Por Chico Alencar*
“¿Qué pasó, amigo, con todo lo que soñamos?
¿Qué fue de la vida, qué fue del amor?
(Milton Nascimento, Fernando Brant y Márcio Borges)
Han pasado 600 días desde ese terrible 14 de marzo de 2018, y el centavo aún no se ha hundido por completo. ¿De repente, no más que de repente, esa persona de increíble vitalidad, llena de energía y de sueños, tenía el cuerpo roto? ¿Nunca más la carcajada, el “llegada llegando”, la belleza afro y la conciencia de vuestra y nuestra historia? ¿Nunca más el esfuerzo de él y sus pares por organizarse, moverse, salir del conformismo, afirmar sus identidades hasta ahora veladas?
Esa persona con la que ella había hablado hace un rato sobre su mandato como concejala, sobre la posibilidad de postularse como candidata al Senado, ¿no podía charlar, caminar, compaginar rebeldías? Aquella mujer jovial, bonachona (con la que, naturalmente, también intercambió malos sentimientos), ya no podía decirme “¡Respeto tus canas, Chico, y sin coma!”, para comunicarme que su compromiso sería en el conjunto de las elecciones, no postulando más candidatura, ni la de diputado ni de vicegobernador, en las próximas elecciones?
¿Dónde poner la pasión flamenguista, la de vestir de rojinegro y de ir al estadio, ahora que el equipo de fútbol juega parecido al equipo de nuestra nostalgia, de Zico, Júnior, Leandro y Cia? ¿Hacia dónde se vuelve la chica vistosa en el círculo de samba, celebrando la vida, compartiendo la alegría como había aprendido, en los círculos católicos de niñas y adolescentes, a compartir el pan y el vino, en la fe de la liberación común, sin prosperidad individual, egoísta? ¿Dónde está "ese verso de niño, que escribí hace tantos años"?
Hace 600 días llegó la devastadora noticia: Marielle fue ejecutada estúpidamente, y con ella Anderson, quien conducía el auto donde ella iba. Fernanda sobrevivió a la locura de la gente cruel a la que no le importa la vida. En Brasilia, regresaba a casa de la sesión de la Cámara de Diputados. Choque. Noche de insomnio, sin creer en la atrocidad! “Y la cabeza daba vueltas, en un giro” que era mucho más agudo el dolor y la ira que el amor: ¿quién apretó el gatillo? ¿Quién planeó el crimen? ¿Por qué razones? No es posible, no es verdad, esta ruptura drástica de la forma, de las virtuosas composiciones llamadas Marielle Franco y Anderson Gomes, aún tan jóvenes...
Desde entonces han aumentado las dudas sobre estas mismas cuestiones originales, a excepción de la primera. Todo indica que la dupla asesina era precisamente la de los bestializados Ronnie Lessa y Élcio Queiroz –“pariente” del otro, más famoso, en una torpe visión del mundo y tránsito en las sombras. Pero los principios y motivos de tan bárbaro crimen, que afectó a personas que no tenían enemigos viscerales, siguen siendo una incógnita.
Bolsonaro, con quien siempre he tenido relaciones civilizadas, a pesar del antagonismo visceral de ideas, y su estilo grosero, esta vez no comentó el sonado hecho, como siempre ocurría cuando nos cruzábamos, en los pasillos de la Cámara, en plenaria, ocasionalmente en vuelos Río-Brasília-Rio.
Extrañamente, parecía que, para él, no había pasado nada. Un silencio inusual. En medio de la marea de solidaridad declarada por todos los espectros políticos (incluso Michel Temer me llamó, en la mañana del 15, para expresar su inconformidad con la barbarie y el compromiso de su gobierno de no dejar nada impune), la voz de Jair Bolsonaro callarse la boca. El número 01, Flávio, incluso hizo una nota de arrepentimiento, pero pronto la eliminó. Jair habló, tiempo después, sólo para criticar a un grupo de estudiantes que habían elegido a nuestra Marielle como patrona.
En esos 600 días se supo que uno de los probables asesinos era un vecino del condominio número 02 de Jair y Carlos. ¿La investigación, bajo secreto, ya averiguó si estos vecinos se conocían y hablaban? También hubo proximidad a las ideas, sin duda. Otro más que geográfico e ideológico también: el hijo menor de Jair, Jair Renan, habría salido con la hija de Lessa, el vecino bandolero.
En la última semana de octubre apareció una información impactante. El día del crimen, los delincuentes se reunieron en el condominio, y de allí partieron para la macabra empresa. El nombre de Jair habría sido mencionado por Élcio, para ingresar al lugar. Una inspección récord de dos horas descartó esa posibilidad. Y el portero (¿dónde está?) que la mencionó fue acusado de “mentiroso”, quedando en “vacaciones oficiales”. No sabemos su paradero ni siquiera su nombre. Toma riesgos.
Jair y su embelesado hijo Carlos intentaron hacer su propia investigación, pisoteando la justicia -y, en la práctica, obstruyéndola: se llevaron las grabaciones de acceso al condominio, como si fueran del MP o delegados en el caso. Jair Bolsonaro extrapoló su condición de jefe del Ejecutivo y actuó como si fuera juez, investigador o fiscal. ¿Quién garantiza que los registros no han sido manipulados?
El presidente que se considera un rey déspota ordenó a su hermano pescador, empresario y político, Fabrício Queiroz, tirar un celular apenas asumió la presidencia y cambiar de línea. Es experto en bloquear información que pueda comprometer... Y después de todo, ¿había un intercomunicador en el Condominio Vivendas da Barra o no? ¿El acceso a la entrada era directo con los móviles de los vecinos, dondequiera que estuvieran?
El Ministerio Público -más aún después de que un fiscal del caso, un militante bolsonarista, posara para una foto con un diputado que rompió una placa con el nombre de Marielle- le debe explicaciones y acciones efectivas a la sociedad. Después de 600 días, hay más sombras que luz en el cálculo. Hay que abrir oficinas en Planalto, en los parlamentos y tribunales de Río de Janeiro y Río de Janeiro, para comprobar que no sale olor a podrido.
Una cosa es cierta: la relación de Bolsonaro con los milicianos es antigua y estrecha. Adriano, el jefe de la “Oficina del Crimen”, prófugo, tenía a su esposa y a su madre trabajando en la oficina del entonces diputado estatal Flávio Bolsonaro. Fabrício Queiroz, PM retirado – el súper amigo, el manitas, el fiel escudero – tenía una larga relación con los milicianos. Bolsonaro y sus hijos siempre han elogiado a estos grupos criminales, considerándolos necesarios “luchadores de la justicia”.
Fabrício Queiroz es una figura clave: incluso después de revelar sus prácticas de empleo, nepotismo, transacciones oscuras, préstamos sospechosos y muchos "rollos" para ganar dinero, incluso después de ser guiado por sus "jefes", ahora en la cima del poder en la República , para “sumergir”, permaneció activo.
Diálogos recién revelados, con un interlocutor desconocido, muestran que Queiroz permanece informado del backstage de su exjefe Flávio y con fuerza para señalar los pasillos que conducen a su oficina en el Senado. Lamenta no haber podido realizar con soltura sus investigaciones como infiltrado en “área enemiga”, exige más acción en el PSL, para ponerlo al servicio de los mezquinos intereses de su grupo, una mafia ávida para expansión No hay 03 con su arrebato represivo de la “nueva AI-5” que minimiza el papel (sucio, en términos de lenguaje y objetivos) de Queiroz.
Brasil siempre ha tenido oligarquías, patrimonialismo, patriarcado y caciquismo de grupos estrechos y sectarios, opositores a la eficacia republicana. Nuestra cultura democrática es todavía extremadamente frágil. Pero ahora hemos alcanzado un nivel sin precedentes de “gansterización” de la política. Es como si nuestro país estuviera gobernado por grupos de milicianos, ajenos a la Constitución ya un pacto de mínima sociabilidad.
Las fuerzas del mercado nunca han tenido escrúpulos y han abrazado sin reservas a quien aboga abiertamente por la tortura, la censura y la dictadura. Pero tal vez empiezan a darse cuenta de que el clan detrás de esta marcha pública puede incluso obstaculizar la implementación del programa ultraneoliberal que defienden, otra tragedia con terribles consecuencias para los más pobres, como lo ha revelado la experiencia chilena.
Un espectro ronda el condominio del poder de Bolsonar: el espectro de Marielle. En la historia de los pueblos, las luchadoras así eliminadas –como, ahora, Paulino Guajajara, “guardián de la selva”– suelen rondar a verdugos, protagonistas y cómplices de la cobardía. Y, aun en medio de las lágrimas, la lucha por un tiempo de justicia y delicadeza siempre vuelve a empezar. Como la luna, como las sinfonías, como la alternancia de las noches y los días.
*chico alencar Profesor de Historia, escritor y ex diputado federal (PSOL/RJ)