por PAULO NOGUEIRA BATISTA JUNIOR*
La narrativa de la autonomía BC tiene su verosimilitud, apela al sentido común en cierto modo. No es totalmente falso, pero esconde aspectos esenciales
La autonomía del Banco Central avanzó en el Congreso y probablemente llegará a un punto de decisión a principios de 2021. Parte integral de la agenda económica liberal, el tema mueve fuertes intereses y es una vieja aspiración de la pandilla bufunfa y sus voceros en los medios. Un proyecto de ley complementario se encuentra en etapa avanzada de trámite: pasó a la Cámara de Senadores y fue enviado a la Cámara de Diputados.
La expectativa, por el momento, es que se vote a principios de 2021.
El diseño es malo y debe ser rechazado o al menos modificado significativamente, como intentaré demostrar. Las teorías en las que se basa son defectuosas y se omiten en puntos cruciales, como veremos.
Breve descripción del proyecto de ley y la teoría subyacente
En términos generales, el proyecto sigue el cuadernillo tradicional. El tema de la autonomía o independencia del Banco Central (BC) es amplio, lleno de sutilezas y escollos. Me ceñiré a los puntos centrales, sin pretender tratar todos los aspectos del tema y del proyecto de ley.
¿Cómo se garantiza la autonomía? Otorgar mandatos fijos, largos y no coincidentes con el del Presidente de la República, al presidente ya los otros ocho directores de la BC. La junta de BC es hoy destituible ad nutum, es decir, puede ser destituido en cualquier momento por el Presidente de la República. Sin estabilidad en el cargo, se argumenta, las autoridades monetarias no podrán divergir y mucho menos confrontar al Presidente de la República.
En defensa de la propuesta, y para endulzar un poco la píldora, se argumenta que el proyecto de ley otorga autonomía formal, pero no independencia, ya que las metas de inflación, cuyo control es atribución central del Banco Central, son fijadas a través de el Consejo Monetario Nacional, donde el gobierno tiene mayoría, y no por el propio BC, que sería únicamente el órgano ejecutor. El BC tendría la autonomía formal para definir los medios para lograr estos objetivos, pero no la independencia para fijarlos. En la jerga de la literatura, sería dependiente de la metaPero operativamente independiente.
El núcleo del proyecto de ley, como se indicó anteriormente, es el otorgamiento de plazos fijos a la junta. Esto “escudaría”, en el lenguaje adoptado en el proyecto, al BC contra presiones políticas. La teoría detrás de esta propuesta es generalmente conocida, ya que siempre goza de amplia publicidad. Lo que se presenta, de hecho, no son demostraciones, sino una narrativa bien articulada, aunque llena de lagunas y no sequiturs. La narrativa básica, en pocas palabras, es que el poder político electo sufre de miopía crónica, mostrando una tendencia a abusar de la política monetaria para lograr resultados políticos de corto plazo, sacrificando el control de la inflación en el mediano y largo plazo.
En el período previo a las elecciones, el gobierno estaría tentado a presionar a un banco central dependiente para que adopte políticas monetarias excesivamente expansivas a través de tasas de interés bajas y una expansión crediticia exagerada. Un banco central logra, con estos métodos, calentar la demanda, la actividad económica y el empleo en el corto plazo, pero paga el precio de una mayor inflación más adelante. Por lo general, los efectos positivos reales se hacen sentir antes.
Así, un banco central dependiente puede ayudar a reelegir al presidente (o hacer su sucesor), pero siempre a costa de sacrificar el control de la inflación en el mediano plazo. Los efectos positivos reales serían transitorios; la pérdida en términos de alta inflación, duradera. En una palabra, el BC dependiente podría servir como una forma de fraude electoral.
Falacias y omisiones de la ortodoxia económica del gallinero
Esta narrativa tiene su plausibilidad, de alguna manera apela al sentido común. No es del todo falso, pero esconde aspectos esenciales. Parodiando a Roberto Campos, el abuelo del actual presidente del BC, ella es como un bikini, muestra mucho, pero esconde lo esencial. Es más fácil venderlo en países donde la clase política está desacreditada, como es el caso de Brasil. Sin embargo, es muy discutible, como suelen serlo las cuestiones y propuestas macroeconómicas. Las debilidades de la narrativa no son difíciles de resaltar.
Así, es más fácil vender en países donde los medios suprimen el debate público sobre temas económicos.
Todo se complica cuando examinamos con lupa la propuesta de autonomía formal. Un poco de reflexión e información es suficiente para mostrar que la narrativa tradicional contiene verdades a medias, falsas promesas y omisiones significativas. Primero, la miopía política existe, sin duda, pero la tecnocracia también es miope. No existe un consenso profesional sólido sobre cómo conducir la política monetaria, contrariamente a lo que se afirma o implica.
Como en todas las demás áreas de la economía, la incertidumbre impide la formación de consensos estables en el área monetaria; lo que vemos, por el contrario, es la multiplicación de controversias y corrientes de opinión entre los profesionales. Diferentes economistas, confrontados con el mismo conjunto de información, pueden llegar a conclusiones diferentes e incluso opuestas, sin las cuales la teoría monetaria o la econometría pueden resolver las diferencias definitivamente. Por lo tanto, las decisiones siempre involucran elementos extracientíficos y son, en última instancia, políticas.
Además, en el caso brasileño, el BC disfruta de autonomía en la práctica desde hace algún tiempo. Los sucesivos gobiernos brasileños, desde el Plan Real, aunque con una orientación radicalmente diferente, han respetado la autonomía del Banco Central para perseguir las metas de inflación establecidas por el Consejo Monetario Nacional. Después de 25 años de autonomía en la práctica, la cuestión parece esencialmente resuelta.
Por lo tanto, la expectativa de que la formalización de la autonomía traerá ganancias significativas en términos de reducción de las expectativas de inflación y de las primas de riesgo implícitas en las tasas de interés es probablemente ilusoria, como se prevé en la justificación del proyecto de ley aprobado en el Senado.
Veamos qué sucederá en la práctica si se aprueba el proyecto.
El presidente Bolsonaro, asesorado (presuntamente) por su ministro de Economía, elegiría al presidente y a los otros ocho directores del Banco Central, probablemente confirmando a los que están en el cargo. Este equipo tendría un mandato fijo de cuatro años, no coincidentes entre sí, con posibilidad de reelección. El próximo Presidente de la República tendría que convivir con un BC autónomo presidido, en los dos primeros años de gobierno, por una persona elegida por la dupla Bolsonaro/Guedes. Si la orientación básica del próximo gobierno es diferente, se crea una contradicción dentro de la política económica que es difícil de resolver.
Además, no se debe perder de vista que las medidas institucionales de este tipo son casi de sentido único. Una vez adoptado, se vuelve difícil, si no imposible, volver atrás. Esta irreversibilidad, lejos de ser accidental, es parte esencial de la propuesta, pues es precisamente la dificultad de revertir la autonomía formal lo que supuestamente le confiere el poder de traer ganancias de credibilidad a la política monetaria.
La autonomía de la BC es, de hecho, parte de una familia de propuestas que obedecen a una misma filosofía general, que se extiende también a otras áreas de la política económica. La filosofía política subyacente es, en pocas palabras, la siguiente. El poder político en las democracias modernas es deficiente para lograr ciertas metas económicas.
El exceso de libertad de elección conduce a políticas “populistas” –en el área fiscal, monetaria o cambiaria– con resultados desfavorables, posiblemente desastrosos. Por tanto, conviene renunciar a la libertad de acción para dar a los agentes económicos la confianza de que estas políticas no se llevarán a cabo.
Expresado de manera paradójica y controvertida, lo que en realidad se quiere es castrar el poder político para crear un ambiente autoritario en el que las tecnocracias no electas puedan decidir con tranquilidad, con autonomía, sobre temas delicados que no sería conveniente dejar en manos de el gobierno y sus electores.
En una palabra: las democracias tienden a soluciones “populistas”, rehúyen medidas dolorosas y, por tanto, no es prudente dejar cuestiones fundamentales como la moneda y las cuentas públicas a merced de gobiernos electos y, en definitiva, a las inclinaciones de un electorado analfabeto. Las propuestas de este tipo reflejan, en última instancia, la incredulidad en la democracia, más específicamente en su capacidad para abordar cuestiones económicas complejas.
Vox populi, vox dei? No: Vox populi, vox diabioli.
En términos de jerga económica, nos encontramos ante un dilema o negociar clásico: reglas x discrecionalidad o, visto de otra forma, credibilidad x flexibilidad.
Adoptar reglas, especialmente reglas estrictas, gana credibilidad; sin embargo, estas ganancias se obtienen a expensas de una pérdida de flexibilidad. A mayor rigidez, mayor ganancia en credibilidad y mayor pérdida en flexibilidad.
Este dilema aparece en varios ámbitos y, en particular, siempre que se discute la conveniencia de adoptar algún tipo de regla: reglas fiscales -por ejemplo, el techo constitucional de gasto-, reglas cambiarias, reglas monetarias o arreglos institucionales como un banco central autónomo.
Los costos y beneficios, y los dilemas correspondientes, son algo similares. En general, la mejor solución para escenarios donde hay problemas de credibilidad es adoptar una regla flexible –flexible en diseño y formato legal– para ganar algo de confianza sin socavar la flexibilidad y capacidad de actuar del Estado.
En realidad, el problema trasciende los dilemas tradicionales de la macroeconomía.
En el caso del Banco Central de Brasil, la autonomía formal, apoyada en una ley complementaria, crearía un cuarto poder en la estructura del Estado. Puede parecer una exageración, pero no lo es. El BC tiene un poder considerable y, como mencioné, ya opera con autonomía en relación con el Poder Ejecutivo. La rendición de cuentas al Poder Legislativo es insuficiente y la aprobación del Congreso para incorporarse al directorio del BC es siempre una mera formalidad.
El poder del BC también refleja sus méritos. Es una institución sólida, bien organizada, que cuenta con un personal técnico numeroso y, lo que es más importante, calificado y experimentado, integrado por empleados aprobados en concursos muy competitivos. También realiza una serie de tareas importantes, no solo la política monetaria y el control de la inflación, sino también la supervisión y regulación del sistema financiero nacional, la política cambiaria, el manejo de las cuentas externas y la administración de las reservas internacionales del país.
También produce una gran parte de las estadísticas macroeconómicas del país, no sólo monetarias y crediticias, sino también fiscales y del sector externo de la economía. También cuenta con un departamento de investigación que elabora análisis detallados de los temas a cargo de la institución.
Si una autarquía con todas estas características obtiene también una autonomía formal, apoyada en una ley complementaria, parece claro que se convierte entonces en un cuarto poder dentro de la estructura del Estado nacional. Un poder no elegido, repito, que desinfla aún más una democracia ya frágil.
Una pequeña omisión: la verdadera dependencia de BC
Además de tener fallas inherentes, la narrativa tradicional contiene una omisión pequeña y vergonzosa.
Nada dice ni insinúa la verdadera dependencia del BC, que es, lector, dependencia no del poder político, sino del poder financiero, un poder que ha crecido enormemente en las últimas cuatro o cinco décadas, en Brasil y en el mundo. Occidente, como argumenté en uno de los capítulos de un libro recientemente publicado (O Brasil não cabe en el patio de nadie, São Paulo: LeYa, 2019, p. 352-71).
En la práctica, ¿cuál es la situación en Brasil? De hecho, ya tenemos una autonomía real del Banco Central en relación con el gobierno. Pero tenemos, por otro lado, una dependencia igualmente real del BC en relación con el sistema financiero. Esta dependencia está asegurada por omisiones en la legislación y, más importante aún, por una arraigada práctica que garantiza la captura del regulador (el BC) por los regulados (las instituciones financieras).
Esta captura se da a través de la subordinación del mando del BC -que incluye no sólo al directorio sino también a los principales cargos de dirección del cuerpo técnico- a las doctrinas, prejuicios e intereses del sistema financiero. Se estableció un sistema en el que los nombramientos en el directorio del BC están condicionados, en la práctica, al consentimiento del mercado, que llega incluso a vetar, implícita o explícitamente, nombres que puedan ir en contra de sus lineamientos básicos. Lo que prevalece es la puerta giratoria entre el BC y las instituciones, un juego de cartas marcadas en el que los ejecutivos se mueven de un lado a otro del mostrador, moviéndose del mercado al BC y del BC al mercado.
En este entorno, el despido ad nutum por el Presidente de la República es un contrapeso, aunque frágil, a la excesiva influencia de los intereses financieros privados. Eliminado este contrapeso, el dominio del grupo bufunfa sobre el BC es perfecto y completo. Lo que antes era posesión o usufructo pasa a ser propiedad, garantizada por la ley.
La puerta giratoria y cómo echar arena en sus engranajes
Necesito decir un poco más sobre la puerta giratoria, ya que nos lleva directamente al corazón del problema que realmente nos debe preocupar: la dependencia del Banco Central del sistema financiero privado, especialmente de los grandes bancos.
¿Cómo funciona la puerta giratoria?
El fenómeno no es sólo brasileño. En los Estados Unidos, hablamos de puerta giratoria . Y no se limita a los bancos centrales. Es la puerta giratoria que permite la influencia, en última instancia, el control o la captura por parte de las corporaciones privadas de las agencias públicas que deberían regularlas. En ausencia de frenos institucionales, esta captación se da principalmente a través de la entrada y salida de ejecutivos del sector privado al sector público y viceversa. Un ejecutivo pasa de una corporación privada a una posición en la agencia reguladora de la industria. Dedique un tiempo, valore su pase y luego regrese al mismo sector privado. Incluso puede volver a la órbita pública una vez más, ascendiendo a posiciones más altas y fortaleciendo aún más su CV.
Esta promiscuidad impide entonces que prevalezcan relaciones republicanas e independientes entre los organismos públicos y el sector privado. La ortodoxia económica del gallinero, siempre al servicio de la multitud bufonesca, ignora completa y convenientemente el problema.
El proyecto de ley complementario que salió del Senado solo prevé una cuarentena de seis meses después de que se despide a un director. Esta ya es la regla actual. Es una mera hoja de vid. Es demasiado corto, su alcance es estrecho y su aplicación es deficiente y poco supervisada.
¿Que hacer? Primero, la cuarentena debería ser más larga, digamos dos años. Esto ahuyentaría a quienes buscan un pasaje a través de su tablero por razones meramente oportunistas. También evitaría que los recién graduados de BC lleven información financiera privilegiada sobre el funcionamiento de la autoridad monetaria y las instituciones financieras competidoras a su nuevo trabajo en una institución financiera. Incluso después de dos años, todavía habría una ventaja competitiva potencial al contratar a un exdirector de BC, pero a medida que pasa el tiempo y el mercado evoluciona, la ventaja será menor.
En segundo lugar, el alcance de la restricción debe ser más amplio, es necesario vetar no sólo la participación y contratación de entidades financieras, sino las actividades de consultoría y asesoramiento económico-financiero, que suelen tener como principales clientes a las entidades financieras privadas. Hasta el final de la cuarentena, el exdirector tendría que buscar colocación en el sector real de la economía, en otros segmentos del sector público o en actividades académicas. Ningún sacrificio desproporcionado.
Tercero, es necesario monitorear la aplicación de la cuarentena y establecer, por ley, las sanciones por incumplimiento. Hoy, la inspección parece estar enrarecida y no es posible garantizar que ni siquiera la modesta cuarentena de seis meses se cumplirá efectivamente en la práctica. Además, no existen penas adecuadas establecidas por la ley. En Brasil, los delitos de cuello blanco se toleran pacientemente.
Además de la cuarentena, suponiendo que exista una preocupación real por restaurar el carácter público e independiente del BC, también debería incluirse en el proyecto de ley una regla sobre la composición de la dirección. Aquí hay un negociar enfrentarse con. Por un lado, el mando del Banco Central no debe prescindir de la experiencia de los directores del mercado financiero. Por otro lado, no se desea el dominio de estos profesionales. Solución: establecer un tope para la participación de los profesionales del sector financiero en el directorio de la BC. Por ejemplo, estipular que un máximo de 1/3 del directorio, 3 de los 9 miembros, provengan del mercado financiero. Los demás deben ser académicos, profesionales de otros sectores de la economía, profesionales de otros segmentos del sector público, incluidos los bancos públicos. Después de todo, no solo en las instituciones financieras privadas se pueden encontrar personas con reputación intachable y notorio conocimiento y experiencia en el área financiera.
Además, se debe fortalecer la transparencia y la rendición de cuentas. Un BC más independiente del Ejecutivo debería, por otro lado, ser más transparente y responsable ante el Congreso y la opinión pública. Esto incluye una mayor transparencia en la toma de decisiones (por ejemplo, actas más detalladas de las reuniones de toma de decisiones de BC) y testimonios periódicos más frecuentes de los funcionarios de BC en los comités del Congreso.
Finalmente, otro paso recomendado sería la creación de un consejo de supervisión independiente, integrado por profesionales del sector financiero, la economía real y la academia, con funciones y responsabilidades definidas por ley. Las demás entidades, privadas y públicas, cuentan por ley con un Comité de Auditoría. ¿Por qué no BC?
Idealmente, antes de definir todos estos aspectos, sería interesante revisar la experiencia internacional y ver cómo los países desarrollados y emergentes enfrentan estos desafíos, en particular el riesgo de captura del regulador por parte de los regulados.
Sea como fuere, los arreglos básicos parecen claros.
En resumen, para echar arena en las ruedas de la puerta giratoria, probablemente será necesario combinar los cuatro elementos anteriores: 1) una cuarentena más larga, con un alcance ampliado, con inspección de su aplicación y especificación de sanciones en caso de incumplimiento -cumplimiento; 2) una regla que establece un tope en el número de ejecutivos y economistas del sector financiero en el directorio del BC; 3) fortalecimiento de los mecanismos de rendición de cuentas y transparencia del BC; y 4) la creación de un consejo fiscal independiente, para fiscalizar y fiscalizar al BC.
Las propuestas se ven bien, ¿no? Pero, lector, la pandilla de bufones treparía por las paredes si realmente fueran contempladas. Lo quieren porque quieren que la autoridad monetaria siga siendo su chasse gardée, su coto de caza exclusivo.
Epílogo: La trayectoria típica de un economista bufonesco
Para terminar esta discusión, que ya se está haciendo un poco larga, necesito volver a hablar un poco sobre la pandilla oscura de bufones.
La digresión es sólo aparente, sólo parcial. El tenebroso está detrás de todo, disponiendo.
En realidad, como intentaré mostrar, el bufón tiene una íntima conexión con la pregunta. Después de todo, como dijo Nelson Rodrigues, “el dinero lo compra todo, incluso el amor verdadero”. Si incluso compras el amor verdadero, ¿por qué no deberías comprar economistas, políticos, tecnócratas y tutti quanti?
El hecho es que este grupo está detrás de los dudosos argumentos a favor de la independencia y, lo que es más importante, es efectivamente responsable de la única dependencia real del BC: la dependencia antes mencionada de las grandes instituciones financieras. Los economistas, o cierto tipo de economistas, son los encargados de dar un barniz “científico” y un aire de respetabilidad a tesis y propuestas dudosas, por decir lo menos.
Cabe señalar, desde el principio, que hay varios tipos de economistas bufonescos: los inteligentes, los sinvergüenzas, los hábiles y los meramente mediocres. Además, por una extraña razón, que no me corresponde dilucidar aquí, predominan las personas gordas, y peor aún, las personas gordas con una circunferencia notable.
Cuando el bufonesco economista se levanta y pide la palabra, la abundante manteca parece dar un peso adicional a sus generalmente magros, generalmente pobres argumentos. La pobreza es el sello distintivo de la argumentación. A nivel teórico, si es posible hablar en teoría, la plutocracia financiera se adhiere a la ortodoxia económica del gallinero, que defiende con fervor la independencia del BC.
Esta variante de la ortodoxia, como indica la burlona designación, es una ortodoxia simplificada hasta la caricatura, una ortodoxia depurada de dudas, ambivalencias y sutilezas.
La vergonzosa verdad es que un banquero o banquero de élite nunca entendería la ortodoxia original. Si por excepción o anomalía entiendes o comprendes un día, disfrázalo con cuidado, disfrázalo hasta que ya no puedas más. Y si es necesario, cae a cuatro patas y pasta abundantemente.
Nada es más comprometedor, en los círculos financieros, que mostrar creatividad y espíritu crítico. Incluso una inteligencia superior a la media ya plantea preocupaciones.
¿Cómo es la trayectoria típica de uno de estos economistas? Observa, lector, que son caminos de notable monotonía, todos se parecen y repiten el mismo patrón gastado. Comienzan matriculándose en una universidad nacional que enseña los rudimentos de la ciencia económica tal como se establece en los Estados Unidos. Es un aprendizaje paradójico: se aprende tanto como se desaprende. La forma de pensar a la que es sometido el joven estudiante es esencialmente hostil a la comprensión de una realidad social dinámica.
El análisis propuesto no es inútil, ni mucho menos, pero tiende a diseccionar la realidad ya abstraerse de aspectos esenciales de la realidad, comenzando por el tiempo histórico.
La economía, en lo que respecta a los Estados Unidos, oscurece en lugar de iluminar los problemas económicos reales. En nombre del rigor se sacrifica la relevancia.
El segundo paso del futuro bufón es beber de la fuente original. Economistas formados en Brasil son enviados a Estados Unidos para realizar estudios de posgrado. Allí la apisonadora es más grande.
El joven pierde cualquier pretensión de pensar por sí mismo.
Para hacer una maestría y un doctorado necesitas disciplinarte, culturizarte, distanciarte de tus orígenes. Aprendes, por supuesto, conceptos, teorías y técnicas que son interesantes y útiles hasta cierto punto. Si vas a una de las mejores universidades, es posible que tengas algún contacto con profesores brillantes. Pero todo lo que aprende está cargado de ideología, valores, prejuicios. No se convierte en un científico, sino en un propagador de teorías alienígenas, que generalmente son mal digeridas. Se había convertido, casi diría, en un modesto divulgador de la pseudociencia.
Tercer paso: volver a la patria y convertirse en profesor en un departamento de economía, no principalmente para enseñar, pero ya con la vista puesta en algún trabajo mejor pagado en el mercado financiero. El paso por la universidad local suele ser breve y pronto se convierte en una dedicación a tiempo parcial. Consultoría es lo que estás buscando. Uno de los propósitos del interludio académico es proporcionar una plataforma para que el candidato bufón no solo consulte sino que también participe en los medios, con cierta legitimidad.
Repito, lector, que el requisito básico es demostrar una total y absoluta falta de creatividad. Sólo avanza en su carrera quien se limita a reproducir acríticamente los mantras del momento, es decir, los preceptos refrendados en cada época por la ortodoxia económica del gallinero. La tarea es relativamente simple. Simplemente eructe algunos conceptos y tesis convenientes. Salpicar la retórica con términos técnicos y expresiones en inglés es un adorno útil, si no indispensable. El principal sacrificio es tener estómago para vivir con el aburrimiento. Se vende el alma con relativa tranquilidad, pero contra el aburrimiento, ah, contra el aburrimiento, como decía Nietzsche, hasta los dioses luchan en vano.
Recorrí toda esta recapitulación para llegar al cuarto paso, ese decisivo, que marca de manera indeleble al joven ortodoxo: su contratación por una entidad financiera o vinculado al mercado financiero.
La condición de economista de mercado es la gloria, lector. Grandes sueldos y tareas ligeras. Solo ten modales y baila con la música. Al hacer predicciones, mire cuidadosamente el "consenso" del mercado y no se aleje demasiado de la manada. Nunca será tan fácil ganarse la vida, mientras no tengas escrúpulos intelectuales, morales o políticos.
Finalmente, el bufonesco economista llega al quinto y culminante paso: la puerta giratoria entre el mercado financiero y BC. Elevado a un puesto directivo en BC, el economista valora su pase. si actuar por el libro, con total fidelidad a los preceptos de la ortodoxia del gallinero, el economista tendrá un futuro brillante. Vuelve al sector financiero para posiciones más altas y mejor pagadas. E incluso puede volver, de nuevo, al BC en algún momento, valorando aún más su pase. Al regresar al sector financiero, el payaso logra la plena realización: puestos de prestigio, carga de trabajo liviana y salario considerable. Es una forma de corrupción, sin duda, pero una forma singular en la que los corruptos, en lugar de correr el riesgo del castigo, practican sus desviaciones con el aplauso y el respeto general.
un ejemplo practico
Tal vez esta crónica se está volviendo un poco abstracta. Al lector le gustan los casos concretos, con nombre y dirección. Así que cierro estas consideraciones con un ejemplo conveniente: Ilan Goldfajn, expresidente de BC en el gobierno de Temer.
Su trayectoria sigue, en todos sus pasos, el patrón antes resumido, culminando en la bien remunerada alternancia entre directores de la BC y sinecuras del sistema financiero privado.
No quiero que me acusen de gordofóbico y no me detendré, por tanto, en la descripción de tu aspecto físico, marcado por abundante grasa. Pero un punto lo diferencia un poco de la norma: su infalible, casi caricaturizado apego a la mediocridad o, seamos caritativos, a la perfecta simulación de la mediocridad. No todos sus compañeros de trayectoria alcanzan tal perfección.
En el momento de su designación como presidente del Banco Central, traté de leer un poco de sus artículos y otras publicaciones, sobre todo porque se decía en los medios que era el “líder intelectual” del equipo económico del gobierno de Temer. . líder intelectual? Después de hojear algunos textos recopilados en Internet, pregunté perplejo, ¿qué piensa este tipo?
Sus textos eran consistentemente vacíos y superficiales. Ni idea, ni flash. Era el arte de escribir sin decir nada. Lo máximo que se pudo extraer fue algo así como: los datos recogidos no permiten descartar la hipótesis, etc. – y luego siguió alguna hipótesis del agrado de la banda de bufones. Sus pronunciamientos como presidente del Banco Central también fueron discretos, oscilando discretamente entre lo trivial y lo adormilado.
En una ocasión, un chico de la sociedad de Río fue presentado a una joven y su esposo. Salió con lo siguiente, ante el asombro de los espectadores: “¡Por qué no, ya dormimos juntos!”. Y aclara, tras una breve pausa dramática: “Durante una conferencia de Ilan Goldfajn”. Realmente, el dicho bufón, destila aburrimiento, destila somnolencia. Como noté cuando estuvo en el cargo, es una figura paquidérmica, tanto en el discurso como en la práctica.
En definitiva, es indigencia intelectual, simulada o no, al servicio canino de la plutocracia. Esta gente, lectores, merece ser cazada a palos, como una rata preñada, como diría Nelson Rodrigues.
Pero no quiero emocionarme, y retiro la frase anterior. (El lector notará, sin embargo, que la oración eliminada se ha pegado).
Esto me lleva al final de mi narración. Espero que el lector no se haya sorprendido por el tono irreverente e irrespetuoso de estos comentarios finales. Cabe recordar que el humor y hasta el sarcasmo forman parte de la caja de herramientas del economista, aunque estén infrautilizados.
*Paulo Nogueira Batista Júnior es economista. Fue vicepresidente del Nuevo Banco de Desarrollo, establecido por los BRICS en Shanghái, y director ejecutivo del FMI para Brasil. Autor, entre otros, del libro Brasil no cabe en el patio trasero de nadie: backstage de la vida de un economista brasileño en el FMI y los BRICS y otros textos sobre el nacionalismo y nuestro complejo mestizo (LeYa).
Publicado originalmente en el sitio web ladrillo.