La relevancia de la sofística

Maria Bonomi, Niña con trombuda, xilografía, 50 x 25 cm, 1964.
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por BENTO PRADO JR.*

Comentario al libro “Ensayos sofísticos”, de Barbara Cassin

“La verdadera filosofía se ríe de la filosofía” (Pascal).

bajo el titulo de Ensayos sofísticos, Barbara Cassin nos ofrece cuatro ensayos que no se limitan a restaurar, con los mejores instrumentos de la filología, el estilo y la vocación de la sofística en la edad clásica griega o hacia finales de la Antigüedad. Tus ensayos sí, es cierto, también, una obra de historia, que devuelve la sofística a su horizonte natal. Lo hacen también sugiriendo una lectura distinta de aquella a la que nos conduce, sin reflexionar, la inercia de una antigua tradición: la platónico-aristotélica, que expulsa al sofista más allá de los límites del sentido y de la humanidad.

Pero no se trata sólo de hacer justicia a los sofistas, o de añadir generosamente un expediente más al largo proceso de “recuperación”, ahora doblemente secular, desencadenado por juristas como Hegel, Burkhardt, Grote, Gomperz, Dupréel y Untersteiner . Es, más bien, la forma más perversa y sutil, de mostrar la permanencia de los viejos mecanismos de exclusión, entre líneas de textos más o menos recientes, que promueven la restauración de la dignidad del sofista y la sofística.

Reflexionemos sobre el título de este hermoso libro. El adjetivo “sofista” no sólo califica el objeto más visible de los ensayos. Sugerencia que podría enojar al lector: “¡Pero, cómo! ¿Entonces el autor confiesa, ya en la portada de su libro, que actúa como un sofista? Sí y no, querido lector. Entendámonos: más que una obra filológica, este libro es la obra de una filosofía que opera dentro de los límites de la filosofía misma, allí donde se comunica con ella otro o con la no-filosofía (política, literatura, psicoanálisis y, en el límite, el mundo real).

El objeto de los ensayos no es sólo la “sofística histórica”, tan alejada de nosotros en el tiempo, sino sobre todo la sofística entendida como el “efecto estructural” de la filosofía misma. Si la definición platónico-aristotélica de la filosofía, en la estela parmenidiana, como captura “lógica” del ser, supo mantenerse viva a lo largo de los siglos, no es de extrañar que haya conservado su otro o tu enemigo (definido, de entrada, como apodosesto es, mentira, falsedad, simulacro, fantasma), algo así como un “punto ciego” central, sin el cual la mirada clara del filósofo pierde su lucidez o los límites de su campo de visión.

En realidad, el objetivo de este libro es la división o separación entre lo racional y lo irracional, coextensiva con toda la historia de la filosofía. Todo sucede como si la filosofía griega clásica hubiera impuesto para siempre una concepción decisivo de la razón, que la transforma en un instrumento cortante. Recordemos que Platón ya definió la dialéctica o la filosofía (frente a la sofística) en comparación con el buen carnicero: uno descuartiza al buey según sus “articulaciones naturales”, el otro divide las ideas (o el mundo real) según una sintaxis muda , más antiguo que nuestro lenguaje demasiado humano.

Pero, para cortar honestamente las cosas con el uso de las tijeras lógico-lingüísticas, es necesario suponer un corte claro y absoluto, previo a cualquier cuestionamiento, entre las palabras y las cosas. Para que las palabras describan adecuadamente las cosas, sin ambigüedades ni contradicciones, es necesario que estén colocadas como a distancia de las cosas, algo así como un cielo lógico-lingüístico que proporcione la cohesión que en esencia le falta a nuestra pobre tierra sublunar.

Un requisito que de alguna manera roba el espesor de nuestro discurso terrenal. Ese mismo espesor que se revela en el nomos o en el consenso político que carece de toda base “natural”, en la productividad de la novela y la poesía que constituyen libremente el mundo, o en la productividad del puro significante de la “lógica del deseo” (en Lacan, ciertamente, si no en Freud).

Reconocer la eficacia del lenguaje, o la eficacia de su materialidad (más allá de su dimensión semántica) no significa necesariamente sumergirse en la oscuridad exterior de la sinrazón. Significa situarse entre la filosofía y la no-filosofía, entre el filósofo y su sombra, en la transición entre el día y la noche, reconociendo, con el mismo Platón, que hay similitudes que ponen en peligro la identidad de las esencias, “como la que existe entre el lobo y el el perro, el más salvaje y el más domesticado”. Un “aire de familia” visible en los rostros del filósofo y del sofista.

*Bento Prado Jr. (1937-2007) fue profesor de filosofía en la Universidad Federal de São Carlos. Autor, entre otros libros, de algunos ensayos (Paz y Tierra).

Publicado en el periódico Folha São Paulo, el 30 de marzo de 1991.

referencia


Bárbara Cassin. ensayos sofísticos. Traducción: Ana Lúcia de Oliveira y Lúcia Cláudia Leão. Sao Paulo, Sicilia, 1990.

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