El arte en el horizonte de las situaciones extremas

Imagen: Elyeser Szturm
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Frente a una línea de demarcación siempre presente, el arte busca alcanzarla o superarla, para reposicionarse, más tarde, como una utopía

Por Flavio Aguiar*

Confieso que cuando elegí este título no sabía en absoluto a dónde me llevaría, aunque sí tenía, por supuesto, alguna idea de dónde partiría, qué temas abordaría. Antes que nada, debo advertirles que cometeré algunas herejías a lo largo de esta conversación que siempre he combatido como académico. De antemano, perdónenme: son libertades que me da el avance de los años. Me refiero a lo que llamamos, en la jerga universitaria, crítica impresionista, aquella que parte no del inventario analítico y riguroso de los objetos de estudio, sino de las impresiones que el observador tiene sobre ellos.

De hecho, abordaré temas en los que estoy lejos de ser un experto, ni siquiera un visitante íntimo, aunque tengo una amplia experiencia en abordarlos de reojo, como un viajero que se enamora de un paisaje repentino. Viajero: aquí hay un término que encaja aquí. Escúchame como quien acompaña un ensayo más sobre el mundo tumultuoso de un viajero que sobre lo que observa. Subrayo la palabra “viajero”: a diferencia del peregrino, que cumple un destino, o del turista, que cumple el destino que guía o hoy le traza la búsqueda de selfies, el viajero, cambiándose a sí mismo en el camino, cumple las palabras de el poeta Antonio Machado: “caminantes, no hay camino, hay camino para caminar”.

Voy a abordar dos temas que me gustan, pero sobre los que no tengo un conocimiento sistemático acumulado: el nacimiento, desarrollo y fin de la Escuela, o las Escuelas Bauhaus, en Alemania donde se desarrollaba y estallaba el nazismo; y la Séptima Sinfonía de Shostakovich, dedicada a Leningrado, en particular su audición en agosto de 1942, en la ciudad sitiada por los nazis, en un asedio que duró desde septiembre de 1941 hasta enero de 1944, dejando un rastro de más de cinco millones de víctimas, entre muertos, heridos y desaparecidos, de los cuales más de un millón eran civiles rusos muertos por los bombardeos debido a enfermedades y desnutrición.

El tercer tema me resulta más familiar. Este es el testimonio de la princesa rusa Marie Vassiltchikov, en su Diarios de Berlín: 1940 – 1945, reconocido como el más completo testimonio no sólo de la barbarie de la guerra y el nazismo en la capital alemana, sino también de los preparativos, ejecución y consecuencias y secuelas del fallido intento de asesinar a Adolf Hitler el 20 de julio de 1944.

Estos hechos, de naturaleza tan diferente entre sí, derivan de situaciones extremas a las que se han tenido que enfrentar sus protagonistas. Situación límite: ese callejón sin salida al que se llega, sin posibilidad de vuelta atrás, como en los famosos duelos del western, en los que ninguno de los contendientes puede retroceder.

La situación límite es una frontera infranqueable, salvo su confrontación radical, en un paso de vida o muerte. Por otro lado, creo que una de las posibilidades del arte, como espero que se vea, es el poder de transformar una situación límite en un horizonte, esa línea de demarcación que invita y llama a cruzarla, sólo para, siempre presente, como una utopía, para reposicionarse más adelante, para abrir camino al futuro, de algún futuro, de la conciencia de que, como decía el Padre Antonio Vieira en el siglo XVII, aunque por razones diferentes a las nuestras hoy, “lo más importante es la historia del futuro”.

Incluso pensé en la posibilidad de hablar de la vida y obra del personaje de mi tesis de maestría, el dramaturgo del gaucho pagado, José Joaquim de Campos Leão, Qorpo-Santo. Se enfrentó a una situación límite: la de ser considerado e interdicto legalmente como “loco”.

Recuerdo, siguiendo la estela de Michel Foucault, que la “locura” es algo diferente a los trastornos emocionales, cognitivos o neuronales que pueden afectar a las personas. Ambas cosas pueden o no coincidir. La “locura” es un rol social, cuyo objeto es definido por otros y que viene en el eventual esfuerzo por parte del “loco” de demostrar que él no es sólo la confirmación de su “locura”. Así, si te pasas la vida escribiendo y autofinanciando periódicos tratando de defenderte, esforzándote en caracterizar los dramas morales de tu tiempo, y escribiendo unas cuantas piezas de alta creatividad dramatúrgica, puedes ser considerado un “loco”, como lo fue el caso de Qorpo-Santo a finales del siglo XIX.

Si sigues hablando de heces y penes mañana, tarde y noche, si insultas continuamente a las mujeres, apunto a decir que una de ellas ni siquiera es digna de ser violada porque “es fea”, si te dedicas a elogiar la violencia, de dictaduras, dictadores y torturadores, no sólo no serás considerado “loco”, sino que hasta podrás ser elegido presidente de la república, en pleno siglo XXI “avanzado”.

Pero así llegamos a donde yo quería ir: el marco temático de la violencia, que une esos tres “acontecimientos”, llamémoslos así, que elegí abordar: la Bauhaus, la Séptima Sinfonía y el Diario de guerra escrito –y esto no es trivial – por una mujer. Son historias, cada una a su manera, de personajes que, todos y cada uno a su manera, se enfrentaron a situaciones extremas de extrema violencia durante el ascenso, desempeño y caída del nazismo.

Los elegí porque tal vez nos puedan decir algo sobre nuestra situación actual, cuando enfrentamos diferentes formas de violencia, que van desde la banalización de las guerras y la opresión, la continua invasión de nuestra vida cotidiana por noticias falsas y los intentos de frenar el respeto por las diferencias. Y quiero examinar cómo el arte, en diferentes manifestaciones, facilitó la transformación de la experiencia de aquellas situaciones extremas en nuevos horizontes de apertura al entendimiento ya la dignidad humana.

Bauhaus

En 1919, en una Alemania devastada material y espiritualmente por la Primera Guerra Mundial, envuelta en mortíferas disputas entre la izquierda y la derecha y ya enfrentada al ascenso de la Freikorps, embriones de las futuras SA y SS del nazismo, fundadas por el arquitecto Walter Gropius, ¿qué exactamente? – una escuela, pero más que una escuela, un movimiento, pero más que un movimiento, una entelequia, en el sentido aristotélico de la palabra, es decir, un “ser en acto”, por oposición a un “ser en potencia”, una modalidad artística de ser en la que el tremendo esfuerzo por levantarse de los escombros de la guerra se trasladaba a la vida ya las experiencias individuales.

La Primera Guerra se convirtió en una catástrofe que reunió, de una manera nunca antes vista ni navegada, las nuevas técnicas y conocimientos científicos disponibles para una capacidad destructiva que hizo sucumbir a todo un continente, devastando imperios y naciones a una velocidad sin precedentes en la historia humana. Cuatro imperios resultaron heridos de muerte durante el conflicto: el ruso, el alemán, el austrohúngaro y el otomano, aunque este último duró bastante tiempo. La estrella británica comenzó a decaer, al mismo tiempo que la del imperialismo norteamericano y la de la extinta Unión Soviética.

Está claro que contribuyeron a la creación y desarrollo de la Escuela Bauhaus, o las Escuelas Bauhaus, como fueron varias, una enorme serie de personalidades privilegiadas de hombres y mujeres que se dedicaron a ellos en sus 14 años de existencia, efímeros, pero que dejaron sus huellas imborrables en la arquitectura, en la plástica y otras artes y técnicas, así como en la enseñanza en todo el mundo. Poca gente sabe, por ejemplo, que la primera “Exposición de la Bauhaus” del mundo no se celebró en Europa ni en Estados Unidos, sino… ¡en la India!, en Calcuta.

El hecho, sin embargo, es que los cimientos para la creación de la Bauhaus se deben en gran medida a las convicciones de Walter Gropius, quien fue su director de 1919 a 1928. Gropius no actuó en el vacío. Iniciativas similares, que aúnan arquitectura, nuevas técnicas de construcción y tecnología, prácticas de diseño industrial, producción en masa, artes visuales, escultura, entre otras, se estaban articulando en diferentes partes del mundo, desde Estados Unidos hasta la recién formada Unión Soviética. Cabe señalar, además, que no fue casual que la experiencia por él protagonizada se iniciara en Weimar, ciudad que ya había visto la profundización poética y el estudio de los colores de Goethe, que contó, entre otros, con la presencia de Schiller, Liszt y Nietzsche.

Sin embargo, la originalidad de Gropius residía en profundizar radicalmente la experimentación de todo, de los materiales y de las formas, en el sentido de, en lugar de crear una “Escuela”, en el sentido artístico de la palabra, abrir el horizonte de maestros y alumnos a una creatividad radical, permitiendo que cada uno desarrolle su propio estilo particular. Tanto es así que, también por iniciativa de otros maestros de la Bauhaus, los primeros momentos de un curso se dedicaban a menudo a la libre experimentación con todos los materiales disponibles, para que los alumnos pudieran despojarse de sus prejuicios anteriores.

Los procedimientos de la Bauhaus estaban en sintonía con los experimentos de las vanguardias artísticas a escala mundial que buscaban hacer “arte” lo que no se consideraba como tal. Por eso no se puede hablar, por ejemplo, de un “estilo Bauhaus”. Lo que hubo fue un florecimiento de diferentes estilos -de arte y de comportamiento- y que, no pocas veces, entraron en conflicto entre sí.

La Bauhaus tuvo dos fases más largas, una en Weimar, donde se creó, y otra en Dessau, ciudad a la que se trasladó en 1926. También hubo una fase final, de diez meses, que comenzó en 1932, cuando la Escuela se trasladó a Berlín, y finalizó a mediados de 1933, cuando sus propios miembros decidieron clausurarlo ante la presión y persecución de los triunfantes nazis.

En Weimar, la Bauhaus mantuvo una relación continuamente tensa con parte de las autoridades y el entorno intelectual de la ciudad, que estaba fuertemente influenciado por el pensamiento tradicionalista y conservador. Gropius afirmaba que la Bauhaus era apolítica, pero era inevitable que se creara en torno a ella, digamos, un aura de izquierdismo y oposición a la statu quo en varios frentes, tanto en las artes y la política como en las costumbres, en un momento alemán, europeo y mundial en el que las disputas ideológicas se radicalizaban y la Unión Soviética florecía.

Los conflictos con las autoridades locales, o al menos con parte de ellas, también llegaron al ámbito financiero, y en 1926 la mayoría de sus mentores y alumnos decidieron trasladarse a la ciudad de Dessau, que les había invitado. En mi opinión, fue en Dessau donde la escuela, adoptemos esta terminología, aunque precaria, alcanzó su apogeo. Allí, gracias al apoyo recibido, sus integrantes pudieron expresar toda su creatividad, tanto en términos de prácticas técnicas y artísticas, como en términos de experiencia personal y colectiva.

Allí, junto al conjunto principal, se construyeron, por ejemplo, las “Casas de los Maestros”, según los dictados funcionales, prácticos y estéticos deseados. Estas casas se construyeron mediante la unión libre de bloques estandarizados según sus funciones: dormitorio, sala, cocina, comedor, etc. Resultado: los bloques eran uniformes, mientras que las casas no lo eran, ya que eran bastante diferentes entre sí, tanto por fuera como por dentro.

Pero en Dessau también se desarrollaron conflictos candentes, en todos los campos imaginables, desde los estilos de vida hasta los de carácter ideológico. Debido a estas tensiones, Gropius dimitió como director en 1928, siendo sustituido por Hannes Meyer, que la dirigió hasta 1930, cuando fue literalmente despedido, dando paso a Mies van der Rohe, también arquitecto, como sus antecesores. La tensión se intensificó, con intentos de los estudiantes de fundar una o varias células bolcheviques, mientras los nazis tomaban el gobierno de la provincia de Sachsen-Anhalt, donde se encuentra Dessau. La Escuela se trasladó a Berlín, ciudad donde se produjo el desenlace, después de que los nazis se apoderaran del gobierno federal con sus ideas que consideraban a la Bauhaus parte del arte y la cultura “degenerados”.

Todavía en Dessau, uno de los casos emblemáticos de estos enfrentamientos y también de la convivencia de las diferencias, lo encontramos en las casas gemelas de Paul Klee y Wassily Kandinsky. En el exterior eran bastante similares, en la línea de los "bloques de construcción" de la escuela. En el interior, el contraste era enorme. La casa Klee se caracterizó por la sobriedad, tanto en el ambiente como en las costumbres. Kandinsky, por su parte, provenía de una familia rusa de hábitos aristocráticos, sobresalió en el lujo y en acoger grandes nombres de la cultura y las artes europeas. Su estilo de vida se consideraba extravagante y, a menudo, fue criticado por otros miembros de la Bauhaus, que promovían un comportamiento más austero. La convivencia de Kandinsky y Klee, sin embargo, fue bastante armoniosa.

Tras el cierre de la escuela de Berlín, muchos de sus profesores se refugiaron en Estados Unidos, entre ellos Gropius. Algunos estudiantes y Hannes Meyer huyeron a la Unión Soviética. De allí el exdirector pasó a México y luego a Suiza, donde murió en 1954. Algunos miembros de la escuela se sumaron al nazismo o simplemente prestaron servicios a los nazis, diseñando fábricas e incluso, en un caso, el alojamiento de un campo de concentración. . Pero estos fueron casos excepcionales. Varios miembros de la escuela, incluidas seis mujeres, murieron en los campos de concentración. En la actualidad, existe incluso una revalorización permanente del papel de la mujer en las formulaciones y propuestas de la escuela.

El caso es que en medio de este tumulto, a la vez constructivo y destructivo, la Bauhaus dejó un sello histórico y un nuevo horizonte en el diseño y la arquitectura mundial. Hoy su legado es objeto de estudios, nuevas valoraciones y también de disputas entre instituciones de las ciudades que lo acogieron: Weimar, Dessau y Berlín. Por supuesto, también hay varias iniciativas para revisar el “mito” de la Bauhaus, para señalar fallas y limitaciones en el trabajo de sus líderes y estudiantes, incluido el de Walter Gropius, acusado, por ejemplo, de misoginia reconocidamente parcial, como no vio deseable que el número de mujeres en la escuela fuera muy grande, so pena de que esto “desprestigiara”.

Pero, en general, este prestigio solo aumentó con el tiempo, incluso en la antigua Alemania Oriental, donde se ubicaban tanto Weimar como Dessau. Y también, hay que decirlo, hoy en día la Bauhaus se ha convertido en una casa de moda y da nombre a una de las casas de venta de materiales de construcción más populares de Europa, Bauhaus AG, con sede en Suiza. En cierto modo, la Bauhaus también corrió la misma suerte que el estricto y austero reformador religioso, Johannes Calvinus, que ahora presta su nombre y semejanza a una marca de cerveza muy popular en Ginebra.

Séptima Sinfonía de Shostakovich

El asedio de Leningrado por las tropas nazis es uno de los acontecimientos más dramáticos, trágicos, épicos e incluso líricos de la Segunda Guerra Mundial. El ataque comenzó a mediados de agosto de 1941; el sitio llegó a cerrarse el 8 de septiembre y recién se levantó el 27 de enero de 1944, con una duración de 872 días. La ciudad tenía casi 4 millones de habitantes. A pesar del asedio, los soviéticos lograron evacuar a 1 millones de personas a principios de 700, incluidos 1943 niños. También lograron mantener un precario suministro de alimentos, pero insuficiente para prevenir la desnutrición crónica y fatal que asoló a los remanentes.

Del lado soviético, las pérdidas alcanzaron los 3,5 millones de militares; 1 millón de civiles perecieron durante el asedio. Al final del asedio no había perros, ni gatos, ni siquiera ratones en la ciudad, devorados como estaban por los habitantes desesperados. En el bando nazi, apoyado por tropas finlandesas y voluntarios de la falange española, las bajas alcanzaron los 580 soldados. Hasta el día de hoy, los números son asombrosos. Leningrado, ahora revertido a su nombre original presoviético de San Petersburgo, alberga uno de los cementerios más grandes del mundo, si no el más grande. Allí yacen 420 de los civiles que perecieron durante el asedio, además de 50 soldados. Del lado de los nazis, cerca de la ciudad, están enterrados 30 alemanes, una cantidad ligeramente superior a los 27 soldados soviéticos enterrados en Berlín, en el cementerio de Treptow, una parte de los que murieron durante la toma de la capital alemana. , que puso fin a la Segunda Guerra Mundial en Europa en 1945.

Cuando se estableció el sitio, el músico Dmitri Shostakovich, nacido en la ciudad, ya estaba trabajando en su Séptima Sinfonía. Estaba listo a principios de 1942, y el músico lo dedicó a su ciudad natal, nombrándolo Leningrado. Hay historiadores que ven en el gesto de este compositor un esfuerzo por recuperar ante Stalin, músicos y críticos oficiales del régimen, que no apreciaban su estilo, visto como demasiado experimental y ecléctico. Dmitri ya había sufrido fuertes ataques por parte de sus oponentes desde 1936 en adelante, encontrándose virtualmente en el ostracismo.

Debutó en marzo de 1942 en la ciudad de Kuybyshev, hoy Samara, a orillas del río Volga, muchos kilómetros antes de la ciudad de Volgogrado, luego Stalingrado, donde tendría lugar una de las batallas decisivas de la Segunda Guerra. Inmediatamente, la sinfonía se convirtió en un ícono de la resistencia soviética contra el nazismo, luego apreciada en Occidente. Después de una nueva actuación en Moscú, saltó a la fama en Londres y Nueva York.

Fue allí donde el gobierno soviético y las autoridades de Leningrado decidieron hacer una presentación histórica en la misma ciudad que le dio su nombre y que en ese momento aún padecía terribles problemas de hambre y enfermedades. Para completar el simbolismo político, se decidió que el concierto se llevaría a cabo en el Hotel Astoria, porque al parecer Hitler había manifestado su intención de celebrar allí la caída de la ciudad, que pensaba sería rápida.

Las dificultades eran enormes, casi insuperables. La Orquesta Filarmónica de Leningrado y su director titular, Ievgueny Mravinsky, habían sido evacuados a Siberia. Lo que quedó en la ciudad, por así decirlo, fue el equipo sobrio y malversado: apenas 15 músicos de la Orquesta de la Radio de Leningrado y su director, quien en la Filarmónica era el segundo de Mravinsky, Karl Eliasberg. Luego se hizo un llamado dramático para que cualquier persona que fuera músico y estuviera en la ciudad, incluidas las bandas militares, se presentara para los ensayos. La pieza de Shostakovich requiere al menos 108 músicos, muchos de ellos para los instrumentos de viento, que junto a la percusión juegan un papel protagónico en su ejecución. Debido al hambre y la enfermedad, algunos de los músicos se quedaron sin aliento durante los preparativos. Otros, débiles, no pudieron sostener los instrumentos más pesados ​​durante toda la ejecución de la sinfonía, que dura al menos 75 minutos. Se reservaron raciones de alimentos suplementarios para que los músicos fortalecieran la respiración y los músculos. A pesar de ello, 3 de los músicos seleccionados fallecieron durante los preparativos, a causa de enfermedades provocadas por la desnutrición.

La actuación estaba programada para la noche del 9 de agosto de 1942. Sería transmitida por radio en toda la Unión Soviética y por altavoces en toda la ciudad y también dirigida a las líneas alemanas. Durante el día previo al evento, la artillería y la aviación soviéticas lanzaron 3 bombas sobre las posiciones de voluntarios de las falanges alemana, finlandesa y española para evitar que interrumpieran el concierto con sus bombardeos.

Finalmente, se llevó a cabo el concierto. La sinfonía tiene un tempo claramente ecléctico, muy en el estilo característico de Shostakovich. La crítica especializada ve en él resonancias de Gustav Mahler, Franz Lehar, el autor de “La viuda alegre”, y ciertamente de Eroica, la tercera. Sinfonía de Beethoven. El tempo predominante oscila entre lo lírico, evocador de la paz perdida, dominado por los instrumentos de viento, y lo dramático, anunciador del advenimiento de la guerra y la llegada de las tropas invasoras, centrado en la cuerda y la percusión. Tiene cuatro movimientos caracterizados, en orden, como “allegretto”, “moderato”, “adagio” y “allegro”. Para mí la más solemne de todas es la primera, en la que los tiempos de paz se convulsionan por la percusión que anuncia la presencia del enemigo.

El recibimiento fue entusiasta. Según testimonios, el público presente ovacionó de pie a los músicos durante una hora, y hubo lágrimas de emoción en toda la ciudad. Incluso hay informes de que, en las líneas del otro lado, un soldado alemán habría hecho el comentario de que “nunca conquistaremos esta ciudad”. Al final, una chica subió al escenario y le entregó a Eliasberg un ramo de flores, lo que fue un verdadero lujo dada la pobreza general de los habitantes.

La hazaña tuvo repercusiones en todo el mundo. Pero tras el primer momento de entusiasmo y tras el final de la guerra, vinieron vicisitudes contradictorias. Mravinsky regresó del “exilio” y, al parecer, logró sabotear la imagen y la carrera de Eliasberg. Éste no cayó en desgracia, sino que quedó en un “trasfondo obsequioso”. En occidente, algunas voces se alzaron con desdén, diciendo que era una pieza dirigida a gente con gustos musicales poco sofisticados, etc. Para mí, la envidia y las cosas de la Guerra Fría.

Nada de esto socavó el prestigio de la Séptima Sinfonía. Se la sigue presentando como un símbolo de tenaz resistencia contra la brutalidad del nazismo. Hubo conciertos simbólicos, con los músicos sobrevivientes de esa actuación en Leningrado, dirigidos por Eliasberg, quien lo hizo por última vez en 1975, tres años antes de su muerte.

Una de las actuaciones más famosas tuvo lugar en 2003. Su director, Semyon Bychkov, realizó una actuación memorable, grabada en vídeo. Como si fuera un discípulo de Konstantin Stanislavsky, encarnó catárticamente todo el drama de la sinfonía, haciéndose célebre su última expresión, en el silencio que sigue a los últimos acordes, en el que críticos y testigos leen tanto el alivio de ver una promesa de victoria contra la barbarie y perplejidad ante esta misma barbarie.

Él también podía: la orquesta era la orquesta de radio y televisión de la ciudad alemana de Colonia; el director, Semyon Bychkov, nació en 1953, en lo que todavía se llamaba Leningrado, en el seno de una familia judía que había sobrevivido al asedio y la guerra. Prueba de que la sinfonía de Shostakovich sigue inspirando el encuentro con el espíritu de resistencia a la intolerancia que, en medio de las contradicciones de la historia, inspiró su composición y la histórica interpretación del 9 de agosto de 1942.

Diarios de Berlín, 1940 – 1945

“El silencio de los últimos acordes”: uniéndose al silencio al que fue sometida “Enteléquia Bauhaus”, aunque tanto la sinfonía que terminó cuando la Escuela que calló sobrevivió a sus circunstancias extremas, esta expresión nos conecta con el tercer movimiento – vamos vayan a llamar así los pasos de esta exposición – de nuestro viaje.

diarios de berlín, de la princesa rusa Marie Vassiltchikov, registra su visita a la capital alemana durante los frenéticos y lúgubres años de la Segunda Guerra Mundial. Y termina contando, después del final de la guerra, un paseo en bicicleta que dio por la región de Taunus, una cadena de verdes colinas y montañas (era verano, principios de septiembre de 1945) al noroeste de Frankfurt am Main.

Evoca el silencio reparador que le ofrece el paisaje, después de todo el ruido ensordecedor de los bombardeos en Berlín y también, al final, en Viena, además del aullido de las llamas provocadas por las bombas incendiarias, las sirenas de alarma, los el ruido maligno de los discursos nazis que ella detestaba, el ruido ominoso del estertor de muerte de sus amigos que conspiraron para librar a Alemania y al mundo de Hitler, pero fueron capturados por él y sus secuaces y ejecutados con refinamientos de crueldad. Apacible, el silencio también se asemeja a un epitafio. El Taunus era una región preferida por miembros de su clase, la aristocracia europea que sucumbe definitivamente, como clase, en medio de los escombros de la guerra, según la precisa anotación de John Le Carré -el novelista- que escribe un breve nota de presentación de la primera edición del libro.

Marie Vassiltchikov llegó a Berlín a los 23 años, procedente de una familia de aristócratas rusos que se exiliaron tras la Revolución de 1917. Políglota, acabó trabajando en el Ministerio de Asuntos Exteriores del gobierno alemán, ya durante la guerra, enfrentándose a la primeros éxitos rotundos de la ofensiva nazi. Fue visto, paradójicamente, en un loci privilegiado. El gobierno alemán necesitaba saber lo que realmente estaba pasando en el mundo: por lo tanto, no hubo censura de lo que ingresaba a la red de información del Ministerio. A partir de ahí, todo fue censurado por los perros guardianes nazis, que progresivamente rodearon e invadieron el Ministerio, cada uno más falso y mediocre que el anterior.

Sin embargo, fue allí -refugio de los restos de una alta aristocracia alemana que ocupaba importantes puestos en la diplomacia y también en las fuerzas armadas del país- donde conoció a un grupo de personas perplejas y escandalizadas por la destrucción del país que los nazis y sus milicias terminaron produciendo. . Decidieron, después de muchas vacilaciones, llevar a cabo el ataque que, el 20 de julio de 1944, se llevó a cabo. Su fracaso puso freno a este grupo ya la propia aristocracia alemana.

Curiosamente, a través de estos tortuosos caminos de la historia, fue Hitler quien terminó con los restos de lo que estaba por venir. Antiguo régimen en Alemania. No fueron revolucionarios, en el sentido que le damos a la palabra. Eran patriotas, y algunos odiaban a los nazis no porque fueran reaccionarios o autoritarios, sino porque eran vulgares. alcanzó – invasores recién llegados y maleducados – a los salones del poder de la nación germánica.

Marie Vassitchikov registra todo este drama -o tragedia- de la historia en un diario que escribe frenética y compulsivamente. Por la fuerza de las circunstancias, a menudo escribe en taquigrafía, o incluso en una máquina de escribir, pero en un código que solo ella entiende. Y esconde las páginas en diferentes lugares que solo ella conoce. Gracias a ello, desarrolló una escritura a la vez vehemente y comedida, ardiente y seca, registrando en palabras de terrible belleza la denuncia de las atrocidades y hasta de las esperanzas extremas que tienen lugar en el corazón mismo de la civilización, donde la barbarie de los crímenes mentiras contra la humanidad humanidad.

Sus descripciones del Berlín bombardeado son desgarradoras, con sus edificios en llamas, las multitudes de personas abandonadas en las calles y los cientos enterrados bajo edificios que se derrumban. Su relato de la esperanza y la decepción de ver y luego no ver lo odiado Líder muerto es conmovedor, así como la mención de los tormentos de los perseguidos a manos de un juez parcial y truculento como Roland Freisler, el favorito de Hitler, con la posterior ejecución, ahorcando a muchos con cuerdas de piano para aumentar su sufrimiento. En pocas ocasiones el escrito ha sido tan exiguo ya la vez tan elocuente, sobre la inagotable capacidad de la crueldad humana, y al mismo tiempo la imperecedera devoción por denunciarla.

posdata

El silencio de la escuela muda; el silencio del maestro conmovido; el silencio de las montañas que calma el alma exasperada: me atrevería a preguntar a Theodor Adorno, quien dijo que “escribir un poema después de Auschwitz es un acto de barbarie”, si habría entonces un poema de protesta más radical que la percepción del silencio impuesto por el aplastamiento de la conciencia humana, como se promueve hoy en Brasil? No alabo la pasividad, y agradezco mucho la ola misma de protestas inteligentes que se han levantado contra la estupidez entronizada como forma de gobierno. Llamo también la atención sobre lo que trae tras de sí este alzamiento de voces de protesta, como lastre y fuerza de su indignación: el silencio de lo que se pierde de una vez por todas gracias al imperio de la ignorancia engreída.

Les decía a mis alumnos que, para empezar a comprender el drama de nuestra América, lo primero que había que hacer era equiparnos con un radiotelescopio imaginario y voltearlo al pasado, para escuchar el silencio de las lenguas, de culturas, de sueños que se extinguieron para que pudiéramos llegar a existir.

Entre estos silencios, ninguno fue y es más elocuente que el de Anacaona, la reina de parte de la isla que luego sería dividida entre Haití y República Dominicana. En ella todo es cierto e incierto a la vez. Hubo una reina del pueblo taíno, de nombre Anacaona, que sucedió a su hermano, quien murió en 1502. Aparece en algunos relatos hechos por los conquistadores, entre ellos fray Bartolomé de las Casas.

Según estos informes, su nombre significaba “La Flor Dorada”, y cantaba poemas llamados “areitos”; es posible que tuvieran alguna función ritual o religiosa. También según estos relatos, y aquí empezamos a entrar en el territorio de la leyenda, eran muy hermosas. Lo cierto es que Anacaona fue acusada de sedición por el gobernador español Nicolás de Ovando. Después de algunas traiciones, como es costumbre, los españoles lograron prácticamente exterminar al pueblo taíno y arrestar a Anacaona, quien fue ahorcada en 1503. Al parecer, todo lo que queda físicamente de ella es una silla -una especie de trono- en la que se sentó y en el Musée de l'Homme en París.

¿Hay metáfora más elocuente de la tragedia americana, provocada por la barbarie que no está en la periferia, sino en el corazón de la civilización, que esta silla vacía de la que emana una poesía muda, que jamás será descifrada? Acompaña, como el silencio de la escuela muda, el patético silencio que sigue a los acordes de la Séptima de Shostakovich, y el silencio que la princesa encuentra en el Taunus, tras el ruido ensordecedor de la guerra, y nos anima, en medio de la barbarie. que hoy nos rodea tan de cerca, para seguir construyendo su legado humanista. Que también puede tener imágenes, como hemos visto, sonidos y palabras elocuentes en medio de la confusión de nuestro viejo mundo sin puerta.

*Flavio Aguiar es profesor jubilado de Literatura Brasileña en la USP.

Texto creado a partir de la conferencia impartida en el Instituto de Artes de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul

Referencias

Fotos de la escuela Bauhaus en Dessau:

https://www.google.com.br/search?q=bauhaus+dessau+images&tbm=isch&source=hp&sa=X&ved=2ahUKEwjF_d2-z_3kAhWvGrkGHZraAx8Q4216BAgIECM&biw=1199&bih=837#imgdii=DANVQKjSiFN4wM:&imgrc=VavK-yjh7xVZpM:

Sinfonía Leningrado de Shostakovich con la Orquesta de Colonia, dirigida por Semyon Bychkov:

https://www.youtube.com/watch?v=DQJcFMHLXek

Cheo Feliciano cantando Anacaona:https://www.youtube.com/watch?v=klLdQxBtCTA

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