundo y, por tanto, proclive a la solidaridad (pero también al autoritarismo), el segundo favorece un individualismo extremo que confía ciegamente en la capacidad del sistema económico para generar beneficios, como afirma Friedrich Hayek diría, de forma espontánea, hasta el punto de caer en el ecocidio para “ganar” más vida.
Por eso la perspectiva de la circulación, de los mercados, domina el pensamiento de este autor. Ahora bien, si el primer capital crea al emprendedor constructivista, el segundo produce el emprendimiento oportunista. Cuando predomina el segundo como forma de capital, la figura central deja de ser el industrial y es reemplazada por la persona que aprovecha las oportunidades de ganancia, es decir, el rentista.
Desde una perspectiva global, se puede ver que el imperialismo norteamericano, principal beneficiario de la globalización del capital y del dominio financiero que se produjo tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, parece dispuesto a destruir el mundo para mantener su hegemonía. La nueva derecha que opera en este mundo, en cualquier caso, avanza incluso porque la izquierda, representante del viejo proletariado, parece haber perdido su rumbo y su esperanza. La civilización finalmente aparece como barbarie y la humanidad parece encaminarse hacia la extinción.
¿Cómo encuentras una grieta en la historia que te lleva a otro camino? ¿Quién puede componer un nuevo proletariado? ¿Cómo pueden movilizarse las víctimas de las catástrofes del capitalismo financiarizado para crear un modo de sociabilidad, superando así las desgarradoras contradicciones del modo predominante actualmente?
* Eleutério FS Prado es profesor titular y titular del Departamento de Economía de la USP. Autor, entre otros libros, de Desde la lógica de la crítica de la economía política (luchas contra el capital).
Referencias
Adorno, Theodor W. Adorno – La teoría freudiana y el patrón de propaganda fascista. En: Ensayos sobre Psicología Social y Psicoanálisis. São Paulo: Editora da UNESP, pág. 153-189.
Košik, Karel – Dialéctica del hormigón. Río de Janeiro: Paz e Terra, 1969.
Maher, Stephen y Aquanno, Scott – La caída y el ascenso de las finanzas estadounidenses: de JP Morgan a BlackRock. Londres/Nueva York: Verso, 2024.
Marx, Carl- Capital – Crítica de la economía política. São Paulo: Boitempo, Tomo I: 2013; Volumen III: 2017.
Medeiros, João L. y Lima, Rômulo – Contra la ideología empresarial: argumentos para una crítica marxista. Revista de la Sociedad Brasileña de Economía Política, nº 66, 2023, pág. 30-57.
Nunes, Rodrigo – Las decadencias del “emprendimiento” y los nuevos derechos. sitio web Instituto Unisinos Humanitas (IHU), 20 de agosto de 2024.
Prado, Eleuterio FS – Ordocapitalismo y anarcocapitalismo. En: La tierra es redonda, 19/06/2024-A. Blog de economía y complejidad, 21/07/2024.
Prado, Eleuterio FS – Sobre la socialización del capital. la tierra es redonda, 12/09/2024-B. Blog de economía y complejidad, 22/09/2024.
Safatle, Vladimir – La economía es la continuación de la psicología por otros medios: el sufrimiento psicológico y el neoliberalismo como economía moral. En: El neoliberalismo como gestión del sufrimiento psíquico. Belo Horizonte: Auténtico, 2023.
Notas
[i] Incluso si la perspectiva del conocimiento resulta insuficiente para comprender el emprendimiento, aquí no queremos ir más allá, con el objetivo de mostrar las bases estructurales de esta disposición psicopolítica. Pero cabe señalar aquí que las ideologías –y esto es muy importante– siempre se combinan con la propagación de normas en el entorno social, que moldean a los individuos desde fuera y desde dentro, es decir, psicológicamente. En otras palabras, una comprensión más completa de este fenómeno requiere a) el conocimiento de cómo sella y silencia las contradicciones; b) conocimiento de las reglas y leyes que imponen y constriñen el comportamiento de los individuos sociales; c) el conocimiento de la psicología que produce y moldea a los individuos para que asuman “una figura antropológica, fuertemente reguladora, para ser compartida por todos los individuos que aspiran a ser reconocidos socialmente” (Safatle, 2023, p. 33).
[ii] El neoliberalismo, como sabemos, llegó a ser una respuesta a la crisis de rentabilidad de los años 1970, que permitió una nueva ola de globalización del capital y, por tanto, la expansión del imperialismo norteamericano. Como tal, es a la vez una ideología y una normatividad, una política económica y una política social con repercusiones en la forma de ser de los individuos sociales.
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