1961: cuando ganó el pueblo

Francis Picabia (1879–1953), Star Dancer y su escuela de danza, 1913.
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por FLAVIO AGUIAR*

Hace sesenta años el pueblo se dejaba entrever

¿Existe el pueblo? ¿Es como el monstruo del Lago Ness, en Escocia, que cuanto más se vislumbra en fotos fugaces, más dudas surgen sobre su existencia? Las constituciones dicen que el pueblo es soberano y que en su nombre se ejercerán poderes, pero sabemos que esto es una quimera.

A la izquierda, en general, no le gusta el pueblo, viendo en él una artimaña de las clases dominantes para mantener el yugo sobre las clases subalternas. Pero a las izquierdas, en general, tampoco les gustan las palabras “nación” y “nacionalismo”. Sin embargo, existen y se movilizan. Eso sí, pueden movilizarse por la derecha, con xenofobia y otros prejuicios. Pero también pueden movilizarse a la izquierda, junto con la lucha antiimperialista.

Estas son palabras que pueden cambiar de significado, dependiendo de la latitud y longitud en la que se encuentren. En Europa, en el 90% de los casos, el “nacionalismo” aparece en los discursos de derecha, con la “xenofobia” y el “autoritarismo” en conexión. Sin embargo, al cruzar el Atlántico, la palabra cambió de color, volviéndose roja, hasta florecer en América Latina junto con las luchas de liberación contra el yugo colonial e imperialista.

Aquí y allá, el Pueblo, en efecto, se deja entrever, en un relámpago, para quienes los han visto y oído. Uno de esos momentos fue a fines de agosto de 1961, hace sesenta años. Yo tenía 14 años y medio. Un buen día, el 25 de agosto, como un relámpago en el cielo de un brigadier, saltó la noticia: el presidente Jânio Quadros había renunciado.

¿Por qué hizo ese gesto? Para dar un autogolpe, dicen algunos, con la esperanza de que aparezca el Pueblo y lo devuelva al poder con facultades excepcionales, descartando la Constitución Federal. Más o menos como quiere hacer el actual usurpador del Palacio del Planalto, sin recurrir a la resignación. Hay una diferencia entre los dos: Jânio realmente quería que el Pueblo, con mayúscula, lo trajera de vuelta. El usurpador de hoy, cada vez más acorralado, espera que lo lleve de vuelta “su gente”, esa minúscula picadura formada por soldados, oficiales con o sin pijama, por milicianos, bandidos, moteros de segunda y tercera edad, escoria empresarial, la ruralistas y camioneros con la cabeza caliente y pistolas bajo la chaqueta, la lumpen-burguesía, los camellos del templo en nombre de Jesús, la chusma, la escoria y demás. A ver.

Pero también hay quien dice que Jânio renunció porque no había quien lo encerrara en el baño. Probablemente ambas versiones tengan su dosis o punto de razón. Hoy se sabe que Jânio padeció momentos de profunda depresión. Sobre todo desde el jueves o viernes por la tarde, cuando todo el mundo político se fue de Brasilia, hasta el lunes o martes, cuando volvió el mismo mundo. El presidente tuvo que quedarse en Brasilia, solo. Hay informes conmovedores -no confirmados, también como el monstruo del Lago Ness- de que el presidente, los viernes y sábados por la noche, se sentó en la sala de cine del Palacio del Planalto con una botella de whisky a su lado y vio un western hasta que ambos -la película y la botella – terminó. Ve a averiguarlo.

Lo que se sabe es que, para probable sorpresa del presidente, el Congreso Nacional aceptó su renuncia. Y otro dato que se sabe es que los ministros militares -Odylio Denys, de Guerra (hoy se dice del Ejército), Grum Moss (de la Fuerza Aérea) y Silvio Heck (de la Marina)- vetaron la toma de posesión del Vice João Goulart, que estaba de viaje en China, a instancias del presidente Jânio Quadros.

Para muchos, esto corrobora la hipótesis de la autoconspiración janista: que en el momento de la renuncia el diputado se encontraba en un país comunista, lo que aumentaría la sospecha de que pretendía instaurar un régimen revolucionario y unionista. ¡Pronto Jango!, siempre vacilante, temeroso y conciliador.

Sin embargo, sucedió lo inesperado. El gobernador Leonel Brizola no aceptó el golpe, movilizó a la Brigada Militar (Policía Militar de Rio Grande do Sul), se atrincheró en el Palacio Piratini, sede del gobierno del estado, requisó la radio Guaíba e inició lo que pasaría a la historia como la Movimiento y la Red de Legalidad.

Insatisfechos con la prédica del gobernador, los ministros militares le ordenaron guardar silencio. Se dice que el general Costa e Silva lo llamó por teléfono exigiéndole que interrumpiera las transmisiones radiales de la Red de la Legalidad. “Nadie va a dar el golpe por teléfono”, fue la respuesta que recibió el general.

Después de momentos insoportables, el comandante del Tercer Ejército, con base en Porto Alegre, entonces el más grande y mejor armado del país, se unió al movimiento de resistencia contra el golpe. El punto más dramático de esta expectativa fue la llegada de la noticia de que una columna de vehículos blindados había salido de su cuartel, en el barrio de Serraria, y se dirigía hacia el centro de la ciudad. ¿Hacia dónde apuntarían los tanques? Al final, un alivio: los tanques ocuparon los muelles del puerto, donde navíos de la Armada, con mandos favorables al golpe, amenazaron con bombardear el Palacio Piratini. Pero vendrían otros momentos dramáticos.

Desesperados ante el éxito de la resistencia, los ministros golpistas ordenaron los aviones del 5. Zona Aérea, con sede en Canoas, en el Gran Porto Alegre, para despegar y bombardear el Palacio. La contraseña era: “Todo azul en Cumbica”, porque los jets Gloster Meteor debían cumplir la orden y dirigirse a São Paulo, aterrizando en la llamada Base Aérea, en Guarulhos. Un radioaficionado captó la orden y avisó al gobernador Leonel Brizola, quien dio una histórica despedida a través de Legality Network, diciendo que resistiría hasta el final y pidiendo a todos que se quedaran en casa. Sucedió lo contrario.

Porque fue en medio de esta agitación que el Pueblo entró en escena. Cuando el automóvil del general Machado Lopes llegó a la Praça da Martriz, frente al Palacio Piratini, la multitud compacta detuvo el vehículo. Y comenzó a cantar el himno nacional. El soldado salió del auto, se alineó y cantó. Era la señal dada de que venía a sumarse al movimiento, no a sofocarlo.

A continuación, llegó un jeep de la Fuerza Aérea. La multitud, que en ese momento se estimaba en 100 personas (Porto Alegre, en ese momento, tenía alrededor de 650 habitantes), le bloqueó el paso gritando “golpistas” y “asesinos”, pues ya sabían de la orden de bombardeo. pero no retrocedió. Comenzaron a intentar dar la vuelta al vehículo. Desesperado, el sargento que conducía el carro, con escolta, gritó (mintió) que era primo del gobernador Brizola, y que había venido a pedir su ayuda. La multitud dejó pasar a los dos.

Nueva noticia: durante las primeras horas de la mañana, los sargentos de la Base Aérea se rebelaron y, armados, rodearon el cuartel donde los oficiales se preparaban para despegar y ejecutar la orden asesina.

La situación era tensa. Alertado, el general Machado Lopes envió un destacamento a ocupar la Base Canoas. Los golpistas huyeron a São Paulo en aviones desarmados. Alfeu de Alcântara Monteiro, lealista, asumió el mando.

Era el 28 de agosto de 1961. Ahí estaba, sin duda, dejándose entrever, el Pueblo movilizado. ¿Por qué la gente? Porque no hay estadísticas que abarquen a esos 100, y los demás que empezaron a desparramarse por la ciudad, portando banderas, panfletos y aladas palabras llamando a la defensa de la Legalidad. ¿Qué porcentaje de trabajadores están presentes allí? de los estudiantes? ¿De las clases medias? ¿De médicos, ingenieros, abogados, funcionarios, jubilados, maestros, etc.? De jóvenes y viejos? De hombres y mujeres? ¿Incluso soldados de paisano, además de la Brigada Militar, armados hasta los dientes en las improvisadas trincheras de sacos terreros alrededor del Palacio? Es imposible saberlo. No sólo porque no se hizo esta estadística, sino porque lo que hubo allí fue el resultado de una transubstanciación, un cambio de identidad y naturaleza, aunque sea fugaz y momentáneo. La masa de pueblo dispersa y acomodada se había levantado y se había convertido en “el Pueblo”.

Paulo César Pereiro, inspirado en la Marsellesa, compuso la música y la poeta Lara de Lemos la letra del Himno de la Legalidad: “Adelante, brasileños, de pie,/Unidos por la Libertad./Marchemos todos juntos con la bandera/Que predica la Lealtad.//Protesta contra el tirano/ Que predica la traición,/ Que un Pueblo sólo será grande/ ¡Si su Nación es libre!”. En las manifestaciones, se convirtió en el complemento del Himno Nacional y el Himno Riograndense, que recordaba a los legendarios Farrapos y Garibaldinos de antaño.

Lo que siguió fue una convulsa serie de movimientos militares, negociaciones palaciegas, con la adopción provisional del régimen parlamentario (desactivado por el plebiscito de 1963). Hubo una decepción generalizada cuando, a su regreso a Brasil, todavía en Porto Alegre, João Goulart aceptó la llamada enmienda parlamentaria, desmantelando el Movimiento por la Legalidad. El Pueblo, nuevamente reunido en la Praça da Matriz, lo abucheó sin piedad, arrojándole una sarta de maldiciones, impublicables aquí. La furia de la multitud llegó a tal punto que Brizola decidió sacar de allí al vicepresidente, haciéndolo salir por la parte trasera o subterránea del Palacio hasta un punto seguro donde pudiera tomar su rumbo.

Hubo otros momentos impactantes, como aquel en que un grupo inconformista de oficiales de la Fuerza Aérea decidió derribar el avión en el que Jango iba a viajar de Porto Alegre a la capital, en la llamada “Operação Mosquito”. En respuesta a eso, se montó una compleja “Operación Táctica” desde Porto Alegre, asegurando el vuelo y aterrizando con seguridad en el aeropuerto de Brasilia.

En los años que siguieron, los conspiradores del 61 se convirtieron en los golpistas y sinvergüenzas victoriosos del 64, cuando el Pueblo perdió y se desarticuló, para reaparecer, solo en las manifestaciones por las Diretas, en el 83/84, con ganancias y pérdidas, hasta los funerales de Tancredo Neves, en 1985.

El citado Teniente Coronel Alfeu de Alcântara Monteiro, ya ascendido a coronel aviador, fue asesinado el 4 de abril de 1964, en la misma Base Aérea de Canoas, cuyo mando había asumido en 1961, como oficial leal. En aquellos días posteriores al golpe de abril, las luces de las calles de Porto Alegre no se encendían por la noche. Recuerdo una de esas noches, cuando estaba en la puerta de nuestra casa, y mi padre me dijo: “entra, hijo mío, hoy anocheció”. Creo que fue la noche de este mismo 4 de abril.

En cualquier caso, las imágenes y el canto de O Povo permanecen imborrables en los ojos y tímpanos de quienes lo vieron y escucharon, aunque estén algo desgastados por el tiempo.

PD Para los que no la han visto, les recomiendo la película (ficticia e histórica) Legalidad (2019), dirigida por Zeca Brito. Sorpresa: el padre del director actúa como un anciano Leonel Brizola al final de la película. Su parecido con el exgobernador es tal que hubo quienes pensaron que el propio Brizola había escenificado su papel, al final de su vida.

* Flavio Aguiar, periodista y escritor, es profesor jubilado de literatura brasileña en la USP. Autor, entre otros libros, de Crónicas del mundo al revés (Boitempo).

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