60 años del golpe. Generaciones en lucha

Roger Palmer, Folhas, 1972
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por GASPAR PAZ*

Artículo publicado en la colección recientemente publicada, coordinada por Francisco Celso Calmon

Las universidades públicas brasileñas y la violencia “confidencial” de los años de plomo

“La primera vez que me asesinaron / Perdí una forma de sonreír que tenía… / Luego, cada vez que me mataron. / Algo mío me quitaron…” (Mário Quintana).

Nací en 1975, tres días antes del asesinato de Vladimir Herzog, una época de torturas, asesinatos, desapariciones políticas y violencia militar explícita contra la población en general y la clase trabajadora en Brasil y América Latina. Mi primera percepción política consciente, a los ocho años, vino de la música, cuando aprendí (en la guitarra) – con un profesor uruguayo radicado en el interior del estado de Rio Grande do Sul – la melodía de “gracias por la vida” (de Violeta Parra) y luego un solo más elaborado melódica y armónicamente del tema “Horizontes” (banda sonora de la obra bailé en la curva, cuyo tema abordó los tiempos fracturados de la dictadura militar brasileña).

A partir de entonces, la música brasileña y latinoamericana moldeó mi comprensión del mundo y mis aspiraciones futuras. En los años siguientes surgieron manifestaciones por elecciones directas y vi a mi madre, una pedagoga paulofreiriana, emocionada en medio de sus tareas en la escuela estatal y de sus lecturas literarias y periodísticas, en una mezcla de esperanza y miedo por lo que vendría adelante. Mi padre, banquero y profesor de portugués, participó en todo este proceso, pero de forma más silenciosa.

Mi hermano, que nació en 1968, ya se dirigía a estudiar a Santa María y, más tarde, a Porto Alegre, con una interesada percepción de los acontecimientos históricos y políticos. Fue con él y su pareja que me fui a vivir a Porto Alegre (en 1992), a estudiar en el Colégio Estadual Júlio de Castilhos y luego en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul. Me interesaba todo lo cultural de la ciudad. y participó en las manifestaciones, mítines y campañas electorales. Los nueve años que viví en Porto Alegre, antes de mudarme a Río de Janeiro, fueron años de administración del Partido de los Trabajadores en el ayuntamiento y el estado, años de presupuestos participativos y acaloradas discusiones políticas.

Esbocé este pequeño preámbulo, porque entiendo que el golpe de 1964 tuvo un impacto directo en la dirección política que experimenté e impactó mi comprensión de la universidad brasileña. Cuando entré en la carrera de Filosofía de la UFRGS, en 1993, las universidades brasileñas reflejaban de manera paradójica lo desagradable de los años plomizos. A veces vimos los impulsos del espíritu crítico (en cursos de filosofía del arte, estética y política), a veces el silenciamiento de este contexto nocivo (en cursos de filosofía analítica y medieval que no eran nada atractivos). Fue esta tensión la que me impulsó a tratar de comprender cómo terminamos la universidad y, por tanto, cómo se formó la dirección del país a través de caminos culturales y educativos.

En los anfiteatros académicos reinaba cierto pudor y nada se hablaba de exilios, despidos de profesores, censura y persecución de intelectuales y artistas, ni de la cruda violencia desatada contra la población. Fue a través de la contrainformación y la resistencia política que nos dimos cuenta de cómo nuestras memorias habían sido violadas y suprimidas, y cómo esta violencia perpetrada ejerció influencia en los fracasos y miserias cotidianos. Paulo Freire, detenido en este contexto dictatorial en 1964, dijo que cuando un pueblo “se adueña de su historia, apropiarse de la palabra escrita es casi una consecuencia evidente. A partir de reescribir la historia, que es mucho más difícil, es fácil aprender a escribir palabras” (FREIRE, 2011, p. 51).

En otras palabras, si la educación es emancipadora, transforma la sociedad, pero si es obliterativa y ocultadora será, en consecuencia, opresiva, dogmática y autoritaria. Desde esta misma perspectiva, la filósofa Marilena Chaui destaca que el derecho a la información es esencial para el establecimiento de la vida democrática. La ausencia de información “nos vuelve políticamente incompetentes” (2016, p. 196). En este sentido, este recorte y control de la información, que tampoco fue abolido con lo que André Queiroz llamó una “reapertura política lenta, constreñida y comportada”, fue un signo de la toma del poder por el golpe empresarial-mediático-militar.

Se sabe que arapongas o agentes secretos, infiltrados en instituciones, organizaron expedientes sobre profesores, escritores, intelectuales, artistas, sindicalistas y forjaron relatos de transgresión del orden público. Existió, además del entrenamiento militar bajo el liderazgo norteamericano, una serie de documentos que regulaban la conducta, como el Orvil (título en palíndromo con la palabra libro escrita al revés, y que era un documento secreto de más de mil páginas de la dictadura). , solía reprimir lo que llamaban el “enemigo interno”, según lo analiza el profesor João Cézar de Castro Rocha). Este tipo de subversión afectó, por ejemplo, a Florestan Fernandes, Caio Prado Jr., Luiz Roberto Salinas Fortes, Gerd Bornheim, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Zé Celso Martinez Corrêa, entre otros.

Me llamó la atención cuando busqué información más detallada sobre la revocación, exilio, persecución y pérdida de derechos políticos del filósofo Gerd Bornheim, que todos los documentos y expedientes que encontré en los archivos Recuerdos revelados, Abierto por el Gobierno de Dilma Rousseff a través de la Comisión Nacional de la Verdad, contenía un sello oficial que decía que la información era “confidencial”. Confianzas forjadas mediante interrogatorios, confesiones forzadas bajo tortura, silenciamientos inducidos por el terror a las violaciones e interpretaciones ilógicas de los hechos, con el objetivo de ocultar crueldad y violencia explícita.

En el caso de Gerd Bornheim, por ejemplo, se alegó que el filósofo había impartido un curso sobre Jean-Paul Sartre a estudiantes de Arte Dramático desde una perspectiva marxista y psicoanalítica; que había firmado un manifiesto repudiando la incautación de libros considerados subversivos, entre otras cosas que fueron descritas con detalles escandalosos en las distintas páginas de documentos de seguimiento y espionaje. Gerd Bornheim sintió el peso de la violencia de los años 1960, ya que, según entrevistas y cartas, cada tres meses lo llamaban para declarar en la Policía Federal. Esa violencia generó miedo y se amplificó con más violencia dentro de la propia universidad.

Muchos profesores vivieron esta inaceptable violencia inquisitorial. El escritor Bernardo Kucinski en el libro K.: informe de una búsqueda, cuenta la historia de la desaparición política de su hermana, que era profesora de la USP. En el capítulo sobre “La reunión de la congregación” – un ambiente que deja su influencia en las reuniones actuales en línea (y con cámaras cerradas) en los departamentos de nuestras universidades –se discutió el despido del profesor por abandono laboral. El Estado exigió, con la anuencia de la congregación, que el cuerpo que todos sabían desaparecido fuera nuevamente vulnerado por la propia institución universitaria. Y la institución así lo hizo.

Estos hechos exponen los males que aquejan nuestra vida cotidiana: violencia, desamparo, racismo, exclusiones socioeconómicas e injusticias, pero también, en el caso de nuestras universidades y de la educación pública en general, exponen abiertamente la cuna de nuestro déficit general, desde el actual ausencia de foros de discusión presenciales en las universidades (que están tejidas por el entramado de conglomerados educativos y tecnológicos) a la jerarquización de la toma de decisiones (que dificulta la participación efectiva de estudiantes, docentes y técnicos en la vida universitaria), como así como las consecuencias de las comunicaciones extorsionadas, que alimentan un fatalismo reacio a la crítica, empobrecen las direcciones políticas y segregan a quienes no están de acuerdo.

En los ejemplos anteriores, queda claro que la universidad en ese momento era ajena a sus propios problemas y esta violencia, que se extendió hasta su núcleo, fue una señal del autoritarismo que persiste hasta el día de hoy. En el libro conformismo y resistencia, Marilena Chaui, al analizar la cultura popular y el autoritarismo, describe las características autoritarias y violentas de la sociedad brasileña. Destaca que los estudios culturalistas suelen atribuir tales características a la colonización ibérica y enfatiza que la explicación que le parece más viable es aquella “en la que el liberalismo político se instala sobre una economía esclavista” (CHAUI, 2014, p. 45). Y subraya que los rasgos del autoritarismo se vieron “reforzados con el golpe de Estado de 1964”.

Según ella: “Con la autodenominación de nacionalismo responsable (es decir, sin movimientos sociales y políticos), pragmático (es decir, basado en el modelo económico de deuda externa y el trípode Estado-multinacionales-industrias nacionales) y moderno ( es decir, tecnocrático), desde mediados de los años 1960 se instaura en Brasil un poder centralizado por el ejecutivo, sostenido por leyes excepcionales (Leyes Institucionales y Actas Complementarias) y la militarización de la vida cotidiana, inicialmente bajo el nombre de “guerra permanente contra enemigo interno” y, al final de las acciones subversivas y guerrilleras, con el traslado del aparato militar-represivo al tratamiento común de la población, especialmente de los trabajadores rurales y urbanos (particularmente sindicalistas de oposición), desempleados, negros, jóvenes delincuentes, presos, gente común y delincuentes en general (incluidos travestis y prostitutas)”. (CHAUI, 2014, pág. 47)

Esta mirada político-cultural sobre la universidad requiere un trabajo constante de sobrevuelo y conexión con la historia de las universidades y de la educación brasileñas y su incesante búsqueda de nuevos modelos, en un momento de fracaso democrático, de intervenciones en la rectoría universitaria (como lo hicimos en cuatro años de Jair Bolsonaro, analizados en el libro La invención del caos, publicado por Adufes y Andes Sindicato Nacional), de propuestas de “escuelas sin partidos” o de reinversión en escuelas cívico-militares y educación en el hogar.

Esta situación que se extendió con el golpe de 2016, una reedición del golpe de 1964, aún no se ha detenido por completo. En realidad, esta desestructuración proviene de años de insistencia en políticas insidiosas y subrepticias que desencadenan un estado de miseria general en las universidades brasileñas. Son políticas que refuerzan la pobreza, la falta de asistencia, el desempleo, la retirada de derechos... Y que fortalecen, a plena luz del día, políticas abyectas que alientan la violencia neoliberal.

La obviedad de estas declaraciones, sin embargo, no mueve la lógica de la indiferencia del capital, incluso frente a tantas familias que lo perdieron todo y que aún se encuentran en las calles, plazas, puentes y callejones sin salida de las capitales brasileñas, víctimas de ataques sin precedentes. violencia. Esta pobreza y tormento se reflejan, como destaca Marilena Chaui, en lo que llamó la “universidad funcional” (establecida durante la dictadura), la “universidad de resultados” (la que en los años 1980 adoptó la idea de productividad) y la “universidad operativa” (a partir de los años 1990, que asume el papel de “su propia empresa”). Me pregunto hasta qué punto nuestras universidades y la propia sociedad brasileña son conscientes de estos espectros que nos rodean.

Me gustaría insistir un poco más y dejar resonar la lúcida lectura de Chaui. Explica que la dictadura actuó para reprimir “a la clase trabajadora, a la izquierda y a la clase media, que, sin embargo, es su base de apoyo ideológico y político”, creando así el lema de la “funcionalidad” de la educación. Según el filósofo, la dictadura “introdujo entonces diversas formas de compensación para la clase media, y una de las cosas que introdujo como compensación fue la promesa de abrir la universidad como una forma de ascenso y prestigio social. ¿Por qué hace esta promesa y por qué la cumple? Por qué el Consejo Federal de Educación, durante todo el período de la dictadura, estuvo dirigido por los dueños de las escuelas privadas. El primer acto fue destruir la escuela pública primaria y secundaria, bajo el argumento de que los profesores eran subversivos. De hecho, esto se hizo porque garantizaba la expansión de la red de escuelas privadas, cuyos propietarios eran miembros del Consejo. A continuación se introduce la idea de una universidad abierta para la clase media”. (CHAUI, 2016, pág. 42)

Fue durante este período que, según el autor, también surgió la idea de que la universidad pública “pasó a ser subsidiada indirectamente por empresas privadas, porque la función de la universidad sería formar mano de obra para el mercado. Con esto, los gobernantes no sólo destruyeron la universidad crítica de los años 1960, también destruyeron las universidades clásicas que existían en Brasil... En otras palabras, cumple dos funciones: pacificar a la clase media y trabajar para el mercado laboral”. (CHAUI, 2016, p.43)

Es a partir de ahí que se estructura la “universidad de resultados”, basada en índices de “productividad” y “excelencia”, y garantías necesarias para la distribución de los recursos. Este proceso sigue vigente en nuestras universidades, pero ahora con una inversión masiva en “operacionalidad”. “La universidad operativa es la que realiza o materializa las virtualidades de la universidad funcional y de la universidad de resultados… es decir, es operativa para la empresa privada. Y, por tanto, serán las empresas privadas las que juzgarán la calidad y la productividad de las universidades porque invertirán recursos a través de convenios y fundaciones privadas” (CHAUI, 2016, p. 44 y 45).

Para colmo, según Marilena Chaui, todo este arreglo se debe al alineamiento del MEC con los ideales y medidas de productividad del BID y el Banco Mundial. Estas interpretaciones de Marilena Chaui tienen más de 20 años y tienen una sorprendente relevancia para ellas. Súmale a este proceso la uberización del trabajo y la avalancha tecnológica y comunicacional y veremos hasta dónde llegamos. La lectura acrítica de este escenario, signo cada vez más frecuente en nuestras pinturas, hace aún más delicada la situación que vivimos. Por eso es urgente pensar, 60 años después, en las repercusiones del golpe militar de 1964 en Brasil.

*Gaspar Paz Profesor del Departamento de Teoría del Arte y de la Música de la UFES. Autor de Interpretaciones de los lenguajes artísticos en Gerd Bornheim (eduques).

referencia


Francisco Celso Calmón (coordinación). 60 años del golpe. Generaciones en lucha. Organización: Denise Carvalho Tatim, Gisele Silva Araújo, Roberto Junquilho y Sandra Mayrink Veiga. Serra, Editora Formar, 2024.

Bibliografía


CHAUI, Marilena. conformismo y resistencia. Organización Homero Santiago. São Paulo: Auténtica, 2014.

______. La ideología de la competencia. Belo Horizonte: Auténtico; São Paulo: Fundação Perseu Abramo, 2016.

FREIRE, Paulo; GUIMARÃES, Sergio. Aprender de la propia historia. São Paulo: Paz e Terra, 2011.

KUCINSKI, Bernardo. K, informe de una búsqueda. São Paulo: Companhia das Letras, 2016.

PEREIRA, André; ZAIDAN, Junia; GALVÃO, Ana Carolina. La invención del caos: dossier sobre las intervenciones de Bolsonaro en las instituciones federales de Educación Superior. Brasilia: ANDES, 2022.

QUEIROZ, André. Cine y lucha de clases en América Latina. Florianópolis: Insular, en prensa.

QUINTANA, Mario. Nueva antología de poesía.. Río de Janeiro: Codecri, 1981.


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