por PIRES DE ANISIO*
El domingo 3 de diciembre más de 10 millones de venezolanos votaron afirmativamente en el Referéndum Consultivo al que fueron convocados.
¿El motivo? Reafirmar el reclamo histórico de Venezuela sobre un territorio, el Esequibo, que formaba parte de sus fronteras cuando declaró su independencia de España.
Un tribunal creado por Inglaterra y Estados Unidos decidió en 1899 que este territorio pasara a manos de la antigua Guayana Británica, un fraude histórico en el que se han basado sus herederos en la República Cooperativa de Guyana para no buscar una solución pacífica y solución negociada de este deterioro histórico.

Para que dentro y fuera de Venezuela se puedan comprender las causas políticas e históricas de esta controversia, resumiremos aquí unos 200 años de historia, utilizando varios de los argumentos con los que el pueblo venezolano fue sensibilizado e invitado a votar.
El artículo 71 de la Constitución venezolana es muy claro: “Los asuntos de especial importancia nacional podrán ser sometidos a referéndum consultivo”.
¿Por qué es tan especial el referéndum del 3 de diciembre? Porque el pueblo de Venezuela fue llamado a reafirmar que el territorio ubicado a la izquierda del río Esequibo (marcado en rojo) le pertenece desde su independencia en 1811. Estamos hablando de un área de 159.542 km² con riquezas incalculables que la actual República Cooperativa de Guyana (antigua colonia inglesa comprada a los holandeses), pretende robarle a Venezuela con el apoyo de Estados Unidos a través de la petrolera Exxon Mobil.
El mapa en verde es el de la Capitanía General de Venezuela creada en 1777 por la corona española. Como se puede observar, el mapa antes mencionado incluye de manera inequívoca el territorio Esequibo. Al declarar su independencia el 5 de julio de 1811, el territorio de la nueva república de Venezuela que nacía pasó a ser el mismo de aquella capitanía de conformidad con el precepto jurídico internacional de uti possidetis iuris, que “(…) reconoce y acepta como fronteras internacionales, en la fecha de la sucesión colonial, tanto las antiguas delimitaciones administrativas establecidas dentro de un mismo imperio colonial como las fronteras ya establecidas entre colonias pertenecientes a dos imperios coloniales diferentes”.
Por suerte, la verdad histórica, más allá de interpretaciones jurídicas indiscutibles, consigue ser tercamente más precisa. La llamada “Gran Colombia”, que unía las actuales repúblicas de Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela, fue creada en 1819, uniéndose primero a Nueva Granada (Colombia) y Venezuela. Su primera Constitución, la llamada “Ley Fundamental de la Unión de los Pueblos de Colombia” del 30 de agosto de 1821, establece claramente: “El territorio de Colombia es el mismo que comprendía el antiguo virreinato de Nueva Granada y la Capitanía General de Venezuela”.
En 1823, estando ya integrada por los cuatro países antes mencionados o sus equivalentes territoriales, la Gran Colombia aprobó la Ley Orgánica para la creación de su Armada, en cuyo artículo 1 dice, en todas sus letras: “Los límites marítimos de la República de Colombia son en el Mar Atlántico, al este la desembocadura del río Esequibo que la divide de la Guayana Holandesa, y al oeste la del río Culebras que la separa de Nicaragua, y en el Pacífico a al Norte la punta de Púnica que la divide de Guatemala, y al Sur la desembocadura del río Tumbes en el mar que la separa del Perú."
En 1824, Inglaterra reconoció al gobierno de la Gran Colombia sin cuestionar ni un milímetro de sus límites territoriales. Desde ese momento hasta el despojo territorial en 1899, no hubo ningún hecho real que explicara o “justificara” este robo. Por ejemplo, se sabe que Bolivia perdió injustamente su acceso al Océano Pacífico cuando se enfrentó a Chile en la llamada Guerra del Pacífico (1879-1883). En Venezuela no pasó absolutamente nada ni remotamente parecido. El intento de robar este territorio se materializó mediante un fraude legal.
Ya en 1822, poco antes de que Inglaterra reconociera el Estado de la Gran Colombia y sus fronteras, el Ministro de Relaciones Exteriores, José Rafael Revenga, por instrucciones de Bolívar, tuvo que protestar ante Inglaterra por las continuas invasiones de colonos ingleses al territorio venezolano: “Los colonos de Demerara y Berbice han usurpado una gran porción de tierra que según ellos nos pertenece en el lado oeste del río Esequibo. Es absolutamente esencial que dichos colonos se coloquen bajo la jurisdicción y obediencia de nuestras leyes o se retiren a sus antiguas posesiones”.
Con el fin de la Gran Colombia en 1831, Venezuela, como república separada y, por tanto, menos fuerte para enfrentar la agresión inglesa, continuó sufriendo violaciones de su territorio Esequibo, hasta el punto de romper relaciones diplomáticas con Inglaterra en 1887.
La oportunidad fue aprovechada por Estados Unidos que, gracias a sus ambiciones imperiales y a la Doctrina Monroe (“América para los americanos”), se apoyó en una oligarquía venezolana ingenua y mal informada, que le obligó a aceptar, mediante presiones, el nombramiento. de un tribunal de arbitraje que se encargaría de determinar la línea divisoria entre Venezuela y la Guayana Británica sin la participación de ningún venezolano. El tribunal estuvo integrado por cinco miembros: dos estadounidenses en representación de Venezuela, dos ingleses del lado británico y un quinto árbitro ruso, amigo personal de la Reina de Inglaterra. No se puede pedir más “justo y equilibrado”.
Fue así como el 3 de octubre de 1899, en la ciudad de París, este tribunal “imparcial” aprobó el malvado llamado “Laudo Arbitral de París” en el que se ignoraban los derechos históricos de Venezuela sobre el Esequibo.
Cuatro días después, el 7 de octubre, el presidente de Venezuela, Ignácio Andrade, protestó contra el Laudo Arbitral, en lo que sería la primera de las reiteradas denuncias que Venezuela haría en lo que quedaba del siglo XIX, más todas las que le seguirían durante la primera mitad del siglo XX, atravesando dos guerras mundiales.
Todas estas convulsiones que atravesó la humanidad, más los efectos del tiempo, parecieron diluir la denuncia venezolana hasta que apareció una gran revelación en 1949. Rivalizando con los mejores guiones del cine de suspense, un protagonista de los hechos, con conocimiento de causa, revela al mundo que el Laudo Arbitral de París había sido un montaje construido por Inglaterra y Estados Unidos, tal como lo venía denunciando Venezuela desde la primera vez. .
En 1949, a título póstumo y por voluntad expresa de su autor, El Diario Americano de Derecho Internacional (Vol. 43, No. 3, Nueva York, julio de 1949, págs. 523-530) publica un Memorando 1944 por el abogado estadounidense Severo Mallet-Prevost,[ 1 ] quien fue designado por Estados Unidos para defender a la parte venezolana en el mal llamado “Laudo Arbitral de París”. En este Memorándum, Mallet revela irregularidades que demostraron que el Informe tenía fallas. Entre otras anomalías, informa que el juez del lado británico, Lord Collins, que criticaba “las pretensiones” de su país y daba la impresión de inclinarse “hacia Venezuela”, cambió de opinión tiempo después de ser visitado por el árbitro ruso. Fiodor Martens.
Escribió: “Entonces me convencí, y sigo creyendo, de que durante la visita de Martens a Inglaterra se había presionado, de una manera u otra, a Collins para que siguiera ese camino”. Mallet-Prevost concluye entonces que la decisión adoptada “fue injusta y privó [a Venezuela] de un territorio muy extenso e importante, sobre el cual Gran Bretaña no tenía, en mi opinión, la más mínima sombra de derecho”.
Habiendo descubierto la farsa en la que Estados Unidos guardaba calculado silencio, los británicos continuaron sin admitir el fraude que se había creado. La corona británica “ahora desnuda” ya no tenía argumentos para eludir la cuestión y había que hacer algo. Aprovechando, contra su voluntad, los vientos descolonizadores que comenzaron a soplar con fuerza en los años 1960, Inglaterra, en vísperas de conceder la independencia a la Guayana Británica, firmó con Venezuela en 1966 el llamado “Acuerdo de Ginebra”, único instrumento válido que Venezuela reconoce para resolver la disputa territorial.
Fue firmado por los representantes de Inglaterra y Venezuela, pero también por la autoridad colonial de Guyana, que poco después de recibir la independencia, hereda la responsabilidad en este asunto. Este acuerdo contiene dos ideas centrales. La primera: “el laudo arbitral de 1899 en la frontera entre Venezuela y la Guayana Británica es nulo de pleno derecho”. La segunda: “cualquier disputa pendiente entre Venezuela, por un lado, y el Reino Unido y la Guayana Británica, por el otro (…) debe, por tanto, resolverse amistosamente de una manera que sea aceptable para ambas partes”.
Venezuela ha tenido más de un siglo de lucha paciente tratando de encontrar una solución pacífica a esta controversia, primero con Inglaterra y ahora con la hermana República Cooperativa de Guyana. Sus autoridades, con honrosas excepciones, han adoptado un legado colonialista, negándose a entablar un diálogo amistoso para encontrar una solución. Es por eso que la Asamblea Nacional de Venezuela, por unanimidad y haciendo uso de sus prerrogativas constitucionales, aprobó la realización del Referéndum Consultivo para el 3 de diciembre, no como una repentina actitud agresiva y beligerante contra Guyana, que es lo que repiten falsamente los medios internacionales, sino por al contrario, como una respuesta pacífica y bien pensada a las continuas violaciones del derecho internacional por parte de la República Cooperativa de Guyana.
Sus autoridades se subordinan desde 2015 a ciertos acuerdos colonialistas con la multinacional Exxon Mobil y a pactos no soberanos con el gobierno estadounidense, permitiendo de manera provocadora y peligrosa incursiones de tropas del Comando Sur de Estados Unidos en su territorio, amenazando con realizar también movimientos en el territorio reclamado por Venezuela. Guyana se comporta, según sus declaraciones y acciones, como si el Acuerdo de Ginebra no existiera e implicando, a veces explícitamente, que esta controversia ya ha sido resuelta con el Laudo Arbitral de París, cuyo carácter nulo es indiscutible.
Desde pequeños, las niñas y los niños aprenden que el Sol sale por el Este y se pone por el Oeste. Es por eso que hace varias décadas el poeta venezolano Andrés Eloy Blanco, autor del famoso poema-canción “angelitos negros pintame”, acuñó una frase surgida de su sensibilidad y amor por su patria Venezuela, frase que hoy, mañana y siempre corearemos todos los venezolanos: ¡El sol de Venezuela sale en Esequibo! (¡El sol venezolano sale en Esequibo!)
*Anísio Pires Es profesor de sociología de la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV).
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