Por Anderson Alves Esteves*
“La libertad es así, el movimiento”.
(João Guimarães Rosa. Gran interior: caminos)
Herbert Marcuse percibió e interpretó muy bien el vínculo entre el avance de la forma de mercancía a todas las esferas sociales y las resistencias que suscita. El autor se mantiene actualizado, al mismo tiempo con la salvedad de que sus ideas no pueden ser aplicadas automáticamente, lo que faltaría al respeto de la dimensión histórica que asume la Teoría Crítica.
Por un lado, el filósofo frankfurtiano desarrolló sus reflexiones desde y sobre los países centrales del capitalismo, pero, por otro lado, es cierto que, también aquí, en la periferia, mutatis mutandis,, los tentáculos del mercado avanzaron.
Marcuse se ocupó de las luchas existentes en su tiempo, entre ellas, los movimientos estudiantiles en Estados Unidos y Europa, cuyo cenit se produjo en mayo de 1968, ya con 2016 años. Entre nosotros –para circunscribir el tema solo después del golpe de Estado de 2019–, la Reforma de la Educación Secundaria, bajo el gobierno de Michel Temer, y los actuales ataques a la educación, bajo el gobierno de Bolsonaro, han llevado a estudiantes y profesionales de la educación a las calles (Hubo cinco “tsunamis educativos” en XNUMX).
En 1967, invitado al congreso SDS (Socialistcher Deutscher Studentenbund), Marcuse tomó un tono considerablemente diferente al de 1964, cuando había argumentado, en el hombre unidimensional, que las nuevas formas de control social, vigentes en las sociedades industriales avanzadas, pusieron en latencia la lucha de clases, bloquearon la realización de la emancipación humana (a pesar de que la conclusión del libro indica que extranjeros siguió existiendo) y contribuyó a caracterizar el orden actual como unidimensional – en 1972, el propio filósofo de Frankfurt calificó la posición de 1964 como “superficial”.
Las conferencias dadas entonces – El fin de la utopía, El problema del recurso a la violencia en la oposición, además de debates sobre moral y política y el tema de Vietnam – en el congreso de la organización alemana, señaló la persistencia del “Gran Rechazo”, aun conociendo todas las dificultades coyunturales, como la integración (infra y superestructural) del proletariado estadounidense al capitalismo monopolista al punto que la clase social en cuestión adquirió un comportamiento “antirrevolucionario”, en un proceso de “aburguesamiento”, expresado en la mimetismo entre dominados y dominadores en ese momento de constante movilización y “creciente productividad” en el contexto de la convivencia pacífica entre EEUU y la URSS.
Marcuse señala que las nuevas formas de control social (producción y distribución de falsas necesidades superpuestas a los átomos sociales, industria cultural, nuevas estructuras psíquicas y sexualidad correlacionada con el período histórico, política, locución, tecnología) dieron lugar a un (innecesario, pero persistente) represión higiénica, tecnológica, apetecible y hasta placentera: “desublimación represiva”.
Este concepto fue forjado como una extrapolación de las categorías canónicas de Freud – la represión se convierte en “más-represión” y el principio de realidad, “principio de actuación”. El capitalismo monopolista reemplazó, en los países centrales, la vieja necesidad de la obsolescencia, sumergiendo a las masas en la opulencia de consumir todo tipo de basura matizada y escrutada para diferentes estratos y clases sociales.
El proletariado estaba integrado, pero había grupos que experimentaban diferentes formas de descontento: intelectuales, estudiantes, etnias, movimientos de liberación del Tercer Mundo, pacifistas, feministas, ecologistas, desempleados; en suma, extranjeros que, a través de demandas específicas, pudieran iniciar el destrabamiento de la lucha de clases, aunque no tuvieran una base social que alcanzara a la mayoría de la población y que no fueran clases sociales-, el argumento de Marcuse se embarca en la catálisis que estos grupos podrían promover para despertar a la clase obrera tradicional.
Tales grupos, aunque también sometidos al universo administrado por los grandes monopolios, reivindicaban nuevos modos de vida, nuevas necesidades, nuevas éticas y estéticas, formas no represivas de sexualidad, pensamiento, individualidad, imposibles bajo la universalización de la forma-mercancía.
Así se podría lanzar un nuevo y gran rechazo, una Nueva Izquierda, una esperanza de volver a poner en la agenda la emancipación humana. Muchos de estos activistas pertenecían a la clase media. Esta, sin embargo, fue perdiendo la ilusión de autonomía que tenía en épocas anteriores, reconociendo que dependía de los grandes monopolios y, a pesar de algunas comodidades logradas, no contaba con una calidad de vida impecable, sino que una parte considerable de sus necesidades eran no satisfechos y se sintieron frustrados y victimizados por nuevas formas de necesidad bajo el velo de la opulencia y el consumo de falsas necesidades. Extendiendo sus demandas a la clase media y, además, contemplando muchos intereses del proletariado tradicional, la base de esta Nueva Izquierda alcanzó posibilidades reales de efectuar la emancipación humana.
Con respecto a los estudiantes, en particular, Marcuse notó que algunos escapaban a las nuevas formas de control social, reivindicando la “transvaloración” de los valores establecidos ya que sus necesidades, cognición y fantasías no eran colonizadas por el orden. Sabían y sentían que las sublimaciones ya no eran justificables en la etapa "madura" de la civilización. Creían que se podía construir una “razón postecnológica”, superando la racionalidad actual (tecnológica, instrumental) contribuyendo así a la realización de otro orden. Un mundo en el que Eros no estaría encadenado por Thanatos, en el que la política no estaría divorciada de la moral, en el que el principio de actuación sería reemplazado por carácter distintivo estéticas, premisas de una “civilización no represiva”, una “civilización libidinal”.
Con la represión injustificable de la sociedad industrial avanzada que reduce a todos a depender de los grandes monopolios, la demanda de solidaridad surgió en la estructura motriz: una "base instintiva para la libertad". Como los individuos ya no soportan la agresividad inherente al principio de actuación, el organismo tiende a constituir una (nueva) forma de sensibilidad, un “fundamento biológico del socialismo”. Esta es la “nueva sensibilidad” presente en los grupos comprometidos, activando la acción de los individuos y el cambio social, factor necesario para destrabar la lucha de clases.
Los estudiantes, privilegiados por haber tenido la educación y el conocimiento para tomar conciencia de los hechos, relaciones y contradicciones de la sociedad actual, podrían utilizar esa formación para “ayudar” a los demás, traduciendo la protesta espontánea en “acción organizada”. Pueden así contribuir a la “reconstrucción radical de la sociedad” (para Marcuse “toda educación auténtica es educación política”).
Para Marcuse, la educación es en sí misma ambigua. Además de constituirse en un factor de reproducción de lo existente –en la medida en que prepara a los técnicos para las actividades en el mundo del trabajo– no deja de suscitar reflexiones incompatibles con la statu quo. Es parte de su “dinámica interna” imaginar algo más allá del aula y dar lugar a movimientos que puedan trascender el campos, sobre todo en una sociedad que ofrece cada vez menos oportunidades.
En este sentido, el movimiento estudiantil puede ser un catalizador al fermentar esperanzas de una sociedad libre, al fortalecer demandas alternativas a la statu quo e ao facilitar a percepção de que as soluções estão dispostas na encruzilhada entre revolta ou contrarrevolução, emancipação ou fascismo, esquerda ou direita, ampliação da qualidade de vida e da liberdade ou imersão na ditadura da forma-mercadoria e exploração perdulária do meio-ambiente e de las personas.
Los análisis de Marcuse sobre los hechos de mayo de 1968, el radicalismo del movimiento estudiantil en Berlín y el movimiento estudiantil norteamericano (este último con la participación del propio filósofo) muestran la conexión entre las demandas específicas del área educativa y las demandas generales.
Señala que la denuncia del mito de la neutralidad académica, de los vínculos existentes entre la actividad universitaria y el sector privado, así como la demanda de currículos que aborden temas de actualidad, para la reducción de la brecha entre teoría y práctica y entre ciencia y moral, articula se ) con reclamos que exigían el cese de la agresión contra Vietnam y las recurrentes acciones imperialistas, así como la superación de la productividad destructiva inmanente al orden capitalista, el terror inherente a la vida en las grandes ciudades, los límites de la democracia parlamentaria , liberalismo, consumismo, racismo, represión sexual, etc. Las demandas específicas no pueden ser satisfechas si las demandas generales no se incluyen en la agenda.
La educación y la sociedad, por lo tanto, no resuelven sus problemas con la profundización de la forma mercantil, por el contrario, estos solo aumentan. Antes de Marcuse, Marx lo consideró bien en su artículo sobre la ley del robo de madera en Alemania.
Aquí, en la periferia, después del más reciente golpe de Estado, centrándose sólo en la educación, vale considerar que la Reforma de la Educación Secundaria (Ley 11.145/17), impuesta por el gobierno de Michel Temer, fue a contrapelo de la mejora de la educación, arraigar la presencia del mercado en la organización escolar. En este sentido, canaliza la financiación pública a las empresas encargadas de gestionar la educación, sustrae gran parte de la financiación pública de la educación básica, elimina la obligatoriedad de casi todas las asignaturas tradicionales del bachillerato (limitándola a la dimensión meramente instrumental).
La reacción de los estudiantes a esta ofensiva reinventó la tradición de ocupar las escuelas como herramienta de lucha, motivación también suscitada por los ataques de los gobiernos estatales a sus redes educativas, especialmente en los estados gobernados antes de ese año por el PSDB, como Goiás, Paraná y São Paulo.
Bajo el gobierno de Bolsonaro, recortes y ataques a la educación, que embargan la seguridad presupuestaria y patrullan campos, y “Future-se”, que transfiere fondos públicos destinados a las universidades al sector privado, reactivaron la tradición de manifestaciones de estudiantes y profesionales de la educación.
Hay muchos denominadores comunes entre los gobiernos de Temer y Bolsonaro. Las políticas educativas de ambos lograron (1) desmantelar lo poco que se había intentado construir hacia el estado de bienestar proyectado por la Constitución de 1988, pero nunca promulgado por el “poder de veto” de las clases dominantes, y (2) reactivar la protesta movimientos, entre ellos, los estudiantes.
La propuesta de Marcuse, aún vigente, visualiza la posibilidad de reprogramar la emancipación humana, manifestada, en alguna medida, en el movimiento estudiantil –y también en otros, como el ecologista, feminista, antirracista, LGBTI, etc. cuando otros segmentos, por catálisis, se aglutinan. Una posibilidad que puede cobrar fuerza a partir de las reacciones a los efectos descivilizadores implementados por el gobierno de Bolsonaro.
*Anderson AlvesEsteves Profesor del Instituto Federal de São Paulo