15 años de ajuste fiscal

Imagen: Zsófia Fehér
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por GILBERTO MARINGONI*

El ajuste fiscal es siempre una intervención del Estado en la correlación de fuerzas de la sociedad, a favor de los de arriba.

Este enero de 2025 entramos en el día 15. Año de ajuste fiscal ininterrumpido, que comenzó con la toma de posesión del primer gobierno de la presidenta Dilma Rousseff, en enero de 2011. Esa administración, como sabemos, tuvo como métrica económica el retroceso del papel del Estado como motor del desarrollo.

La economista Denise Lobato Gentil resumió bien los parámetros de la época: “La política fiscal de contención del gasto (especialmente la inversión), el paquete de alivio fiscal y las asociaciones público-privadas fueron elementos indicativos de la nueva orientación. Sin embargo, el rasgo más característico de la política fiscal del gobierno de Dilma Rousseff fue, sin duda, la repentina desaceleración (e inestabilidad) de la inversión pública”. El ajuste desde esa fecha hasta la actualidad tuvo matices e impulsos variados, pero la directriz fue una: reducir el gasto público.

Una década y media después, ¿qué tenemos? El Ministro de Hacienda abre el año 2025, con un artículo en Folha de S. Pablo, destacando que “en 2024, Brasil realizó el sexto mayor ajuste fiscal del mundo, siendo el tercero entre los países emergentes, según el FMI”. ¿Qué quiere decir esto?

Es posible que un gobierno, bajo la presión de las altas finanzas, se vea obligado en cierto momento a realizar un ajuste fiscal. Es comprensible. Este es un retiro necesario para ganar fuerza y ​​tiempo y avanzar con otras agendas. Pero convertir un problema en virtud es algo que va más allá de la retirada y entra en el peligroso terreno de la capitulación política y –¡voy a escribir una palabrota! – ideológico. El ajuste fiscal es siempre una intervención estatal en –¡perdón! – correlación de fuerzas en la sociedad, a favor de los de arriba. Implica recortes, contingencias y reducciones presupuestarias en el funcionamiento del Estado, especialmente de quienes más lo necesitan, los pobres. Básicamente, es un proceso de concentración del ingreso.

Varios gobiernos de América Latina, de izquierda y de derecha, adoptan ajustes fiscales como si fueran medidas neutrales o “técnicas”, para permitir que la economía funcione sin problemas. ¡Es un nuevo consenso! Los resultados, en general, son negativos. Los años de ajuste en Brasil representaron tiempos de retracción del crecimiento, reformas regresivas desde el punto de vista social (laboral y seguridad social) y pérdida de derechos sociales.

La expectativa generada por la campaña de Lula en 2022 era que después de los desastres económicos de Dilma Rousseff II, Michel Temer y Jair Bolsonaro, finalmente romperíamos el mantra del ajuste fiscal –o al menos su versión draconiana del “límite de gasto”. – a favor de un aumento dinámico de la inversión pública y de una directriz de desarrollo en el gobierno. Todo esto, a pesar de que Lula fue elegido sin un programa claro, salvo promesas vagas, como “cerveza y picanha para todos”, “derogación de la reforma laboral”, “fin del PPI”, “renacionalización de Eletrobrás”, etc. Tras la inauguración, la conversación cambió de rumbo.

A partir de ahí nos dimos cuenta de que el único programa disponible era aprobar un nuevo techo de gasto, como lo definió el ministro Fernando Haddad en una entrevista con Mónica Bérgamo (Folha de S. Pablo, 14.10.2024/70/0,6). La medida, denominada Nuevo Marco Fiscal, resultó ser un techo con características más barrocas, cuyo objetivo es bloquear los gastos en el 2,5% de los ingresos corrientes netos y permitir una expansión del PIB de entre el XNUMX% y el XNUMX% anual.

La razón de la definición de tales números (70, 0,6, 2,5) no se explica mediante ningún orden cabalístico. Pero la intención es clara: impedir el crecimiento de la actividad estatal y dar cabida a las empresas privadas. En otras palabras, incluso el cansado eslogan neoliberal de gastar sólo lo que se gana vale más. ¡Solo gastas el 70% de lo que recaudas! Es más: con los desencadenantes sancionados por el presidente Lula el último día del año, habrá sanciones si se infringe la norma.

¿Qué permitió un mayor dinamismo económico en estos años del gobierno de Lula III, además de la PEC de Transición (alrededor de R$ 160 mil millones más en el presupuesto) y las órdenes judiciales (R$ 90 mil millones adicionales)? Bajo la presión del presidente Lula, el gasto constitucional (Salud y Educación) no fue recortado y derechos como el BPC, la ley de salario mínimo (y sus vínculos con la seguridad social) y el bono salarial estuvieron plenamente vigentes durante todo el año pasado. En otras palabras, hubo crecimiento porque el marco no entró en vigor en su totalidad.

El gasto público se expandió. La Carta Económica del IPEA, de diciembre, informa que “el gasto primario del gobierno central en el año hasta noviembre registró R$ 2.029,2 mil millones a precios de ese mes, con un aumento real del 4,6% respecto al mismo período de 2023”. La actividad económica (PIB, ingresos y empleo) aumentó. Faria Lima literalmente se asustó, provocando un efecto rebaño en el tipo de cambio en diciembre. ¿Y qué hace el gobierno? Él retrocedió más.

Fernando Haddad acudió a la televisión para presentar un paquete de recortes, tras más de un mes de intensas reuniones con el presidente. La presentación fue puro marketing improvisado, en el que se presentó un suplemento ficticio sobre la exención del IRPF hasta los ingresos de R$ 5 mensuales y la tributación de las rentas superiores, seguramente tratando de aplacar a una base social confundida por tantas idas y venidas. Inmediatamente, Lula registra un vivir dirigida al “mercado”, en la que jura amor por la independencia del BC, frente al nuevo presidente Gabrial Galípolo, en una versión exagerada de la Carta a los brasileños, de 2002.

De prisa, el Planalto envía al Congreso un paquete de recortes, votado de forma resumida –prisa que no se observa cuando las cuestiones interesan a los de abajo–, que pronto revela las intenciones del Ministerio de Hacienda. Las tijeras estaban dirigidas a los derechos de los pobres y miserables. Salió tan mal y abrió tal flanco contra la extrema derecha, que el presidente Lula tuvo que dar marcha atrás y vetar recortes más profundos al BPC. El salario mínimo crecerá menos que en la norma anterior. Pasamos de la fórmula de variación INPC+PIB a INPC+2,5% (aunque el PIB sea mayor, como será el caso en 2024).

Los neoliberales dentro y fuera del gobierno utilizan la relación deuda/PIB como métrica para una buena gestión fiscal. Esta es una ficción neoliberal de quinta categoría. ¿Cuál es el problema de que este indicador llegue al 80%, como pronto lo tendremos aquí? Los países centrales, en general, tienen deudas cercanas o superiores al 100% del PIB, como Japón (214,27%), Estados Unidos (110,15%), España (102,25%), Italia (140,57%) y Francia (92,15%), entre otros. Por otro lado, los estados pobres tienen deudas por debajo del 40%, como Azerbaiyán (20,68%), Bangladesh (39,9%), Bulgaria (31,5%), Botswana (20,35%), Estonia (18,83%) y Haití (25%). .

Los datos están en la página del FMI. Aunque estas proporciones constituyen una mitología del mercado, existe la posibilidad virtuosa de reducir la relación deuda/PIB aumentando el denominador, con el crecimiento de la producción y el empleo.

Lo que importa es el coste de la deuda, o el tipo de interés básico que los bancos centrales deben fijar para que sus funciones sean atractivas para los agentes financieros y para regular la liquidez de la economía. Las tasas en Estados Unidos y la eurozona en general no son altas en comparación con las de la periferia. La baja deuda puede indicar una falta de interés de los inversores y la ausencia de un mercado de capitales sólido. Pese a ello, este es el indicador que orienta la actuación del Tesoro.

Finalmente, debemos preguntarnos por qué necesitamos continuar con ajustes interminables si no hay ni la sombra de una crisis fiscal en el horizonte. No corremos peligro de default ni de ningún tipo de suspensión de pagos de la deuda pública.

Quizás la mayor victoria ideológica del neoliberalismo en la gestión del Estado fue criminalizar el gasto público y conquistar a importantes sectores de la izquierda en esta cruzada. ¡Corte, contingencia, bloqueo y otros sinónimos se han convertido en sinónimos de virtud!

Tenemos un equipo económico que no se guía por el desarrollo y para el que los buenos resultados de expansión del PIB, empleo e ingresos en 2024 son problemas que podrían sobrecalentar la economía y provocar –basándonos en la discutible teoría del PIB potencial– inflación. Es también la visión del capital financiero y de los principales medios de comunicación. Es una charla vacía.

El Marco representa una derrota política, económica y sobre todo ideológica para quienes esperaban, después de siete años y tres gobiernos de puras restricciones fiscales, tener finalmente la posibilidad de crecer y promover un desarrollo real. Lo que hemos contratado para 2025 podría ser otra volada de gallina, si se concretan los dos nuevos aumentos del 1% de la Selic prometidos en las actas del BC, ahora bajo la hegemonía de directores designados por el lulismo. El marco nos impone la lógica de Peter Pan, el niño que no quería crecer. No necesitamos ese polvo de hadas.

*Gilberto Maringoni Es periodista y profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Federal del ABC (UFABC).


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